Una de las verdades fundamentales de nuestra fe cristiana es la de ser elegidos por amor. Dios nos convoca a cada uno a ser suyos, a pertenecer sólo a Él, a tener plena conciencia de ser propiedad exclusiva suya. Y no lo hace simplemente como un trámite "de propietario capitalista", que engordaría con ello la lista de sus posesiones, sino con un corazón de amor que quiere hacer consciente de que en esa condición de pertenencia está la verdadera felicidad y la plenitud del hombre. En nuestra creación como centros de todo lo creado, de todo el universo, la plenitud que Dios imprimió en el hombre pasa por eso: por ser suyos, pues colocó en nosotros una semilla de añoranza de Él mismo que será la motivación máxima que tendremos siempre. Cuando no lo asumimos así y tomamos otras rutas en búsqueda de esa plenitud, logramos sólo frustraciones...
No estar en Dios, no ser exclusivamente de Él representaría para el hombre la desilusión mayor. Consciente o inconscientemente, elegir un camino diverso a éste lleva a la oscuridad de la vida propia y puede llevar a otros a esa misma oscuridad que portamos... Así lo entendió perfectamente San Agustín, cuando afirmó: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descase en ti". Sucede como cuando se nos desencaja el hueso del hombro -decimos: "se me salió el brazo"-, produciendo dolores terribles e inutilizando el brazo totalmente. Hasta que no es devuelto a su lugar ese hueso y haya recuperado totalmente la normalidad de su funcionamiento, estará siempre produciendo dolor y permanecerá inútil... Exactamente sucede lo mismo con el hombre que no está en Dios. Somos como ese hueso dislocado, que no está en el sitio que le corresponde, y eso nos duele y nos hace inútiles...
Dios nos elige, nos llama para sí, nos quiere junto a Él, pero no para "acapararnos", sino para hacernos felices. Él ha sembrado la semilla de su añoranza en nosotros y ha hecho lo mejor que ha podido hacer: ofrecerse a sí mismo siempre, estar a la disposición, colocarse a tiro para que podamos alcanzarlo. De esa manera, la frustración será una opción hecha por el mismo hombre, pues el camino de la satisfacción plena es sencillo de recorrer, por cuanto Dios siempre será asequible, más aún, se hará el encontradizo para que lo podamos tener... Si nos frustramos en la búsqueda de la felicidad es una opción personal. Igualmente lo será el logro de la plenitud y de la felicidad mayor...
Dios nos ha manifestado reiteradamente su voluntad amorosa sobre nosotros: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso", "Yo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios", "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo"... De múltiples maneras, Dios nos ha hecho clara su llamada, nuestra vocación. Los diversos personajes de las Sagradas Escrituras que ejemplifican a los llamados, no son otra cosa sino prefiguración de la elección eterna que ha hecho sobre cada uno de nosotros. Dios nos ha creado plenamente libres, llenos de capacidades, de inteligencia y voluntad, pero con una vocación eterna que se basa en su amor y que tiene un doble objetivo: ser de Él y ser enviados al mundo para dar testimonio de Él...
Cada uno de esos personajes no fue llamado simplemente para quedarse "regodeándose" en la alegría de estar en Dios. Fue llamado y convocado a una misión específica: "Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra", "Escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo", "Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios"... La elección del Señor es, sí, una grana alegría, pues nos da la posibilidad de lograr en Él la plenitud de nuestra existencia, su sentido máximo. Pero ella se complemente exclusivamente en la ocasión de adr testimonio de quien nos ha elegido delante de todos los hermanos...
Entender que nuestra plenitud se complementará sólo en la medida que nos hagamos testigos de esa plenitud que vivimos, es lo que hará que no alcancemos jamás una frustración indeseable. Pretender quedarse "felices" en Dios sin proyección hacia los hermanos, es arriesgarnos a alcanzar más bien la frustración total de nuestro ser. Hemos sido creados para amar y para multiplicar el amor. Para vivir la salvación y para hacerla llegar a los hermanos, porque los amamos. Sin el amor que nos lanza a los demás, la vida del hombre es un simple automatismo. Es el amor y el deseo de que todos lo vivan en Dios lo que da a la vida su verdadera ilusión y su mayor añoranza. Y se puede alcanzar plenamente, pues el mismo Dios que ha creado la necesidad, hace posible que alcancemos satisfacerla plenamente ya que Él mismo se pone a la mano y se ofrece para ser esa plenitud...
Hacernos salvación de Dios para los hermanos, porque vivimos esa misma salvación en nosotros; procurar que nuestra elección alcance su finalidad última, que es ser salvación para los demás; reconocernos lanzados a los hermanos para llevarles a ellos el amor que Dios les tiene, es la máxima felicidad, es la máxima añoranza y es la máxima ilusión que se puede vivir en el amor. Quien ama no puede tener otra prioridad que la de ser de Dios verdaderamente y la de hacerse instrumento de su amor para los demás... Dios nos ha hecho así. Ha querido que vivamos en la plenitud. Y nuestra plenitud es el amor. Se pone a la mano para que lo tengamos y nos pone a los hermanos en el camino para que nuestro amor sea pleno, sea compartido, sea hecho salvación para todos.
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
domingo, 19 de enero de 2014
sábado, 18 de enero de 2014
La Iglesia es un hospital
La venida del Verbo en carne humana se explica sólo por una razón: el pecado del hombre. Por eso tiene mucho sentido la afirmación de Cristo: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores". Tristemente, muchos hombres entendemos que Jesús es sólo para los "puros", para los "santos", para los "inmaculados". Si el hombre se hubiera mantenido inmaculado desde su origen, si no se hubiera puesto de espaldas al amor de Dios, queriendo hacerse como un dios, en su soberbia que lo aconsejaba colocarse en el centro y desbancar a Dios del lugar primigenio que le corresponde, la historia de la salvación hubiera sido una muy distinta... Aquel protoevangelio en el que Yahvé declaraba la enemistad entre la humanidad y la serpiente -el diablo-, por lo cual un descendiente de la mujer lucharía contra el demonio y aplastaría su cabeza, no hubiera tenido lugar...
La soberbia del hombre es tal que incluso en ella, se atrevería a mirar a Dios "por encima del hombro". Y la verdad es que Jesús es el Dios que viene a rescatar lo que estaba perdido, por la misma ofuscación del hombre. El demonio tuvo su triunfo en la presentación de la tentación más "agradable" para el hombre, que es la de la lisonja, la de la caricia a su ego, la de la propuesta de honor y gloria fáciles... Y el hombre cayó en la trampa... Y sigue cayendo. ¡Cuántos hoy no se consideran mejores que los demás! ¡Cuántos hoy casi que llegan a pedir el agradecimiento a Dios por seguir sus huellas! El orgullo estéril en la fidelidad es la peor soberbia que podemos sufrir. El que hace el mal y se aparta de Dios voluntariamente, al menos es honesto al saberse lejos de Dios. Pero el que se mantiene "fiel", envanecido en el "éxito" de su fidelidad, y por eso mira a los "desgraciados pecadores" por encima del hombro y casi con compasión porque no son como él, es más lejano a Dios que el gran pecador...
Es exactamente la misma tentación y el mismo pecado que cometieron los fariseos de la época de Jesús: "¡De modo que come con recaudadores y pecadores!" Es el escándalo, como el de las viejas chismosas que están pendientes de lo que hacen los otros para criticar, para desacreditar, para destruir, con la lengua punzopenetrante que no sólo hiere, sino que mata, y de la peor manera. Se busca en estos casos poner la lupa en el supuesto "mal" del otro, para hacer destacar más las propias "bondades"... Es la desaparición total de la humildad que se requiere para poder acceder al corazón amoroso de Jesús, que viene a salvar, no a reconocer.
Y no se trata de que nos consideremos los peores para poder acceder a Jesús. Se trata de ser humildes, reconociendo lo que hay en nosotros, nuestras actitudes que nos separan de Él, reconociendo los pensamientos que tenemos en torno al atractivo del pecado. Si somos fieles de verdad, no hay cosa que agrade más a Dios. San Juan dice que "el que ama no peca". Cuando es el amor el que nos sostiene en la fidelidad, estamos en el estado más justo en el que Jesús quiere que estemos. Pero aquí no se trata de esto. Se trata del pecado más antiguo del hombre, que es el de la soberbia. Y en la soberbia se puede pecar por alejamiento de Dios, queriendo sustituirlo, ocupar su lugar, o por un acercamiento interesado que lo que busca es un reconocimiento vano que en nada acerca a Dios. En cierto modo es también la pretensión de sustituir al "único justo" por sí mismo. La imagen del fariseo y el publicano orando en el templo es emblemática. El fariseo se lisonjeaba a sí mismo porque era fiel, casi como pidiendo a Dios que se postrara ante él por su fidelidad. El publicano sólo se golpeaba el pecho pidiendo la misericordia de Dios por sus pecados...
Hoy tenemos a muchos fariseos entre nosotros. Éstos creen que porque van a misa, porque rezan mucho, porque de vez en cuando dan una limosna, deben recibir un diploma de parte de Dios agradeciéndoles su fidelidad. Y cuando se encuentran con un pecador, del cual quizá conocen toda su historia, pues se han preocupado mucho por conocerla, miran a otro lado, se alejan, se cambian de acera para no toparse con ellos. Y si a éste se le ocurre entrar en la Iglesia para tener un momento de encuentro con el Señor, se quedan abismados en su sorpresa, y critican, y destruyen, y cuchichean entre ellos...
El Papa Francisco ha hablado de la Iglesia más como un hospital para curar heridos que un hotel para sanos. Mientras no nos hagamos conscientes de que es así, no terminaremos de ser verdaderamente humildes, y por lo tanto, estaremos lejos de ser los preferidos realmente de Dios. Reconozcámonos humildes y sencillos delante de Dios para poder recibir su curación, que tanto necesitamos.
¡Qué buena es la fidelidad a Dios! ¡Pero cuán mejor es la humildad en la fidelidad! Lograr mantenernos en el camino de la santidad no es fruto de un voluntarismo simplón. Se requiere, sí, de nuestro esfuerzo, pero se requiere, ante todo, de la Gracia divina que nos impulsa a vivir en el amor, en la justicia, en la verdad... Mientras no reconozcamos esto, seremos como los fariseos que se escandalizan de que Cristo busque lo que estaba perdido, y estaremos siempre esperando nuestro diploma de agradecimiento...
La soberbia del hombre es tal que incluso en ella, se atrevería a mirar a Dios "por encima del hombro". Y la verdad es que Jesús es el Dios que viene a rescatar lo que estaba perdido, por la misma ofuscación del hombre. El demonio tuvo su triunfo en la presentación de la tentación más "agradable" para el hombre, que es la de la lisonja, la de la caricia a su ego, la de la propuesta de honor y gloria fáciles... Y el hombre cayó en la trampa... Y sigue cayendo. ¡Cuántos hoy no se consideran mejores que los demás! ¡Cuántos hoy casi que llegan a pedir el agradecimiento a Dios por seguir sus huellas! El orgullo estéril en la fidelidad es la peor soberbia que podemos sufrir. El que hace el mal y se aparta de Dios voluntariamente, al menos es honesto al saberse lejos de Dios. Pero el que se mantiene "fiel", envanecido en el "éxito" de su fidelidad, y por eso mira a los "desgraciados pecadores" por encima del hombro y casi con compasión porque no son como él, es más lejano a Dios que el gran pecador...
Es exactamente la misma tentación y el mismo pecado que cometieron los fariseos de la época de Jesús: "¡De modo que come con recaudadores y pecadores!" Es el escándalo, como el de las viejas chismosas que están pendientes de lo que hacen los otros para criticar, para desacreditar, para destruir, con la lengua punzopenetrante que no sólo hiere, sino que mata, y de la peor manera. Se busca en estos casos poner la lupa en el supuesto "mal" del otro, para hacer destacar más las propias "bondades"... Es la desaparición total de la humildad que se requiere para poder acceder al corazón amoroso de Jesús, que viene a salvar, no a reconocer.
Y no se trata de que nos consideremos los peores para poder acceder a Jesús. Se trata de ser humildes, reconociendo lo que hay en nosotros, nuestras actitudes que nos separan de Él, reconociendo los pensamientos que tenemos en torno al atractivo del pecado. Si somos fieles de verdad, no hay cosa que agrade más a Dios. San Juan dice que "el que ama no peca". Cuando es el amor el que nos sostiene en la fidelidad, estamos en el estado más justo en el que Jesús quiere que estemos. Pero aquí no se trata de esto. Se trata del pecado más antiguo del hombre, que es el de la soberbia. Y en la soberbia se puede pecar por alejamiento de Dios, queriendo sustituirlo, ocupar su lugar, o por un acercamiento interesado que lo que busca es un reconocimiento vano que en nada acerca a Dios. En cierto modo es también la pretensión de sustituir al "único justo" por sí mismo. La imagen del fariseo y el publicano orando en el templo es emblemática. El fariseo se lisonjeaba a sí mismo porque era fiel, casi como pidiendo a Dios que se postrara ante él por su fidelidad. El publicano sólo se golpeaba el pecho pidiendo la misericordia de Dios por sus pecados...
Hoy tenemos a muchos fariseos entre nosotros. Éstos creen que porque van a misa, porque rezan mucho, porque de vez en cuando dan una limosna, deben recibir un diploma de parte de Dios agradeciéndoles su fidelidad. Y cuando se encuentran con un pecador, del cual quizá conocen toda su historia, pues se han preocupado mucho por conocerla, miran a otro lado, se alejan, se cambian de acera para no toparse con ellos. Y si a éste se le ocurre entrar en la Iglesia para tener un momento de encuentro con el Señor, se quedan abismados en su sorpresa, y critican, y destruyen, y cuchichean entre ellos...
El Papa Francisco ha hablado de la Iglesia más como un hospital para curar heridos que un hotel para sanos. Mientras no nos hagamos conscientes de que es así, no terminaremos de ser verdaderamente humildes, y por lo tanto, estaremos lejos de ser los preferidos realmente de Dios. Reconozcámonos humildes y sencillos delante de Dios para poder recibir su curación, que tanto necesitamos.
¡Qué buena es la fidelidad a Dios! ¡Pero cuán mejor es la humildad en la fidelidad! Lograr mantenernos en el camino de la santidad no es fruto de un voluntarismo simplón. Se requiere, sí, de nuestro esfuerzo, pero se requiere, ante todo, de la Gracia divina que nos impulsa a vivir en el amor, en la justicia, en la verdad... Mientras no reconozcamos esto, seremos como los fariseos que se escandalizan de que Cristo busque lo que estaba perdido, y estaremos siempre esperando nuestro diploma de agradecimiento...
viernes, 17 de enero de 2014
"Porque todo el mundo lo hace..."
Uno de los criterios que se ha ido erigiendo erróneamente en la vida moral de los hombres es el de la estadística. "Cada vez son más los que lo aceptan", "Como todo el mundo lo hace", "Ya nadie lo ve con malos ojos"... Son los dictámenes de muchas conciencias maleadas con este criterio. Según esto, el bien sería mutable, y lo que antes era malo ahora puede ser bueno. Y al contrario, lo que antes era bueno, ahora puede ser malo... Las conciencias serían como una veleta, que se inclinaría hacia donde lo lleve la fuerza del viento... Serían los tiempos y las modas los que dictarían la bondad o la maldad de los actos, y las conciencias que no están muy sólidas se adaptarían, así, a los "nuevos tiempos"...
En esta "dictadura de las épocas" estaríamos cayendo siempre los hombres. No es nada nuevo que esto suceda, por cuanto el criterio de la estadística ha pesado muchísimo en todas las épocas. Pero si este fuera el criterio moral válido, estaríamos en un continuo vaivén moral, dependiendo de los acentos que se pongan en cada momento.A esto se suma la poca importancia que dan los hombres a la formación de la conciencia, pues la prioridad entre los conceptos la tendrían, no la bondad o maldad intrínsecas de los actos, sino la conveniencia, la aceptación global o el placer que producen... Las cosas ya no se consideran buenas o malas, sino placenteras, aceptadas por todos o convenientes...
A este respecto debemos afirmar que, en general, esta afirmación es, cuanto menos, peligrosa. En la vida moral hay cuestiones esenciales, hay cuestiones importantes y hay cuestiones accidentales. Las esenciales son inmutables por definición. Nunca será bueno algo que es intrínsecamente malo, aunque las estadísticas destaquen su aceptación o se generalice porque gusta... Por ejemplo, el respeto y la promoción y defensa de la Vida jamás podrá supeditarse a una conveniencia personal o grupal, a una generalización de la práctica del aborto o de la eutanasia -aunque las leyes humanas lo permitan- o al disfraz de su defensa o promoción cuando en realidad se le está manipulando en la obsesión humana de hacerse como Dios... Los ataques a la Vida, vengan de donde vengan, persigan el fin que persigan, serán siempre moralmente inaceptables. Otra cosa es la valoración de hechos menos esenciales o accidentales, en los que el criterio a tomar en cuenta es la continuidad o al menos no contrariedad con la voluntad divina...
En efecto, muchos hombres de hoy han dejado dormir su conciencia con el soporífero de la multitud o del placer. Las conciencias anestesiadas ha permitido que la dictadura de la inmoralidad o la amoralidad se vaya irguiendo y dominando. Simplemente se pliegan a lo que está de moda, para no dar la impresión de estar "fuera de lugar", de no "descuadrar", en medio de un grupo social en el que desarrollan su vida. Nadie quiere ser un "bicho raro" y lo darían todo por ser aceptados o tolerados en su grupo. Por ello claudican y en ocasiones traicionan su propia conciencia... Es una tentación continua que tenemos los hombres. Al parecer se valora más ser incluidos en un grupo, sin importar a qué precio, que permanecer fieles a la propia conciencia y tener la serenidad que da el saber comportarse y actuar coherentemente con lo que se cree y lo que se valora personalmente...
Israel cayó en esa tentación. A Samuel le pidió que les nombrara un Rey: "Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones". El criterio era sencillamente, "porque todos lo hacen"... "Como se hace en todas las naciones". No importa si es bueno o malo, sino que "lo hace todo el mundo"... Samuel puso sobreaviso, de parte de Dios, al pueblo, respecto a lo que eso implicaría para Israel y sus pobladores: "Estos son los derechos del rey que los regirá: A los hijos de ustedes los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A las hijas de ustedes se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras. Sus campos, viñas y los mejores olivares, se los quitará a ustedes para dárselos a sus ministros. De su grano y sus viñas, les exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A los criados y criadas de ustedes, y a sus mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De sus rebaños les exigirá diezmos. ¡Y ustedes mismos serán sus esclavos! Entonces gritarán contra el rey que se eligieron, pero Dios no les responderá"... La situación de opresión a la que será sometido Israel por la figura de un Rey es terrible, según se las presenta Samuel... Israel le respondió a Samuel: "No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos"... "Como todo el mundo lo hace..."
Para Israel no importaba que con este gesto estaba prácticamente rechazando a Dios como su único Rey. Así lo reconoce el mismo Yahvé, al sentir el rechazo al que estaba siendo sometido por el pueblo: "Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey". Israel prefirió el yugo de un rey humano, que la mano suave del Rey Yahvé... Es la historia de la humanidad...
¡Cuántos prefieren el yugo de su propio ego, de quien ejerce el poder, de los placeres, de las cosas, por encima de Dios! ¡Cuántos no "venden su primogenitura" por un plato de lentejas! ¡Cuántos hombres, en aras de una supuesta libertad, y para "ser igual que todo el mundo", no expulsan a Dios de su vida, y con Él expulsan al amor, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la verdad...! ¡Cuántos, al expulsar a Dios, no dejan lugar más que a las cadenas que los oprimirán y los ahogarán hasta dejarlos sin aliento de vida, perdiendo lo más valioso que existe, que es su propia vida de felicidad, de serenidad, de paz! ¡Y todo por un criterio tan banal y tan fútil como el "porque todos los hacen así"!
