miércoles, 5 de marzo de 2014

Convertirse es una buena inversión

Cada vez que empieza la Cuaresma, estas palabras de San Pablo me hacen entrar en el ambiente propio que se nos pide a los cristianos para iniciar el itinerario de conversión al que se nos invita: "'En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda'; pues miren, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación". La Cuaresma es el tiempo favorable para la conversión. Aun cuando el acento es puesto en la penitencia, en el arrepentimiento, en la "limpieza" interior para dejar abierto el campo para el perdón y la misericordia de Dios, la meta es, precisamente, la gloria, la salvación, la felicidad eterna... En el camino del cristiano nunca las cosas quedan a medias. Si buscamos el perdón de Dios con el arrepentimiento y la firme intención de cambiar, lo que se obtiene es infinitamente compensador, sobrepasa lo esperado. Y es que Dios no se deja ganar jamás en generosidad...

Las dos frases típicas del día en que se inicia el camino de la Cuaresma, Miércoles de Ceniza y que pronuncian los ministros al colocarnos las cenizas en la frente: "Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás" y "Conviértete y cree en el Evangelio", son complementarias. La primera apunta a lo negativo y la segunda a lo positivo. Ninguna de las dos es absoluta en sí misma, por cuanto ambas se necesitan para dar la idea de la globalidad de lo que se busca en la Cuaresma, en el itinerario de la conversión... En la primera se nos pone a la vista la temporalidad de nuestra vida terrena, en cuanto nuestra realidad es absolutamente frágil, pasajera, de indigencia. Dios nos ha hecho del polvo y nuestros restos materiales volverán a la humildad de la tierra. Nada de lo que es material vale tanto la pena como para que nos entreguemos a ello, pues todo es vano, desaparecerá. Los que se ocupan exclusivamente de eso vivirán la más grande frustración de sus vidas, pues nada lo podrán cargar en la vida eterna. Perfectamente lo expresó el Papa Francisco hace unos días: "Las mortajas no tienen bolsillos"... Con todo, no es totalmente despreciable la realidad material, pues es en ella donde se siembra lo que se cosechará en la eternidad. Seremos lo que somos hoy. Y por eso hay que apuntar a complementar este itinerario con la segunda frase...

"Conviértete y cree en el Evangelio", es decir, cambia de rumbo, cambia de pensamientos y de conducta, y apunta tu interés en el Evangelio, la Buena Nueva del amor de Cristo, la que te anuncia la salvación eterna. Tu realidad, aunque sea  pasajera, te sirve para que en ella des razón de lo que crees, de lo que esperas. Te sirve para que manifiestes lo importante del amor que has recibido y al que respondes con ilusión y con compromiso. En esta vida debes comprometerte a amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser, y a los hermanos como a ti mismo. Y más aún, a amarlos como sabes que Cristo te amó. La vida diaria es el escenario donde debes desarrollar el mandamiento del amor. No tienes otra posibilidad. Si quieres ganar el cielo, debes entender que el pulso lo debes hacer aquí y ahora. No hay tiempo que esperar.

La conversión, de esta manera, es un camino que exige dos movimientos. El primero, de arrepentimiento, de perdón. Es ponerse delante de Dios, escrutar la propia vida, descubrir lo que nos ha alejado del camino hacia el amor, dejar bajo la luz de Dios las infidelidades a su amor, los odios, los rencores, las bajezas, las "muertes" que hemos producido en los hermanos... Dolerse al saber que esos actos desdecían de nuestra condición de redimidos, por la cual estamos comprometidos a siempre crecer y a nunca disminuir. Salir de la oscuridad en la que nos escondemos, para dejarnos descubrir por Dios para que Él nos ilumine con su Luz de Amor, que todo lo sana, que todo lo limpia, que todo lo enriquece..

El segundo, el de apuntar a asumir lo extraordinario de la noticia más excelente que hemos podido recibir: Que Dios nos ama, que nos ha creado por amor, que no va a permitir que nos quedemos heridos y postrados en el camino, que hará lo que sea necesario para rescatarnos, para montarnos sobre sus hombros, que va a caminar en vez de nosotros, con nosotros en esos hombros robustecidos por su amor, para hacer el trecho que nos lleve a la meta de la felicidad eterna... Que nos va a regalar a su propio Hijo para que se atraviese delante de las flechas que vienen hacia nosotros, que Él recibirá las balas que pretenden asesinarnos y que el muerto será Él. Pero que su muerte es nuestra curación, pues con ella morirá todo el poder del mal, del demonio, del pecado... Y que resucitará, triunfando portentosamente. Y que con Él resucitaremos todos, que su victoria es nuestra porque Él nos la regala, aunque no hayamos hecho nada a favor para obtenerla...

Ese es el final del camino. Convertirse es llenarse de la ilusión de llegar a esa meta. Es deslastrarse de todo lo que impida emprender ese vuelo maravilloso hacia la presencia amorosa del Padre, que nos quiere junto a Él y que nos espera. Basta que nosotros hagamos nuestra parte, que lo que queda, lo infinito, lo verdaderamente importante, lo hará Él mismo. Un solo paso nuestro será suficiente para que Dios dé el millón de pasos que lo acercará a nosotros... Por eso "ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación". Lo que se nos exige es nada comparado con lo que nos da Dios. Una voz que grite pidiendo perdón por los pecados es suficiente para escuchar el canto hermoso de la Nueva Creación en nosotros, con la bella voz de Dios que nos dirá: "Pasa a gozar de la dicha de tu Señor..."

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