La esperanza es una virtud teologal que apunta a la expectativa que tenemos los hombres de ganar la eternidad feliz junto al Padre. Está claro que es una sola, pues se trata de alcanzar la plenitud de vida en el amor de Dios. Pero es también cierto que es una virtud que corre el riesgo de ser entendida como una invitación a posponer toda actitud en favor de mejorar algo del mundo en el hoy y aquí de cada cristiano. "Como la plenitud vendrá sólo en la eternidad, ¿para qué preocuparse ahora de hacer algo bueno?" Es la actitud fuertemente criticada en los cristianos de siglos pasados -y aún en algunos de hoy- que apuntaban sólo a elevar la mirada a los cielos, evitando ver la realidad que los envolvía a todos. Por eso se llegó a afirmar que "la religión es el opio del pueblo", no sin algo de razón, pues estos cristianos "pasivistas" huían de su compromiso actual en aras de la espera del futuro eterno...
Ya hemos dicho en repetidas oportunidades que esa esperanza final de la eternidad feliz junto al Padre sólo se cumplirá si se cumplen y se hacen efectivas las diversas "esperanzas" menores que se plantean en el día a día de cada uno. Es la invitación que le hace San Pedro a los cristianos de su época: "Glorifiquen en sus corazones a Cristo Señor y estén siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que se la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia". Dar razón de la esperanza es vivirla en cada instante, haciendo real que ella se sustenta en las diversas "esperanzas" que podemos ir satisfaciendo cotidianamente. Ellas se refieren a lo que se vive y se alcanza, a lo que se procura para sí y para los demás, y que apunta a una mejor viva espiritual, social y material en los hermanos. Es un verdadero compromiso que intensifica la responsabilidad social de los cristianos...
Y es que los cristianos tenemos que demostrar que no vivimos de una ilusión etérea, que se desvanece y se escapa como el agua entre las manos. No somos utópicos, en el sentido de que esa realidad que esperamos sea como aquella realidad absolutamente idealista que está sólo en un nivel inexistente, de la cual este mundo nuestro es una mala copia, oscura y difuminada. Sería ese "topos uranós" del cual hablaba Platón, cuyo reflejo mal hecho es nuestro mundo actual, que es como una cueva de sombras... Debemos negarnos a eso. Dios no puede crear en nosotros, no puede sellar nuestro espíritu con unas ansias que jamás satisfaremos, sino sólo cuando ya estemos en su presencia. Sería un dios "sádico", bajo cuyo designio nuestra vida cotidiana será un siempre y continuo desear, sabiendo que nunca vamos a satisfacer, sino sólo cuando ya estemos muertos... No cuadra esto con la realidad del Dios amor, que todo lo ha diseñado para la felicidad del hombre, aun su diario vivir aquí y ahora...
Tenemos suficientes razones para poder vivir la felicidad de las esperanzas cumplidas. Aun cuando la plenitud la alcanzaremos en la eternidad, es cierto que ya hemos vivido la encarnación del Verbo que se ha hecho hombre por nosotros, demostrándonos el amor infinito de Dios por cada uno, con lo cual nos da el mejor fundamento para vivir la alegría del amor de Dios demostrado y vivido totalmente. Ya hemos vivido el gesto extremo de la entrega por amor -"Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos"- por el cual hemos sido salvados, hemos sido perdonados, hemos vencido sin haber luchado... Ya hemos recibido el don infinito de la Pascua, que no es sólo la Resurrección victoriosa de Jesús, sino el envío de su Espíritu para ser nuestro compañero de camino: "Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes". Ya hemos sido bendecidos con el regalo tierno y entrañable de nuestra Madre María, que nos fue donada desde la Cruz del Redentor como herencia amorosa: "Ahí tienes a tu Madre". Ya hemos sido hecho hermanos de todos los hombres, a los cuales se nos envía para hacerlos discípulos de Cristo: "Si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo que yo he hecho con ustedes"... "Pónganse, pues, en camino, hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado"... Todo esto lo estamos viviendo ya, por tanto, son esperanzas que ya se han cumplido. No tenemos nada más que esperar al respecto. Sólo fata que se dé la plenitud de la felicidad, pues ya estamos viviendo parte de ella en la vivencia del amor actual de Dios por nosotros...