Tenemos que rescatar nuestra conciencia. Tenemos que rescatarnos a nosotros mismos. Tenemos que salir del secuestro en el que nos hemos metido nosotros mismos, colocando nuestros buenos y sólidos criterios morales en la cuerda floja, sólo por una cuestión de moda, de gustos o de estadística. Vale más la pena ser hombre que ser borrego. Ser del rebaño de Jesús no nos quita nuestra personalidad. Y esa personalidad se sustenta en la posesión de una conciencia que me una más a Él y a su amor. Ser del rebaño de Jesús no es dejar de ser yo mismo. Ser del rebaño de Jesús es ser de tal manera yo mismo, que decido colocarme en las manos de Jesús plenamente para que Él haga de mi vida lo mejor que yo mismo tenga...
En esta "dictadura de las épocas" estaríamos cayendo siempre los hombres. No es nada nuevo que esto suceda, por cuanto el criterio de la estadística ha pesado muchísimo en todas las épocas. Pero si este fuera el criterio moral válido, estaríamos en un continuo vaivén moral, dependiendo de los acentos que se pongan en cada momento.A esto se suma la poca importancia que dan los hombres a la formación de la conciencia, pues la prioridad entre los conceptos la tendrían, no la bondad o maldad intrínsecas de los actos, sino la conveniencia, la aceptación global o el placer que producen... Las cosas ya no se consideran buenas o malas, sino placenteras, aceptadas por todos o convenientes...
A este respecto debemos afirmar que, en general, esta afirmación es, cuanto menos, peligrosa. En la vida moral hay cuestiones esenciales, hay cuestiones importantes y hay cuestiones accidentales. Las esenciales son inmutables por definición. Nunca será bueno algo que es intrínsecamente malo, aunque las estadísticas destaquen su aceptación o se generalice porque gusta... Por ejemplo, el respeto y la promoción y defensa de la Vida jamás podrá supeditarse a una conveniencia personal o grupal, a una generalización de la práctica del aborto o de la eutanasia -aunque las leyes humanas lo permitan- o al disfraz de su defensa o promoción cuando en realidad se le está manipulando en la obsesión humana de hacerse como Dios... Los ataques a la Vida, vengan de donde vengan, persigan el fin que persigan, serán siempre moralmente inaceptables. Otra cosa es la valoración de hechos menos esenciales o accidentales, en los que el criterio a tomar en cuenta es la continuidad o al menos no contrariedad con la voluntad divina...
En efecto, muchos hombres de hoy han dejado dormir su conciencia con el soporífero de la multitud o del placer. Las conciencias anestesiadas ha permitido que la dictadura de la inmoralidad o la amoralidad se vaya irguiendo y dominando. Simplemente se pliegan a lo que está de moda, para no dar la impresión de estar "fuera de lugar", de no "descuadrar", en medio de un grupo social en el que desarrollan su vida. Nadie quiere ser un "bicho raro" y lo darían todo por ser aceptados o tolerados en su grupo. Por ello claudican y en ocasiones traicionan su propia conciencia... Es una tentación continua que tenemos los hombres. Al parecer se valora más ser incluidos en un grupo, sin importar a qué precio, que permanecer fieles a la propia conciencia y tener la serenidad que da el saber comportarse y actuar coherentemente con lo que se cree y lo que se valora personalmente...
Israel cayó en esa tentación. A Samuel le pidió que les nombrara un Rey: "Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones". El criterio era sencillamente, "porque todos lo hacen"... "Como se hace en todas las naciones". No importa si es bueno o malo, sino que "lo hace todo el mundo"... Samuel puso sobreaviso, de parte de Dios, al pueblo, respecto a lo que eso implicaría para Israel y sus pobladores: "Estos son los derechos del rey que los regirá: A los hijos de ustedes los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A las hijas de ustedes se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras. Sus campos, viñas y los mejores olivares, se los quitará a ustedes para dárselos a sus ministros. De su grano y sus viñas, les exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A los criados y criadas de ustedes, y a sus mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De sus rebaños les exigirá diezmos. ¡Y ustedes mismos serán sus esclavos! Entonces gritarán contra el rey que se eligieron, pero Dios no les responderá"... La situación de opresión a la que será sometido Israel por la figura de un Rey es terrible, según se las presenta Samuel... Israel le respondió a Samuel: "No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos"... "Como todo el mundo lo hace..."
Para Israel no importaba que con este gesto estaba prácticamente rechazando a Dios como su único Rey. Así lo reconoce el mismo Yahvé, al sentir el rechazo al que estaba siendo sometido por el pueblo: "Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey". Israel prefirió el yugo de un rey humano, que la mano suave del Rey Yahvé... Es la historia de la humanidad...
¡Cuántos prefieren el yugo de su propio ego, de quien ejerce el poder, de los placeres, de las cosas, por encima de Dios! ¡Cuántos no "venden su primogenitura" por un plato de lentejas! ¡Cuántos hombres, en aras de una supuesta libertad, y para "ser igual que todo el mundo", no expulsan a Dios de su vida, y con Él expulsan al amor, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la verdad...! ¡Cuántos, al expulsar a Dios, no dejan lugar más que a las cadenas que los oprimirán y los ahogarán hasta dejarlos sin aliento de vida, perdiendo lo más valioso que existe, que es su propia vida de felicidad, de serenidad, de paz! ¡Y todo por un criterio tan banal y tan fútil como el "porque todos los hacen así"!
Tenemos que rescatar nuestra conciencia. Tenemos que rescatarnos a nosotros mismos. Tenemos que salir del secuestro en el que nos hemos metido nosotros mismos, colocando nuestros buenos y sólidos criterios morales en la cuerda floja, sólo por una cuestión de moda, de gustos o de estadística. Vale más la pena ser hombre que ser borrego. Ser del rebaño de Jesús no nos quita nuestra personalidad. Y esa personalidad se sustenta en la posesión de una conciencia que me una más a Él y a su amor. Ser del rebaño de Jesús no es dejar de ser yo mismo. Ser del rebaño de Jesús es ser de tal manera yo mismo, que decido colocarme en las manos de Jesús plenamente para que Él haga de mi vida lo mejor que yo mismo tenga...
jueves, 16 de enero de 2014
A todo el hombre y a todos los hombres
La obra de Jesús busca salvar al hombre integral. Es para el hombre todo, y es para todos los hombres. El amor del cual Jesús es instrumento y que lo define esencialmente, no puede ser de ninguna manera parcelado. En el amor no hay exclusión de nadie ni de nada. Incluso a lo que está en la oscuridad el amor lo quiere iluminar. Y a quien ya está iluminado, lo quiere seguir iluminando... Por eso Jesús, que es la Luz que alumbra a las naciones, va por su camino iluminando, amando, sanando, curando... No hace distinción de nadie. Cuando se afirma que se ama, nadie puede quedar fuera de ese amor. El mismo Jesús ha dicho: "El sol sale para todos, para justos e injustos, para buenos y malos". Más aún, en la dinámica del amor se debe entender que quiere iluminar más a quien más lo necesita...
En los movimientos del amor, quien mejor nos enseña es Jesús. Y el amor de Cristo es sanador, es curativo. Él mismo lo ha dicho: "No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos". Si hay algo que explica la venida del Verbo en carne humana, es precisamente la necesidad de ese amor en el hombre pecador. Si no hubiera habido pecado, no hubiera habido necesidad de la Encarnación. Antes del pecado, la presencia de Dios en el mundo era algo "natural". Recordemos que Yahvé venía al atardecer al Edén para tener unas buenas conversaciones con sus amigos Adán y Eva. Esa presencia fue borrada por el acontecimiento del pecado, cuando los hombres decidieron desobedecer a Dios, porque querían ser "como dioses". Desde ese momento Dios fue "expulsado" del mundo y de la vida del hombre...
Es el empeño del mismo Dios el que hace que se "inaugurara" una historia de salvación, en la que el mismo Dios buscaba poner remedio a la infidelidad de los hombres para poder estar de nuevo "naturalmente" entre ellos. El Protoevangelio del Génesis -"Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya... Un descendiente de ella te pisará la cabeza"-, marca el inicio de la intención divina de rescatar al hombre y de restaurar las buenas relaciones que existían. No se iba a quedar Dios de brazos cruzados viendo que aquél al que había creado desde lo más profundo de su amor, y sobre quien quería derramar toda su ternura, la primera que derramaba sobre alguien distinto de Él, estuviera fuera de su alcance... La historia de salvación está en continuidad con el poder y con el amor de Dios. Como es Todopoderoso puede restaurarlo todo de nuevo y volverlo a colocar en el orden primigenio. Y como es Todoamoroso hará todo lo que le indique el amor, todo lo que sea necesario para hacerle entender al hombre que no es bueno para él mantenerse lejos de su origen y de su providencia. Y si en eso se le debe ir la vida, lo hará asumiendo la naturaleza que puede morir para demostrar ese amor infinito...
En ese gesto amoroso y poderoso queda resumido todo lo que Dios y su amor quiere hacer por todo el hombre y por todos los hombres. Así fue anunciado por todos los profetas, que recibían las inspiraciones divinas para que las fueran transmitiendo a los hombres. Ese Mesías Redentor venía "a anunciar la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo; a dar la vista a los ciegos; a anunciar el año de gracia del Señor". El Siervo de Yahvé aprenderá "sufriendo a obedecer", "no apagará la mecha humeante ni quebrará la rama cascada", "tomará sobre sus hombros todas nuestras infidelidades". Sufrirá el desprecio de todos, será abofeteado, escupido, golpeado... Y al final, "por sus llagas habremos sido curados"... Es una mezcla de gesta heroica y de sufrimiento extremo. El Mesías será el Rey, la Luz, el Poderoso, el Liberador... Pero a la vez será ese Siervo sufriente que entrega su vida para que nosotros la recuperemos...
Y así, en efecto, es. El poder del Mesías será un poder divino, por lo tanto, infinito.Con su obra realizará la nueva creación en la cual todo vuelve a su gloria original. Pero lo hará en la demostración más evidente de debilidad. Una debilidad asumida voluntariamente -"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"-, con la cual demostrará el máximo poder. Esa debilidad que tiene su manifestación más rotunda en la muerte por martirio de ninguna manera es tal, pues en ella no es vencido Jesús, sino el mismo pecado, la misma muerte. Con la muerte de Cristo mueren el pecado y la muerte. Y ello queda portentosamente demostrado con su resurgimiento victorioso de la oscuridad y la soledad del sepulcro...
La victoria de Jesús es para todo y para todos. El hombre corporal y espiritual es restituido. Son curadas sus enfermedades -"Quiero, queda limpio"- y es limpiada también su alma -"Tus pecados quedan perdonados". "Porque ha demostrado tanto amor, perdonados son todos sus pecados"-. Y es para todos los hombres -"Tengo que ir a otras ovejas que no son de este redil". Es "la Luz que alumbra a todas las naciones"-. Porque Dios ama, nadie queda fuera. Son todos los hombres los que vienen a ser salvados. Y es todo el hombre -alma y cuerpo- el que es rescatado. Jesús es el Salvador de la humanidad que tiene muy clara su misión. Es una misión de amor, de salvación integral, en la cual no puede nadie quedar fuera. Lo exige el mismo amor, pues el amor jamás es excluyente. Excluir, en el amor, es matar al amor... Amar es incluir a todos en el corazón, lo cual lo expande más y hace que puedan entrar más. Y así es el corazón de Dios...
En los movimientos del amor, quien mejor nos enseña es Jesús. Y el amor de Cristo es sanador, es curativo. Él mismo lo ha dicho: "No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos". Si hay algo que explica la venida del Verbo en carne humana, es precisamente la necesidad de ese amor en el hombre pecador. Si no hubiera habido pecado, no hubiera habido necesidad de la Encarnación. Antes del pecado, la presencia de Dios en el mundo era algo "natural". Recordemos que Yahvé venía al atardecer al Edén para tener unas buenas conversaciones con sus amigos Adán y Eva. Esa presencia fue borrada por el acontecimiento del pecado, cuando los hombres decidieron desobedecer a Dios, porque querían ser "como dioses". Desde ese momento Dios fue "expulsado" del mundo y de la vida del hombre...
Es el empeño del mismo Dios el que hace que se "inaugurara" una historia de salvación, en la que el mismo Dios buscaba poner remedio a la infidelidad de los hombres para poder estar de nuevo "naturalmente" entre ellos. El Protoevangelio del Génesis -"Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya... Un descendiente de ella te pisará la cabeza"-, marca el inicio de la intención divina de rescatar al hombre y de restaurar las buenas relaciones que existían. No se iba a quedar Dios de brazos cruzados viendo que aquél al que había creado desde lo más profundo de su amor, y sobre quien quería derramar toda su ternura, la primera que derramaba sobre alguien distinto de Él, estuviera fuera de su alcance... La historia de salvación está en continuidad con el poder y con el amor de Dios. Como es Todopoderoso puede restaurarlo todo de nuevo y volverlo a colocar en el orden primigenio. Y como es Todoamoroso hará todo lo que le indique el amor, todo lo que sea necesario para hacerle entender al hombre que no es bueno para él mantenerse lejos de su origen y de su providencia. Y si en eso se le debe ir la vida, lo hará asumiendo la naturaleza que puede morir para demostrar ese amor infinito...
En ese gesto amoroso y poderoso queda resumido todo lo que Dios y su amor quiere hacer por todo el hombre y por todos los hombres. Así fue anunciado por todos los profetas, que recibían las inspiraciones divinas para que las fueran transmitiendo a los hombres. Ese Mesías Redentor venía "a anunciar la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo; a dar la vista a los ciegos; a anunciar el año de gracia del Señor". El Siervo de Yahvé aprenderá "sufriendo a obedecer", "no apagará la mecha humeante ni quebrará la rama cascada", "tomará sobre sus hombros todas nuestras infidelidades". Sufrirá el desprecio de todos, será abofeteado, escupido, golpeado... Y al final, "por sus llagas habremos sido curados"... Es una mezcla de gesta heroica y de sufrimiento extremo. El Mesías será el Rey, la Luz, el Poderoso, el Liberador... Pero a la vez será ese Siervo sufriente que entrega su vida para que nosotros la recuperemos...
Y así, en efecto, es. El poder del Mesías será un poder divino, por lo tanto, infinito.Con su obra realizará la nueva creación en la cual todo vuelve a su gloria original. Pero lo hará en la demostración más evidente de debilidad. Una debilidad asumida voluntariamente -"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"-, con la cual demostrará el máximo poder. Esa debilidad que tiene su manifestación más rotunda en la muerte por martirio de ninguna manera es tal, pues en ella no es vencido Jesús, sino el mismo pecado, la misma muerte. Con la muerte de Cristo mueren el pecado y la muerte. Y ello queda portentosamente demostrado con su resurgimiento victorioso de la oscuridad y la soledad del sepulcro...
La victoria de Jesús es para todo y para todos. El hombre corporal y espiritual es restituido. Son curadas sus enfermedades -"Quiero, queda limpio"- y es limpiada también su alma -"Tus pecados quedan perdonados". "Porque ha demostrado tanto amor, perdonados son todos sus pecados"-. Y es para todos los hombres -"Tengo que ir a otras ovejas que no son de este redil". Es "la Luz que alumbra a todas las naciones"-. Porque Dios ama, nadie queda fuera. Son todos los hombres los que vienen a ser salvados. Y es todo el hombre -alma y cuerpo- el que es rescatado. Jesús es el Salvador de la humanidad que tiene muy clara su misión. Es una misión de amor, de salvación integral, en la cual no puede nadie quedar fuera. Lo exige el mismo amor, pues el amor jamás es excluyente. Excluir, en el amor, es matar al amor... Amar es incluir a todos en el corazón, lo cual lo expande más y hace que puedan entrar más. Y así es el corazón de Dios...
miércoles, 15 de enero de 2014
Todo el mundo te busca...
El mejor resumen de la figura de Jesús, de su mensaje y de su obra, es el que nos dan los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro, en su conversación con Cornelio, dice. "Jesús de Nazaret... pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él". Él mismo hace el resumen de lo que debe hacer misión encomendada por el Padre y aceptada voluntariamente por Él: "Para eso he venido"... Es la confirmación de lo que eternamente dice el Verbo de Dios ante el Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".
La venida del Hijo del Hombre se explica sólo desde la perspectiva del pecado. Porque el hombre le dio la espalda a Dios prácticamente en el inicio de su existencia, queriendo "hacerse como un dios", el mismo ofendido, Yahvé, anuncia la venida de aquel personaje que "pisará la cabeza de la serpiente". La historia de la salvación es, de esa manera, historia de rescate del hombre, que se puso de espaldas al amor y prefirió vivir en el odio y en el vacío de la ausencia de Dios. Jesús pasa haciendo el bien no sólo porque logra romper la dinámica de la separación del hombre en referencia a Dios, sino porque en cada obra que emprendió no hizo otra cosa que gritarle al hombre el amor de Dios y su añoranza por tenerlo a su lado de nuevo... La obra de rescate que Jesús emprende no se refiere sólo a lo espiritual, pues siendo esa la raíz, las consecuencia son globales. El hombre quedó roto interiormente por el pecado, pero esa rotura tuvo consecuencias en todo lo que él vivía. Era necesario restaurarlo todo, desde la raíz, pero también en todas sus consecuencias...
La obra de Redención es una obra impresionante. No sólo por lo que se refiere a demostración de poder de parte de Dios, que es inmensamente grande, más aún, infinito. Redimir en este caso significa re-crear. Es decir, crear de nuevo. Si Dios hizo acopio de ese poder infinito en la creación primera, que hizo surgir todo de la nada -una nada objetivamente neutra, ni mala ni buena-, ahora toca demostrar aún más poder, pues aquello que había pasado de la nada a la existencia positiva, ahora debe pasar de la existencia negativa -abismo en el que se había caído por el pecado-, a la existencia positiva de nuevo, pero ésta, ahora, glorificada, superior... El salto cualitativo es inmensamente superior. Al inicio había pasado de lo neutro a lo positivo. La nueva creación lo hará pasar de lo terriblemente negativo a lo gloriosamente positivo...
Pero a lo impresionante que es la Nueva Creación por la Redención en cuanto demostración portentosa de poder divino, se añade algo que toca más interiormente al hombre, en una vivencia entrañable, que lo hace sentir no una "cosa" que se rescata, sino un "ser amado", por el cual el mismísimo Dios considera que vale la pena hacer lo que sea necesario, sea lo que sea, para rescatarlo y tenerlo de nuevo a su lado. No medirá Dios esfuerzos, acciones, consecuencias. La finalidad es únicamente la de tener de nuevo a quien ama consigo, al que es predilecto en su corazón, aquél que fue la causa última por la cual fue capaz de desplegar todo su inmenso poder y demostrar su infinita gloria...
La obra de la Redención, de esta manera, no se entiende sólo como un despliegue de poder infinito, sino como un volcamiento total del amor de parte de Dios hacia el hombre. Entenderlo sólo como obra de poder puede hacernos caer en el error de entenderla sólo como una "acción burocrática" del Dios que podía hacerlo porque es todopoderoso, sin mayor implicación personal... En cambio, entenderla como obra del amor divino es colocarse en el ámbito del corazón divino que se derrite de amor por el hombre y por el cual es capaz de llegar a lo que sea... Por eso, en los días de Jesús, el amor de Dios es demostrado con tanta intensidad. Jesús "pasó haciendo el bien" para que entendiéramos que Dios lo da todo, hace todo, llega a lo que haya que llegar, para rescatarnos, porque nos ama infinitamente. Dios, literalmente, "se vuelve loco de amor" por nosotros...
