jueves, 6 de marzo de 2014

Tú decides: Libertad o esclavitud

Ser libres o ser esclavos lo decidimos nosotros mismos. La vida o la muerte la elegimos cada uno... Ninguno de nosotros está "fatalmente" predestinado a vivir en la oscuridad o en la luz. En todo caso, si a algo estamos predestinados es a la salvación, como meta final que quiere Dios para cada uno de sus hijos. Su obra de salvación apunta definitivamente a que cada uno tenga la opción de la felicidad eterna ante sí, de modo que sólo sea un movimiento hacia ella la que la haga posible en su vida... De este modo, son dos cosas las que están en juego. Por un lado, la voluntad salvífica universal de Dios, que es absolutamente cierta, y que ha sido comprobada plenamente en todo lo que ha hecho Dios en favor de los hombres en la historia de la salvación... Esta voluntad divina tuvo su momento culminante en la entrega de su Hijo a la muerte por amor a nosotros, que empezó con la historia más entrañable del Dios que asume la humanidad con todas sus consecuencias, desde el inicio de la misma en el vientre de una mujer. Dios nos ha dejado bien clara su intención: "Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad", nos dice San Pablo... Es el camino que Él abre para cada hombre y mujer de la historia, y que ellos pueden recorrer sin obstáculos de ninguna clase, pues es camino franco.

Pero en este caminar entra en juego otro factor que es esencial: El de la libertad de los hombres, que es el tesoro más valioso -fuera de su amor, o mejor, gracias a su amor-, con el que Dios ha enriquecido a la humanidad. Dios ha cargado al hombre con características propias, cualidades que le pertenecen sólo a Él, las cuales ha querido que sus criaturas predilectas vivieran igual que Él. Al decretar que el hombre fuera hecho "a su imagen y semejanza", fueron muchas las marcas suyas con las que selló al hombre: Lo hizo capaz de amar, le dio inteligencia y voluntad, lo hizo capaz de razonar y de discernir, lo hizo capaz de programar, de planificar y de elegir las rutas por las cuales avanzar. Todo eso se resume en la capacidad plena de la libertad que es propia de Dios, por la cual el hombre es responsable absoluto de sus actos, por cuanto es él quien decide, asumiendo todas las consecuencias...

Cuando ambos factores se conjugan positivamente, se da la posibilidad de la salvación. Por un lado, podemos estar seguros de que Dios siempre pondrá a la vista la realidad que Él ya alcanzó para todos los hombres: El perdón de los pecados, la purificación que logró Jesús en la Cruz lavando a cada uno con su propia sangre divina, la apertura de la ruta hacia la felicidad eterna, junto al Padre, en el cielo del Amor que nunca acaba... Es decir, Dios nunca fallará en la parte que le corresponde. La otra parte es la que se pone en riesgo, pues el hombre, haciendo mal uso del tesoro de la libertad que le ha regalado Dios, puede cometer las torpezas más grandes de su vida. Por eso Yahvé aclara a Moisés las opciones que tiene cada hombre: "Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás". Es la consecuencia de colocarse en la línea de la vida, en la línea de aceptar ya no sólo el regalo de la libertad sino, más allá, el del amor que perdona, que purifica, que abre las perspectivas de eternidad feliz...

Sin embargo, por la historia de la humanidad sabemos que los hombres son torpes. Y por eso, Dios, sabiéndolo, le dice a Moisés: "Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella". La realidad del claroscuro está allí, frente al hombre. Las opciones que Dios coloca a Moisés son, esencialmente, las mismas que tenemos cada uno de nosotros. Podemos no alinearnos positivamente con la voluntad salvífica de Dios y colocarnos en una ruta que, por el contrario, traerá para nosotros la absoluta frustración, la pérdida total de la vida, la elección de la oscuridad más cerrada...

En la Cuaresma, la Iglesia nos propone la posibilidad de discernir bien cuál es el camino que debemos elegir. Si es el de la luz o el de la oscuridad. Si es el de la libertad o el de la esclavitud. Si es el de la vida o el de la muerte. Hemos nacido para estar con Dios. Y seríamos de verdad extraordinariamente torpes si, dejando que venza nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestro odio, nos vamos por el camino que nos lleva al precipicio más profundo y trágico que podemos vivir, el de la separación de Dios, de su amor y de su luz...

La palabra de Jesús nos da la clave para fortalecernos en la elección de la salvación: "El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?" No es una buena inversión querer salvar la vida lejos de Dios. Es la pérdida absoluta. La libertad que Dios nos ha dado no significa que puedo hacer lo que me venga en gana, aun aquello que me aleje de Él. Eso tiene como consecuencia la esclavitud, la muerte, la oscuridad... La libertad es un instrumento mejor cuando gira alrededor del objeto correcto. Y este es, sin duda, el de la voluntad de Dios, el de la salvación, el de su amor, el de la felicidad que nos da para toda la eternidad junto al Padre del Amor...

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