Esto lo tenemos que hacer real en nuestro mundo hoy. Debemos hacer partícipes a los hermanos de nuestra felicidad por el amor de Dios. Debemos hacer que ese mundo ideal del futuro empiece a hacerse realidad actualmente. Que la justicia, la paz, la fraternidad que será el sello de la vida eterna, comience a hacerse realidad en todo lo que hacemos en nuestro obrar cotidiano. No es una realidad que deberemos sólo esperar, sino hacerla ya presente, aunque sea como preludio de la plenitud que viene. Ya es nuestra responsabilidad. Es el compromiso que debemos cumplir los cristianos en nuestro mundo y que no podemos de ninguna manera dejar a un lado...
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
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domingo, 25 de mayo de 2014
¡Claro que la felicidad es posible aquí y ahora!
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sábado, 11 de enero de 2014
Llega el Sol. Calla la Voz
La figura de Juan Bautista es inagotable. Se puede hacer meditaciones sobre él, sobre su tarea, sobre sus cualidades, y todas serán abundantes e inacabables. Es natural que así sea, pues es el personaje-quicio entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Podemos decir que Juan Bautista es el último de los Patriarcas y el primero de los Apóstoles.
Sin haber recibido promesas, como los Patriarcas del Antiguo Testamento, de numerosa descendencia o de propiedad sobre tierras bendecidas, se convirtió en el anacoreta más relevante de todos. Se retiró al desierto, haciéndose nazireo, una especie de "santón" que vivía en el ocultamiento y en el desprecio total del mundo material, para alcanzar un nivel de encuentro con Dios en el cual nada fuera a servir de obstáculo. Como dicen el Evangelio: "Se alimentaba sólo de langostas y vestía una piel de camello". La navaja no tocó sus cabellos, no bebió jamás vino... Era un hombre de Dios que quiso mantener su encuentro con Él por encima de cualquier cosa que pudiera estorbarla... Fue la mejor preparación que tuvo para luego convertirse en el instrumento de entrada para la obra del anuncio público de la llegada del Reino que venía a hacer Jesús.
Sin haber sido convocado por Jesús para pertenecer al grupo de sus discípulos íntimos, de sus apóstoles, fue el primero en anunciar la llegada del Mesías a los hombres. Esta tarea suya había sido ya proclamada anteriormente. Él fue "la voz que clama: En el desierto, preparen un camino al Señor". Por tener clara su misión de preparación de ese camino al Señor, fue una voz que continuamente invitó a sus seguidores al arrepentimiento necesario y a la conversión de corazón, para que se hicieran dignos de recibir a quien venía a anunciar la llegada del Reino de los Cielos. Su anuncio fue tan certero que, hasta en el mismo momento en que el Mesías aparece públicamente en el Jordán para ser bautizado, y "cumplir toda justicia", lo reconoce sin tardanza, y lo proclama como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"...
Juan Bautista hubiera podido aprovecharse de la relevancia que tenía su figura sobre sus seguidores. Era escuchado, respetado, venerado por ellos. Esos hombres que lo seguían tenían hambre y sed de Dios. No ocultaban su añoranza del cumplimiento de las Escrituras que se referían a la llegada del Mesías Redentor y que ellos consideraban ya próximas a cumplirse definitivamente, pues todas las condiciones se estaban dando. Tenían una comprensible expectativa, que se hacía ya casi incontenible, pues percibían que estaba llegando aquella "plenitud de los tiempos" que tanto se anunciaba. Y Juan Bautista era un personaje que resumía en sí mismo muchas de las características de ese misterioso personaje que enviaba Dios para la salvación de los hombres, para la liberación del pueblo... Era muy fácil confundirse con ese personaje y con el que había sido profetizado...
Pero Juan tenía muy clara su misión. Y además, tenía una cualidad que lo caracterizaba mejor que a nadie: La humildad. Sabía muy bien cuál era su lugar en todo este entramado de la historia de la salvación. Les decía a sus discípulos: "Yo no soy a quien ustedes están esperando. Detrás de mí viene uno que es mucho más grande que yo y a quien no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias". Juan, que si hubiera sido un aprovechador tenía todo servido en bandeja de plata para hacerlo, jamás tuvo ni siquiera la tentación... Simplemente asumió su tarea de ser Voz, pero con la idea clara de que esa voz era para anunciar la llegada del gran Otro, del Mesías, del Enviado de Dios a la humanidad. Sabía muy bien que su misión era realmente importante, pero que era simplemente de anuncio, de preparación. No la de la salvación... Esa le correspondía a quien la gente estaba esperando de verdad y a quien él preparaba el camino...