Contemplar este misterio de amor y dejarse invadir, imbuyéndose en la dulzura del Dios que se abaja al máximo, es una experiencia realmente entrañable. Es nadar en el misterio más profundo pero más a la mano del Dios del Amor. Es sentirse privilegiado por estar en un lugar de primer orden en el corazón amoroso de Dios, escondido, resguardado, sorbiendo las mieles más dulces de ese amor. Por eso San Agustín, arrebatado en la contemplación de este misterio tan profundo y tan a la mano del Amor de Dios, no pudo contenerse y afirmó: "Feliz culpa la que nos mereció tal Redentor". Es impresionante... Dar gracias por el pecado, pues sin él, la historia de Jesús no se hubiera presentado nunca ante nosotros. Tuvo que existir el pecado para que se hiciera presente el Verbo, encarnado en el vientre precioso de la Virgen María. Y por esa encarnación sabemos del amor de Dios que se hizo carne, y por eso curó enfermos, expulsó demonios, multiplicó los panes, miró con amor tierno a la mujer adúltera, lloró por Lázaro, se condolió de la viuda de Naim a la que se había muerto su único hijo, se erizó con el gesto de la mujer pobre que echó todo lo que tenía para vivir en el cepillo del templo, rió cuando tenía todos los niños a su alrededor... Por eso lo vemos cargar con la Cruz y sufrir lo indecible, pues "por sus llagas hemos sido curados". Por eso lo podemos ver inerme en la Cruz, habiendo entregado su espíritu al Padre para satisfacer por el pecado que nosotros habíamos cometido y no Él, pues no tenía ninguna culpa... Y por eso lo vemos glorioso surgiendo del sepulcro, para refrendar con esa gloria su obra de Redención y su amor entrañable e infinito por toda la humanidad...
"Pasó haciendo el bien", no hay duda... Y por eso, en su tiempo, habiendo experimentado ese amor todopoderoso y todoentrañable, la gente lo seguía, buscándolo para recibir algún gesto de amor. "Todo el mundo te busca", le dicen los apóstoles. La gente estaba ávida del amor. Y al haberlo conseguido en Jesús, no querían perderse ni una sola gota de ese amor... ¡Cuánto amor añora el hombre de hoy!¡Cuánta sed de dulzura, de ternura, existe hoy entre nosotros! Y tenemos a Jesús, que sigue dispuesto a ser quien sacie esa sed y nos colme de todo el amor que necesitamos. No hay mucho que buscar. Sólo mirar a Jesús que camina a nuestro lado, que está ahí, dispuesto. Contemplar la imagen de ese amor descuartizado en la Cruz, sin nada más que el interés de que lo sintamos, de que abramos nuestro corazón para recibirlo... Es el Dios del Amor, que es Amor para nosotros. Ojalá entendamos que basta con acercarse simplemente y decirle: "Aquí estoy yo, Señor... Lléname de tu amor infinito, pues me hace muchísima falta hoy y siempre..."
La venida del Hijo del Hombre se explica sólo desde la perspectiva del pecado. Porque el hombre le dio la espalda a Dios prácticamente en el inicio de su existencia, queriendo "hacerse como un dios", el mismo ofendido, Yahvé, anuncia la venida de aquel personaje que "pisará la cabeza de la serpiente". La historia de la salvación es, de esa manera, historia de rescate del hombre, que se puso de espaldas al amor y prefirió vivir en el odio y en el vacío de la ausencia de Dios. Jesús pasa haciendo el bien no sólo porque logra romper la dinámica de la separación del hombre en referencia a Dios, sino porque en cada obra que emprendió no hizo otra cosa que gritarle al hombre el amor de Dios y su añoranza por tenerlo a su lado de nuevo... La obra de rescate que Jesús emprende no se refiere sólo a lo espiritual, pues siendo esa la raíz, las consecuencia son globales. El hombre quedó roto interiormente por el pecado, pero esa rotura tuvo consecuencias en todo lo que él vivía. Era necesario restaurarlo todo, desde la raíz, pero también en todas sus consecuencias...
La obra de Redención es una obra impresionante. No sólo por lo que se refiere a demostración de poder de parte de Dios, que es inmensamente grande, más aún, infinito. Redimir en este caso significa re-crear. Es decir, crear de nuevo. Si Dios hizo acopio de ese poder infinito en la creación primera, que hizo surgir todo de la nada -una nada objetivamente neutra, ni mala ni buena-, ahora toca demostrar aún más poder, pues aquello que había pasado de la nada a la existencia positiva, ahora debe pasar de la existencia negativa -abismo en el que se había caído por el pecado-, a la existencia positiva de nuevo, pero ésta, ahora, glorificada, superior... El salto cualitativo es inmensamente superior. Al inicio había pasado de lo neutro a lo positivo. La nueva creación lo hará pasar de lo terriblemente negativo a lo gloriosamente positivo...
Pero a lo impresionante que es la Nueva Creación por la Redención en cuanto demostración portentosa de poder divino, se añade algo que toca más interiormente al hombre, en una vivencia entrañable, que lo hace sentir no una "cosa" que se rescata, sino un "ser amado", por el cual el mismísimo Dios considera que vale la pena hacer lo que sea necesario, sea lo que sea, para rescatarlo y tenerlo de nuevo a su lado. No medirá Dios esfuerzos, acciones, consecuencias. La finalidad es únicamente la de tener de nuevo a quien ama consigo, al que es predilecto en su corazón, aquél que fue la causa última por la cual fue capaz de desplegar todo su inmenso poder y demostrar su infinita gloria...
La obra de la Redención, de esta manera, no se entiende sólo como un despliegue de poder infinito, sino como un volcamiento total del amor de parte de Dios hacia el hombre. Entenderlo sólo como obra de poder puede hacernos caer en el error de entenderla sólo como una "acción burocrática" del Dios que podía hacerlo porque es todopoderoso, sin mayor implicación personal... En cambio, entenderla como obra del amor divino es colocarse en el ámbito del corazón divino que se derrite de amor por el hombre y por el cual es capaz de llegar a lo que sea... Por eso, en los días de Jesús, el amor de Dios es demostrado con tanta intensidad. Jesús "pasó haciendo el bien" para que entendiéramos que Dios lo da todo, hace todo, llega a lo que haya que llegar, para rescatarnos, porque nos ama infinitamente. Dios, literalmente, "se vuelve loco de amor" por nosotros...
Contemplar este misterio de amor y dejarse invadir, imbuyéndose en la dulzura del Dios que se abaja al máximo, es una experiencia realmente entrañable. Es nadar en el misterio más profundo pero más a la mano del Dios del Amor. Es sentirse privilegiado por estar en un lugar de primer orden en el corazón amoroso de Dios, escondido, resguardado, sorbiendo las mieles más dulces de ese amor. Por eso San Agustín, arrebatado en la contemplación de este misterio tan profundo y tan a la mano del Amor de Dios, no pudo contenerse y afirmó: "Feliz culpa la que nos mereció tal Redentor". Es impresionante... Dar gracias por el pecado, pues sin él, la historia de Jesús no se hubiera presentado nunca ante nosotros. Tuvo que existir el pecado para que se hiciera presente el Verbo, encarnado en el vientre precioso de la Virgen María. Y por esa encarnación sabemos del amor de Dios que se hizo carne, y por eso curó enfermos, expulsó demonios, multiplicó los panes, miró con amor tierno a la mujer adúltera, lloró por Lázaro, se condolió de la viuda de Naim a la que se había muerto su único hijo, se erizó con el gesto de la mujer pobre que echó todo lo que tenía para vivir en el cepillo del templo, rió cuando tenía todos los niños a su alrededor... Por eso lo vemos cargar con la Cruz y sufrir lo indecible, pues "por sus llagas hemos sido curados". Por eso lo podemos ver inerme en la Cruz, habiendo entregado su espíritu al Padre para satisfacer por el pecado que nosotros habíamos cometido y no Él, pues no tenía ninguna culpa... Y por eso lo vemos glorioso surgiendo del sepulcro, para refrendar con esa gloria su obra de Redención y su amor entrañable e infinito por toda la humanidad...
"Pasó haciendo el bien", no hay duda... Y por eso, en su tiempo, habiendo experimentado ese amor todopoderoso y todoentrañable, la gente lo seguía, buscándolo para recibir algún gesto de amor. "Todo el mundo te busca", le dicen los apóstoles. La gente estaba ávida del amor. Y al haberlo conseguido en Jesús, no querían perderse ni una sola gota de ese amor... ¡Cuánto amor añora el hombre de hoy!¡Cuánta sed de dulzura, de ternura, existe hoy entre nosotros! Y tenemos a Jesús, que sigue dispuesto a ser quien sacie esa sed y nos colme de todo el amor que necesitamos. No hay mucho que buscar. Sólo mirar a Jesús que camina a nuestro lado, que está ahí, dispuesto. Contemplar la imagen de ese amor descuartizado en la Cruz, sin nada más que el interés de que lo sintamos, de que abramos nuestro corazón para recibirlo... Es el Dios del Amor, que es Amor para nosotros. Ojalá entendamos que basta con acercarse simplemente y decirle: "Aquí estoy yo, Señor... Lléname de tu amor infinito, pues me hace muchísima falta hoy y siempre..."
martes, 14 de enero de 2014
Sin coherencia no hay autoridad
Jesús rezumaba autoridad. Los oyentes, atentos a sus palabras, "se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad". Es muy interesante que ser hiciera esta observación, pues apenas está empezando su predicación pública, por lo cual no debían tener a la mano muchos elementos prácticos aún para llegar a esa conclusión. Simplemente era su presencia, su peso específico, el contenido de lo que enseñaba lo que era más llamativo... Y en la comparación quedan muy mal parados los letrados, es decir, los maestros de la ley judía. Quiere decir, realmente, que la gente sabía de quién provenía la doctrina verdadera y bien sustentada. Los letrados debían haber sido considerados unos engañadores de oficio, pues la gente ya no estaba bien dispuesta a seguirse dejando conducir como borregos por ellos... Añoraban que alguien les hablara con la autoridad moral con la que lo hacia Jesús...
En aquella época de Jesús, que era de espera, de expectativas, de añoranza, los corazones de la gente estaban ávidos de escuchar buenas noticias, pero no porque sonaran bien a los oídos, sino porque vinieran de alguien que de verdad infundiera confianza y solidez... Ya habían surgido muchos engañadores que obnubilaban a la gente con sus peroratas apocalípticas y con sus promesas de un bienestar que no terminaba de llegar. Habían surgido muchos "mesías", de todo tipo, desde los espiritualistas hasta los violentos, que habían arrastrado ya a muchos por rutas erradas que no los conducían a nada bueno... Pero como era época de espera, a todos los que iban surgiendo la gente empezaba a escucharlos, con la esperanza de que alguno de ellos fuera un mensajero confiable... Y así, surgió Jesús. Un desconocido a toda regla, que empezaba a suscitar emociones nuevas, que tenía un mensaje distinto, que anunciaba un época de renovación absoluta, que afirmaba que ya el Reino de Dios estaba llegando y que esa llegada se sostenía en signos evidentes de auxilio a los más necesitados y a los más pobres, de consuelo a los que sufrían, de liberación a quienes estaban oprimidos y cautivos... Se percibía así que las palabras que Yahvé había dirigido a los israelitas en el pasado no se habían quedado vacías, sino que se vislumbraba ahora el momento de su cumplimiento...
Jesús hablaba como quien tiene autoridad. Y así mismo actuaba. Al espíritu inmundo que oprimía al hombre en la sinagoga le ordena: "Cállate y sal de él", y éste "lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió". La palabra de autoridad de Jesús se sustentaba en una obra que era maravillosa y que dejaba a todos sorprendidos. "Todos se preguntaron estupefactos: '¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen'". Las palabras de Jesús no buscaban simplemente endulzar mentes o corazones, sino que buscaban encaminar a los hombres a la compresión de un mensaje de salvación que convocara a todos, y por eso, se sustentaba sólidamente en obras que confirmaban todo lo que decía. Era lo que les faltaba a los letrados y fariseos del tiempo... Unas obras que hablaran por ellos, que reafirmaran sus enseñanzas, que descubrieran la coherencia de todo lo que decían...
Parecería que la historia se repite continuamente. Pudiéramos afirmar que hoy estamos llenos de "letrados" que se empeñan en conquistar a la gente con sólo palabras hermosas, con promesas vanas, con idealismos estériles que no florecen ni fructifican... Para muchos la palabra de convierte en el arma que mejor empuñan para mejor dominar a los débiles. Son muchísimos los pueblos que añoran una situación diferente a la que viven,y que está plagada de opresión, de humillación, de pobreza extrema, de injusticia, de violencia, de exclusión, de división. Las añoranzas de una situación mejor se multiplican, y la expectativa ya casi desesperada de muchos se convierte en caldo de cultivo para que los nuevos "letrados" sigan haciendo de las suyas, al igual que en el tiempo de Jesús...
Pero llega el tiempo en que la gente se dará cuenta de que esos "letrados" no son sino simples engañadores, aprovechadores de una situación que los favorece. Que sus palabras no son más que el recubrimiento que ellos mismos ponen para ocultar su verdadera finalidad de mantener una situación así para poder tener campo de acción y de dominio casi esclavizante de las gentes. Son los supuestos "líderes" que se erigen como libertadores de los oprimidos, pero que no hacen sino defender con un discurso de doble cara sus propios intereses, con la finalidad de mantener la situación que los favorece en sus pretensiones...
Cuando Jesús enseña con autoridad, esa autoridad la usa tanto para infundir convicciones profundas y esperanzas sólidas a la gente, como también para enfrentarse con los malos espíritus de quienes pretenden mantener azotado y sometido al pueblo sencillo y fiel. Esos son los suyos. Esos son los que Él viene a liberar de todas las opresiones, principalmente de aquellos que se disfrazan de buena gente para seguir manipulando a las masas que esperan a un Mesías realmente liberador... A todos esos espíritus les llegará el momento en que Jesús les gritará: "Espíritu inmundo, ¡sal de allí!" Y hará quedar al descubierto y desnudos a todos los que se quieren aprovechar de los suyos. Los oprimidos por los hombres no quedarán indefensos. Ha llegado Jesús, el Dios hecho hombre, que sale Él mismo en su defensa. Es quien tiene la autoridad. Y con esa autoridad hará lo que debe hacer. Se pondrá del lado del indigente, del sencillo, del humilde. Y se enfrentará a quienes les hagan daño. No puede existir mejor defensa que la del mismo Dios que es el aval de la felicidad y de la liberación de los más humildes...
En aquella época de Jesús, que era de espera, de expectativas, de añoranza, los corazones de la gente estaban ávidos de escuchar buenas noticias, pero no porque sonaran bien a los oídos, sino porque vinieran de alguien que de verdad infundiera confianza y solidez... Ya habían surgido muchos engañadores que obnubilaban a la gente con sus peroratas apocalípticas y con sus promesas de un bienestar que no terminaba de llegar. Habían surgido muchos "mesías", de todo tipo, desde los espiritualistas hasta los violentos, que habían arrastrado ya a muchos por rutas erradas que no los conducían a nada bueno... Pero como era época de espera, a todos los que iban surgiendo la gente empezaba a escucharlos, con la esperanza de que alguno de ellos fuera un mensajero confiable... Y así, surgió Jesús. Un desconocido a toda regla, que empezaba a suscitar emociones nuevas, que tenía un mensaje distinto, que anunciaba un época de renovación absoluta, que afirmaba que ya el Reino de Dios estaba llegando y que esa llegada se sostenía en signos evidentes de auxilio a los más necesitados y a los más pobres, de consuelo a los que sufrían, de liberación a quienes estaban oprimidos y cautivos... Se percibía así que las palabras que Yahvé había dirigido a los israelitas en el pasado no se habían quedado vacías, sino que se vislumbraba ahora el momento de su cumplimiento...
Jesús hablaba como quien tiene autoridad. Y así mismo actuaba. Al espíritu inmundo que oprimía al hombre en la sinagoga le ordena: "Cállate y sal de él", y éste "lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió". La palabra de autoridad de Jesús se sustentaba en una obra que era maravillosa y que dejaba a todos sorprendidos. "Todos se preguntaron estupefactos: '¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen'". Las palabras de Jesús no buscaban simplemente endulzar mentes o corazones, sino que buscaban encaminar a los hombres a la compresión de un mensaje de salvación que convocara a todos, y por eso, se sustentaba sólidamente en obras que confirmaban todo lo que decía. Era lo que les faltaba a los letrados y fariseos del tiempo... Unas obras que hablaran por ellos, que reafirmaran sus enseñanzas, que descubrieran la coherencia de todo lo que decían...
Parecería que la historia se repite continuamente. Pudiéramos afirmar que hoy estamos llenos de "letrados" que se empeñan en conquistar a la gente con sólo palabras hermosas, con promesas vanas, con idealismos estériles que no florecen ni fructifican... Para muchos la palabra de convierte en el arma que mejor empuñan para mejor dominar a los débiles. Son muchísimos los pueblos que añoran una situación diferente a la que viven,y que está plagada de opresión, de humillación, de pobreza extrema, de injusticia, de violencia, de exclusión, de división. Las añoranzas de una situación mejor se multiplican, y la expectativa ya casi desesperada de muchos se convierte en caldo de cultivo para que los nuevos "letrados" sigan haciendo de las suyas, al igual que en el tiempo de Jesús...
Pero llega el tiempo en que la gente se dará cuenta de que esos "letrados" no son sino simples engañadores, aprovechadores de una situación que los favorece. Que sus palabras no son más que el recubrimiento que ellos mismos ponen para ocultar su verdadera finalidad de mantener una situación así para poder tener campo de acción y de dominio casi esclavizante de las gentes. Son los supuestos "líderes" que se erigen como libertadores de los oprimidos, pero que no hacen sino defender con un discurso de doble cara sus propios intereses, con la finalidad de mantener la situación que los favorece en sus pretensiones...
Cuando Jesús enseña con autoridad, esa autoridad la usa tanto para infundir convicciones profundas y esperanzas sólidas a la gente, como también para enfrentarse con los malos espíritus de quienes pretenden mantener azotado y sometido al pueblo sencillo y fiel. Esos son los suyos. Esos son los que Él viene a liberar de todas las opresiones, principalmente de aquellos que se disfrazan de buena gente para seguir manipulando a las masas que esperan a un Mesías realmente liberador... A todos esos espíritus les llegará el momento en que Jesús les gritará: "Espíritu inmundo, ¡sal de allí!" Y hará quedar al descubierto y desnudos a todos los que se quieren aprovechar de los suyos. Los oprimidos por los hombres no quedarán indefensos. Ha llegado Jesús, el Dios hecho hombre, que sale Él mismo en su defensa. Es quien tiene la autoridad. Y con esa autoridad hará lo que debe hacer. Se pondrá del lado del indigente, del sencillo, del humilde. Y se enfrentará a quienes les hagan daño. No puede existir mejor defensa que la del mismo Dios que es el aval de la felicidad y de la liberación de los más humildes...
lunes, 13 de enero de 2014
Cristiano ahora, más tarde y siempre
El inicio del Tiempo Ordinario tiene las características propias de todo inicio: Se empieza desde cero, esbozando como un programa de lo que vendrá y que se irá desarrollando en el tiempo. No hay que pensar que por ser "ordinario" es común, sin importancia. Ciertamente los tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua son tiempos densos, en los cuales la liturgia se centra en los dos acontecimientos centrales de la fe cristiana: La Encarnación del Hijo de Dios y la Pascua de Cristo -su Pasión, Muerte y Resurrección-. Pero eso no quiere decir que en el Tiempo Ordinario no hay un peso específico que tiene que ser tomado en cuenta y que marca la vida normal de los cristianos. Es precisamente allí donde está su peso. En este tiempo, el cristiano demuestra que lo vivido en los tiempos fuertes y densos ha dado su fruto. Es en lo "cotidiano" de la vida ordinaria donde se da testimonio de lo que se ha recibido. Es en el día a día en que se da fe de lo que se cree...
