El inicio del Tiempo Ordinario tiene las características propias de todo inicio: Se empieza desde cero, esbozando como un programa de lo que vendrá y que se irá desarrollando en el tiempo. No hay que pensar que por ser "ordinario" es común, sin importancia. Ciertamente los tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua son tiempos densos, en los cuales la liturgia se centra en los dos acontecimientos centrales de la fe cristiana: La Encarnación del Hijo de Dios y la Pascua de Cristo -su Pasión, Muerte y Resurrección-. Pero eso no quiere decir que en el Tiempo Ordinario no hay un peso específico que tiene que ser tomado en cuenta y que marca la vida normal de los cristianos. Es precisamente allí donde está su peso. En este tiempo, el cristiano demuestra que lo vivido en los tiempos fuertes y densos ha dado su fruto. Es en lo "cotidiano" de la vida ordinaria donde se da testimonio de lo que se ha recibido. Es en el día a día en que se da fe de lo que se cree...
Es normal que sea así, pues en cierto modo es "fácil" vivir la fe con intensidad cuando estamos sustentados en acontecimientos densos. El hecho de contemplar al Niño Dios en el pesebre, con lo cual se cumple la promesa del envío de un Redentor, y de adorarlo junto a los Pastorcitos y a los Reyes, es "natural". La Iglesia misma insiste mucho en su liturgia y en su labor de esos días en la necesidad de centrarnos en ese acontecimiento. La Semana Santa, con su preparación previa en la Cuaresma y su punto culminante en el Triduo Pascual, lógicamente tiene que ser vivida con mucha intensidad por cada cristiano, pues es ese el misterio que sustenta toda la fe que profesamos. Y por ello la Iglesia lo vive y lo hace vivir con la mayor seriedad y centralidad...
Lo "difícil" es que, en una situación de "normalidad", entendamos que nuestra fe debe ser mantenida en la misma intensidad, y quizá en una mayor exigencia, pues sin tener nada "especial" que la motive, debemos mantenerla a tope... Es el peligro que corremos siempre cuando no nos fijamos en lo medular, cuando vivimos los momentos densos como simples "espectáculos" y no como acontecimientos renovadores que transformen nuestra vida... Eso debe "notarse" siempre. La fe cristiana no se sustenta en un "show" de Navidad o de Semana Santa, sino en la renovación interior y en el compromiso que esos acontecimientos producen establemente en nuestras vidas. Por no haberlo asumido así, muchos viven su vida cristiana como vida de "operativos", que se profundiza en los momentos fuertes, y se afloja casi hasta el relajamiento total en los otros momentos...
Y hoy tenemos la clave de la vivencia de nuestra fe. Jesús inicia su predicación diciendo: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; conviértanse y crean la Buena Noticia"... Es el tiempo de la salvación. No es necesario que haya un show para que esto se sepa. La venida del Redentor es el inicio de todo lo nuevo, y hay que estar preparados para recibir toda esa renovación. Para nosotros, es un tiempo ya cumplido. Ya esa renovación está en camino. Ya hemos sido llamados a la conversión por Jesús y estamos en el camino de recibir todos sus frutos, si emprendemos el camino con ilusión. La obra redentora ya ha sido realizada. El Evangelio nos presenta el momento del inicio, en el cual Jesús empezaba ese anuncio apenas a unos cuantos. Hoy esa voz resuena fuerte y firme, diciéndonos a todos que ya la obra redentora fue cumplida, pero que tenemos necesidad de seguir el proceso de conversión. Esa conversión no es una meta, sino un camino en el cual todos debemos ir cada vez más adelante... Creer la Buena Noticia es para nosotros alegrarnos de saber que Dios nos ama infinitamente, que todo tiene la condición de novedad y de frescura que el acto redentor ha alcanzado para ello, que somos los hijos de Dios predilectos a los cuales nos ha regalado a su propio Hijo para que seamos salvados y rescatados de la muerte y de la oscuridad, que el sacrificio de Jesús nos ha hecho hermanos entre nosotros por lo cual ya no somos extraños ni extranjeros, sino miembros todos de la misma familia de la Iglesia de los redimidos... Se trata, por lo tanto, de vivir esta certeza en todo lo que vivimos, hoy, mañana y pasado, en cada momento, con la intensidad que lo experimentamos al vivir en la liturgia la celebración de los misterios principales...
Pero Jesús da un paso más... Se adelanta a la búsqueda de los "socios" que va a necesitar en este anuncio: "Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres"... Pudiendo hacer la obra por sí mismo -Él es Dios, y lo puede todo- quiere asociar a los mismos hombres en el rescate de sus hermanos. Es una voz que nos lanza a todos. Los convocados no son aún redimidos. Harán la obra para sí mismos y para los demás. Unirse a Jesús es alcanzar la redención para sí, y estar disponibles para lograrla para los hermanos. ¡Qué obra tan maravillosa la de alcanzar la propia redención uniéndose a Cristo para dársela también a los hermanos!
El Tiempo Ordinario nos invita a vivir la intensidad de lo que hemos disfrutado en los momentos densos de celebración. Es la oportunidad que se nos presenta en lo cotidiano de dar demostración de lo que hemos recibido y madurado en nuestras propias vidas de fe. Es el verdadero testimonio. Es muy fácil dar testimonio de la fe en los momentos en los que tenemos un motivo "grande". Lo difícil es hacerlo cuando no hay nada especial. Este es el Tiempo Ordinario. Es como el martirio "lento", en el cual se pugna por decir Sí a Dios en cada momento, en cada dolor, en cada tristeza, en cada alegría, en cada esperanza... Y podemos hacerlo, pues la obra redentora es para la vida cotidiana, no sólo para lo extraordinario. Cada segundo es vida redimida. Cada palabra es vida redimida. Cada gesto es vida redimida. No cometamos el error de separar nuestra vida cotidiana de la vida que debemos demostrar que tenemos, sabiéndonos redimidos por el amor de Jesús...
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