jueves, 17 de octubre de 2019

Me regalas la fe para regalarme la salvación

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San Pablo coloca sobre el tapete la dialéctica sobre la razón última de la justificación de los hombres. ¿Es la ley y sus obras, o es la fe la que nos justifica? Para él está muy clara la respuesta. "Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley". La argumentación que utiliza es contundente. Al ser la salvación de los hombres una salvación universal que Dios ha realizado a través de la entrega de su Hijo Jesús, abriendo su abanico también a los gentiles, es decir, a los que no pertenecían al pueblo de Israel, por lo tanto, a los que no estaban sometidos a la ley judía, no podía haber entonces obligatoriedad en el cumplimento de la ley para obtenerla. Los gentiles no la conocían y por lo tanto mucho menos podían estar sometidos a ella. En la religión no se cumple la máxima que corresponde a la ley civil: "El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento". En este caso, en la ley religiosa sí. El desconocimiento inculpable de la ley suprime su obligatoriedad para el fiel. "¿Acaso es Dios sólo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Evidente que también de los gentiles, si es verdad que no hay más que un Dios", sostiene Pablo, con lo cual afirma que no puede existir un Dios injusto, que exija a algunos el cumplimiento de una ley que ignoran por completo.

Por eso, en la base de la justificación se coloca siempre la fidelidad del Dios que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad", su amor infinito por el hombre al que quiere salvar, su esencia justa y diáfana. La salvación, en efecto, es un don absolutamente gratuito de Dios, que Él da a quienes se disponen a recibirla. Es un don libérrimo, no atado a disposiciones externas, que se puede obtener a placer. En este sentido, el hombre es un ente pasivo, pues la iniciativa y la realización final de la salvación corresponden al Dios del amor. Es una apreciación que debe ser considerada con la mayor de las delicadezas, pues puede ser malentendida por quien se quiere "aprovechar" de la salvación que Dios quiere otorgar a todos. Por un lado, queda disuelta la pretensión del "merecimiento" o de la "compra" de la salvación, aparentando tener un corazón que pertenezca a Dios por las obras externas, sin que en realidad ese corazón esté rendido a Dios. Son muchos lo que quieren dar la impresión de ser "muy buenos", representando un papel "bondadoso", pero en realidad lo que están es ejerciendo un papel teatral. Es el reclamo que hace Jesús a los fariseos, los escribas y los juristas, que buscaban solo prebendas, pero que tenían el corazón muy lejos de la justicia y del amor. No eran movidos por la fe, sino por su propio interés malsano. "¡Ay de ustedes, que edifican mausoleos a los profetas, después que sus padres los mataron! ... ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley, que se han quedado con la llave del saber; ustedes, que no han entrado y han cerrado el paso a los que intentaban entrar!"

Por otro lado, se puede dar otra mala comprensión de la gratuidad del don de la justificación, cuando se concluye que no hay nada que hacer, pues el hombre es radicalmente malo. Esto llevaría entonces a no esforzarse en absoluto por vivir en la bondad, en la justicia, en el amor. Como el hombre no obtiene la salvación por sus obras, entonces se puede entregar simplemente a los instintos, que esa salvación de todas maneras llegará pues viene del Dios infinitamente bondadoso. Las capacidades que Dios le ha dado, su inteligencia y su voluntad, el uso correcto de su libertad, la búsqueda de la justicia, la vivencia del ser comunitario y solidario, quedan en suspenso, por cuanto esforzarse en eso no obtendría ningún rédito espiritual. Quedaría todo en las manos de Dios, pues la consideración del hombre como malo en su esencia, marca con el pesimismo y la negatividad toda la vida espiritual. Es, ciertamente, la peor consideración que se puede tener respecto a la ruta de la justificación. Ante esta posibilidad, reaccionó el apóstol Santiago. Seguramente se estaban dando en aquel tiempo movimientos de abandono radical en esa salvación mal entendida, en la que el hombre pasaba a ser un actor totalmente pasivo que incluso no podía realizar ningún esfuerzo por ni siquiera demostrar algo de la fe que lo pudiera estar motivando. "Muéstrame tu fe sin obras, que yo, por mis obras, te mostraré mi fe", decía Santiago. Ciertamente no son las obras las que salvan, pero sí son las que demuestran la fe que se tiene, que se vive y que dejan en evidencia lo que hay dentro del corazón del hombre.

La coherencia debe ser el signo del que sabe que la salvación viene por la fe y no por las obras de la ley. Consciente claramente de que la salvación es un don gratuito de Dios, que viene no por merecimientos ni "comprada", sino por una voluntad salvífica amorosa y universal, el hombre debe vivir de acuerdo a esa salvación que le espera. Debe sentir comprometido todo su ser en ese camino de justificación. La fe debe haber realizado una obra anterior en él, para finalmente llevarlo a disfrutar de esa felicidad eterna e inmutable que es la salvación. La obra que realiza la fe en cada uno es la de la renovación total. Cada hombre que se encamina a la obtención del don de la justificación, avanza firmemente en la ruta de la novedad de vida que alcanza a los justificados. La salvación así entendida es un proceso que se inicia cuando nos dejamos renovar por la gracia, cuando dejamos que el amor y la misericordia de Dios comiencen una obra de renovación radical de cada uno. Cuando el hombre pasa de ser un "hombre a la antigua", dominado por lo que dictamina la ley, a ser un "hombre nuevo", lleno de todas las cualidades del Hombre Nuevo por excelencia, Jesús de Nazaret, Redentor y Mesías.

Por eso, nuestra vida debe estar marcada por la experiencia personal y profunda de la fe, para que podamos obtener esa justificación final que Dios quiere darnos. La fe implica un abandono confiado en el Dios de la misericordia y del amor, dejando a un lado todas las obras de la ley que no implican un compromiso de nuestro corazón en ellas. Si tenemos que cumplir algunas normativas, que no sea solo para quedar bien delante de los otros o para salvar nuestra responsabilidad. Que nos veamos verdaderamente implicados en las obras que realizamos. Que esa obras sean reveladoras de lo que hay en nuestro corazón y en nuestra mente. Que por ellas seamos reconocidos como hombres de verdadera fe, pues en ellas va implicado nuestro corazón, nuestro amor profundo a Dios y a los hermanos, nuestro deseo de vivir con intensidad la novedad radical de vida que nos ha dejado la redención que nos ha regalado Jesús. La misma fe es un don de Dios. Él nos regala la salvación eterna y nos pide que vivamos intensamente la fe, que también es don suyo. Todas son riquezas que Él derrama sobre nosotros. Ojalá nos hagamos dignos de esa fe y de esa salvación.

2 comentarios:

  1. El Señor es bueno y nos regala su amor aceptemos ese regalo tan precioso,Dios nos bendiga!!

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  2. Dios, Aumenta mi Fe. Uno de los dones más preciados que me has dado. Gracias por tu bondad para conmigo. Que cuestione menos y acepte tu plan de vida en mi como tu voluntad.

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