La inminencia de la llegada de ese Salvador se sentía en el aire. Ese era Jesús, a quien seguramente Juan conocía por alguna referencia. Eran familia, pero los Evangelios no nos dicen nada sobre encuentros anteriores entre ellos. Sólo nos refieren un encuentro en la intimidad del vientre de sus respectivas madres, en el cual ambos personajes se reconocieron espiritualmente y tuvieron una comunión de afectos impresionante. Después de esto no hay constancia de algún encuentro posterior, previo al encuentro que se dará en las orillas del Jordán... Juan había cumplido muy bien su tarea. Su fama de convocador a la conversión y al arrepentimiento se había extendido inmensamente. Tanto, que hasta Jesús considera importante iniciar su labor pública haciéndose presente en la fila de quienes se quieren hacer bautizar por Juan. No porque lo necesitara, pues Él era la causa de toda pureza, sino porque "era necesario cumplir toda justicia" ante los hombres. Juan Bautista asume su rol perfectamente: "Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar". Crece el Sol que nace de lo alto y mengua la Voz que clama en el desierto. Ya llega la Luz que ilumina a todos los hombres, y se hace innecesaria la Voz que clama en el desierto y anuncia su llegada, pues ya está entre los hombres...
Juan Bautista le grita a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". "Este es el que han estado esperando. Por este es por quien ustedes han estado suspirando. Ya no deben esperar a nadie más, pues la Salvación ya está entre nosotros..." Y así, se hace a un lado. Con el máximo silencio, con la mayor humildad. Sólo aparecerá de nuevo cuando dé el último y más grande testimonio sobre Jesús, sobre la Verdad, sobre la Justicia, por lo cual será decapitado pretendiendo ser silenciado. Pero incluso así, derramando su sangre por la causa de la Justicia, sigue gritando a los hombres la necesidad de la conversión. Ni siquiera la muerte lo silenció. Al contrario, hizo resonar su voz más fuerte en todos los rincones de la tierra, anunciando la llegada del amor y de la salvación... Esa voz retumba hoy. Y es necesario que la escuchemos, para dejar a un lado lo que obstaculiza que Jesús llegue a nuestros corazones: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. Hijos míos, guárdense de los ídolos". Juan nos pone en el camino de recibir al Verdadero, a Jesús. No despreciemos esa Voz...
Sin haber recibido promesas, como los Patriarcas del Antiguo Testamento, de numerosa descendencia o de propiedad sobre tierras bendecidas, se convirtió en el anacoreta más relevante de todos. Se retiró al desierto, haciéndose nazireo, una especie de "santón" que vivía en el ocultamiento y en el desprecio total del mundo material, para alcanzar un nivel de encuentro con Dios en el cual nada fuera a servir de obstáculo. Como dicen el Evangelio: "Se alimentaba sólo de langostas y vestía una piel de camello". La navaja no tocó sus cabellos, no bebió jamás vino... Era un hombre de Dios que quiso mantener su encuentro con Él por encima de cualquier cosa que pudiera estorbarla... Fue la mejor preparación que tuvo para luego convertirse en el instrumento de entrada para la obra del anuncio público de la llegada del Reino que venía a hacer Jesús.
Sin haber sido convocado por Jesús para pertenecer al grupo de sus discípulos íntimos, de sus apóstoles, fue el primero en anunciar la llegada del Mesías a los hombres. Esta tarea suya había sido ya proclamada anteriormente. Él fue "la voz que clama: En el desierto, preparen un camino al Señor". Por tener clara su misión de preparación de ese camino al Señor, fue una voz que continuamente invitó a sus seguidores al arrepentimiento necesario y a la conversión de corazón, para que se hicieran dignos de recibir a quien venía a anunciar la llegada del Reino de los Cielos. Su anuncio fue tan certero que, hasta en el mismo momento en que el Mesías aparece públicamente en el Jordán para ser bautizado, y "cumplir toda justicia", lo reconoce sin tardanza, y lo proclama como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"...
