Una de las verdades fundamentales de nuestra fe cristiana es la de ser elegidos por amor. Dios nos convoca a cada uno a ser suyos, a pertenecer sólo a Él, a tener plena conciencia de ser propiedad exclusiva suya. Y no lo hace simplemente como un trámite "de propietario capitalista", que engordaría con ello la lista de sus posesiones, sino con un corazón de amor que quiere hacer consciente de que en esa condición de pertenencia está la verdadera felicidad y la plenitud del hombre. En nuestra creación como centros de todo lo creado, de todo el universo, la plenitud que Dios imprimió en el hombre pasa por eso: por ser suyos, pues colocó en nosotros una semilla de añoranza de Él mismo que será la motivación máxima que tendremos siempre. Cuando no lo asumimos así y tomamos otras rutas en búsqueda de esa plenitud, logramos sólo frustraciones...
No estar en Dios, no ser exclusivamente de Él representaría para el hombre la desilusión mayor. Consciente o inconscientemente, elegir un camino diverso a éste lleva a la oscuridad de la vida propia y puede llevar a otros a esa misma oscuridad que portamos... Así lo entendió perfectamente San Agustín, cuando afirmó: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descase en ti". Sucede como cuando se nos desencaja el hueso del hombro -decimos: "se me salió el brazo"-, produciendo dolores terribles e inutilizando el brazo totalmente. Hasta que no es devuelto a su lugar ese hueso y haya recuperado totalmente la normalidad de su funcionamiento, estará siempre produciendo dolor y permanecerá inútil... Exactamente sucede lo mismo con el hombre que no está en Dios. Somos como ese hueso dislocado, que no está en el sitio que le corresponde, y eso nos duele y nos hace inútiles...
Dios nos elige, nos llama para sí, nos quiere junto a Él, pero no para "acapararnos", sino para hacernos felices. Él ha sembrado la semilla de su añoranza en nosotros y ha hecho lo mejor que ha podido hacer: ofrecerse a sí mismo siempre, estar a la disposición, colocarse a tiro para que podamos alcanzarlo. De esa manera, la frustración será una opción hecha por el mismo hombre, pues el camino de la satisfacción plena es sencillo de recorrer, por cuanto Dios siempre será asequible, más aún, se hará el encontradizo para que lo podamos tener... Si nos frustramos en la búsqueda de la felicidad es una opción personal. Igualmente lo será el logro de la plenitud y de la felicidad mayor...
Dios nos ha manifestado reiteradamente su voluntad amorosa sobre nosotros: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso", "Yo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios", "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo"... De múltiples maneras, Dios nos ha hecho clara su llamada, nuestra vocación. Los diversos personajes de las Sagradas Escrituras que ejemplifican a los llamados, no son otra cosa sino prefiguración de la elección eterna que ha hecho sobre cada uno de nosotros. Dios nos ha creado plenamente libres, llenos de capacidades, de inteligencia y voluntad, pero con una vocación eterna que se basa en su amor y que tiene un doble objetivo: ser de Él y ser enviados al mundo para dar testimonio de Él...
Cada uno de esos personajes no fue llamado simplemente para quedarse "regodeándose" en la alegría de estar en Dios. Fue llamado y convocado a una misión específica: "Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra", "Escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo", "Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios"... La elección del Señor es, sí, una grana alegría, pues nos da la posibilidad de lograr en Él la plenitud de nuestra existencia, su sentido máximo. Pero ella se complemente exclusivamente en la ocasión de adr testimonio de quien nos ha elegido delante de todos los hermanos...
Entender que nuestra plenitud se complementará sólo en la medida que nos hagamos testigos de esa plenitud que vivimos, es lo que hará que no alcancemos jamás una frustración indeseable. Pretender quedarse "felices" en Dios sin proyección hacia los hermanos, es arriesgarnos a alcanzar más bien la frustración total de nuestro ser. Hemos sido creados para amar y para multiplicar el amor. Para vivir la salvación y para hacerla llegar a los hermanos, porque los amamos. Sin el amor que nos lanza a los demás, la vida del hombre es un simple automatismo. Es el amor y el deseo de que todos lo vivan en Dios lo que da a la vida su verdadera ilusión y su mayor añoranza. Y se puede alcanzar plenamente, pues el mismo Dios que ha creado la necesidad, hace posible que alcancemos satisfacerla plenamente ya que Él mismo se pone a la mano y se ofrece para ser esa plenitud...
Hacernos salvación de Dios para los hermanos, porque vivimos esa misma salvación en nosotros; procurar que nuestra elección alcance su finalidad última, que es ser salvación para los demás; reconocernos lanzados a los hermanos para llevarles a ellos el amor que Dios les tiene, es la máxima felicidad, es la máxima añoranza y es la máxima ilusión que se puede vivir en el amor. Quien ama no puede tener otra prioridad que la de ser de Dios verdaderamente y la de hacerse instrumento de su amor para los demás... Dios nos ha hecho así. Ha querido que vivamos en la plenitud. Y nuestra plenitud es el amor. Se pone a la mano para que lo tengamos y nos pone a los hermanos en el camino para que nuestro amor sea pleno, sea compartido, sea hecho salvación para todos.
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