miércoles, 8 de enero de 2014

Quien ama no tiene temor

Por muchos años, el método que usó la Iglesia para evangelizar puso el acento más en el temor a Dios que en su amor infinito por los hombres. No es que no se hablara de ese amor, pues es imposible no hacerlo, sino que como método de convencimiento se presentaba el terror que sufriría quien no aceptara a Dios en su vida. Ninguna de las dos cosas es falsa. Dios es infinitamente amoroso con los hombres. Lo ha demostrado ostensiblemente durante toda la historia de la salvación, desde el mismo hecho de la existencia del hombre. Sin haber ninguna necesidad de que existiera, Dios fue motivado por su deseo de amar algo fuera de sí, para crearlo. Y por ese amor lo creó. Y luego, durante todo el transcurso de la historia los gestos de Dios hacia el hombre han sido siempre motivados por ese amor infinito. Pero, igualmente, la misma historia de salvación nos relata lo terrible que es Dios con los que no lo aceptan, con los que se oponen a su amor, con los que se atreven a levantar su mano contra sus amados... En la misma dinámica del amor de Dios está su ausencia y su opuesto para quien lo rechaza... La oscuridad es el signo claro de quien decide por propia iniciativa colocarse al margen del amor de Dios...

No hay duda de que ambas realidades están presentes en Dios. Pero, lamentablemente para muchos evangelizadores, antiguos y nuevos, la mejor forma para lograr convencer a alguien es la de infundirles el temor al infierno y al castigo divino, que la de infundirles el amor al Dios misericordioso, todopoderoso, providente, amoroso... Es cierto que no debemos ser anacrónicos en la valoración de lo que se hizo en otros tiempos. Sería antiético hacerlo, por cuanto no podemos juzgar los hechos pasados con criterios actuales. Las motivaciones de aquellos tiempos son, sin duda, muy diversas a las que tenemos hoy. Pero, asumiendo esta realidad indubitable, debemos también reconocer que continuar avanzando por esas rutas sería tremendamente peligroso, por cuanto el hombre actual ya no "se asusta" con amenazas de este tipo sino que simplemente pasa de ellas. Si hay algo que le produce "temor", sencillamente se aleja de eso, y punto... Además, sería también injusto con el mismo Dios, pues estaríamos presentando una imagen que no es la real, por incompleta... Lo positivo de tener a Dios, en todo caso, sobrepasa inmensamente lo supuestamente terrible de no tenerlo...

El Papa Francisco ha tomado esta bandera y la ha hecho ondear fuertemente para refrescar la misión de la Iglesia. En su llamado nos ha insistido mucho en la necesidad de presentar un mensaje fresco, comprometedor, el de un Dios que es bueno y amoroso, particularmente con los más pequeños, sencillos y necesitados. El Dios que nos ha traído para refrescarnos no es un Dios "suegra", sino un Dios "abuela", que está siempre esperando misericordiosamente a todos. No quiere decir que ha "edulcorado" la imagen de Dios, "purificándolo" de su exigencia que responsabiliza a los cristianos. Todo lo contrario. Ha insistido en la necesidad de "dejarnos amar" por Dios, pues nos hemos acostumbrado demasiado a dejarnos "amenazar" por Dios. En nuestro criterio y en nuestra conducta hemos colocado a Dios entre los personajes a temer, pues tenemos la idea de que está en todas las esquinas esperándonos con el garrote a que nos resbalemos, para descargar su ira contra nosotros... Ese no es Dios. Y no es que no esté dispuesto, como todo padre, a corregir y a escarmentar, por amor. Pero antes que a eso, está dispuesto a acoger, a abrazar, a besar, a abrir las puertas de la casa para que entremos cuando nos arrepentimos. Basta que nos "dejemos amar" para saber que ese es el verdadero Dios...

En esta idea, el Papa Francisco no ha hecho más que asumir la enseñanza bíblica. "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él", nos ha dicho San Juan. El amor debe "arrebatar" nuestra mente y nuestro corazón para poder afirmar que somos de Dios realmente. Cuando nos dejamos arrebatar únicamente por el temor, no somos de Dios, sino que nos mantenemos junto a Él para evitar el castigo. El amor nos hace uno con Dios. El temor nos esclaviza. "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud"... No hay como vivir en el amor para abrir el ser a Dios, para que Él sea nuestra plenitud... El único temor lícito que habría, en este caso, sería el de no estar en Dios, el de ofenderle, pues lo amamos tanto que nos sentiríamos absolutamente vacíos al no tenerlo... Es el don del Espíritu, el del Temor de Dios, por el cual evitamos todo lo que pueda herir al amor y alejarnos de su vivencia. No es tenerle miedo a Dios, sino tener miedo de alejarse de Él y de su amor...

Por eso Juan insiste: "No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor". Cuando se vive en el ámbito del amor de Dios todo es seguridad, todo es libertad, todo es frescura. De ninguna manera se envejece quien ama. Sus años son siempre renovación, pues el amor lo renueva todo y lo refresca todo. Cuando es el amor el criterio principal de vida, por ser la presencia segura de Dios en el ser, no se cuida de lo que se hace, de lo que se diga, de lo que se ande, pues todo será bueno, al ser guiado por el amor... Es la perfección que percibió San Agustín: "Ama, y haz lo que quieras". El amor como guía y como criterio último, hará que el camino de la vida siempre esté en la presencia de Dios. Y por eso jamás habrá temor al castigo, pues el amor nunca hará nada que vaya en contra del bien, del hombre, de lo correcto... Cuando se ama, la responsabilidad es del amor. No hay posibilidad de esclavitudes, pues el amor las hace inviables. Quien ama no teme jamás a las cadenas, pues ellas no existen en quien vive el amor. El amor es la libertad suprema, a tal punto, que libera incluso de la posibilidad de hacer algo malo, que es la mayor esclavitud...

Es impresionante a la altura a la que nos hace llegar el amor: "En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo". Cuando amamos, pasamos el testigo a Dios, pues Él es quien rige nuestra vida. Nuestros criterios pasan a ser los del amor. Nuestras conductas pasan a ser las del amor. Nuestros caminos pasan a ser los del amor. Y si son los del amor, son los de Dios. Nuestros criterios, nuestras conductas, nuestros caminos, pasan a ser los de Dios. Y esa es la mayor libertad...

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