Es normal que sea así, pues en cierto modo es "fácil" vivir la fe con intensidad cuando estamos sustentados en acontecimientos densos. El hecho de contemplar al Niño Dios en el pesebre, con lo cual se cumple la promesa del envío de un Redentor, y de adorarlo junto a los Pastorcitos y a los Reyes, es "natural". La Iglesia misma insiste mucho en su liturgia y en su labor de esos días en la necesidad de centrarnos en ese acontecimiento. La Semana Santa, con su preparación previa en la Cuaresma y su punto culminante en el Triduo Pascual, lógicamente tiene que ser vivida con mucha intensidad por cada cristiano, pues es ese el misterio que sustenta toda la fe que profesamos. Y por ello la Iglesia lo vive y lo hace vivir con la mayor seriedad y centralidad...
Lo "difícil" es que, en una situación de "normalidad", entendamos que nuestra fe debe ser mantenida en la misma intensidad, y quizá en una mayor exigencia, pues sin tener nada "especial" que la motive, debemos mantenerla a tope... Es el peligro que corremos siempre cuando no nos fijamos en lo medular, cuando vivimos los momentos densos como simples "espectáculos" y no como acontecimientos renovadores que transformen nuestra vida... Eso debe "notarse" siempre. La fe cristiana no se sustenta en un "show" de Navidad o de Semana Santa, sino en la renovación interior y en el compromiso que esos acontecimientos producen establemente en nuestras vidas. Por no haberlo asumido así, muchos viven su vida cristiana como vida de "operativos", que se profundiza en los momentos fuertes, y se afloja casi hasta el relajamiento total en los otros momentos...
Y hoy tenemos la clave de la vivencia de nuestra fe. Jesús inicia su predicación diciendo: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; conviértanse y crean la Buena Noticia"... Es el tiempo de la salvación. No es necesario que haya un show para que esto se sepa. La venida del Redentor es el inicio de todo lo nuevo, y hay que estar preparados para recibir toda esa renovación. Para nosotros, es un tiempo ya cumplido. Ya esa renovación está en camino. Ya hemos sido llamados a la conversión por Jesús y estamos en el camino de recibir todos sus frutos, si emprendemos el camino con ilusión. La obra redentora ya ha sido realizada. El Evangelio nos presenta el momento del inicio, en el cual Jesús empezaba ese anuncio apenas a unos cuantos. Hoy esa voz resuena fuerte y firme, diciéndonos a todos que ya la obra redentora fue cumplida, pero que tenemos necesidad de seguir el proceso de conversión. Esa conversión no es una meta, sino un camino en el cual todos debemos ir cada vez más adelante... Creer la Buena Noticia es para nosotros alegrarnos de saber que Dios nos ama infinitamente, que todo tiene la condición de novedad y de frescura que el acto redentor ha alcanzado para ello, que somos los hijos de Dios predilectos a los cuales nos ha regalado a su propio Hijo para que seamos salvados y rescatados de la muerte y de la oscuridad, que el sacrificio de Jesús nos ha hecho hermanos entre nosotros por lo cual ya no somos extraños ni extranjeros, sino miembros todos de la misma familia de la Iglesia de los redimidos... Se trata, por lo tanto, de vivir esta certeza en todo lo que vivimos, hoy, mañana y pasado, en cada momento, con la intensidad que lo experimentamos al vivir en la liturgia la celebración de los misterios principales...
Pero Jesús da un paso más... Se adelanta a la búsqueda de los "socios" que va a necesitar en este anuncio: "Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres"... Pudiendo hacer la obra por sí mismo -Él es Dios, y lo puede todo- quiere asociar a los mismos hombres en el rescate de sus hermanos. Es una voz que nos lanza a todos. Los convocados no son aún redimidos. Harán la obra para sí mismos y para los demás. Unirse a Jesús es alcanzar la redención para sí, y estar disponibles para lograrla para los hermanos. ¡Qué obra tan maravillosa la de alcanzar la propia redención uniéndose a Cristo para dársela también a los hermanos!
El Tiempo Ordinario nos invita a vivir la intensidad de lo que hemos disfrutado en los momentos densos de celebración. Es la oportunidad que se nos presenta en lo cotidiano de dar demostración de lo que hemos recibido y madurado en nuestras propias vidas de fe. Es el verdadero testimonio. Es muy fácil dar testimonio de la fe en los momentos en los que tenemos un motivo "grande". Lo difícil es hacerlo cuando no hay nada especial. Este es el Tiempo Ordinario. Es como el martirio "lento", en el cual se pugna por decir Sí a Dios en cada momento, en cada dolor, en cada tristeza, en cada alegría, en cada esperanza... Y podemos hacerlo, pues la obra redentora es para la vida cotidiana, no sólo para lo extraordinario. Cada segundo es vida redimida. Cada palabra es vida redimida. Cada gesto es vida redimida. No cometamos el error de separar nuestra vida cotidiana de la vida que debemos demostrar que tenemos, sabiéndonos redimidos por el amor de Jesús...
Es normal que sea así, pues en cierto modo es "fácil" vivir la fe con intensidad cuando estamos sustentados en acontecimientos densos. El hecho de contemplar al Niño Dios en el pesebre, con lo cual se cumple la promesa del envío de un Redentor, y de adorarlo junto a los Pastorcitos y a los Reyes, es "natural". La Iglesia misma insiste mucho en su liturgia y en su labor de esos días en la necesidad de centrarnos en ese acontecimiento. La Semana Santa, con su preparación previa en la Cuaresma y su punto culminante en el Triduo Pascual, lógicamente tiene que ser vivida con mucha intensidad por cada cristiano, pues es ese el misterio que sustenta toda la fe que profesamos. Y por ello la Iglesia lo vive y lo hace vivir con la mayor seriedad y centralidad...
Lo "difícil" es que, en una situación de "normalidad", entendamos que nuestra fe debe ser mantenida en la misma intensidad, y quizá en una mayor exigencia, pues sin tener nada "especial" que la motive, debemos mantenerla a tope... Es el peligro que corremos siempre cuando no nos fijamos en lo medular, cuando vivimos los momentos densos como simples "espectáculos" y no como acontecimientos renovadores que transformen nuestra vida... Eso debe "notarse" siempre. La fe cristiana no se sustenta en un "show" de Navidad o de Semana Santa, sino en la renovación interior y en el compromiso que esos acontecimientos producen establemente en nuestras vidas. Por no haberlo asumido así, muchos viven su vida cristiana como vida de "operativos", que se profundiza en los momentos fuertes, y se afloja casi hasta el relajamiento total en los otros momentos...
Y hoy tenemos la clave de la vivencia de nuestra fe. Jesús inicia su predicación diciendo: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; conviértanse y crean la Buena Noticia"... Es el tiempo de la salvación. No es necesario que haya un show para que esto se sepa. La venida del Redentor es el inicio de todo lo nuevo, y hay que estar preparados para recibir toda esa renovación. Para nosotros, es un tiempo ya cumplido. Ya esa renovación está en camino. Ya hemos sido llamados a la conversión por Jesús y estamos en el camino de recibir todos sus frutos, si emprendemos el camino con ilusión. La obra redentora ya ha sido realizada. El Evangelio nos presenta el momento del inicio, en el cual Jesús empezaba ese anuncio apenas a unos cuantos. Hoy esa voz resuena fuerte y firme, diciéndonos a todos que ya la obra redentora fue cumplida, pero que tenemos necesidad de seguir el proceso de conversión. Esa conversión no es una meta, sino un camino en el cual todos debemos ir cada vez más adelante... Creer la Buena Noticia es para nosotros alegrarnos de saber que Dios nos ama infinitamente, que todo tiene la condición de novedad y de frescura que el acto redentor ha alcanzado para ello, que somos los hijos de Dios predilectos a los cuales nos ha regalado a su propio Hijo para que seamos salvados y rescatados de la muerte y de la oscuridad, que el sacrificio de Jesús nos ha hecho hermanos entre nosotros por lo cual ya no somos extraños ni extranjeros, sino miembros todos de la misma familia de la Iglesia de los redimidos... Se trata, por lo tanto, de vivir esta certeza en todo lo que vivimos, hoy, mañana y pasado, en cada momento, con la intensidad que lo experimentamos al vivir en la liturgia la celebración de los misterios principales...
Pero Jesús da un paso más... Se adelanta a la búsqueda de los "socios" que va a necesitar en este anuncio: "Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres"... Pudiendo hacer la obra por sí mismo -Él es Dios, y lo puede todo- quiere asociar a los mismos hombres en el rescate de sus hermanos. Es una voz que nos lanza a todos. Los convocados no son aún redimidos. Harán la obra para sí mismos y para los demás. Unirse a Jesús es alcanzar la redención para sí, y estar disponibles para lograrla para los hermanos. ¡Qué obra tan maravillosa la de alcanzar la propia redención uniéndose a Cristo para dársela también a los hermanos!
El Tiempo Ordinario nos invita a vivir la intensidad de lo que hemos disfrutado en los momentos densos de celebración. Es la oportunidad que se nos presenta en lo cotidiano de dar demostración de lo que hemos recibido y madurado en nuestras propias vidas de fe. Es el verdadero testimonio. Es muy fácil dar testimonio de la fe en los momentos en los que tenemos un motivo "grande". Lo difícil es hacerlo cuando no hay nada especial. Este es el Tiempo Ordinario. Es como el martirio "lento", en el cual se pugna por decir Sí a Dios en cada momento, en cada dolor, en cada tristeza, en cada alegría, en cada esperanza... Y podemos hacerlo, pues la obra redentora es para la vida cotidiana, no sólo para lo extraordinario. Cada segundo es vida redimida. Cada palabra es vida redimida. Cada gesto es vida redimida. No cometamos el error de separar nuestra vida cotidiana de la vida que debemos demostrar que tenemos, sabiéndonos redimidos por el amor de Jesús...
domingo, 12 de enero de 2014
Todo empieza a ser nuevo
Los Evangelios no son una biografía de Jesús. Los evangelistas no son biógrafos, sino teólogos con todas las de la ley. Su interés no es el de presentar a los hombres una historia detallada de Jesús, sino presentar su persona, su mensaje de salvación y la obra que lleva adelante para alcanzarla para todos. Por ello no podemos exigirle a los Evangelios lo que no nos pueden dar. Un ejemplo de ello es el salto inmenso en la historia que nos presentan al colocarnos a Jesús llegando para ser bautizado por Juan en el Jordán. De la última escena a esta han pasado unos 20 años...
Hemos contemplado los misterios iniciales de la vida de Jesús. Con María y José hemos visto con ternura al Niño Dios totalmente desvalido, recién nacido. Nos hemos quedado asombrados al saber que en ese ser mínimo está presente Dios que viene a salvar a los hombres. Con los pastorcitos, que representan al pueblo humilde y sencillo de Israel al que viene a rescatar ese Niño, hemos recibido la invitación del ángel a descubrir, con mirada de fe, en ese que "está envuelto en pañales y recostado en un pesebre", al Sol que nace de lo alto. Junto a los Reyes Magos, representantes de la humanidad que no pertenece al pueblo de Israel, nos hemos dejado conducir por la estrella luciente hasta el umbral de Belén, donde estaba naciendo el Rey de Israel y nos hemos postrado con ellos para adorarle, regalándole nuestro oro, nuestro incienso y nuestra mirra. Después, en la peregrinación a Jerusalén, nos hemos unido a José y María para buscar preocupados al Niño perdido hasta que lo han encontrado y lo han reconvenido por no cuidarse más de darles esos sustos...
Ahora, unos 20 años después, sin enterarnos de lo que ha sucedido en el interin, lo descurbimos de nuevo, encaminándose al encuentro de su primo, el Bautista, que ha producido toda una revolución espiritual entre los que esperan al Salvador. Juan los invita a la conversión, a la penitencia, como camino para allanar la venida del Redentor a la vida de cada uno... Y resulta que ese Salvador viene a ser bautizado ahora... Una locura. La Voz que clama para preparar ese camino se encuentra ahora con Aquél al que está anunciando. Y éste viene como uno más de los convocados a la conversión... Es lógica su reacción: "Soy yo el que debe ser bautizado por ti"... Se presenta una pugna ente dos humildades, la de Jesús que viene a ser bautizado como uno más -"Conviene que cumplamos toda justicia"-, y la de Juan -"¿Cómo es que vienes tú a ser bautizado por mí?"-... Es la pugna de quienes se saben enviados, de quienes saben que tienen que cumplir la misión encomendada por Dios... La humildad está en la asunción responsable de su tarea, sin chistar ni oponer nada sino tratando de cumplirla perfectamente.
Con esta presencia de Jesús, al que Juan reconoce inmediatamente, y así lo presenta a los suyos: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", se inaugura el tiempo nuevo. El renovador de todas las cosas iniciaba su ministerio público, su obra de anuncio, de presencia, de iluminación y de salvación de todos. "He aquí que hago nuevas todas las cosas". "Ya se está haciendo presente en nuestro mundo la novedad total del amor, de la justicia, de la verdad, que había sido destruida por el pecado de la humanidad. Yo he venido para restituirlo todo y para colocarlo de nuevo en el lugar que le corresponde"... Jesús es el "Hijo predilecto", sobre el cual Dios tiene toda complacencia, y al cual debemos escuchar...
Todo lo que había sido anunciado se estaba cumpliendo perfectamente. No había fallado Dios en ninguna de sus promesas. Ahora empezaba a instaurarse el nuevo orden de todas las cosas y este Hijo predilecto comenzaba a instaurar la novedad del amor en el mundo. "Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre toda la tierra". Jesús es el que viene a traer la paz y la justicia haciendo que las cosa retomen su curso, pues ha sido "constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de las mazmorras a los que habitan en las tinieblas".
El Bautismo de Jesús no es el mismo bautismo cristiano. Jesús con él se coloca en el mismo rumbo del anonadamiento que ha inaugurado con su encarnación. Y desde ese rebajamiento extremo inicia la obra más grande jamás realizada en el mundo. Comienza la nueva etapa de la humanidad. Dios ha amado tanto a los hombres que ya no se detiene en su obra de rescate de lo que estaba perdido. Y si eso implica la entrega del Hijo en el que tiene todas sus complacencias, lo hará sin titubeos. Y el Hijo aceptará la encomienda sin dudarlo: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Y la voluntad de Dios es que no se pierda ninguno. El Hijo ha venido a buscarlos. Y los encontrará. Y los pondrá a cada uno de nuevo ante el Padre, para que reciban todo el amor que Dios quiere derramar sobre ellos. Sobre cada uno de nosotros...
sábado, 11 de enero de 2014
Llega el Sol. Calla la Voz
La figura de Juan Bautista es inagotable. Se puede hacer meditaciones sobre él, sobre su tarea, sobre sus cualidades, y todas serán abundantes e inacabables. Es natural que así sea, pues es el personaje-quicio entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Podemos decir que Juan Bautista es el último de los Patriarcas y el primero de los Apóstoles.
Sin haber recibido promesas, como los Patriarcas del Antiguo Testamento, de numerosa descendencia o de propiedad sobre tierras bendecidas, se convirtió en el anacoreta más relevante de todos. Se retiró al desierto, haciéndose nazireo, una especie de "santón" que vivía en el ocultamiento y en el desprecio total del mundo material, para alcanzar un nivel de encuentro con Dios en el cual nada fuera a servir de obstáculo. Como dicen el Evangelio: "Se alimentaba sólo de langostas y vestía una piel de camello". La navaja no tocó sus cabellos, no bebió jamás vino... Era un hombre de Dios que quiso mantener su encuentro con Él por encima de cualquier cosa que pudiera estorbarla... Fue la mejor preparación que tuvo para luego convertirse en el instrumento de entrada para la obra del anuncio público de la llegada del Reino que venía a hacer Jesús.
Sin haber sido convocado por Jesús para pertenecer al grupo de sus discípulos íntimos, de sus apóstoles, fue el primero en anunciar la llegada del Mesías a los hombres. Esta tarea suya había sido ya proclamada anteriormente. Él fue "la voz que clama: En el desierto, preparen un camino al Señor". Por tener clara su misión de preparación de ese camino al Señor, fue una voz que continuamente invitó a sus seguidores al arrepentimiento necesario y a la conversión de corazón, para que se hicieran dignos de recibir a quien venía a anunciar la llegada del Reino de los Cielos. Su anuncio fue tan certero que, hasta en el mismo momento en que el Mesías aparece públicamente en el Jordán para ser bautizado, y "cumplir toda justicia", lo reconoce sin tardanza, y lo proclama como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"...
Juan Bautista hubiera podido aprovecharse de la relevancia que tenía su figura sobre sus seguidores. Era escuchado, respetado, venerado por ellos. Esos hombres que lo seguían tenían hambre y sed de Dios. No ocultaban su añoranza del cumplimiento de las Escrituras que se referían a la llegada del Mesías Redentor y que ellos consideraban ya próximas a cumplirse definitivamente, pues todas las condiciones se estaban dando. Tenían una comprensible expectativa, que se hacía ya casi incontenible, pues percibían que estaba llegando aquella "plenitud de los tiempos" que tanto se anunciaba. Y Juan Bautista era un personaje que resumía en sí mismo muchas de las características de ese misterioso personaje que enviaba Dios para la salvación de los hombres, para la liberación del pueblo... Era muy fácil confundirse con ese personaje y con el que había sido profetizado...
Pero Juan tenía muy clara su misión. Y además, tenía una cualidad que lo caracterizaba mejor que a nadie: La humildad. Sabía muy bien cuál era su lugar en todo este entramado de la historia de la salvación. Les decía a sus discípulos: "Yo no soy a quien ustedes están esperando. Detrás de mí viene uno que es mucho más grande que yo y a quien no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias". Juan, que si hubiera sido un aprovechador tenía todo servido en bandeja de plata para hacerlo, jamás tuvo ni siquiera la tentación... Simplemente asumió su tarea de ser Voz, pero con la idea clara de que esa voz era para anunciar la llegada del gran Otro, del Mesías, del Enviado de Dios a la humanidad. Sabía muy bien que su misión era realmente importante, pero que era simplemente de anuncio, de preparación. No la de la salvación... Esa le correspondía a quien la gente estaba esperando de verdad y a quien él preparaba el camino...
La inminencia de la llegada de ese Salvador se sentía en el aire. Ese era Jesús, a quien seguramente Juan conocía por alguna referencia. Eran familia, pero los Evangelios no nos dicen nada sobre encuentros anteriores entre ellos. Sólo nos refieren un encuentro en la intimidad del vientre de sus respectivas madres, en el cual ambos personajes se reconocieron espiritualmente y tuvieron una comunión de afectos impresionante. Después de esto no hay constancia de algún encuentro posterior, previo al encuentro que se dará en las orillas del Jordán... Juan había cumplido muy bien su tarea. Su fama de convocador a la conversión y al arrepentimiento se había extendido inmensamente. Tanto, que hasta Jesús considera importante iniciar su labor pública haciéndose presente en la fila de quienes se quieren hacer bautizar por Juan. No porque lo necesitara, pues Él era la causa de toda pureza, sino porque "era necesario cumplir toda justicia" ante los hombres. Juan Bautista asume su rol perfectamente: "Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar". Crece el Sol que nace de lo alto y mengua la Voz que clama en el desierto. Ya llega la Luz que ilumina a todos los hombres, y se hace innecesaria la Voz que clama en el desierto y anuncia su llegada, pues ya está entre los hombres...
