Juan tuvo esa experiencia íntima con el amor de Dios en su relación con Jesús; tanto, que se sintió privilegiado en esa vivencia personal, al punto de que se llamaba a sí mismo "El discípulo al que Jesús amaba"... Para Juan estaba claro que la esencia de Dios y de Jesús, "El Verbo que era Dios y se hizo carne", estaba en el amor... Y así, en todas las descripciones que Juan da sobre Dios, sobre su acción redentora en Jesús, no son otra cosa sino la expresión de ese amor activo que Dios ponía a funcionar en favor de los hombres. Por eso, el Evangelio de Juan y todos sus escritos rezuman de esta sensación de amor que Dios quiere derramar en el corazón de cada hombre... Los recuerdos de Juan sobre la obra de Jesús refieren siempre a ese lado tierno del amor, a ese hacerse nada para alcanzar la cercanía del hombre, a ese ponerse al servicio de todos para lograr que se dejaran amar infinitamente como Dios siempre lo hace... Se explica así el regalo de la Madre desde la Cruz a todos los hombres para que sean sus hijos, lo cual puede hacer sólo quien ama mucho; el gesto detallista con los esposos de Caná a los que se les había acabado el vino; la solicitud por que los que lo siguen no sientan hambre y tengan qué comer; la mirada tierna hacia la mujer adúltera que le traen los hombres para ser apedreada; la autopresentación que hace como el Buen Pastor que da la vida por amor a sus ovejas; el llanto ante la tumba de Lázaro, su gran amigo... Por eso, Jesús es capaz de dar el mandamiento nuevo del amor, pues no hace sino pedir a sus discípulos que hagan lo mismo que Él ha hecho...
Pero esa presentación de la gran luz que es Jesús, Juan la hace con el claroscuro de lo que puede ser la respuesta del hombre... Si el hombre se deja conquistar por ese amor, puede tener la felicidad asegurada eternamente. "Quien ama no puede pecar", y quien no peca, camina hacia la vida eterna en la presencia de Dios, y por ende, será eternamente feliz... Pero quien no se deja conquistar por el amor y, en consecuencia, no ama, no será de Dios, vivirá en el odio, y se asegura la tristeza por toda la eternidad. Quien peca, no ama. Quien es injusto, no es de Dios. Así de claro. Para Juan no hay término medio. Es cierto que en ese itinerario está siempre al posibilidad de la conversión y del abandono en la misericordia de Dios para ser perdonado y reconquistado, pero en la situación de pecado la realidad es terrible... Quien se empeña en mantenerse en esa situación, lejos de Dios, sin ser de Dios, denota su muerte personal. Quien es injusto y no ama a su hermano, no es de Dios, es decir, está muerto...
"Todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano", dice claramente Juan... Justicia, en términos de la Sagrada Escritura, es santidad. Pero también refiere a la virtud cardinal que invita a dar a cada quien lo que le corresponde. En el sentido bíblico, dar a Dios lo que le corresponde de nosotros, es decir, todo nuestro ser, de tal modo que somos santos por eso... Pero dar a todos lo que le corresponde... En un mundo como el nuestro, en el que al parecer la justicia es un artículo de lujo, pues es manipulada a placer, colocada en los términos que conviene al poder, que es quien ejerce la justicia legal, se ha convertido a la justicia y al amor al prójimo en una bandera disputada, en la que quien tiene el poder la coloca a su mejor conveniencia, revistiendo la falsa justicia en legal, apoyándola en leyes discriminatorias, que favorecen a un grupo -generalmente los que apoyan, alegando estar a favor de los "pobres y oprimidos"- y perjudican gravemente a otro grupo -generalmente quienes no están a favor, no importando su condición social-... no se puede llamar a esto ni justicia ni amor... Se llama, claramente, manipulación. No es justicia la que se reviste de un color, de una conveniencia, de poder. No es amor lo que promueve el odio contra algunos... No es de Dios nada de eso, ni las personas que lo promueven...
La experiencia de Dios asegura que estas cosas no sucedan, que en la sociedad se viva el verdadero sentido de la justicia y del amor al prójimo. Conocer a Jesús da el sentido exacto de lo que Dios quiere de nosotros. No se trata de que vivamos el amor a conveniencia, sino en la pureza de lo que Dios mismo quiere de nosotros. Se trata de seguir a Jesús con fidelidad, queriéndolo conocer al máximo, como los discípulos que lo quisieron seguir para saber "dónde vive", qué lo motiva, cuáles son sus caminos, cómo quiere que vivamos... Y al descubririlo en toda su plenitud, vivir de tal manera que podamos sentirnos santamente orgullosos de haberlo conocido, de haberlo seguido, de vivir y promover la verdadera justicia, de haberse dejado conquistar por el amor y haber decidido amar al prójimo como Él lo hace... Y con eso, hacerlo conocer a los demás, diciéndole a los demás, con nuestra propia vida y nuestras palabras: "Hemos encontrado al Mesías", haciendo que otros los conozcan y lo sigan con alegría...
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