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domingo, 4 de octubre de 2020

La viña es de Dios y a Él le debemos los frutos

 Piedra angular - Wikipedia, la enciclopedia libre

Entre las cosas que se colocan a favor del hombre, sorprendente y gratamente, encontramos una que tiene apariencia absurda pero que al final es totalmente positiva. Es la obstinación de Dios. En la característica de su amor esencial, que lo define en su ser más íntimo, Dios es insistente, obstinado, absolutamente coherente con su intención de no permitir de ninguna manera que se pierda lo que Él ha pretendido desde el inicio que sea suyo. Una y otra vez tocará la puerta del corazón del hombre, que Él ha creado y ha puesto en el mundo, regalándole sus propias cualidades y favoreciendo su total libertad, con el fin de que desde el uso de ese tesoro de la libertad con el que lo ha enriquecido, lo reconozca como necesario e imprescindible, lo acepte como superior desde el amor y la suavidad de su autoridad, entienda que en la vivencia de su cercanía se encuentra el sentido de su vida, reciba con alegría el regalo de los hermanos con los que convive y junto a quienes construirá un mundo mejor lleno de plenitud y de felicidad, se encamine hacia Él junto a ellos consciente de que es la meta hacia la que debe dirigir siempre sus pasos, añore aquella experiencia de plenitud que será total en la eternidad a la que está llamado. La libertad del hombre es para Dios una componente que respeta reverentemente, pues es su don de amor y lo que más lo identifica con su criatura, por lo que jamás hará nada que pueda ir contra ella, pues de hacerlo sería ir contra sí, violentando lo que Él mismo ha establecido. Dios es infinitamente poderoso, pero Él mismo se ha hecho impotente ante el don que ha dejado en las manos del hombre. Su poder infinito no llega hasta la negación de lo que que Él ha fijado como esencia humana. El Dios todopoderoso se ha hecho a sí mismo eternamente débil por amor ante la libertad del hombre. No puede Él negarse a sí mismo. Dios es amor, y ese amor es obstinado pero a la vez respetuoso. Sin embargo, el hecho de que respete la libertad del hombre no impide que Él, también desde su propia libertad esencial y movido por su empeño de tener al hombre consigo, haga lo que considere necesario para invitar a que el hombre, también libremente, se decida a estar con Él, a amarlo, a seguirlo, a servirlo, a colocarlo como centro de su vida. Por eso en esa imagen de la viña se expresa muy claramente lo que Dios quiere. La libertad que Él ha donado al hombre no ha sido concedida para que el hombre use de ella inconscientemente. Desde el mismo momento en que el hombre es favorecido por Dios, lo ha sido con el fin de que cumpla una tarea específica.

El mundo, sí, es un regalo de amor de Dios para el hombre. Pero lo ha sido no solo para que sirva de provecho constructivo para su vida, sino para que en el desarrollo de ella el mismo hombre dé muestras de su deseo de plenitud, para sí mismo y para todo lo que ha sido puesto en sus manos. El mundo es como una tarea que nos ha encomendado Dios, y en la realización de la misma demostraremos la valoración en la que ponemos los dones con los que el Señor nos ha favorecido. Un uso inconsciente de los bienes denotará una tremenda irresponsabilidad. Por el contrario, un uso racional de ellos, de modo constructivo, no solo en el sentido material o ecológico de su realidad sino en uno superior, como apoyo a la promoción de lo humano, y más allá, de lo divino, en el mismo hombre, revelará una comprensión acorde con el fin que Dios mismo ha establecido para las riquezas que ha regalado a la humanidad. Cada hombre debe comportarse razonablemente dentro de los cánones que ha establecido Dios. Esa riqueza de la libertad ha venido acompañada con las de la inteligencia y la voluntad que lo hacen muy consciente de la llamada a la responsabilidad con la que debe actuar en su mundo. No puede ser un inconsciente que actúa sin razón, sino un ser plenamente consciente de la gravedad de su responsabilidad. Dios hubiera podido hacer por sí mismo todo lo que pretendía para el mundo. En primer lugar, porque todo existe por su expresa voluntad, y además, porque tiene el suficiente poder para hacerlo. Pero no quiere despreciar al hombre ni lo que Él mismo le ha regalado. Por eso cuenta con el hombre como socio principal. Para eso lo ha capacitado. Por eso envía a sus criados a recibir los frutos que le corresponden, que deben haber sido alcanzados con la labor humana: "Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían". No sabemos cuándo se dará ese momento de la rendición de cuentas. Lo que sí sabemos es que llegará. Por ello, no nos podemos confiar y dar largas a la responsabilidad que tenemos. Si hemos dado frutos no podemos negarlos a quien le corresponden. Los beneficios, habiendo sido disfrutados por nosotros mismos, al final son todos de Dios, pues la viña, es decir, el mundo, es de Él. Nosotros hemos sido colocados solo como los labradores, es decir, administradores y usufructuarios de todo lo creado, pero nada ha dejado de ser de Dios. Incluso nosotros mismos. Mucho menos podemos comportarnos como si no tuviéramos nada que ver con la producción de beneficios, desentendiéndonos del esfuerzo que debemos realizar para lograr hacer del mundo un lugar mejor para todos. Dios nos lo ha confiado y no podemos fallarle.

