domingo, 23 de marzo de 2014

Lo que propone Dios es mejor

Definitivamente, la Palabra de Dios nos pone la vida de cabeza... Y es que, en la mente de Dios, está claro que la felicidad del hombre está en vivir de cabeza, es decir, al contrario de lo que nos dicta nuestra razón acomodaticia, que busca siempre lo fácil, lo que no nos exija nada... ¿Como no confiar en que lo que nos propone Dios es el camino correcto, cuando Él es el Omnisciente, la Sabiduría Eterna e Infinita? Lógicamente, cuando nos propone algo directamente o nos pone un ejemplo que podamos seguir, debemos suponer que Él ya sabe todas las consecuencias y conoce perfectamente la compensación plena que produce... Por eso, nuestra razón debe saber elegir entre lo que se propone ella misma como mejor y lo que propone Dios que, con seguridad, será con mucho, infinitamente más compensador...

San Pablo nos pone a la vista una afirmación que frecuente, y lamentablemente, pasa por debajo de la mesa. Demasiado frecuentemente, pues la verdad es que es revolucionaria: "Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". Es sobre la muerte redentora de Jesús, la cual significó asumir sobre sus hombros los pecados de la humanidad, incluyendo los mas detestables, y llevarlos a la Cruz para vencer sobre ellos. Pero la cosa va más allá... No es simplemente al pecado, que al fin es una "cosa". Como el buen pastor que es, se carga sobre sus hombros al pecador, para no dejarlo matar -lo cual, en la posición más radical, sería el "castigo" que le correspondería- sino para morir en vez de él... Es decir, Jesús en la Cruz lleva la violación, el asesinato, el robo, la pederastia, la mentira, la opresión, la esclavitud de los débiles... Pero no sólo eso... Jesús lleva sobre sus hombros también al violador, al asesino, al ladrón, al pederasta, al mentiroso, al opresor, al esclavista...

San Pablo afirma que alguien quizá se ofrezca a morir en vez de un justo... Pensemos un poco... Si alguien se enterara de que a la Madre Teresa de Calcuta la condenan a muerte,es muy probable que muchos de nosotros nos ofrezcamos a morir en vez de ella. Fue una mujer buena, que hizo mucho bien y que, estando viva, hubiera podido hacer muchísimo más por los más pobres del mundo. Vale la pena que siga viviendo. Prácticamente no costaría nada decir: "Me ofrezco a morir por ella, para que el bien se siga haciendo entre los más necesitados"... Pero sigue San Pablo diciendo que la prueba del amor de Dios es que Cristo murió por los pecadores, es decir, en vez de ellos... Sigamos pensando... El violador de la niña es condenado a muerte. ¿Alguno de nosotros será capaz de decir: "No lo maten a él... Mátenme a mí en vez de él"? Está claro que no...Más aún, seguramente pensamos en lo más profundo que es lo que se merece, que es un castigo adecuado para alguien que ha cometido tal vileza... Pero, al margen del castigo justo que se merece tal acción deleznable, en Jesús la reacción es absolutamente contraria... Él se coloca entre el Padre y el violador y le dice: "Padre, no lo mates a él, aunque se lo merezca... Yo me ofrezco a morir por él. Mátame a mí en vez de a él..." Es, verdaderamente, impresionante... Pero es lo que sucede... Jesús ha muerto en vez de todos los pecadores que se merecían la muerte. No es sólo el pecado lo que lleva a la Cruz a Jesús. Es cada persona de cada pecador, pues Él se ofrece a morir en vez de los que merecen la muerte... Muere por ti y por mí. Por tus pecados y por los míos... Muere en vez de ti y en vez de mí... Es el amor mayor, pues "No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos", en vez de los amigos...

Dios nos rescata del pecado a través de la muerte de Jesús. Y salva nuestra vida sacrificando a su propio Hijo por amor a nosotros, haciéndolo morir en vez de nosotros... No existe manera de medir ese amor, por cuanto las cifras de medición nuestras no llegan tan alto. Simplemente bastará decir que es infinito y que es lo que nos propone Dios para llegar a la plenitud, que es donde Él vive... La felicidad no está, de esa manera hay que entenderlo, en lo que nos dictaría nuestra razón maquinadora y pretendidamente objetiva... Está en lo que nos propone Dios, según lo que Él mismo hace... Aunque parezca el absurdo mayor. El absurdo en Dios, según el hombre, es la felicidad del hombre...

Y Jesús va más allá. No sólo nos rescata del pecado. No sólo se ofrece a morir en vez de nosotros. No sólo nos evita la muerte que nos merecíamos, sino que apunta más alto... Nos quiere dar una nueva Vida, superior a la que nosotros teníamos... Por eso le dice a la Samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". Es su propia Vida la que nos ofrece, que es el agua refrescante que surge de su pozo de amor. Jesús no sólo quita o evita lo peor para nosotros, que es el pecado y la muerte, sino que nos da lo mejor. Nos quiere vaciar de nosotros mismos para llenarnos de Él, de su Vida de Gracia, de la Vida que de verdad vale la pena: "El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna"... Vivir esa Vida que nos ofrece Jesús es abrirse las puertas para la eternidad feliz junto al Padre. Es ganarse el premio más grande jamás imaginado. Es avanzar para ganar el tesoro más valioso que nos podemos imaginar. Ni todo el oro del mundo, ni una eternidad de vida en este mundo, ni todas las alegrías que podamos vivir sumadas en un sólo momento, ni sumados todos los honores o privilegios que podamos recibir, pueden equipararse a lo que significa vivir eternamente felices en el cielo, junto a Dios, disfrutando de ese abrazo de amor indisoluble e inmutable... Es de verdad, inimaginable...

Y esa es la Redención... En eso consiste... Jesús nos vacía del pecado, nos vacía de nosotros mismos, nos rescata de la muerte segura, muriendo Él en vez de nosotros, pero nos eleva a su condición divina regalándonos su propia Vida y abriéndonos las puertas del cielo. La Redención es el camino inverso del pecado. Si el pecado nos destruyó totalmente, la Redención nos reconstruyó y nos puso en la senda de la plenitud de la felicidad, que es la vivencia eterna del amor de Dios en nuestros corazones...

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