miércoles, 2 de octubre de 2019

Jesús no te quiere inhumano

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El Evangelio nos presenta siempre a un Jesús profundamente humano. Lo vemos naciendo del vientre de una mujer y creciendo en una familia, recibiendo los cuidados cariñosos de sus padres, incluso sus "regaños" amorosos por su conducta aparentemente desobediente, cansándose por el rigor del camino, sediento junto al pozo pidiendo agua para calmar su sed, asistiendo a banquetes en su honor. Sus actitudes son típicamente solidarias, las que llamamos "humanas", por surgir de un corazón solidario y compasivo, cuando nota que la gente está hambrienta después de uno de sus discursos, cuando se duele de la dureza del corazón de algunos que juzgan a sus hermanos con muchísima más severidad de lo que lo harían consigo mismos, como el caso de la mujer adúltera o la pecadora que se lanza a sus pies con lágrimas. Cuando lo vemos atravesado de dolor por la muerte de su amigo Lázaro y cuando percibe el dolor de sus hermanas que le reclaman por no haber asistido a tiempo a su llamado, o cuando ve a la viuda que con el corazón roto lleva a enterrar a su único hijo muerto. Jesús es el Dios que se ha hecho solidario con los hombres, en sus dolores y en sus alegrías. Se ha hecho en tal medida solidario, que se ha hecho uno más, asumiendo la naturaleza humana con todas sus características, incluso, en medida superlativa, como corresponde al Dios que es, por ser la suma de las perfecciones. Al punto de que sus mismos paisanos, cuando lo ven hacer cosas maravillosas, quedan sorprendidos de que "uno de los suyos" sea el protagonista de esos portentos: "¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos?"

Por eso, cuando vemos que Jesús asume posturas que parecen ser "inhumanas", quedamos sorprendidos. Aparentemente, algunas de esas posturas son invitaciones a la indolencia, a la indiferencia con los propios, a desentenderse de los más cercanos, como pueden ser los miembros de la propia familia. Este diálogo que tiene con algunos de los que pueden ser sus seguidores apunta quizá en esa dirección: "A otro le dijo: 'Sígueme.' Él respondió: 'Déjame primero ir a enterrar a mi padre.' Le contestó: 'Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.' Otro le dijo: 'Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.' Jesús le contestó: 'El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios'." Ese Dios que se ha hecho hombre, que se ha hecho totalmente solidario con los hombres, que se ha hecho uno más entre todos, ahora pide que no exista ni amor ni compasión, que no haya cercanía con los propios, que reine la indolencia y la despreocupación por ellos. Es lo que surge a primera vista. Ciertamente es la primera impresión que se tiene, pero realmente no es exacta. Jesús nos invita a poner correctamente las prioridades. De ninguna manera está echando por tierra lo que ha sido la enseñanza tradicional de la religión. "Honra a tu padre y a tu madre", sigue siendo el primer mandamiento que se refiere a los hombres, después de los tres primeros que se refieren a Dios. No es falso que Jesús estaba sometido a la autoridad de sus padres y bajo su tutela "crecía en estatura, en sabiduría y en gracia". Enterrar a los muertos seguirá siendo siempre una de las obras de misericordia corporales... ¿Entonces, cómo se debe comprender esta conducta de Jesús, y que nos exige a todos?

Recordemos la premisa que pone Jesús para ser dignos de Él: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí." Para el seguidor de Jesús, haber tomado la decisión de seguirlo implica amarlo por encima de todo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza". Nada, ni siquiera lo que podamos tener como más entrañable en nuestro corazón, puede estar por encima de Él ni de todo lo que se refiere a Él. En el momento del discernimiento de las prioridades, cuando podemos percibir algún conflicto entre ellas, debe pesar siempre la supremacía de Dios y de lo de Dios. No nos pide el Señor dejarlos a un lado, sino saber priorizar. Entre Dios y mis padres, entre Dios y otras cosas importantes para mí, la decisión debe ser siempre la que dicte el amor primero que debe estar en mi corazón. Es el amor lo que nos hace más humanos. Ningún otro ser de la creación tiene la capacidad de amar, reflejando con ello la imagen y semejanza de Dios con la que hemos sido creados. Por ello, cuando Jesús nos exige que pongamos a Dios en el primer lugar de todo, por encima de cualquier otra prioridad, realmente nos está pidiendo que pongamos nuestra humanidad a tope. No nos pide ser inhumanos, sino extremadamente humanos, pues nos pide dejar que surja el mayor amor. Elegir a Dios por encima de cualquier otra realidad importante en nuestra vida, nos llena de mayor humanidad, pues hace que el amor se explaye totalmente.

Amar a Dios por encima de todo es lo que naturalmente debemos hacer todos los que queremos ser seguidores de Jesús. Sea que Él nos invite a seguirlo -"Sígueme"-, o sea que nosotros tomemos la iniciativa de seguirle -"Te seguiré a donde vayas"-, la única condición que Él nos pone es que lo tengamos siempre en el primer lugar. No nos pide el abandono de los nuestros o de las otras prioridades que podamos tener. No nos pide ser inhumanos. Nos pide que seamos "sobrehumanos". Nunca nos invita a ser antinaturales, sino sobrenaturales. Su medida apunta a nuestro perfeccionamiento. Nos invita a que seamos más. Más hombres, más humanos, más llenos de amor por Él, más entregados a Él. Ser cada vez más suyos nos hace más humanos. Y siendo más humanos, viviremos con mayor profundidad y mayor entrega nuestra realidades cotidianas. Amando más a Jesús amaremos más a los nuestros. Los amaremos con un amor que tiene más sentido, que no se dejará llevar por premisas personales, que buscará el mayor bien de todos. El amor de Dios no nos hace pertenecer menos a los nuestros. Nos hace ser más de ellos, con un amor más intenso, más profundo y más benevolente.

Por eso, tiene sentido entregarse de lleno a Dios, para no tener ningún obstáculo extra para amar mejor a los demás. "Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (...) Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios (...) El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios", no son, de ninguna manera, una invitación a lo inhumano. Poder poner todo en su justo lugar de prioridad, colocar a Dios por encima de cualquier otra realidad, para que no haya nada que impida mi entrega radical a Él, me hará avanzar hacia la plenitud de mi humanidad. Jesús no me pide que deje de ser humano. No me pide dejar de amar a mis padres y a los míos, no me pide que lo natural en mí deje de ser el sentir afectos grandes por mi gente. Me pide que lo ame a Él más que a nadie. Haciéndolo así, mi amor por los míos será también más puro, más oblativo, más benevolente. Amar a Dios por encima de todo, me hará amar con un amor más puro e intenso a todos los míos y a todo lo que me rodea y es importante para mí. Asumirlo así contribuye a mi plenitud, a mi perfección. Es el camino por el que Jesús quiere que avance para ser más humano.

2 comentarios:

  1. Había una persona que yo conocía mucho que me decía con mucha pena que no se amaba a Dios sobre todas las cosas. Y lo decía porque sabía bien lo que pedía el Catecismo del P. Astete. "Porque amar a Dios sobre todas las cosas es...querer perderlas todas antes que ofenderle". Y que ahí estaba la santidad, porque eso era señal de amar Dios con todo el corazón y vin todo el alma. Franja.
    Que Dios nos bendiga.

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