El colmo de la irresponsabilidad llega cuando nos consideramos los propietarios únicos de lo que nos ha sido donado: "Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: 'Tendrán respeto a mi hijo'. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: 'Este es el heredero: vengan, lo matamos y nos quedamos con su herencia'. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron". Es el colmo de la soberbia, de la pretensión y de la irresponsabilidad. Es robar al que es el único propietario que nos ha colocado por amor en el centro para que disfrutemos de lo que es suyo. El amor de Dios, obstinado e insistente incluso en esas situaciones extremas, no podrá nada contra la estupidez humana que se empeñará en ponerse en su contra. La consecuencia será la debacle del mismo hombre: "Les hago saber lo que haré con mi viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada. La convertiré en un erial: no la podarán ni la escardarán, allí crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella". El rechazo de Dios no daña a Dios, nos daña a nosotros mismos: "'La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente'. Por eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos". En la comprensión del absurdo humano y de la obstinación amorosa de Dios está la clave para lograr avanzar por la ruta correcta. Si Dios llegara a sentir el deseo de permitir nuestro alejamiento inconsciente, debemos reaccionar valorando realmente lo que debe ser valorado. Quizá nuestra conversión a su amor obstinado logre lo que debe suceder en nosotros como labradores de su viña: "Nada les preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, sus peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, ténganlo en cuenta ... Y el Dios de la paz estará con ustedes". Ese amor de Dios que es maravillosamente obstinado, aun cuando nada podrá contra la libertad humana que se empeñe en alejarse, seguirá actuando obstinadamente tocando a las puertas de nuestro corazón para que nos convirtamos en buenos labradores de la viña que den los frutos a sus horas y los pongan en las manos de quien es su dueño final.

viernes, 31 de julio de 2020

La alegría no está en no sufrir. Está en cumplir la misión

EVANGELIO DEL DÍA: Mc 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en ...

De entre las experiencias más duras que podemos tener los cristianos podemos decir que la más terrible es la del desprecio de los propios. De los que no conocemos y son duros de corazón es natural que tengamos reacciones opuestas, que sean signos de desprecio, incluso de persecución y hasta de sufrimiento. Cuando el Señor envía a los discípulos al mundo, los pone sobre aviso: "Los envío como corderos en medio de lobos", alertando de que su mensaje no será de ninguna manera bien recibido, sobre todo cuando se trata de esos lobos que están demasiado acostumbrados a vivir en el fango, regodeándose en el mal, lejos de la justicia y de la solidaridad, y que en su momento ven cómo peligra su obstinación en el mal cuando llegamos con nuestro mensaje de amor y de servicio, de solidaridad y fraternidad. El mal es perseverante e infundirá siempre en sus seguidores la obcecación para no perder esos "privilegios" que han ganado a fuerza del sometimiento de los demás, dejando a un lado toda idea del bien. Nosotros, los corderos, siguiendo la indicación de Jesús, no debemos sorprendernos de esta reacción de los lobos. En todo caso, también es cierto que Jesús nos llena de esperanza cuando nos anuncia que al enviarnos no se desentiende de nosotros, sino que está a nuestro lado como apoyo y fortaleza: "En el mundo sufrirán tribulaciones, pero no teman, Yo he vencido al mundo". Existe una realidad totalmente segura, y es la de que el mundo reaccionará al mensaje de amor y de fraternidad que le lleva el cristiano. Pero hay una verdad mayor que es además insoslayable, que es la de que Jesús cuando manda a remar mar adentro no se queda en la orilla, sino que aborda también la barca y va con los marineros. De esa manera, Él no se hace el desentendido y está vigilante para calmar las tempestades que se presenten en la travesía. Las promesas de ese acompañamiento son innumerables, por lo que no podemos pensar nunca que estamos desguarnecidos en esta aventura a la que se nos envía. Jesús promete su permanencia, y además asegura la presencia de su Espíritu que dará fuerzas e iluminación a quienes deben recorrer los caminos del mundo con su mensaje: "El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, El les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho". El realismo de Jesús puede ser, ciertamente, crudo. Pero es también muy esperanzador.