Juan Bautista le grita a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". "Este es el que han estado esperando. Por este es por quien ustedes han estado suspirando. Ya no deben esperar a nadie más, pues la Salvación ya está entre nosotros..." Y así, se hace a un lado. Con el máximo silencio, con la mayor humildad. Sólo aparecerá de nuevo cuando dé el último y más grande testimonio sobre Jesús, sobre la Verdad, sobre la Justicia, por lo cual será decapitado pretendiendo ser silenciado. Pero incluso así, derramando su sangre por la causa de la Justicia, sigue gritando a los hombres la necesidad de la conversión. Ni siquiera la muerte lo silenció. Al contrario, hizo resonar su voz más fuerte en todos los rincones de la tierra, anunciando la llegada del amor y de la salvación... Esa voz retumba hoy. Y es necesario que la escuchemos, para dejar a un lado lo que obstaculiza que Jesús llegue a nuestros corazones: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. Hijos míos, guárdense de los ídolos". Juan nos pone en el camino de recibir al Verdadero, a Jesús. No despreciemos esa Voz...
Sin haber recibido promesas, como los Patriarcas del Antiguo Testamento, de numerosa descendencia o de propiedad sobre tierras bendecidas, se convirtió en el anacoreta más relevante de todos. Se retiró al desierto, haciéndose nazireo, una especie de "santón" que vivía en el ocultamiento y en el desprecio total del mundo material, para alcanzar un nivel de encuentro con Dios en el cual nada fuera a servir de obstáculo. Como dicen el Evangelio: "Se alimentaba sólo de langostas y vestía una piel de camello". La navaja no tocó sus cabellos, no bebió jamás vino... Era un hombre de Dios que quiso mantener su encuentro con Él por encima de cualquier cosa que pudiera estorbarla... Fue la mejor preparación que tuvo para luego convertirse en el instrumento de entrada para la obra del anuncio público de la llegada del Reino que venía a hacer Jesús.
Sin haber sido convocado por Jesús para pertenecer al grupo de sus discípulos íntimos, de sus apóstoles, fue el primero en anunciar la llegada del Mesías a los hombres. Esta tarea suya había sido ya proclamada anteriormente. Él fue "la voz que clama: En el desierto, preparen un camino al Señor". Por tener clara su misión de preparación de ese camino al Señor, fue una voz que continuamente invitó a sus seguidores al arrepentimiento necesario y a la conversión de corazón, para que se hicieran dignos de recibir a quien venía a anunciar la llegada del Reino de los Cielos. Su anuncio fue tan certero que, hasta en el mismo momento en que el Mesías aparece públicamente en el Jordán para ser bautizado, y "cumplir toda justicia", lo reconoce sin tardanza, y lo proclama como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"...
Juan Bautista hubiera podido aprovecharse de la relevancia que tenía su figura sobre sus seguidores. Era escuchado, respetado, venerado por ellos. Esos hombres que lo seguían tenían hambre y sed de Dios. No ocultaban su añoranza del cumplimiento de las Escrituras que se referían a la llegada del Mesías Redentor y que ellos consideraban ya próximas a cumplirse definitivamente, pues todas las condiciones se estaban dando. Tenían una comprensible expectativa, que se hacía ya casi incontenible, pues percibían que estaba llegando aquella "plenitud de los tiempos" que tanto se anunciaba. Y Juan Bautista era un personaje que resumía en sí mismo muchas de las características de ese misterioso personaje que enviaba Dios para la salvación de los hombres, para la liberación del pueblo... Era muy fácil confundirse con ese personaje y con el que había sido profetizado...
Pero Juan tenía muy clara su misión. Y además, tenía una cualidad que lo caracterizaba mejor que a nadie: La humildad. Sabía muy bien cuál era su lugar en todo este entramado de la historia de la salvación. Les decía a sus discípulos: "Yo no soy a quien ustedes están esperando. Detrás de mí viene uno que es mucho más grande que yo y a quien no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias". Juan, que si hubiera sido un aprovechador tenía todo servido en bandeja de plata para hacerlo, jamás tuvo ni siquiera la tentación... Simplemente asumió su tarea de ser Voz, pero con la idea clara de que esa voz era para anunciar la llegada del gran Otro, del Mesías, del Enviado de Dios a la humanidad. Sabía muy bien que su misión era realmente importante, pero que era simplemente de anuncio, de preparación. No la de la salvación... Esa le correspondía a quien la gente estaba esperando de verdad y a quien él preparaba el camino...
La inminencia de la llegada de ese Salvador se sentía en el aire. Ese era Jesús, a quien seguramente Juan conocía por alguna referencia. Eran familia, pero los Evangelios no nos dicen nada sobre encuentros anteriores entre ellos. Sólo nos refieren un encuentro en la intimidad del vientre de sus respectivas madres, en el cual ambos personajes se reconocieron espiritualmente y tuvieron una comunión de afectos impresionante. Después de esto no hay constancia de algún encuentro posterior, previo al encuentro que se dará en las orillas del Jordán... Juan había cumplido muy bien su tarea. Su fama de convocador a la conversión y al arrepentimiento se había extendido inmensamente. Tanto, que hasta Jesús considera importante iniciar su labor pública haciéndose presente en la fila de quienes se quieren hacer bautizar por Juan. No porque lo necesitara, pues Él era la causa de toda pureza, sino porque "era necesario cumplir toda justicia" ante los hombres. Juan Bautista asume su rol perfectamente: "Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar". Crece el Sol que nace de lo alto y mengua la Voz que clama en el desierto. Ya llega la Luz que ilumina a todos los hombres, y se hace innecesaria la Voz que clama en el desierto y anuncia su llegada, pues ya está entre los hombres...
Juan Bautista le grita a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". "Este es el que han estado esperando. Por este es por quien ustedes han estado suspirando. Ya no deben esperar a nadie más, pues la Salvación ya está entre nosotros..." Y así, se hace a un lado. Con el máximo silencio, con la mayor humildad. Sólo aparecerá de nuevo cuando dé el último y más grande testimonio sobre Jesús, sobre la Verdad, sobre la Justicia, por lo cual será decapitado pretendiendo ser silenciado. Pero incluso así, derramando su sangre por la causa de la Justicia, sigue gritando a los hombres la necesidad de la conversión. Ni siquiera la muerte lo silenció. Al contrario, hizo resonar su voz más fuerte en todos los rincones de la tierra, anunciando la llegada del amor y de la salvación... Esa voz retumba hoy. Y es necesario que la escuchemos, para dejar a un lado lo que obstaculiza que Jesús llegue a nuestros corazones: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. Hijos míos, guárdense de los ídolos". Juan nos pone en el camino de recibir al Verdadero, a Jesús. No despreciemos esa Voz...
viernes, 10 de enero de 2014
Te amo y sé que me amas... Límpiame
Los encuentros cercanos de Jesús con algunos personajes del Evangelio son realmente entrañables. Basta imaginarse, en primer lugar, tener la posibilidad de mantener un diálogo con el Salvador del mundo para pensar en ese trato suave, amoroso, tierno, que Jesús tiene con cada uno. Si su misión en el mundo fue la da traernos el amor del Padre y hacernos sentir su misericordia, no es posible un trato distinto de Jesús con quien de verdad tiene cualquier necesidad. Él era la suavidad hecha persona. Y persona divina, por lo tanto, insuperable...
Pienso en los encuentros íntimos que tuvo Jesús con su Madre, conversando de cualquier tema, en los cuales Él, como hijo, escuchaba interesado lo que María le dijera. Imagino a ese Jesús niño y adolescente intercambiando con sus padres terrenos que le enseñaban lo necesario de la vida humana, y que Él iba sorbiendo sabrosamente de sus labios y de sus conductas. Pienso en esos encuentros que seguramente tuvo con sus amiguitos de juegos, con sus vecinos, que le enseñaron el concepto de la camaradería, de la amistad, del compartir sin mayores preocupaciones... Todo esto fue una ganancia que fue depositando en su mente y en su corazón para luego invertirla en su vida cotidiana cuando empezara ya en concreto su obra salvadora del hombre y del mundo. Lo de Jesús no fue un caer como paracaidista en la realidad humana, sino que fue un ir ganando paso a paso la experiencia propia para poder hablar y actuar con propiedad en ese futuro de Redención. El ser Dios no le había surtido de esa experiencia de vida humana. Esa la fue adquiriendo en sus días terrenos, y dentro de ellos, estaba la experiencia del amor humano, con un corazón de carne, que latiera distribuyendo la sangre que iba a ser derramada por su amor en sacrificio...
En esos encuentros de Jesús con los hombres, en particular con los que más necesitaban de su amor, encuentros entrañables e íntimos, se rezuma sin duda la finalidad que venía a cumplir entre los hombres. Él había venido a "anunciar el Evangelio a los pobres, a devolver la vista a los ciegos, a proclamar la libertad de los oprimidos y a los afligidos el consuelo, a anunciar el año de gracia del Señor"... Y esto lo iba a hacer no en una obra "general" que no tuviera concreción en personas particulares. Su misión, con ser para todos, era para cada uno. Él vino a anunciar el Evangelio a "este pobre", vino a devolver la vista a "este ciego", vino a liberar a "este oprimido", a consolar a "este afligido"... Para Jesús, la mejor forma de cumplir con la encomienda del Padre pasaba por el encuentro íntimo con cada necesitado y con cada una de sus necesidades. No era una obra "gerencial" o "ejecutiva". Era una obra concreta, específica, íntima, que tocaba el corazón de cada hombre...
Esta conciencia que tenía Jesús debía ser evidente para los que tenían necesidad del favor divino. Seguramente para muchos estaba claro que la obra que Jesús quería realizar entre ellos, pasaba por ponerse frente a Él, para que los viera. Muchos estaban conscientes de que en el encuentro con Jesús se obtenía con toda seguridad su amor convertido en compasión, en piedad y en misericordia. Por eso muchos se atrevían a "atravesarse" ante Él con todo desparpajo, pero con humildad, para solicitar que ese amor de Dios fuera derramado en ellos. Es lo que hace el leproso, cuando "al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le suplicó: 'Señor, si quieres puedes limpiarme'"... La imagen es sobrecogedora... Este leproso, por supuesto, tiene que saber quién es Jesús, tiene que saber que ha hecho cosas maravillosas previamente, tiene que saber que Jesús tiene el poder de hacer maravillas, tiene que saber que Él no sólo usa de su poder sino que usa más de su misericordia infinita y de su amor para favorecer a quien tiene alguna necesidad... Tiene que saber que se conduele, pues ha venido "a anunciar el Evangelio a los pobres". Esa es su misión, y el leproso lo sabe. Por eso le pide su curación. El leproso quiere quedar limpio de su lepra que lo hacía impuro y rechazado, y por ello se pone confiada y humildemente delante de quien sabe bien que lo puede lograr... Jesús no se niega: "Extendió la mano y lo tocó diciendo: 'Quiero, queda limpio'"... Es la voluntad de Dios... "Quiero". Y es su amor infinitamente poderoso el que lo logra: "Queda limpio..."
El leproso se abandona en la voluntad de Dios... "Si quieres..." No dice "si puedes", pues él sabe muy bien a quién se lo está pidiendo y sabe que puede. Más que en su poder, se abandona en su amor y en su compasión... Y habiéndolo hecho así, por haber confiado en el amor de Dios y haberse abandonado en su corazón y en su voluntad, logra la maravilla de su curación. El encuentro con Jesús fue para él la limpieza absoluta. Y seguramente esa limpieza no fue sólo de su lepra física, sino de todas sus lepras, incluyendo la espiritual, la del pecado, la del alejamiento de Dios...
Así como lo fue para el leproso, el encuentro con el Dios del amor y de la misericordia que está en Jesús trayendo el amor de Padre, es para todos los hombres igualmente sanador. Encontrarse con Jesús, postrarse a sus pies, abandonarse en su voluntad amorosa más que en su poder, es la salvación, es la curación, es la purificación, es la limpieza. Jesús nunca dejará sin resultados positivos un encuentro entrañable y confiado de quien tiene una necesidad y le implora que "quiera" salvarlo.
Ese leproso somos cada uno de nosotros. Encontrarnos de frente con Jesús, muerto y resucitado, es la salvación de los hombres. La salvación es una cuestión de encuentro. Es el encuentro del corazón de Jesús que busca al hombre para salvarlo, con el corazón del hombre que añora la salvación, que sabe que ésta sólo la puede dar Jesús y que se coloca humilde por donde va a pasar Él para implorarle la limpieza... No hay dudas en el corazón de quien implora. El "si quieres" no es desconfianza en el poder sino abandono en el amor. Y, como sabemos que ese amor es infinito, basta con que le digamos a Jesús "si quieres, puedes limpiarme", para darle "el permiso" de que derrame su amor en nuestro ser, y nos colme de la más extraordinaria limpieza que es la que da el amor misericordioso de un Dios que ha venido a eso: a salvarnos, a limpiarnos, para llevarnos con Él al cielo...
Pienso en los encuentros íntimos que tuvo Jesús con su Madre, conversando de cualquier tema, en los cuales Él, como hijo, escuchaba interesado lo que María le dijera. Imagino a ese Jesús niño y adolescente intercambiando con sus padres terrenos que le enseñaban lo necesario de la vida humana, y que Él iba sorbiendo sabrosamente de sus labios y de sus conductas. Pienso en esos encuentros que seguramente tuvo con sus amiguitos de juegos, con sus vecinos, que le enseñaron el concepto de la camaradería, de la amistad, del compartir sin mayores preocupaciones... Todo esto fue una ganancia que fue depositando en su mente y en su corazón para luego invertirla en su vida cotidiana cuando empezara ya en concreto su obra salvadora del hombre y del mundo. Lo de Jesús no fue un caer como paracaidista en la realidad humana, sino que fue un ir ganando paso a paso la experiencia propia para poder hablar y actuar con propiedad en ese futuro de Redención. El ser Dios no le había surtido de esa experiencia de vida humana. Esa la fue adquiriendo en sus días terrenos, y dentro de ellos, estaba la experiencia del amor humano, con un corazón de carne, que latiera distribuyendo la sangre que iba a ser derramada por su amor en sacrificio...
En esos encuentros de Jesús con los hombres, en particular con los que más necesitaban de su amor, encuentros entrañables e íntimos, se rezuma sin duda la finalidad que venía a cumplir entre los hombres. Él había venido a "anunciar el Evangelio a los pobres, a devolver la vista a los ciegos, a proclamar la libertad de los oprimidos y a los afligidos el consuelo, a anunciar el año de gracia del Señor"... Y esto lo iba a hacer no en una obra "general" que no tuviera concreción en personas particulares. Su misión, con ser para todos, era para cada uno. Él vino a anunciar el Evangelio a "este pobre", vino a devolver la vista a "este ciego", vino a liberar a "este oprimido", a consolar a "este afligido"... Para Jesús, la mejor forma de cumplir con la encomienda del Padre pasaba por el encuentro íntimo con cada necesitado y con cada una de sus necesidades. No era una obra "gerencial" o "ejecutiva". Era una obra concreta, específica, íntima, que tocaba el corazón de cada hombre...
Esta conciencia que tenía Jesús debía ser evidente para los que tenían necesidad del favor divino. Seguramente para muchos estaba claro que la obra que Jesús quería realizar entre ellos, pasaba por ponerse frente a Él, para que los viera. Muchos estaban conscientes de que en el encuentro con Jesús se obtenía con toda seguridad su amor convertido en compasión, en piedad y en misericordia. Por eso muchos se atrevían a "atravesarse" ante Él con todo desparpajo, pero con humildad, para solicitar que ese amor de Dios fuera derramado en ellos. Es lo que hace el leproso, cuando "al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le suplicó: 'Señor, si quieres puedes limpiarme'"... La imagen es sobrecogedora... Este leproso, por supuesto, tiene que saber quién es Jesús, tiene que saber que ha hecho cosas maravillosas previamente, tiene que saber que Jesús tiene el poder de hacer maravillas, tiene que saber que Él no sólo usa de su poder sino que usa más de su misericordia infinita y de su amor para favorecer a quien tiene alguna necesidad... Tiene que saber que se conduele, pues ha venido "a anunciar el Evangelio a los pobres". Esa es su misión, y el leproso lo sabe. Por eso le pide su curación. El leproso quiere quedar limpio de su lepra que lo hacía impuro y rechazado, y por ello se pone confiada y humildemente delante de quien sabe bien que lo puede lograr... Jesús no se niega: "Extendió la mano y lo tocó diciendo: 'Quiero, queda limpio'"... Es la voluntad de Dios... "Quiero". Y es su amor infinitamente poderoso el que lo logra: "Queda limpio..."
El leproso se abandona en la voluntad de Dios... "Si quieres..." No dice "si puedes", pues él sabe muy bien a quién se lo está pidiendo y sabe que puede. Más que en su poder, se abandona en su amor y en su compasión... Y habiéndolo hecho así, por haber confiado en el amor de Dios y haberse abandonado en su corazón y en su voluntad, logra la maravilla de su curación. El encuentro con Jesús fue para él la limpieza absoluta. Y seguramente esa limpieza no fue sólo de su lepra física, sino de todas sus lepras, incluyendo la espiritual, la del pecado, la del alejamiento de Dios...
Así como lo fue para el leproso, el encuentro con el Dios del amor y de la misericordia que está en Jesús trayendo el amor de Padre, es para todos los hombres igualmente sanador. Encontrarse con Jesús, postrarse a sus pies, abandonarse en su voluntad amorosa más que en su poder, es la salvación, es la curación, es la purificación, es la limpieza. Jesús nunca dejará sin resultados positivos un encuentro entrañable y confiado de quien tiene una necesidad y le implora que "quiera" salvarlo.
Ese leproso somos cada uno de nosotros. Encontrarnos de frente con Jesús, muerto y resucitado, es la salvación de los hombres. La salvación es una cuestión de encuentro. Es el encuentro del corazón de Jesús que busca al hombre para salvarlo, con el corazón del hombre que añora la salvación, que sabe que ésta sólo la puede dar Jesús y que se coloca humilde por donde va a pasar Él para implorarle la limpieza... No hay dudas en el corazón de quien implora. El "si quieres" no es desconfianza en el poder sino abandono en el amor. Y, como sabemos que ese amor es infinito, basta con que le digamos a Jesús "si quieres, puedes limpiarme", para darle "el permiso" de que derrame su amor en nuestro ser, y nos colme de la más extraordinaria limpieza que es la que da el amor misericordioso de un Dios que ha venido a eso: a salvarnos, a limpiarnos, para llevarnos con Él al cielo...
jueves, 9 de enero de 2014
El amor no es "impune"
Hay partes del Evangelio que los espiritualistas quisieran que no existieran. O inclusive, que los que se sienten cuestionados por la obra de la Iglesia en el mundo y acusados por su indolencia social o su aprovechamiento de los más débiles, quisieran borrar cuando se descubren desnudos ante el mensaje de Jesús... No es un mensaje que se va por las ramas, pues Jesús lo hace concreto y bien cuestionante para sus seguidores. Muchos quisieran a un Jesús sólo angelical que no les echara en cara sus vergüenzas, que hablara sólo de lo espiritual sin meterse en honduras sociales. Y lo más verdadero es que Jesús no dejó nada al acaso, ni siquiera la labor en favor de los más desprotegidos, de los más necesitados, de los desplazados de la sociedad. Más aún, esta labor fue a la que le dio mayor relevancia. Tanta, que la misma Iglesia, rindiéndose ante la evidencia de la prioridad que Jesús le dio a ella, la consideró "opción preferencial".
