sábado, 12 de octubre de 2019

La visita de María es visita de Jesús

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La Virgen María está profundamente incrustada en la historia de la humanidad. En cierto modo, Ella ha acompañado a todos los discípulos de Jesús en las tareas de la evangelización. El mandato de Jesús: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación", es un mandato a todos, sin excluir a nadie. Y María entendió que Ella también estaba incluida en ese envío. Por eso, en cada paso de la historia de la humanidad, que ha sido acompañada por la evangelización de todos los pueblos, la Virgen está presente animando, acompañando, asistiendo, dando sosiego y esperanza. Nadie pude negar esto, ni siquiera los que quisieran atacar la figura de María como central en nuestra fe cristiana. Desde prácticamente los orígenes de la Iglesia, Ella ha estado presente. Las tradiciones más antiguas así lo atestiguan. Y no son tradiciones que pudieran ser cuestionadas tildándolas de apologéticas, es decir, que estuvieran buscando una defensa o exaltación de la figura de la Virgen ante supuestos ataques contra Ella, pues estos no existían. El interés por reducir o hacer desaparecer la relevancia del papel de María en la historia de la salvación es muy posterior. Se da virulentamente con el surgimiento de la reforma protestante, ni siquiera animada por Martín Lutero, quien, dicho sea de paso, era un gran amante de María, sino por quienes obstinadamente querían distanciarse lo más posible de la única Iglesia católica. Por ello, acentúan su virulencia contra los pilares fundamentales de la unidad, como son, entre otros, el papado, el papel de María y los sacramentos, principalmente la Eucaristía y el Sacerdocio.

Esta tradición de la Virgen del Pilar es la más antigua de todas las que atestiguan el acompañamiento de María en la evangelización. Ella es la Estrella de la Evangelización, pues es la que lleva la Luz más refulgente de Cristo para que todos tengan la ruta iluminada. Aún en vida, se le aparece al apóstol Santiago, para animarlo ante su decaimiento en la evangelización de la antigua Hispania. En el origen de la fe cristiana que se derrama sobre toda la tierra hispana está la mano amorosa y maternal de María. Es imposible, por tanto, desligar la historia de España, de la historia de María y de su presencia en la evangelización. Jesús cumple su palabra, "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo", no solo personalmente quedándose en la Eucaristía y en el Sacerdocio, en los pobres y afligidos y en medio de la oración que elevan dos o tres en su nombre, sino también en la figura de su embajadora principal, su propia Madre. Y así fue acompañando a todos los pueblos que recibían la palabra de la salvación. Se hizo española en El Pilar, mexicana en Guadalupe, venezolana en Coromoto, francesa en Lourdes, portuguesa en Fátima, japonesa en Akita, africana en Kibeho, Ruanda. Ella ha tomado las nacionalidades de quienes van siendo convocados por Jesús a pertenecer a su Iglesia y a recibir todos los dones de la salvación.

Así como cumplió perfectamente, con amor maternal, aquella primera misión que comprendió Ella que debía cumplir con su prima Isabel, anciana que estaba embarazada en su vejez, por lo tanto necesitada de ayuda y de apoyo para sus labores por su condición de gestante, así mismo sigue cumpliendo con esa misión con todos nosotros. Ella es "la Madre de mi Señor" que visita a todos sus hijos. En su vientre está presente el Mesías, el Salvador, el anhelado de todas las naciones. En Ella el Señor "ha hecho maravillas", y por eso Ella misma reconoce, con la máxima humildad, "me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Su presencia hace real también la presencia de Jesús, la Palabra hecha carne en su seno. María visita a Isabel y con Ella el mismo Jesús también la visita y a su hijo Juan. Recibir la visita de María es recibir la visita de Jesús. En cierto modo, podemos afirmar que las visitas de María cobran pleno sentido solo si son visitas simultáneas de Jesús. La finalidad no es Ella. La finalidad es su Hijo. Nuestra fe no es mariocéntrica, sino cristocéntrica. El centro es Jesús. María es simplemente la sierva. "Aquí está la esclava del Señor", lo confirma Ella misma. Por eso, ante la voz de entre el pueblo que aclama a Jesús y lo saluda alabando a María: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron", Jesús proclama dichoso a quien lo recibe a Él: "Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". Él es la Palabra que debe ser recibida. Aunque se profese un cariño inmenso a su Madre, el objeto final de nuestro amor debe ser el mismo Salvador. Es a Él al que en primer lugar hay que acoger y recibir en el corazón, y vivir según sus designios. La primera que lo hizo fue su propia Madre, por lo tanto Ella es la primera que es declarada dichosa por Jesús. "Y el Verbo se hizo carne (de María), y habitó entre nosotros".

La misión de María es totalmente subordinada. Ella ha sido elegida eternamente por Dios para ser la Madre de quien venía a traer la Redención a los hombres. Fue preservada del pecado original, redimida anticipadamente en atención a los méritos que haría su Hijo, receptora de todos los beneficios que venía a distribuir Jesús. "Llena eres de Gracia", la reconoce el Arcángel Gabriel al saludarla, estableciendo ya claramente la plenitud de santidad que Ella ya vivía y de la cual era receptora porque iba a ser la Madre de Dios. Ella es la nueva Arca de la Alianza, que contenía en sí la Palabra de Dios. Como el Arca de la Alianza en el Antiguo Testamento fue reconocida como la presencia de Dios en medio del pueblo, así la presencia de María es también la seguridad de la presencia de Jesús, la Palabra de Dios hecha carne en su vientre. Venerar a la Virgen tiene pleno sentido por cuanto Ella es la nueva Arca de la Alianza que nos asegura esa presencia de Jesús entre nosotros. Esa presencia es causa de alegría para todos. Por eso a Ella en las letanías le decimos "Causa de nuestra alegría". "David mandó a los jefes de los levitas organizar a los cantores de sus familias, para que entonasen cantos festivos acompañados de instrumentos, arpas, cítaras y platillos". Ante María no podemos menos que sentir el gozo que Ella nos regala, pues nos trae al Salvador. Cada pueblo que Ella visita, recibe también la visita de Jesús.

De su mano llegó el Evangelio a nuestras tierras americanas. María fue la primera misionera de América. El día de la Virgen del Pilar desembarcó la Palabra redentora en el Nuevo Mundo. De nuevo, así como del vientre de María entró la salvación en el mundo, pues el Verbo, "nacido de mujer", entró a nuestra historia desde Ella, de su mano entra el mismo Verbo hecho misión, salvación y redención, desembarcando hace ya más de quinientos años en las costas de la Isla de La Española, para establecerse aquí y ya nunca más dejarnos. Nuestra tierra es tierra bendita, pues desde el encuentro con el Viejo Mundo su historia está marcada por la presencia de María. Ello nos asegura su protección maternal, su compañía suave y dulce. Y nos asegura, sobre todo, que tendremos siempre al Verbo de Dios que se ha hecho carne en su vientre, del cual Ella es la Nueva Arca. Por eso, todos los hombres y en especial en este día los españoles y los latinoamericanos, debemos agradecer a Jesús el habernos dejado desde la Cruz su regalo más entrañable, su propia Madre, como Madre nuestra, que nos toma de su mano y nos conduce al encuentro de su Hijo, invitándonos siempre con su voz dulce y amorosa: "Hagan los que Él les dice".

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