Sin embargo, en ese realismo, la crudeza es extrema cuando a las relaciones con los más cercanos se refiere. "El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir". Es muy duro lo que nos presenta Jesús como perspectiva, pues se trata no solo de aquellos de los que esperamos naturalmente que se opongan, sino que serán los propios, los de la misma sangre, los que se pondrán al acecho y nos procurarán los mayores sufrimientos y hasta la muerte. Incluso llega al extremo de proponer que al hacerlo pueden estar pensando en que están haciendo algo bueno: "A ustedes los echarán fuera de las sinagogas; y llegará el día en que cualquiera que los mate pensará que le está prestando un servicio a Dios". Cuando se nos coloca ante esta perspectiva, se concluye naturalmente que en lo humano no es nada halagüeño ser servidor de Jesús y de su reino. Por ello, el enfoque debe ponerse no solo en esto negativo, pues lo oscuro llama a dejarlo todo y huir, sino que se debe colocar en el enfoque del acompañamiento y de la iluminación y fortaleza que se recibirá, además de la compensación infinita de saber que se está haciendo lo que Dios quiere de nosotros, que al hacerlo Él está allí a nuestro lado por lo que nos sabemos infinitamente bendecidos con su amor y su fortaleza, y de que nos espera un futuro de total armonía y paz después del dolor, que compensa con mucho los tragos amargos que hubo que beber. Está claro que la perspectiva no puede ser solo trágica. No es el sufrimiento la marca del cristiano. Es el consuelo y la esperanza. Es el alivio y la promesa de vida eterna. Es el hacerse solidario con el que sufre y llevarle el amor de Dios que lo quiere feliz y quiere su salvación. El signo lo marca el futuro y ese signo impregna el presente. Por ello, en medio del dolor o el sufrimiento que pueda presentarse se debe tener un espíritu de dicha porque se está sirviendo en el amor a los hermanos. Eso explica la sonrisa angelical de los santos. Por ejemplo, la de Santa Teresa de Calcuta que servía en medio de la mayor indigencia, de la mayor indiferencia y de los mayores dolores, que producían puntillazos en el corazón, pero que lo hacía con una felicidad que solo se puede explicar cuando se sabe que en medio de todo ese sufrimiento se estaba siendo instrumento del amor de Dios, lo que borraba todo malestar. "Mi interés no es ni siquiera que se conviertan. Mi interés es de que cuando mueran, sepan que al menos en esos momentos finales de su vida, hubo alguien que sí los amó", decía refiriéndose a los indigentes moribundos que se encontraba en las calles de Calcuta. ¿Cómo no rendirse al amor de Dios con esos ejemplos grandiosos, vengan las dificultades que vengan?

Nada debe servir para la desilusión del enviado. Ni siquiera el rechazo de los propios. Fue la experiencia de Jeremías, enviado por Dios a profetizar a las autoridades del pueblo: "Cuando Jeremías acabó de transmitir cuanto el Señor le había ordenado decir a la gente, los sacerdotes, los profetas y todos los presentes lo agarraron y le dijeron: 'Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo acabará como el de Siló y que esta ciudad quedará en ruinas y deshabitada?'
Y el pueblo se arremolinó en torno a Jeremías en el templo del Señor". Jeremías es el prototipo del enviado que es rechazado por su pueblo, perseguido y escarnecido por llevar el mensaje de Dios. Humanamente llegó a tener la tentación de dejarlo todo y retirarse al desierto, incluso de morir, dejando así de ser profeta. Pero pudo más el deseo de seguir sirviendo fielmente a la causa de Dios. También este escarnio lo vivió el mismo Jesús: "La gente decía admirada: '¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?' Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: 'Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta'. Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe". Jesús vivió el dolor del rechazo de los suyos, sin duda. Pero no por ello dejó de hacer lo que le correspondía. Aunque la falta de fe de ellos le impidió hacer portentos en su favor, siguió adelante con su misión y no dejó de favorecer a los hombres con su mensaje de amor y las maravillas que realizaba. La satisfacción de ser enviado por Dios para el rescate y la salvación de los hermanos, mediante la obra que debía llevar adelante, fue suficiente motivación para seguir adelante, sin importar las consecuencias que eso tenía para Él. El amor a Dios y a los hombres, la alegría del servicio total, la entrega incluso hasta la muerte por cumplir su tarea, fue la motivación final y completamente satisfactoria para Él. Aquella frase final, "Todo está consumado", no es la del hombre sufriente y derrotado que está a punto de morir en la cruz, sino la del que sabe que ha cumplido y ha llevado todo a su plenitud. Es la frase del hombre que está satisfecho de haber hecho lo que le han encomendado. Es como si Jesús hubiera dicho "misión cumplida", y eso, a pesar de que la acarreaba la muerte, era su mayor satisfacción. Se presentaba ante Dios con las manos llenas, satisfecho de haber hecho lo que tenía que hacer y por ello había logrado la salvación de todos y cada uno de los hombres del mundo. No existe posibilidad de una alegría mayor. Esa debe ser también nuestra misma alegría al cumplir con nuestra tarea al ser enviados al mundo.