Lo de Jesús no fue un simple discurso bonito, como el de muchos que quieren barnizar su figura hablando de la necesidad de apoyar a los humildes y sencillos en sus reivindicaciones, pero que luego de alcanzado el objetivo sólo se preocupan de mantener su puesto, su prestigio, su poder, sus economías particulares, olvidándose de los más necesitados o manteniéndolos en su indigencia para poder manipularlos a conveniencia... Jesús no fue un engañador de oficio, como lamentablemente sí lo son los que incluso lo toman a Él como bandera... "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor..." Un discurso, el primero de Jesús públicamente, que es. prácticamente, su plan de trabajo. No habla aquí Jesús sólo de intenciones, sino de obras prácticas, concretas. Tanto que Él mismo dice ante la gente que lo está escuchando: "Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír"...
Jesús ha sido enviado a anunciar el Evangelio a los pobres...Es la Buena Nueva del amor de Dios y del amor que deben vivir los hombres, particularmente con ellos, con los que más han sido negados en ese amor. Finalmente, los más humildes, los más necesitados, son tomados en cuenta. Dios mismo se pone a su lado, a su favor, para hacerlos ascender a los primeros puestos, y colocar a quienes los oprimen y vejan en el lugar que les corresponde... No se trata de una acción retaliativa, sino reivindicativa. Ese es el lugar que deben ocupar, pues en el corazón de Dios están ahí, en el primero. No se entiende el mensaje ni la obra de Jesús si no se acepta que para Él los que están en los últimos lugares de las preferencias sociales son los que están en el primer lugar de su corazón. Quien no entiende esto, no ha entendido el Evangelio de Cristo.
La labor de la Iglesia en favor de los pobres es, en definitiva, lo más puro de la misma labor de Jesús. Ella es el Cuerpo de Cristo que continúa su labor en la historia; por ello, lo más natural es que mantenga su misma acción en favor de ellos. Cuando la Iglesia y sus miembros -los pastores, los religiosos, los laicos-, asumen como propia esa tarea, hacen lo que deben hacer. No traicionan al mundo con eso, cuando defienden la justicia, la verdad, la solidaridad..., cuando salen en defensa de estos más desprotegidos... ¡Cuántos no darían lo que fuera por que la Iglesia y sus miembros se callaran ante las injusticias de quienes detentan el poder en contra de los más necesitados! No es, por supuesto, una tarea simplemente sociológica, sino que surge del amor con el que el mismo Jesús actuó. Y si alguien se alejó del simple altruismo o de las retaliaciones basadas en resentimientos rencorosos, fue Jesús. Nunca promovió el odio como arma, sino el amor y la solidaridad, que es el fin último de toda su labor, pues el resultado debe ser que se viva "el año de gracia del Señor".
Para muchos espiritualistas y otros interesados en que sus bajezas politiqueras no quedaran al descubierto, fue "un respiro" en su momento el que la Iglesia se opusiera a la incorrecta comprensión simplificadora, por sólo sociológica, que promovía la Teología de la Liberación. Llegaron a pensar que la Iglesia rechazaba el trabajo en favor de la justicia y del bien para los pobres. No entendieron que lo que se pretendía era que no se desenfocara el trabajo por los más necesitados colocándolo sólo en la óptica de lo sociológico, sino que había que elevarlo a la óptica maravillosa y majestuosa del amor. Lo que hizo Jesús... La corrección a la Teología de la Liberación no fue un rechazo al trabajo por los pobres. Fue un rechazo al materialismo práctico en el que se fundaba. Jamás la Iglesia se opuso a la labor en favor de los más necesitados. Si así hubiera sido, el primer "condenado" hubiera sido Jesús...
Oponerse, por lo tanto, por un lado, a la humillación continua de los más débiles, y por otro, al aprovechamiento de ellos como mercancía para justificar divisiones, retaliaciones, resentimientos y odios sociales, es absolutamente necesario para quienes quieren hacerse heraldos del mensaje del Evangelio. No se puede callar ante eso, pues se estaría colocando uno de espaldas a Jesús y al margen del amor que Él quiso hacer reinar en el mundo. Quien quiere ser brazo largo de Cristo en el mundo no puede callar ni quedarse de brazos cruzados ante la injusticia, la mentira y el aprovechamiento de los pobres...
El amor no es "impune". No es una idea bonita, edulcorada, bobalicona. Es una acción que se debe hacer sentir en el mundo en contra de las injusticias y de las faltas de solidaridad. Tanto, que no hacerlo es hacerse cómplice y al final culpable de lo que sucede. Trabajar por el amor en el mundo es signo de la veracidad del amor a Dios... San Juan lo comprendió perfectamente cuando afirma: "Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve". Más claro no puede decirse. El amor que le tengo a Dios será verificado únicamente cuando ame al hermano, cuando trabaje en favor de su dignidad, cuando no lo use como una cosa de la cual simplemente me aprovecho, cuando lo promueva para que sea más humano... Y todo esto, comprendiendo que la obra de Jesús fue esta, fue hecha en el amor, y que fue principalmente en favor de los más humillados, de los desplazados, de los oprimidos, de los pobres...
Lo de Jesús no fue un simple discurso bonito, como el de muchos que quieren barnizar su figura hablando de la necesidad de apoyar a los humildes y sencillos en sus reivindicaciones, pero que luego de alcanzado el objetivo sólo se preocupan de mantener su puesto, su prestigio, su poder, sus economías particulares, olvidándose de los más necesitados o manteniéndolos en su indigencia para poder manipularlos a conveniencia... Jesús no fue un engañador de oficio, como lamentablemente sí lo son los que incluso lo toman a Él como bandera... "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor..." Un discurso, el primero de Jesús públicamente, que es. prácticamente, su plan de trabajo. No habla aquí Jesús sólo de intenciones, sino de obras prácticas, concretas. Tanto que Él mismo dice ante la gente que lo está escuchando: "Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír"...
Jesús ha sido enviado a anunciar el Evangelio a los pobres...Es la Buena Nueva del amor de Dios y del amor que deben vivir los hombres, particularmente con ellos, con los que más han sido negados en ese amor. Finalmente, los más humildes, los más necesitados, son tomados en cuenta. Dios mismo se pone a su lado, a su favor, para hacerlos ascender a los primeros puestos, y colocar a quienes los oprimen y vejan en el lugar que les corresponde... No se trata de una acción retaliativa, sino reivindicativa. Ese es el lugar que deben ocupar, pues en el corazón de Dios están ahí, en el primero. No se entiende el mensaje ni la obra de Jesús si no se acepta que para Él los que están en los últimos lugares de las preferencias sociales son los que están en el primer lugar de su corazón. Quien no entiende esto, no ha entendido el Evangelio de Cristo.
La labor de la Iglesia en favor de los pobres es, en definitiva, lo más puro de la misma labor de Jesús. Ella es el Cuerpo de Cristo que continúa su labor en la historia; por ello, lo más natural es que mantenga su misma acción en favor de ellos. Cuando la Iglesia y sus miembros -los pastores, los religiosos, los laicos-, asumen como propia esa tarea, hacen lo que deben hacer. No traicionan al mundo con eso, cuando defienden la justicia, la verdad, la solidaridad..., cuando salen en defensa de estos más desprotegidos... ¡Cuántos no darían lo que fuera por que la Iglesia y sus miembros se callaran ante las injusticias de quienes detentan el poder en contra de los más necesitados! No es, por supuesto, una tarea simplemente sociológica, sino que surge del amor con el que el mismo Jesús actuó. Y si alguien se alejó del simple altruismo o de las retaliaciones basadas en resentimientos rencorosos, fue Jesús. Nunca promovió el odio como arma, sino el amor y la solidaridad, que es el fin último de toda su labor, pues el resultado debe ser que se viva "el año de gracia del Señor".
Para muchos espiritualistas y otros interesados en que sus bajezas politiqueras no quedaran al descubierto, fue "un respiro" en su momento el que la Iglesia se opusiera a la incorrecta comprensión simplificadora, por sólo sociológica, que promovía la Teología de la Liberación. Llegaron a pensar que la Iglesia rechazaba el trabajo en favor de la justicia y del bien para los pobres. No entendieron que lo que se pretendía era que no se desenfocara el trabajo por los más necesitados colocándolo sólo en la óptica de lo sociológico, sino que había que elevarlo a la óptica maravillosa y majestuosa del amor. Lo que hizo Jesús... La corrección a la Teología de la Liberación no fue un rechazo al trabajo por los pobres. Fue un rechazo al materialismo práctico en el que se fundaba. Jamás la Iglesia se opuso a la labor en favor de los más necesitados. Si así hubiera sido, el primer "condenado" hubiera sido Jesús...
Oponerse, por lo tanto, por un lado, a la humillación continua de los más débiles, y por otro, al aprovechamiento de ellos como mercancía para justificar divisiones, retaliaciones, resentimientos y odios sociales, es absolutamente necesario para quienes quieren hacerse heraldos del mensaje del Evangelio. No se puede callar ante eso, pues se estaría colocando uno de espaldas a Jesús y al margen del amor que Él quiso hacer reinar en el mundo. Quien quiere ser brazo largo de Cristo en el mundo no puede callar ni quedarse de brazos cruzados ante la injusticia, la mentira y el aprovechamiento de los pobres...
El amor no es "impune". No es una idea bonita, edulcorada, bobalicona. Es una acción que se debe hacer sentir en el mundo en contra de las injusticias y de las faltas de solidaridad. Tanto, que no hacerlo es hacerse cómplice y al final culpable de lo que sucede. Trabajar por el amor en el mundo es signo de la veracidad del amor a Dios... San Juan lo comprendió perfectamente cuando afirma: "Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve". Más claro no puede decirse. El amor que le tengo a Dios será verificado únicamente cuando ame al hermano, cuando trabaje en favor de su dignidad, cuando no lo use como una cosa de la cual simplemente me aprovecho, cuando lo promueva para que sea más humano... Y todo esto, comprendiendo que la obra de Jesús fue esta, fue hecha en el amor, y que fue principalmente en favor de los más humillados, de los desplazados, de los oprimidos, de los pobres...
miércoles, 8 de enero de 2014
Quien ama no tiene temor
Por muchos años, el método que usó la Iglesia para evangelizar puso el acento más en el temor a Dios que en su amor infinito por los hombres. No es que no se hablara de ese amor, pues es imposible no hacerlo, sino que como método de convencimiento se presentaba el terror que sufriría quien no aceptara a Dios en su vida. Ninguna de las dos cosas es falsa. Dios es infinitamente amoroso con los hombres. Lo ha demostrado ostensiblemente durante toda la historia de la salvación, desde el mismo hecho de la existencia del hombre. Sin haber ninguna necesidad de que existiera, Dios fue motivado por su deseo de amar algo fuera de sí, para crearlo. Y por ese amor lo creó. Y luego, durante todo el transcurso de la historia los gestos de Dios hacia el hombre han sido siempre motivados por ese amor infinito. Pero, igualmente, la misma historia de salvación nos relata lo terrible que es Dios con los que no lo aceptan, con los que se oponen a su amor, con los que se atreven a levantar su mano contra sus amados... En la misma dinámica del amor de Dios está su ausencia y su opuesto para quien lo rechaza... La oscuridad es el signo claro de quien decide por propia iniciativa colocarse al margen del amor de Dios...
No hay duda de que ambas realidades están presentes en Dios. Pero, lamentablemente para muchos evangelizadores, antiguos y nuevos, la mejor forma para lograr convencer a alguien es la de infundirles el temor al infierno y al castigo divino, que la de infundirles el amor al Dios misericordioso, todopoderoso, providente, amoroso... Es cierto que no debemos ser anacrónicos en la valoración de lo que se hizo en otros tiempos. Sería antiético hacerlo, por cuanto no podemos juzgar los hechos pasados con criterios actuales. Las motivaciones de aquellos tiempos son, sin duda, muy diversas a las que tenemos hoy. Pero, asumiendo esta realidad indubitable, debemos también reconocer que continuar avanzando por esas rutas sería tremendamente peligroso, por cuanto el hombre actual ya no "se asusta" con amenazas de este tipo sino que simplemente pasa de ellas. Si hay algo que le produce "temor", sencillamente se aleja de eso, y punto... Además, sería también injusto con el mismo Dios, pues estaríamos presentando una imagen que no es la real, por incompleta... Lo positivo de tener a Dios, en todo caso, sobrepasa inmensamente lo supuestamente terrible de no tenerlo...
El Papa Francisco ha tomado esta bandera y la ha hecho ondear fuertemente para refrescar la misión de la Iglesia. En su llamado nos ha insistido mucho en la necesidad de presentar un mensaje fresco, comprometedor, el de un Dios que es bueno y amoroso, particularmente con los más pequeños, sencillos y necesitados. El Dios que nos ha traído para refrescarnos no es un Dios "suegra", sino un Dios "abuela", que está siempre esperando misericordiosamente a todos. No quiere decir que ha "edulcorado" la imagen de Dios, "purificándolo" de su exigencia que responsabiliza a los cristianos. Todo lo contrario. Ha insistido en la necesidad de "dejarnos amar" por Dios, pues nos hemos acostumbrado demasiado a dejarnos "amenazar" por Dios. En nuestro criterio y en nuestra conducta hemos colocado a Dios entre los personajes a temer, pues tenemos la idea de que está en todas las esquinas esperándonos con el garrote a que nos resbalemos, para descargar su ira contra nosotros... Ese no es Dios. Y no es que no esté dispuesto, como todo padre, a corregir y a escarmentar, por amor. Pero antes que a eso, está dispuesto a acoger, a abrazar, a besar, a abrir las puertas de la casa para que entremos cuando nos arrepentimos. Basta que nos "dejemos amar" para saber que ese es el verdadero Dios...
En esta idea, el Papa Francisco no ha hecho más que asumir la enseñanza bíblica. "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él", nos ha dicho San Juan. El amor debe "arrebatar" nuestra mente y nuestro corazón para poder afirmar que somos de Dios realmente. Cuando nos dejamos arrebatar únicamente por el temor, no somos de Dios, sino que nos mantenemos junto a Él para evitar el castigo. El amor nos hace uno con Dios. El temor nos esclaviza. "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud"... No hay como vivir en el amor para abrir el ser a Dios, para que Él sea nuestra plenitud... El único temor lícito que habría, en este caso, sería el de no estar en Dios, el de ofenderle, pues lo amamos tanto que nos sentiríamos absolutamente vacíos al no tenerlo... Es el don del Espíritu, el del Temor de Dios, por el cual evitamos todo lo que pueda herir al amor y alejarnos de su vivencia. No es tenerle miedo a Dios, sino tener miedo de alejarse de Él y de su amor...
Por eso Juan insiste: "No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor". Cuando se vive en el ámbito del amor de Dios todo es seguridad, todo es libertad, todo es frescura. De ninguna manera se envejece quien ama. Sus años son siempre renovación, pues el amor lo renueva todo y lo refresca todo. Cuando es el amor el criterio principal de vida, por ser la presencia segura de Dios en el ser, no se cuida de lo que se hace, de lo que se diga, de lo que se ande, pues todo será bueno, al ser guiado por el amor... Es la perfección que percibió San Agustín: "Ama, y haz lo que quieras". El amor como guía y como criterio último, hará que el camino de la vida siempre esté en la presencia de Dios. Y por eso jamás habrá temor al castigo, pues el amor nunca hará nada que vaya en contra del bien, del hombre, de lo correcto... Cuando se ama, la responsabilidad es del amor. No hay posibilidad de esclavitudes, pues el amor las hace inviables. Quien ama no teme jamás a las cadenas, pues ellas no existen en quien vive el amor. El amor es la libertad suprema, a tal punto, que libera incluso de la posibilidad de hacer algo malo, que es la mayor esclavitud...
Es impresionante a la altura a la que nos hace llegar el amor: "En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo". Cuando amamos, pasamos el testigo a Dios, pues Él es quien rige nuestra vida. Nuestros criterios pasan a ser los del amor. Nuestras conductas pasan a ser las del amor. Nuestros caminos pasan a ser los del amor. Y si son los del amor, son los de Dios. Nuestros criterios, nuestras conductas, nuestros caminos, pasan a ser los de Dios. Y esa es la mayor libertad...
No hay duda de que ambas realidades están presentes en Dios. Pero, lamentablemente para muchos evangelizadores, antiguos y nuevos, la mejor forma para lograr convencer a alguien es la de infundirles el temor al infierno y al castigo divino, que la de infundirles el amor al Dios misericordioso, todopoderoso, providente, amoroso... Es cierto que no debemos ser anacrónicos en la valoración de lo que se hizo en otros tiempos. Sería antiético hacerlo, por cuanto no podemos juzgar los hechos pasados con criterios actuales. Las motivaciones de aquellos tiempos son, sin duda, muy diversas a las que tenemos hoy. Pero, asumiendo esta realidad indubitable, debemos también reconocer que continuar avanzando por esas rutas sería tremendamente peligroso, por cuanto el hombre actual ya no "se asusta" con amenazas de este tipo sino que simplemente pasa de ellas. Si hay algo que le produce "temor", sencillamente se aleja de eso, y punto... Además, sería también injusto con el mismo Dios, pues estaríamos presentando una imagen que no es la real, por incompleta... Lo positivo de tener a Dios, en todo caso, sobrepasa inmensamente lo supuestamente terrible de no tenerlo...
El Papa Francisco ha tomado esta bandera y la ha hecho ondear fuertemente para refrescar la misión de la Iglesia. En su llamado nos ha insistido mucho en la necesidad de presentar un mensaje fresco, comprometedor, el de un Dios que es bueno y amoroso, particularmente con los más pequeños, sencillos y necesitados. El Dios que nos ha traído para refrescarnos no es un Dios "suegra", sino un Dios "abuela", que está siempre esperando misericordiosamente a todos. No quiere decir que ha "edulcorado" la imagen de Dios, "purificándolo" de su exigencia que responsabiliza a los cristianos. Todo lo contrario. Ha insistido en la necesidad de "dejarnos amar" por Dios, pues nos hemos acostumbrado demasiado a dejarnos "amenazar" por Dios. En nuestro criterio y en nuestra conducta hemos colocado a Dios entre los personajes a temer, pues tenemos la idea de que está en todas las esquinas esperándonos con el garrote a que nos resbalemos, para descargar su ira contra nosotros... Ese no es Dios. Y no es que no esté dispuesto, como todo padre, a corregir y a escarmentar, por amor. Pero antes que a eso, está dispuesto a acoger, a abrazar, a besar, a abrir las puertas de la casa para que entremos cuando nos arrepentimos. Basta que nos "dejemos amar" para saber que ese es el verdadero Dios...
En esta idea, el Papa Francisco no ha hecho más que asumir la enseñanza bíblica. "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él", nos ha dicho San Juan. El amor debe "arrebatar" nuestra mente y nuestro corazón para poder afirmar que somos de Dios realmente. Cuando nos dejamos arrebatar únicamente por el temor, no somos de Dios, sino que nos mantenemos junto a Él para evitar el castigo. El amor nos hace uno con Dios. El temor nos esclaviza. "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud"... No hay como vivir en el amor para abrir el ser a Dios, para que Él sea nuestra plenitud... El único temor lícito que habría, en este caso, sería el de no estar en Dios, el de ofenderle, pues lo amamos tanto que nos sentiríamos absolutamente vacíos al no tenerlo... Es el don del Espíritu, el del Temor de Dios, por el cual evitamos todo lo que pueda herir al amor y alejarnos de su vivencia. No es tenerle miedo a Dios, sino tener miedo de alejarse de Él y de su amor...
