lunes, 10 de marzo de 2014

O vivimos el amor o moriremos eternamente

Nunca se hablará lo suficiente de este tema... Ni siquiera Dios ha dejado de hacerlo. El tema del amor es esencial en la vivencia de la fe. Sin amor, la fe no tiene su sustento más sólido. Se convertiría en una simple acumulación de verdades que forman un cuerpo doctrinal muy sólido y verdadero, pero que no bajaría del cerebro al corazón y no implicaría a la vida personal. Por lo tanto, no sería atractivo ni entrañable. Vacío total... Sin amor, sería absurdo tener esperanza en la vida eterna... ¿Qué se esperaría? ¿Para qué esforzarse? Tendríamos la meta a la vista, por cuanto por la fe sabríamos cuál es -la vida en Dios-, pero no sabríamos encontrarle el sentido a estar eternamente con alguien simplemente acompañándolo para que "no esté solo"...

Sin amor, el tema de la fraternidad sería un simple estar juntos pero sin un vínculo de unión que nos haga sentirnos comprometidos. Seríamos un número más en una suma poblacional. Una estadística en la que se sabría cuántos nacen, cuántos mueren, cuántos consumen, cuántos se enferman, cuantos trabajan, cuántos están desempleados... Y poco más, pues faltaría la "salsa" que nos haría entrar en relación más íntima y profunda, que es el amor. Serían relaciones de simple "utilidad". Me relaciono con el otro en cuanto me sirve a mi propósito y me ayuda a llegar a una finalidad. El otro no sería visto en una relación personal sino absolutamente utilitarista... Si me sirve para procurarme placer, bienvenido. Cuando ya no me cause placer, adiós... Cuando lo puedo usar como base para alcanzar o sostenerme en el poder, bienvenido. Cuando ya no es necesario para obtener cuotas de poder, adiós... Cuando pueda ser un factor importante parta aumentar mi fasto, mis propiedades, mis riquezas, bienvenido... Cuando ya no lo puedo exprimir más para aumentar mis posesiones, adiós... El adiós es "ya no te necesito". Una relación que no tiene absolutamente ningún espacio para el amor, para el sentimiento, para el afecto...

Dios no quiere esto para el hombre. Desde el mismo principio, al crear al hombre "a su imagen y semejanza", colocó en él lo más valioso que Él mismo poseía: la capacidad de amar. En su infinita intimidad, en esa esencia misteriosa que es Él mismo en su Santísima Trinidad, lo único que vivía Dios era el amor. No había otra cosa. Antes de la Creación del mundo y del hombre, existía sólo Él. Y en Él había lo que es su esencia, el amor. Dios "se amaba" a sí mismo con plenitud inimaginable. No pensemos en ese amor al estilo humano. No era narcisismo lo que había en Dios. Era amor puro y pleno. Cada una de las Personas de la Santísima Trinidad amaba a la otra infinitamente. Y en ese ámbito de amor vivió eternamente. Hasta que, en una especie de "explosión" de amor -sólo para que podamos entender el gesto creador, sin ser estrictos en la consideración-, surgió todo lo que existe fuera de Él... La Creación es una "explosión" del amor de Dios. Evidentemente, esa explosión se dio conscientemente y con más sentido cuando tocó crear al hombre...

Es el hombre el espejo de Dios. Nuestras características humanas más geniales, más transparentes, más leales, más honestas, más puras, son el perfecto reflejo de lo que es nuestro Padre. Nuestra alegría, como la de los niños, es la de parecernos a Dios. Un niño siente orgullo sano, santo y justificado cuando se le dice que se parece a su papá. Y los niños son transparentes y sinceros siempre. Así mismo debe suceder con nosotros. Nuestro orgullo mayor debe ser el parecernos a Dios... Un padre se siente muy orgulloso cuando se le dice que su hijo se parece a él. Siente que ha valido la pena todo, pues su hijo es su copia... Así mismo sucede en Dios. El orgullo y la gala de Dios es cuando nos parecemos a Él. ¡Qué bueno sería que la gente nos diga: "Eres igualito a tu Padre, Dios"!

Por eso, nuestra más pura naturaleza se refleja en el amor. Es cuando amamos cuando más nos parecemos a nuestro Padre. El orgullo de Dios es que nosotros amemos como Él lo hace. Por eso repite una y otra vez: "Yo soy el Señor... Yo soy Dios". Es como si dijera: "Porque has surgido de mí, y te he dado la capacidad de amar como Yo lo hago, espero que siempre seas capaz de hacerlo tú también, pues Yo soy Dios"... En efecto, cuando no amamos destruimos nuestra esencia de amor. La vida en ausencia de amor que describíamos arriba no es tan irreal. Lamentablemente es más frecuente de lo que nos imaginamos. Por la falta de amor, el mundo ha caído en su debacle. Porque los hombres no amamos existe tanto dolor, tanta frustración, tanta muerte, tanto sufrimiento... Porque hemos preferido vivir en el odio -una vez dijo el Che Guevara: "La fuerza que mueve al mundo es el odio"-, por habernos dejado invadir de estas ideologías y filosofías nihilistas y ateas, el mundo se ha convertido en un nido de alacranes, en vez de ser un lugar de encuentro y de fraternidad...

Y la verdad más absoluta es que lo único que vale es el amor. Tanto, que será el único tema de examen al final de nuestras vidas. No se nos preguntará por el poder que tuvimos, por el placer que sentimos, por las riquezas que acumulamos... Se nos preguntará por la cantidad de amor que vivimos, que dimos, del que fuimos instrumentos fieles... Nada más importará. ¡Qué equivocados estamos! ¡Qué mal estamos en los índices que pretendemos poner a nuestra vida! O cambiamos de criterios, o nos destruimos. O nos transformamos y nos convertimos, o moriremos irremediablemente para toda la eternidad. O vivimos el amor, o lograremos que nuestro mundo sea un lugar de plena frustración, sin sentido, sin esperanza, sin ilusiones... Sólo el amor lo hace posible...

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