lunes, 3 de marzo de 2014

No hace falta "ver" a Jesús

No lo hemos visto, pero lo amamos y creemos en Él... Y esto, porque sabemos todo lo que hizo por nosotros, y todo lo que nos ha regalado con su entrega... Muchas veces anhelamos haber sido uno de los apóstoles, o al menos, alguien que haya vivido en el tiempo de Jesús. Creemos que si así fuera, no hubiéramos tenido absolutamente ninguna duda en nuestra fe... La verdad es que no debemos ver sólo a María o a Juan o a la Magdalena, que se mantuvieron firmes en la fe hacia Jesús, hasta acompañarlo en su terrible muerte en Cruz, confiando en que Él era el Mesías prometido, a pesar de que las evidencias decían todo lo contrario... Es sorprendente esa actitud de fe. Incluso la del "ladrón bueno", San Dimas, que viendo a Aquél que moría junto a Él, a pesar de verlo derrotado totalmente, perdiendo hasta el último resuello de vida, fue capaz de mirar más allá y pedirle a Jesús que se acordara de él "cuando estés en tu reino". No es lo normal. Los hombres nos movemos por evidencias y cuando no las tenemos inmediatamente dejamos de confiar...

Basta fijarse en otros ejemplos de los contemporáneos de Jesús. Los fariseos, aun viendo las maravillas que realizaba y escuchando su mensaje de justicia, de fraternidad y de paz, ni siquiera se plantearon mirarse hacia dentro y cuestionarse en su conducta. Quienes adversaban a Jesús y habían ya endurecido su corazón, queriendo mantener un poder religioso o político por encima de cualquier otro interés, simplemente se cegaban a todas las evidencias que les presentaba el que era el Hijo de Dios. No importaban los milagros, las curaciones, las multiplicaciones de los panes, las entradas en lo más íntimo de cada uno leyendo hasta sus pensamientos e intenciones. Nada de eso era suficiente. Su corazón estaba tan endurecido que ni siquiera el derramamiento del amor más grande fue capaz de derrumbar tal dureza...

Pero aún más triste y sorprendente fue la reacción de los suyos, aquellos que habían sido elegidos por Jesús para ser sus íntimos para "estar con Él", quienes lo acompañaran en todas sus travesías, quienes fueron testigos de todas y cada una de sus maravillas, de sus palabras, de sus gestos de amor. Judas Iscariote llegó al extremo de acordar con quienes querían poner a Jesús fuera de combate, para, con una suma ridícula, entregarlo a la ignominia y a la muerte. Judas había visto todo lo que había hecho Jesús. Había sido tratado por Él con una deferencia superior a la de los otros, cuando fue elegido para ser el administrador de los bienes del grupo de los apóstoles. Era, prácticamente el "segundo de a bordo", después de Pedro. Y fue el que lo entregó...

Luego está Pedro, el primero de todos. Su cobardía lo hizo capaz de negar a quien le había demostrado tanto amor, el mismo que lo había elevado por encima de todos, el que lo había colocado como piedra fundamental de la Iglesia, el que lo rescató de las aguas cuando se hundía, el que le dijo que lo haría pescador de hombres cuando él se reconoció como un gran pecador... Fue capaz de decir "no lo conozco" en la hora crucial...

Todos los apóstoles, salvo Juan, desaparecieron en la hora última. Jesús fue acompañado sólo por su Madre, por Juan y por la Magdalena, a la terrible experiencia de la Cruz. Los demás se habían escondido atemorizados porque podían correr la misma suerte...

No fue suficiente haber estado con Jesús, haber sido contemporáneos suyos para tener mas fe en Él. La evidencia no basta. Si esa así, ¿entonces qué es necesario para mantenerse en su fidelidad? Sencillamente el amor. Tener la certeza absoluta e inquebrantable del amor que Dios derrama sobre nosotros en Jesús, en su entrega, en su providencia amorosa para con nosotros, en su donación radical en favor nuestro, en su ofrecerse en vez de nosotros para satisfacer nuestra culpa, cargando sobre sus espaldas los pecados que nunca cometió. Saber que siempre estará a favor nuestro, pues lo que hizo una vez lo hará siempre, y nunca desdecirá de la obra que quiere seguir realizando en nuestro favor. Estar convencidos de que aquello que hizo lo hizo porque nos ama infinitamente, pues nadie jamás hará algo similar, por mucho amor que nos tenga. Sólo Él es capaz y será siempre capaz de hacerlo...

Y es la respuesta del amor que debemos dar nosotros a Él. Es la donación de nosotros mismos para dejar que nos ame. Es abrir el corazón para que ese amor se haga nuestro. Es dejarse llamar por Él para ser de los suyos. Y para eso no hay necesidad de haber convivido con Jesús, pues quien no ha tenido la experiencia del amor, por muchos años que viva con Él, jamás se dejará conquistar totalmente. Basta darse cuenta de que todo lo hace sólo para nuestro bien, sin buscar otras prebendas más que nuestra salvación en su amor...

Es poner la confianza sólo en Dios y en su amor, que es la única compensación posible para la entrega que Él mismo ha hecho por nosotros. No hay otro camino. "Ustedes no han visto a Jesucristo, y lo aman; no lo ven, y creen en él; y se alegran con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de su fe: su propia salvación..."

No hay comentarios.:

Publicar un comentario