Por eso Juan insiste: "No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor". Cuando se vive en el ámbito del amor de Dios todo es seguridad, todo es libertad, todo es frescura. De ninguna manera se envejece quien ama. Sus años son siempre renovación, pues el amor lo renueva todo y lo refresca todo. Cuando es el amor el criterio principal de vida, por ser la presencia segura de Dios en el ser, no se cuida de lo que se hace, de lo que se diga, de lo que se ande, pues todo será bueno, al ser guiado por el amor... Es la perfección que percibió San Agustín: "Ama, y haz lo que quieras". El amor como guía y como criterio último, hará que el camino de la vida siempre esté en la presencia de Dios. Y por eso jamás habrá temor al castigo, pues el amor nunca hará nada que vaya en contra del bien, del hombre, de lo correcto... Cuando se ama, la responsabilidad es del amor. No hay posibilidad de esclavitudes, pues el amor las hace inviables. Quien ama no teme jamás a las cadenas, pues ellas no existen en quien vive el amor. El amor es la libertad suprema, a tal punto, que libera incluso de la posibilidad de hacer algo malo, que es la mayor esclavitud...
Es impresionante a la altura a la que nos hace llegar el amor: "En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo". Cuando amamos, pasamos el testigo a Dios, pues Él es quien rige nuestra vida. Nuestros criterios pasan a ser los del amor. Nuestras conductas pasan a ser las del amor. Nuestros caminos pasan a ser los del amor. Y si son los del amor, son los de Dios. Nuestros criterios, nuestras conductas, nuestros caminos, pasan a ser los de Dios. Y esa es la mayor libertad...
martes, 7 de enero de 2014
Dios es Amor... Yo debo ser Amor
Dios creó al hombre a su "imagen y semejanza". De alguna manera, somos una "extensión" de ese Dios de amor, infinito, trascendente, de suprema inteligencia y todopoderoso. Tenemos una semilla divina en nuestro ser que nos hace "como dioses". Podemos decir que éste ha sido un paso audaz de Dios, por cuanto siendo suficiente en sí mismo, amándose a sí eterna e infinitamente, sin necesitar de nada para ser más, pues ya lo era todo en sí mismo, quiso tener algo que amar fuera de sí mismo... Cuando decimos que Dios se ama a sí mismo infinitamente no pensemos en nuestros términos humanos, que fácilmente lo empañan todo. Para una incorrecta compresión frecuentemente usada por nosotros, el amor a sí mismo es narcisismo, una adulteración del verdadero amor. El amor a sí mismo es la medida que Jesús pone para el amor al prójimo, por lo tanto, no puede aceptarse de primeras esta apreciación negativa. En nuestro caso concreto de humanos necesitados de la complementariedad, es la búsqueda del bien, la complacencia de existir, la búsqueda de la satisfacción plena en esa misma existencia. Y como es lo que queremos para nosotros, lo mejor por el amor es quererlo también para los demás. En la categoría de los bienes, el supremo es Dios mismo, por lo cual, en el mejor amor a sí mismo se debe procurar el mejor bien posible, que es Dios. Quien se ama a sí mismo quiere estar en Dios y disfrutarlo al máximo. Y quien ama al prójimo como a sí mismo quiere para los hermanos ese mismo bien. Quiere que Dios esté en todos y los haga plenamente felices...
Es en el amor donde está, por lo tanto, la más alta "imagen y semejanza" del hombre con Dios. Por haber sido creados en esas condiciones divinas, los hombres tendemos a lo infinito, a lo trascendente, a lo superior. La semilla de divinidad que hay en nosotros nos impulsa continuamente a buscar alturas cada vez mayores. Es como si en nosotros pugnara siempre una fuerza que nos impulsa a lo superior, y nuestra condición humana de creaturas fuera más bien una especie de cárcel que nos impide ese viaje a lo infinito. Pero la verdad es que Dios, habiéndonos creado a su "imagen y semejanza", no nos creó iguales a Él... Para nuestra desgracia, o quizá para nuestra dicha, nos ha creado limitados aun cuando con ansias de eternidad e infinitud. Cuando lo entendemos como una desgracia, queremos hacer lo mismo que Adán y Eva, escuchando la voz que nos confunde con el "ustedes podrán ser como dioses", y emprendemos caminos que, por pretender igualarnos a Él, nos alejan de Él. Quien con soberbia quiere acercarse a ser como un dios, al evidenciar una pretensión de cancelar al único Dios de sus vidas, colocándose él en su lugar, borra a Dios de sus perspectivas... Pero cuando lo entendemos como una dicha, aceptamos nuestra condición de limitación con alegría, por cuanto nos pone en el camino de tener que tomarnos de la mano amorosa de Dios, en el cual está la única plenitud que podemos alcanzar, y haciéndonos conscientes totalmente de que somos necesitados de Él para vivir, para subsistir, para elevarnos. Y lo mejor, que Él tiene tendida la mano siempre para que así sea...
Asumir nuestro ser "imagen y semejanza" de Dios, de esta manera, pasa por querer comprenderlo para mejor poder asumirlo y tomarnos de su mano. Desde antiguo, los hombres hemos querido saber "quién" es Dios. Hemos querido conocerlo, pues entendemos que para amarlo con toda propiedad, el camino debe iniciarse por el principio. Y ese principio está en saber cuál es el objeto al que debo amar, es decir, conocerlo... Hemos "definido" a Dios de mil maneras: Creador, Providente, Todopoderoso, Omnisciente, Omnipresente, Juez, Infinito, Inefable... Conocer a Dios es un reto para todos. Al menos, esperar que se presente a sí mismo. Moisés le preguntó su Nombre, y la respuesta que obtuvo fue: "Yo soy el que soy". Es decir, "Yo soy el único que existe por sí mismo, el único que es suficiente en sí mismo, el único que no necesita de nada más para ser lo que soy"... Se mantenía, así, en el misterio atrayente y subyugante de su identidad más profunda... Hasta que nuestros caminos de búsqueda quedaron prácticamente agotados y Dios mismo, en su bondad infinita, consideró que era llegado el momento de salir Él al encuentro del hombre. Y a ese Dios con todas las prerrogativas y cualidades de infinitud, lo encontramos hecho nada en "el niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre". Todo lo infinito de Dios estaba resumido en la ternura y máxima humildad y sencillez de un recién nacido... Se hacía necesario, urgentemente, un cambio en la perspectiva de querer entender a Dios... ¿Qué es lo que motivó a ese Dios inalcanzable, para hacerse tan alcanzable y tan desvalido para todos los hombres?
Y nos encontramos, entonces, con una identidad de Dios que realmente nos conquista, que desarma nuestras estrategias intelectuales, que deshace toda pretensión de desbancarlo... Ya no se trata de definirlo, sino de describirlo. La identidad más profunda de Dios no la conoceremos por lo que es, sino por lo que hace. Y, sin absolutamente ninguna duda, sin ningún temor de equivocar el camino, los hombres concluimos que Dios todo lo ha hecho por amor, y que por lo tanto, ese mismo amor con que lo ha hecho todo, define su ontología más íntima: Dios es Amor... Ya no hay sombras en lo que Dios es. Más aún, nos identificamos plenamente con ese Dios, pues Él mismo nos ha hecho capaces de vivir el mismo amor, pues somos "imagen y semejanza" suyas... No podremos jamás identificarnos con las "definiciones" que hemos dado de Dios, pues ellas, en cierto modo, quedan siempre fuera de nosotros: Infinito, Todopoderoso, Omnipresente, Omnisciente... Decimos que Dios es eso, pero no tenemos la experiencia de eso en nosotros mismos. Por el contrario, cuando decimos que Dios es Amor, entramos en un campo que conocemos muy bien, pues nosotros somos capaces del Amor: Amamos y somos amados. Ese es un terreno que pisamos y conocemos muy bien. Por eso, Dios Amor es el Dios nuestro. El mejor camino para conocerlo es, por lo tanto, el de la asunción de la humildad y limitación de nuestra inteligencia, pero que es a la vez es el de la insuperable experiencia de igualación con Dios en el amor, en lo cual Él mismo nos ha hecho capaces... No es más que un don amoroso, el más alto y bello, que Él mismo nos ha hecho. No podremos racionalizarlo mejor en esta vida nuestra, pero sí podemos conocerlo y experimentarlo intensamente, poniendo nuestro corazón en la misma onda de pulsaciones que el suyo...
Tiene sentido, por lo tanto, que nos pida que vivamos en el amor. Amar a Dios, amarnos a nosotros mismos, amar a los hermanos, es la manera de ser como dioses. No es pretender desbancarlo lo que nos hará "como dioses". Es siendo cada vez más como Él en el amor, lo que nos asimilará a Él, y nos hará inmensamente felices, pues entramos en lo que Él es. Y esa es nuestra meta. Vivir en Dios, haciéndonos como Él, hasta hacernos finalmente uno con Él, ahora y para toda la eternidad...
Es en el amor donde está, por lo tanto, la más alta "imagen y semejanza" del hombre con Dios. Por haber sido creados en esas condiciones divinas, los hombres tendemos a lo infinito, a lo trascendente, a lo superior. La semilla de divinidad que hay en nosotros nos impulsa continuamente a buscar alturas cada vez mayores. Es como si en nosotros pugnara siempre una fuerza que nos impulsa a lo superior, y nuestra condición humana de creaturas fuera más bien una especie de cárcel que nos impide ese viaje a lo infinito. Pero la verdad es que Dios, habiéndonos creado a su "imagen y semejanza", no nos creó iguales a Él... Para nuestra desgracia, o quizá para nuestra dicha, nos ha creado limitados aun cuando con ansias de eternidad e infinitud. Cuando lo entendemos como una desgracia, queremos hacer lo mismo que Adán y Eva, escuchando la voz que nos confunde con el "ustedes podrán ser como dioses", y emprendemos caminos que, por pretender igualarnos a Él, nos alejan de Él. Quien con soberbia quiere acercarse a ser como un dios, al evidenciar una pretensión de cancelar al único Dios de sus vidas, colocándose él en su lugar, borra a Dios de sus perspectivas... Pero cuando lo entendemos como una dicha, aceptamos nuestra condición de limitación con alegría, por cuanto nos pone en el camino de tener que tomarnos de la mano amorosa de Dios, en el cual está la única plenitud que podemos alcanzar, y haciéndonos conscientes totalmente de que somos necesitados de Él para vivir, para subsistir, para elevarnos. Y lo mejor, que Él tiene tendida la mano siempre para que así sea...
Asumir nuestro ser "imagen y semejanza" de Dios, de esta manera, pasa por querer comprenderlo para mejor poder asumirlo y tomarnos de su mano. Desde antiguo, los hombres hemos querido saber "quién" es Dios. Hemos querido conocerlo, pues entendemos que para amarlo con toda propiedad, el camino debe iniciarse por el principio. Y ese principio está en saber cuál es el objeto al que debo amar, es decir, conocerlo... Hemos "definido" a Dios de mil maneras: Creador, Providente, Todopoderoso, Omnisciente, Omnipresente, Juez, Infinito, Inefable... Conocer a Dios es un reto para todos. Al menos, esperar que se presente a sí mismo. Moisés le preguntó su Nombre, y la respuesta que obtuvo fue: "Yo soy el que soy". Es decir, "Yo soy el único que existe por sí mismo, el único que es suficiente en sí mismo, el único que no necesita de nada más para ser lo que soy"... Se mantenía, así, en el misterio atrayente y subyugante de su identidad más profunda... Hasta que nuestros caminos de búsqueda quedaron prácticamente agotados y Dios mismo, en su bondad infinita, consideró que era llegado el momento de salir Él al encuentro del hombre. Y a ese Dios con todas las prerrogativas y cualidades de infinitud, lo encontramos hecho nada en "el niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre". Todo lo infinito de Dios estaba resumido en la ternura y máxima humildad y sencillez de un recién nacido... Se hacía necesario, urgentemente, un cambio en la perspectiva de querer entender a Dios... ¿Qué es lo que motivó a ese Dios inalcanzable, para hacerse tan alcanzable y tan desvalido para todos los hombres?
Y nos encontramos, entonces, con una identidad de Dios que realmente nos conquista, que desarma nuestras estrategias intelectuales, que deshace toda pretensión de desbancarlo... Ya no se trata de definirlo, sino de describirlo. La identidad más profunda de Dios no la conoceremos por lo que es, sino por lo que hace. Y, sin absolutamente ninguna duda, sin ningún temor de equivocar el camino, los hombres concluimos que Dios todo lo ha hecho por amor, y que por lo tanto, ese mismo amor con que lo ha hecho todo, define su ontología más íntima: Dios es Amor... Ya no hay sombras en lo que Dios es. Más aún, nos identificamos plenamente con ese Dios, pues Él mismo nos ha hecho capaces de vivir el mismo amor, pues somos "imagen y semejanza" suyas... No podremos jamás identificarnos con las "definiciones" que hemos dado de Dios, pues ellas, en cierto modo, quedan siempre fuera de nosotros: Infinito, Todopoderoso, Omnipresente, Omnisciente... Decimos que Dios es eso, pero no tenemos la experiencia de eso en nosotros mismos. Por el contrario, cuando decimos que Dios es Amor, entramos en un campo que conocemos muy bien, pues nosotros somos capaces del Amor: Amamos y somos amados. Ese es un terreno que pisamos y conocemos muy bien. Por eso, Dios Amor es el Dios nuestro. El mejor camino para conocerlo es, por lo tanto, el de la asunción de la humildad y limitación de nuestra inteligencia, pero que es a la vez es el de la insuperable experiencia de igualación con Dios en el amor, en lo cual Él mismo nos ha hecho capaces... No es más que un don amoroso, el más alto y bello, que Él mismo nos ha hecho. No podremos racionalizarlo mejor en esta vida nuestra, pero sí podemos conocerlo y experimentarlo intensamente, poniendo nuestro corazón en la misma onda de pulsaciones que el suyo...
Tiene sentido, por lo tanto, que nos pida que vivamos en el amor. Amar a Dios, amarnos a nosotros mismos, amar a los hermanos, es la manera de ser como dioses. No es pretender desbancarlo lo que nos hará "como dioses". Es siendo cada vez más como Él en el amor, lo que nos asimilará a Él, y nos hará inmensamente felices, pues entramos en lo que Él es. Y esa es nuestra meta. Vivir en Dios, haciéndonos como Él, hasta hacernos finalmente uno con Él, ahora y para toda la eternidad...
lunes, 6 de enero de 2014
Nadie se queda fuera
Jesús es el Dios que se hace hombre en el vientre de una Virgen. Las profecías anunciaron una y otra vez la venida del Mesías, que sería la Luz que alumbraría a las naciones. Un mundo oscuro, que caminaba en tinieblas, en el cual "las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos", recibirá una iluminación inusitada con su llegada. Él, que es la Luz, será precedido por la gran luz de la estrella de Belén, que conduce radiante a los Reyes Magos a su encuentro. La Luz es precedida por la luz...
En esa venida del Redentor se dan las paradojas más marcadas. Su anunciación a la Virgen María es hecha en la intimidad más entrañable. La gloria de Dios, que se hace presente en el Ángel Gabriel que visita a María, se rebaja en un diálogo en el que "solicita" su participación en este paso que Dios quiere dar hacia el hombre. Hasta que María no da su aprobación, y no se pone a la disposición de Dios como su sierva humilde y sin condiciones, no sucede el hecho más grandioso que se ha verificado en la raza humana: Dios se hace uno de nosotros, uniendo desde ese momento y para toda la eternidad las naturalezas divina y humana. Dios "comparte", como un protagonista más, la historia del hombre y la eleva infinitamente en su dignidad. La raza humana ha recibido la visita más ilustre que jamás haya tenido...
José, en su experiencia dolorosa al descubrir el embarazo de María antes de convivir, decidió hacer lo que todo hombre israelita hubiera hecho: repudiar a su mujer que, en su criterio, le había sido infiel. Pero decidió hacerlo en secreto, sin denunciarla públicamente, pues la amaba realmente. Haberla denunciado hubiera significado para Ella la muerte, ya que era lo que exigía la ley. En ese dolor sorbido en la intimidad de su corazón, José es confortado por el mismo Gabriel que lo visita para convencerlo de que su mujer no le había sido infiel, sino que aquello era una obra directa del Dios de Amor en favor de los hombres. De nuevo, la gloria de Dios, presente en la figura del Arcángel, se hace presente en la humildad de un gesto puramente humano...
El nacimiento del Dios de la Gloria, Omnipotente, Infinito, Omnipresente e Inefable, se da en medio de las condiciones de máxima sencillez. Sus padres no tenían siquiera un sitio cómodo dónde colocarlo. Y la "bondad" de una familia de Belén les permite usar el establo donde guardaban los animales para que María diera allí a luz al que era la Luz. El visitante más ilustre que tenía la raza humana llega revestido de la mayor humildad imaginable. El Dios Creador, Sustentador y Juez de la Historia, llegaba en el sitio que usaban la mula y el buey para descansar y para comer... El pesebre de la comida de las bestias le servía de cuna. La gloria de Dios se había hecho nada, se había rebajado al máximo. Dios se había escondido en la pequeñez extrema de un niño recién nacido, cumpliendo con ello, quizás, el mayor de sus milagros: no manifestarse, como hubiera sido normal en su naturaleza, como la altísima divinidad que estaba presente en ese pedacito de carne que yacía en el pesebre...
Los pastorcitos tienen un encuentro con la gloria de Dios en el Ángel que les anuncia la llegada del Redentor, del Mesías, que tanto esperaban desde hacía tanto tiempo. El portento del Ángel que les habla les anuncia el signo por el cual descubrirán al Señor que les ha nacido para su Redención: "Verán al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre". Sólo porque lo anuncia así el Ángel son ellos capaces de descubrir que en ese Niño, nacido en condiciones tan extremas, en un sitio tan impropio de la gloria celestial, está el mismísimo Dios que nos visita. ¿Qué tiene de glorioso un recién nacido, envuelto en pañales, recostado en el sitio donde comen los animales, habitando un establo en el cual ellos viven? ¿Es que no se podría esperar de Dios una entrada más espectacular, unas condiciones más propias de la divinidad?
Esta paradoja gloria-humildad en la venida del Redentor tiene un momento culminante también en la Visita que hacen los Reyes Magos. La gloria de Dios se hace presente en la estrella que conduce a los Reyes hasta Belén, el pueblo de David. Ellos son paganos y desconocen completamente la historia previa de Israel. Sólo su acuciosidad en el estudio de los astros los hace descubrir que en el universo ha sucedido algo maravilloso, portentoso. Eso se lo dicen los astros. Una estrella les anuncia el nacimiento del Rey de los judíos, y se aprestan a ir a visitarlo... La gloria de Dios los acompaña hasta el sitio en el cual está ese Rey. Y descubren que es el mismo Niño que habían visto los pastorcitos, en las mismas condiciones en que aquellos lo habían descubierto. El mismo espectáculo que vieron los pastores es el que ven los Reyes de Oriente: "Un Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre..." Sin embargo, la estrella que los ha venido conduciendo desde su tierra, se detiene sobre el sitio donde está ese Niño, y ellos descubren en Él a aquel al que han estado buscando insistentemente. Su gesto posterior es impresionante: "Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra"... Los Reyes Magos, paganos y adoradores de otros dioses, reconocen a Dios en ese Niño recién nacido. La adoración que le hacen es el signo claro del reconocimiento de la divinidad que hay en el Niño Jesús. Unos paganos reconocen al Rey y Dios de Israel... Y no dudan en adorarlo...
