La figura de Juan Bautista es inagotable. Se puede hacer meditaciones sobre él, sobre su tarea, sobre sus cualidades, y todas serán abundantes e inacabables. Es natural que así sea, pues es el personaje-quicio entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Podemos decir que Juan Bautista es el último de los Patriarcas y el primero de los Apóstoles.
Sin haber recibido promesas, como los Patriarcas del Antiguo Testamento, de numerosa descendencia o de propiedad sobre tierras bendecidas, se convirtió en el anacoreta más relevante de todos. Se retiró al desierto, haciéndose nazireo, una especie de "santón" que vivía en el ocultamiento y en el desprecio total del mundo material, para alcanzar un nivel de encuentro con Dios en el cual nada fuera a servir de obstáculo. Como dicen el Evangelio: "Se alimentaba sólo de langostas y vestía una piel de camello". La navaja no tocó sus cabellos, no bebió jamás vino... Era un hombre de Dios que quiso mantener su encuentro con Él por encima de cualquier cosa que pudiera estorbarla... Fue la mejor preparación que tuvo para luego convertirse en el instrumento de entrada para la obra del anuncio público de la llegada del Reino que venía a hacer Jesús.
Sin haber sido convocado por Jesús para pertenecer al grupo de sus discípulos íntimos, de sus apóstoles, fue el primero en anunciar la llegada del Mesías a los hombres. Esta tarea suya había sido ya proclamada anteriormente. Él fue "la voz que clama: En el desierto, preparen un camino al Señor". Por tener clara su misión de preparación de ese camino al Señor, fue una voz que continuamente invitó a sus seguidores al arrepentimiento necesario y a la conversión de corazón, para que se hicieran dignos de recibir a quien venía a anunciar la llegada del Reino de los Cielos. Su anuncio fue tan certero que, hasta en el mismo momento en que el Mesías aparece públicamente en el Jordán para ser bautizado, y "cumplir toda justicia", lo reconoce sin tardanza, y lo proclama como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"...
Juan Bautista hubiera podido aprovecharse de la relevancia que tenía su figura sobre sus seguidores. Era escuchado, respetado, venerado por ellos. Esos hombres que lo seguían tenían hambre y sed de Dios. No ocultaban su añoranza del cumplimiento de las Escrituras que se referían a la llegada del Mesías Redentor y que ellos consideraban ya próximas a cumplirse definitivamente, pues todas las condiciones se estaban dando. Tenían una comprensible expectativa, que se hacía ya casi incontenible, pues percibían que estaba llegando aquella "plenitud de los tiempos" que tanto se anunciaba. Y Juan Bautista era un personaje que resumía en sí mismo muchas de las características de ese misterioso personaje que enviaba Dios para la salvación de los hombres, para la liberación del pueblo... Era muy fácil confundirse con ese personaje y con el que había sido profetizado...
Pero Juan tenía muy clara su misión. Y además, tenía una cualidad que lo caracterizaba mejor que a nadie: La humildad. Sabía muy bien cuál era su lugar en todo este entramado de la historia de la salvación. Les decía a sus discípulos: "Yo no soy a quien ustedes están esperando. Detrás de mí viene uno que es mucho más grande que yo y a quien no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias". Juan, que si hubiera sido un aprovechador tenía todo servido en bandeja de plata para hacerlo, jamás tuvo ni siquiera la tentación... Simplemente asumió su tarea de ser Voz, pero con la idea clara de que esa voz era para anunciar la llegada del gran Otro, del Mesías, del Enviado de Dios a la humanidad. Sabía muy bien que su misión era realmente importante, pero que era simplemente de anuncio, de preparación. No la de la salvación... Esa le correspondía a quien la gente estaba esperando de verdad y a quien él preparaba el camino...
La inminencia de la llegada de ese Salvador se sentía en el aire. Ese era Jesús, a quien seguramente Juan conocía por alguna referencia. Eran familia, pero los Evangelios no nos dicen nada sobre encuentros anteriores entre ellos. Sólo nos refieren un encuentro en la intimidad del vientre de sus respectivas madres, en el cual ambos personajes se reconocieron espiritualmente y tuvieron una comunión de afectos impresionante. Después de esto no hay constancia de algún encuentro posterior, previo al encuentro que se dará en las orillas del Jordán... Juan había cumplido muy bien su tarea. Su fama de convocador a la conversión y al arrepentimiento se había extendido inmensamente. Tanto, que hasta Jesús considera importante iniciar su labor pública haciéndose presente en la fila de quienes se quieren hacer bautizar por Juan. No porque lo necesitara, pues Él era la causa de toda pureza, sino porque "era necesario cumplir toda justicia" ante los hombres. Juan Bautista asume su rol perfectamente: "Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar". Crece el Sol que nace de lo alto y mengua la Voz que clama en el desierto. Ya llega la Luz que ilumina a todos los hombres, y se hace innecesaria la Voz que clama en el desierto y anuncia su llegada, pues ya está entre los hombres...
Juan Bautista le grita a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". "Este es el que han estado esperando. Por este es por quien ustedes han estado suspirando. Ya no deben esperar a nadie más, pues la Salvación ya está entre nosotros..." Y así, se hace a un lado. Con el máximo silencio, con la mayor humildad. Sólo aparecerá de nuevo cuando dé el último y más grande testimonio sobre Jesús, sobre la Verdad, sobre la Justicia, por lo cual será decapitado pretendiendo ser silenciado. Pero incluso así, derramando su sangre por la causa de la Justicia, sigue gritando a los hombres la necesidad de la conversión. Ni siquiera la muerte lo silenció. Al contrario, hizo resonar su voz más fuerte en todos los rincones de la tierra, anunciando la llegada del amor y de la salvación... Esa voz retumba hoy. Y es necesario que la escuchemos, para dejar a un lado lo que obstaculiza que Jesús llegue a nuestros corazones: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. Hijos míos, guárdense de los ídolos". Juan nos pone en el camino de recibir al Verdadero, a Jesús. No despreciemos esa Voz...
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