Juan Bautista hubiera podido aprovecharse de la relevancia que tenía su figura sobre sus seguidores. Era escuchado, respetado, venerado por ellos. Esos hombres que lo seguían tenían hambre y sed de Dios. No ocultaban su añoranza del cumplimiento de las Escrituras que se referían a la llegada del Mesías Redentor y que ellos consideraban ya próximas a cumplirse definitivamente, pues todas las condiciones se estaban dando. Tenían una comprensible expectativa, que se hacía ya casi incontenible, pues percibían que estaba llegando aquella "plenitud de los tiempos" que tanto se anunciaba. Y Juan Bautista era un personaje que resumía en sí mismo muchas de las características de ese misterioso personaje que enviaba Dios para la salvación de los hombres, para la liberación del pueblo... Era muy fácil confundirse con ese personaje y con el que había sido profetizado...
Pero Juan tenía muy clara su misión. Y además, tenía una cualidad que lo caracterizaba mejor que a nadie: La humildad. Sabía muy bien cuál era su lugar en todo este entramado de la historia de la salvación. Les decía a sus discípulos: "Yo no soy a quien ustedes están esperando. Detrás de mí viene uno que es mucho más grande que yo y a quien no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias". Juan, que si hubiera sido un aprovechador tenía todo servido en bandeja de plata para hacerlo, jamás tuvo ni siquiera la tentación... Simplemente asumió su tarea de ser Voz, pero con la idea clara de que esa voz era para anunciar la llegada del gran Otro, del Mesías, del Enviado de Dios a la humanidad. Sabía muy bien que su misión era realmente importante, pero que era simplemente de anuncio, de preparación. No la de la salvación... Esa le correspondía a quien la gente estaba esperando de verdad y a quien él preparaba el camino...
La inminencia de la llegada de ese Salvador se sentía en el aire. Ese era Jesús, a quien seguramente Juan conocía por alguna referencia. Eran familia, pero los Evangelios no nos dicen nada sobre encuentros anteriores entre ellos. Sólo nos refieren un encuentro en la intimidad del vientre de sus respectivas madres, en el cual ambos personajes se reconocieron espiritualmente y tuvieron una comunión de afectos impresionante. Después de esto no hay constancia de algún encuentro posterior, previo al encuentro que se dará en las orillas del Jordán... Juan había cumplido muy bien su tarea. Su fama de convocador a la conversión y al arrepentimiento se había extendido inmensamente. Tanto, que hasta Jesús considera importante iniciar su labor pública haciéndose presente en la fila de quienes se quieren hacer bautizar por Juan. No porque lo necesitara, pues Él era la causa de toda pureza, sino porque "era necesario cumplir toda justicia" ante los hombres. Juan Bautista asume su rol perfectamente: "Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar". Crece el Sol que nace de lo alto y mengua la Voz que clama en el desierto. Ya llega la Luz que ilumina a todos los hombres, y se hace innecesaria la Voz que clama en el desierto y anuncia su llegada, pues ya está entre los hombres...
Juan Bautista le grita a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". "Este es el que han estado esperando. Por este es por quien ustedes han estado suspirando. Ya no deben esperar a nadie más, pues la Salvación ya está entre nosotros..." Y así, se hace a un lado. Con el máximo silencio, con la mayor humildad. Sólo aparecerá de nuevo cuando dé el último y más grande testimonio sobre Jesús, sobre la Verdad, sobre la Justicia, por lo cual será decapitado pretendiendo ser silenciado. Pero incluso así, derramando su sangre por la causa de la Justicia, sigue gritando a los hombres la necesidad de la conversión. Ni siquiera la muerte lo silenció. Al contrario, hizo resonar su voz más fuerte en todos los rincones de la tierra, anunciando la llegada del amor y de la salvación... Esa voz retumba hoy. Y es necesario que la escuchemos, para dejar a un lado lo que obstaculiza que Jesús llegue a nuestros corazones: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. Hijos míos, guárdense de los ídolos". Juan nos pone en el camino de recibir al Verdadero, a Jesús. No despreciemos esa Voz...
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