Dios se les revela a los Reyes venidos de Oriente. Ya se había hecho adorar por los ángeles al nacer, que prorrumpen en un canto de extrema dicha, con el "Gloria a Dios en el cielo..." Ya se había revelado a los pastores de Belén, que representaban en todo caso al mismo pueblo de Israel, sencillo y humilde, que reconocía a su Mesías, en la extrema sencillez de su nacimiento. Y ahora se revela a los paganos, representados en los Reyes de Oriente, que reconocen y adoran al Dios que viene a salvar a todos los hombres, sin distinción de raza, de nacionalidad, de color... Es el Dios del Universo entero...
Es la Epifanía, la manifestación gloriosa de nuestro Dios a todos los pueblos. Judíos y paganos reciben la revelación de Dios que nos dice así que ha venido a rescatarnos a todos, que nadie se queda fuera de su amor, que su amor es infinito y por lo tanto no hay nada que quede fuera de su intención de iluminarlo. Esa Luz que es Dios viene a destruir toda penumbra, a borrar toda oscuridad. Ya el tiempo de las sombras ha pasado pues nos visita "el Sol que nace de lo alto", guiado por una estrella luciente. La Luz es anunciada por una luz... No podía ser de otra manera. Esa iluminación de Dios es para todos los que estamos en tinieblas. Basta que nos pongamos bajo ella para que sea eliminada todo oscuridad en nuestras vidas, toda la oscuridad del mundo, y nos revistamos de la alegría de esa Luz brillante, que hace descubrir los colores hermosos que produce Dios y su amor en la vida de todo hombre...
En esa venida del Redentor se dan las paradojas más marcadas. Su anunciación a la Virgen María es hecha en la intimidad más entrañable. La gloria de Dios, que se hace presente en el Ángel Gabriel que visita a María, se rebaja en un diálogo en el que "solicita" su participación en este paso que Dios quiere dar hacia el hombre. Hasta que María no da su aprobación, y no se pone a la disposición de Dios como su sierva humilde y sin condiciones, no sucede el hecho más grandioso que se ha verificado en la raza humana: Dios se hace uno de nosotros, uniendo desde ese momento y para toda la eternidad las naturalezas divina y humana. Dios "comparte", como un protagonista más, la historia del hombre y la eleva infinitamente en su dignidad. La raza humana ha recibido la visita más ilustre que jamás haya tenido...
José, en su experiencia dolorosa al descubrir el embarazo de María antes de convivir, decidió hacer lo que todo hombre israelita hubiera hecho: repudiar a su mujer que, en su criterio, le había sido infiel. Pero decidió hacerlo en secreto, sin denunciarla públicamente, pues la amaba realmente. Haberla denunciado hubiera significado para Ella la muerte, ya que era lo que exigía la ley. En ese dolor sorbido en la intimidad de su corazón, José es confortado por el mismo Gabriel que lo visita para convencerlo de que su mujer no le había sido infiel, sino que aquello era una obra directa del Dios de Amor en favor de los hombres. De nuevo, la gloria de Dios, presente en la figura del Arcángel, se hace presente en la humildad de un gesto puramente humano...
El nacimiento del Dios de la Gloria, Omnipotente, Infinito, Omnipresente e Inefable, se da en medio de las condiciones de máxima sencillez. Sus padres no tenían siquiera un sitio cómodo dónde colocarlo. Y la "bondad" de una familia de Belén les permite usar el establo donde guardaban los animales para que María diera allí a luz al que era la Luz. El visitante más ilustre que tenía la raza humana llega revestido de la mayor humildad imaginable. El Dios Creador, Sustentador y Juez de la Historia, llegaba en el sitio que usaban la mula y el buey para descansar y para comer... El pesebre de la comida de las bestias le servía de cuna. La gloria de Dios se había hecho nada, se había rebajado al máximo. Dios se había escondido en la pequeñez extrema de un niño recién nacido, cumpliendo con ello, quizás, el mayor de sus milagros: no manifestarse, como hubiera sido normal en su naturaleza, como la altísima divinidad que estaba presente en ese pedacito de carne que yacía en el pesebre...
Los pastorcitos tienen un encuentro con la gloria de Dios en el Ángel que les anuncia la llegada del Redentor, del Mesías, que tanto esperaban desde hacía tanto tiempo. El portento del Ángel que les habla les anuncia el signo por el cual descubrirán al Señor que les ha nacido para su Redención: "Verán al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre". Sólo porque lo anuncia así el Ángel son ellos capaces de descubrir que en ese Niño, nacido en condiciones tan extremas, en un sitio tan impropio de la gloria celestial, está el mismísimo Dios que nos visita. ¿Qué tiene de glorioso un recién nacido, envuelto en pañales, recostado en el sitio donde comen los animales, habitando un establo en el cual ellos viven? ¿Es que no se podría esperar de Dios una entrada más espectacular, unas condiciones más propias de la divinidad?
Esta paradoja gloria-humildad en la venida del Redentor tiene un momento culminante también en la Visita que hacen los Reyes Magos. La gloria de Dios se hace presente en la estrella que conduce a los Reyes hasta Belén, el pueblo de David. Ellos son paganos y desconocen completamente la historia previa de Israel. Sólo su acuciosidad en el estudio de los astros los hace descubrir que en el universo ha sucedido algo maravilloso, portentoso. Eso se lo dicen los astros. Una estrella les anuncia el nacimiento del Rey de los judíos, y se aprestan a ir a visitarlo... La gloria de Dios los acompaña hasta el sitio en el cual está ese Rey. Y descubren que es el mismo Niño que habían visto los pastorcitos, en las mismas condiciones en que aquellos lo habían descubierto. El mismo espectáculo que vieron los pastores es el que ven los Reyes de Oriente: "Un Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre..." Sin embargo, la estrella que los ha venido conduciendo desde su tierra, se detiene sobre el sitio donde está ese Niño, y ellos descubren en Él a aquel al que han estado buscando insistentemente. Su gesto posterior es impresionante: "Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra"... Los Reyes Magos, paganos y adoradores de otros dioses, reconocen a Dios en ese Niño recién nacido. La adoración que le hacen es el signo claro del reconocimiento de la divinidad que hay en el Niño Jesús. Unos paganos reconocen al Rey y Dios de Israel... Y no dudan en adorarlo...
Dios se les revela a los Reyes venidos de Oriente. Ya se había hecho adorar por los ángeles al nacer, que prorrumpen en un canto de extrema dicha, con el "Gloria a Dios en el cielo..." Ya se había revelado a los pastores de Belén, que representaban en todo caso al mismo pueblo de Israel, sencillo y humilde, que reconocía a su Mesías, en la extrema sencillez de su nacimiento. Y ahora se revela a los paganos, representados en los Reyes de Oriente, que reconocen y adoran al Dios que viene a salvar a todos los hombres, sin distinción de raza, de nacionalidad, de color... Es el Dios del Universo entero...
Es la Epifanía, la manifestación gloriosa de nuestro Dios a todos los pueblos. Judíos y paganos reciben la revelación de Dios que nos dice así que ha venido a rescatarnos a todos, que nadie se queda fuera de su amor, que su amor es infinito y por lo tanto no hay nada que quede fuera de su intención de iluminarlo. Esa Luz que es Dios viene a destruir toda penumbra, a borrar toda oscuridad. Ya el tiempo de las sombras ha pasado pues nos visita "el Sol que nace de lo alto", guiado por una estrella luciente. La Luz es anunciada por una luz... No podía ser de otra manera. Esa iluminación de Dios es para todos los que estamos en tinieblas. Basta que nos pongamos bajo ella para que sea eliminada todo oscuridad en nuestras vidas, toda la oscuridad del mundo, y nos revistamos de la alegría de esa Luz brillante, que hace descubrir los colores hermosos que produce Dios y su amor en la vida de todo hombre...
domingo, 5 de enero de 2014
Bendecidos incluso en el pecado
La vida de los cristianos es vida que se desarrolla en bendiciones. Todo nuestro itinerario, desde nuestra aparición sobre la tierra, incluyendo en esos inicios hasta la caída por el pecado cometido, pasando por toda la historia maravillosa del pueblo de Israel y la venida del Hijo de Dio en nuestra carne, no es sino una continua bendición de Dios. Él "nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos", pues la relación que el Padre establece con los hombres a través de su Hijo Jesús siempre perseguirá que el hombre salga enriquecido en ella... No se puede pensar de otra manera en esta dinámica que Dios establece con los hombres, pues en realidad, no existe ninguna otra motivación en Dios que la del amor, y por lo tanto, la de beneficiar siempre al hombre con el cual entra en relación...
Desde la misma creación del hombre, hecha al final de la gran gesta creadora que emprende Dios y que, dada su omnipotencia y su infinitud -por las cuales se basta a sí mismo totalmente-, no tiene otra explicación posible que la de darse a sí mismo un objeto diferente al cual amar y bendecir en las cosas creadas, poniendo entre ellas, como centro y núcleo integrador y aglutinante de ese amor de donación, al mismo hombre, toda la historia posterior se desarrolla en medio de bendiciones, de las cuales el hombre, por ser el amado predilecto, es el principal beneficiario...
En primer lugar, Dios da al hombre la gran bendición de la existencia. De ninguna manera podemos imaginarnos bendición como la de existir, por cuanto la no-existencia es el vacío total, del cual ninguno tenemos la más mínima idea. No es posible ni siquiera pensar en ello, pues antes de la Creación del mundo y de nosotros mismos lo que había era la nada absoluta, en la cual sólo Dios estaba presente, amándose y bendiciéndose a sí mismo... Al no existir nosotros, ni siquiera podríamos plantearnos qué habría sido de nosotros, pues simplemente no éramos nada... Es un problema que, sencillamente, no existía. Nuestra creación, siendo colocados en el centro de todo lo demás, y que fue puesto a nuestro servicio por Dios, para que usáramos de todo a nuestro beneficio, y a nuestro placer, ya es en sí mismo una bendición... De la nada, de la no existencia, del absurdo de lo inimaginable, Dios nos ha traído al ser, al existir, y en ese regalo de la existencia, nos ha puesto por encima de todo. Ha sido un salto cualitativo inmensamente grande, casi infinito. De la nada a lo mejor. De la no existencia al dominio sobre todo lo creado. La bendición de nuestra existencia es la primera de todas en la que Dios "se luce" en el amo al hombre... De nuestra parte sólo habría la posibilidad del agradecimiento, pues de lo absurdo del no existir hemos sido llamados a la plenitud de la existencia...
Pero lo maravilloso de la obra creadora, en la cual sólo podemos encontrar beneficios para el hombre, sigue sorprendiéndonos, desde la voluntad amorosa de Dios en relación al hombre, pues la llamada a la existencia que Él nos ha lanzado, la ha hecho, además, haciendo posibles las condiciones óptimas para que ella se desarrollara en la mayor felicidad imaginable. No es una simple existencia en la cual el hombre caminaría sin norte, sin guía, sin meta... Sería terrible que camináramos sin saber hacia dónde dirigir nuestros pasos, vagando sin sentido por toda la ruta sin fin... "Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia, con la cual nos hizo gratos en el Amado". Dios nos llamó a la existencia feliz, pues no nos creó como una "cosa" más, o como una "ser animado más", sino que nos llamó a formar parte de su familia, en su Hijo Jesucristo, manifestando con eso que nuestra felicidad por la existencia debía ser consciente, mantenida en ella misma cuando estuviéramos en su presencia, recibiendo su amor en plenitud, con lo cual no podríamos tener otra felicidad mayor que la de hacernos cada vez más suyos... Dios nos creó ansiosos de felicidad, con sed de eternidad, añorantes del amor y de la trascendencia. Pero no dejó nuestra naturaleza eternamente insatisfecha en estas necesidades, sino que se puso Él mismo como la causa que satisfaría absolutamente todas estas hambres. Y, lo mejor, se puso " a tiro" para que siempre lo tuviéramos a la mano. Inconscientes somos cuando no alargamos la mano y no nos agarramos a Ese que es la satisfacción plena de las ansias de felicidad, de amor y de eternidad... Lo entendió perfectamente San Agustín cuando dijo: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti"...
En el pecado, los hombres cometemos la torpeza mayor imaginable, pues ponemos un muro a esa presencia de Dios en nuestra vida, imposibilitándonos nosotros mismos alcanzar la plenitud a la que hemos sido llamados en nuestra existencia y quedándonos en la mayor de las frustraciones, añorantes siempre de esa plenitud. El pecado es como la manifestación de intención del hombre de querer valerse por sí mismo, para lograr la felicidad. Y así, es, en cierto modo, su decisión de vivir la frustración mayor, el sinsentido mayor de la existencia, pues se queda en lo creado, y no avanza hacia el Creador amoroso y providente... Pero el Dios de bendiciones, aún en esa torpe decisión humana, siendo infinitamente misericordioso, lo cual es propio de su naturaleza "bendecidora", nos sale al encuentro para decirnos que a pesar de nuestra torpeza, nos conoce perfectamente pues hemos salido de su mano, sabe que somos soberbios por naturaleza, y por eso es capaz de resarcir el mal que hemos colocado nosotros mismos en nuestro camino, y ya no sólo nos alarga su mano para que nos agarremos a ella, sino que viene a nuestro encuentro, colocándose en nuestro camino para que nos "tropecemos" con su amor... "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios...Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y henos visto su gloria..."
La mayor bendición que Dios ha derramado sobre nosotros: La mismísima presencia del Hijo en medio de los hombres. Hemos sido bendecidos infinitamente, pues Dios nos ama infinitamente. El Verbo eterno de Dios ha venido para darnos la mayor bendición: recuperar nuestra filiación divina uniéndonos a Él para ser elevados con Él. Ya no somos simples pecadores, sino que el pecado ha sido la puerta de entrada de la mayor bendición. Siendo malo, Dios lo convirtió en algo que utilizar para demostrar aún más grande y portentosamente su amor y su misericordia. La mayor bendición es la del perdón. Y Dios nos la da por su Hijo Jesús, que se ofrece como propiciación perfecta de los pecados... "Feliz culpa la que nos mereció tal Redentor.."
Desde la misma creación del hombre, hecha al final de la gran gesta creadora que emprende Dios y que, dada su omnipotencia y su infinitud -por las cuales se basta a sí mismo totalmente-, no tiene otra explicación posible que la de darse a sí mismo un objeto diferente al cual amar y bendecir en las cosas creadas, poniendo entre ellas, como centro y núcleo integrador y aglutinante de ese amor de donación, al mismo hombre, toda la historia posterior se desarrolla en medio de bendiciones, de las cuales el hombre, por ser el amado predilecto, es el principal beneficiario...
En primer lugar, Dios da al hombre la gran bendición de la existencia. De ninguna manera podemos imaginarnos bendición como la de existir, por cuanto la no-existencia es el vacío total, del cual ninguno tenemos la más mínima idea. No es posible ni siquiera pensar en ello, pues antes de la Creación del mundo y de nosotros mismos lo que había era la nada absoluta, en la cual sólo Dios estaba presente, amándose y bendiciéndose a sí mismo... Al no existir nosotros, ni siquiera podríamos plantearnos qué habría sido de nosotros, pues simplemente no éramos nada... Es un problema que, sencillamente, no existía. Nuestra creación, siendo colocados en el centro de todo lo demás, y que fue puesto a nuestro servicio por Dios, para que usáramos de todo a nuestro beneficio, y a nuestro placer, ya es en sí mismo una bendición... De la nada, de la no existencia, del absurdo de lo inimaginable, Dios nos ha traído al ser, al existir, y en ese regalo de la existencia, nos ha puesto por encima de todo. Ha sido un salto cualitativo inmensamente grande, casi infinito. De la nada a lo mejor. De la no existencia al dominio sobre todo lo creado. La bendición de nuestra existencia es la primera de todas en la que Dios "se luce" en el amo al hombre... De nuestra parte sólo habría la posibilidad del agradecimiento, pues de lo absurdo del no existir hemos sido llamados a la plenitud de la existencia...
Pero lo maravilloso de la obra creadora, en la cual sólo podemos encontrar beneficios para el hombre, sigue sorprendiéndonos, desde la voluntad amorosa de Dios en relación al hombre, pues la llamada a la existencia que Él nos ha lanzado, la ha hecho, además, haciendo posibles las condiciones óptimas para que ella se desarrollara en la mayor felicidad imaginable. No es una simple existencia en la cual el hombre caminaría sin norte, sin guía, sin meta... Sería terrible que camináramos sin saber hacia dónde dirigir nuestros pasos, vagando sin sentido por toda la ruta sin fin... "Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia, con la cual nos hizo gratos en el Amado". Dios nos llamó a la existencia feliz, pues no nos creó como una "cosa" más, o como una "ser animado más", sino que nos llamó a formar parte de su familia, en su Hijo Jesucristo, manifestando con eso que nuestra felicidad por la existencia debía ser consciente, mantenida en ella misma cuando estuviéramos en su presencia, recibiendo su amor en plenitud, con lo cual no podríamos tener otra felicidad mayor que la de hacernos cada vez más suyos... Dios nos creó ansiosos de felicidad, con sed de eternidad, añorantes del amor y de la trascendencia. Pero no dejó nuestra naturaleza eternamente insatisfecha en estas necesidades, sino que se puso Él mismo como la causa que satisfaría absolutamente todas estas hambres. Y, lo mejor, se puso " a tiro" para que siempre lo tuviéramos a la mano. Inconscientes somos cuando no alargamos la mano y no nos agarramos a Ese que es la satisfacción plena de las ansias de felicidad, de amor y de eternidad... Lo entendió perfectamente San Agustín cuando dijo: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti"...
En el pecado, los hombres cometemos la torpeza mayor imaginable, pues ponemos un muro a esa presencia de Dios en nuestra vida, imposibilitándonos nosotros mismos alcanzar la plenitud a la que hemos sido llamados en nuestra existencia y quedándonos en la mayor de las frustraciones, añorantes siempre de esa plenitud. El pecado es como la manifestación de intención del hombre de querer valerse por sí mismo, para lograr la felicidad. Y así, es, en cierto modo, su decisión de vivir la frustración mayor, el sinsentido mayor de la existencia, pues se queda en lo creado, y no avanza hacia el Creador amoroso y providente... Pero el Dios de bendiciones, aún en esa torpe decisión humana, siendo infinitamente misericordioso, lo cual es propio de su naturaleza "bendecidora", nos sale al encuentro para decirnos que a pesar de nuestra torpeza, nos conoce perfectamente pues hemos salido de su mano, sabe que somos soberbios por naturaleza, y por eso es capaz de resarcir el mal que hemos colocado nosotros mismos en nuestro camino, y ya no sólo nos alarga su mano para que nos agarremos a ella, sino que viene a nuestro encuentro, colocándose en nuestro camino para que nos "tropecemos" con su amor... "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios...Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y henos visto su gloria..."
La mayor bendición que Dios ha derramado sobre nosotros: La mismísima presencia del Hijo en medio de los hombres. Hemos sido bendecidos infinitamente, pues Dios nos ama infinitamente. El Verbo eterno de Dios ha venido para darnos la mayor bendición: recuperar nuestra filiación divina uniéndonos a Él para ser elevados con Él. Ya no somos simples pecadores, sino que el pecado ha sido la puerta de entrada de la mayor bendición. Siendo malo, Dios lo convirtió en algo que utilizar para demostrar aún más grande y portentosamente su amor y su misericordia. La mayor bendición es la del perdón. Y Dios nos la da por su Hijo Jesús, que se ofrece como propiciación perfecta de los pecados... "Feliz culpa la que nos mereció tal Redentor.."
Suscribirse a:
Entradas (Atom)