La venida del Verbo en carne humana se explica sólo por una razón: el pecado del hombre. Por eso tiene mucho sentido la afirmación de Cristo: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores". Tristemente, muchos hombres entendemos que Jesús es sólo para los "puros", para los "santos", para los "inmaculados". Si el hombre se hubiera mantenido inmaculado desde su origen, si no se hubiera puesto de espaldas al amor de Dios, queriendo hacerse como un dios, en su soberbia que lo aconsejaba colocarse en el centro y desbancar a Dios del lugar primigenio que le corresponde, la historia de la salvación hubiera sido una muy distinta... Aquel protoevangelio en el que Yahvé declaraba la enemistad entre la humanidad y la serpiente -el diablo-, por lo cual un descendiente de la mujer lucharía contra el demonio y aplastaría su cabeza, no hubiera tenido lugar...
La soberbia del hombre es tal que incluso en ella, se atrevería a mirar a Dios "por encima del hombro". Y la verdad es que Jesús es el Dios que viene a rescatar lo que estaba perdido, por la misma ofuscación del hombre. El demonio tuvo su triunfo en la presentación de la tentación más "agradable" para el hombre, que es la de la lisonja, la de la caricia a su ego, la de la propuesta de honor y gloria fáciles... Y el hombre cayó en la trampa... Y sigue cayendo. ¡Cuántos hoy no se consideran mejores que los demás! ¡Cuántos hoy casi que llegan a pedir el agradecimiento a Dios por seguir sus huellas! El orgullo estéril en la fidelidad es la peor soberbia que podemos sufrir. El que hace el mal y se aparta de Dios voluntariamente, al menos es honesto al saberse lejos de Dios. Pero el que se mantiene "fiel", envanecido en el "éxito" de su fidelidad, y por eso mira a los "desgraciados pecadores" por encima del hombro y casi con compasión porque no son como él, es más lejano a Dios que el gran pecador...
Es exactamente la misma tentación y el mismo pecado que cometieron los fariseos de la época de Jesús: "¡De modo que come con recaudadores y pecadores!" Es el escándalo, como el de las viejas chismosas que están pendientes de lo que hacen los otros para criticar, para desacreditar, para destruir, con la lengua punzopenetrante que no sólo hiere, sino que mata, y de la peor manera. Se busca en estos casos poner la lupa en el supuesto "mal" del otro, para hacer destacar más las propias "bondades"... Es la desaparición total de la humildad que se requiere para poder acceder al corazón amoroso de Jesús, que viene a salvar, no a reconocer.
Y no se trata de que nos consideremos los peores para poder acceder a Jesús. Se trata de ser humildes, reconociendo lo que hay en nosotros, nuestras actitudes que nos separan de Él, reconociendo los pensamientos que tenemos en torno al atractivo del pecado. Si somos fieles de verdad, no hay cosa que agrade más a Dios. San Juan dice que "el que ama no peca". Cuando es el amor el que nos sostiene en la fidelidad, estamos en el estado más justo en el que Jesús quiere que estemos. Pero aquí no se trata de esto. Se trata del pecado más antiguo del hombre, que es el de la soberbia. Y en la soberbia se puede pecar por alejamiento de Dios, queriendo sustituirlo, ocupar su lugar, o por un acercamiento interesado que lo que busca es un reconocimiento vano que en nada acerca a Dios. En cierto modo es también la pretensión de sustituir al "único justo" por sí mismo. La imagen del fariseo y el publicano orando en el templo es emblemática. El fariseo se lisonjeaba a sí mismo porque era fiel, casi como pidiendo a Dios que se postrara ante él por su fidelidad. El publicano sólo se golpeaba el pecho pidiendo la misericordia de Dios por sus pecados...
Hoy tenemos a muchos fariseos entre nosotros. Éstos creen que porque van a misa, porque rezan mucho, porque de vez en cuando dan una limosna, deben recibir un diploma de parte de Dios agradeciéndoles su fidelidad. Y cuando se encuentran con un pecador, del cual quizá conocen toda su historia, pues se han preocupado mucho por conocerla, miran a otro lado, se alejan, se cambian de acera para no toparse con ellos. Y si a éste se le ocurre entrar en la Iglesia para tener un momento de encuentro con el Señor, se quedan abismados en su sorpresa, y critican, y destruyen, y cuchichean entre ellos...
El Papa Francisco ha hablado de la Iglesia más como un hospital para curar heridos que un hotel para sanos. Mientras no nos hagamos conscientes de que es así, no terminaremos de ser verdaderamente humildes, y por lo tanto, estaremos lejos de ser los preferidos realmente de Dios. Reconozcámonos humildes y sencillos delante de Dios para poder recibir su curación, que tanto necesitamos.
¡Qué buena es la fidelidad a Dios! ¡Pero cuán mejor es la humildad en la fidelidad! Lograr mantenernos en el camino de la santidad no es fruto de un voluntarismo simplón. Se requiere, sí, de nuestro esfuerzo, pero se requiere, ante todo, de la Gracia divina que nos impulsa a vivir en el amor, en la justicia, en la verdad... Mientras no reconozcamos esto, seremos como los fariseos que se escandalizan de que Cristo busque lo que estaba perdido, y estaremos siempre esperando nuestro diploma de agradecimiento...
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