sábado, 29 de marzo de 2014

Cómo ser hombres "espirituales"

Nuestra espiritualidad no se reduce sólo a la oración que podamos hacer. Se trata del estilo que le imprimimos a todos lo que hacemos. La Espiritualidad es estilo de vida. Un estilo en el que todo lo impregnamos de la presencia de Dios. Nos equivocamos cuando definimos a una persona como "muy espiritual" cuando ora mucho. No es que no lo sea, sino que no es eso lo único que lo define. El hombre espiritual consigue suficiente tiempo para estar a solas con Dios, pero ese estar va en dos sentidos: El primero, para prepararse al día a día, dando con ello el primer paso para estar siempre, durante el tiempo que venga por delante, en esa presencia que lo acompaña, lo ilusiona y lo anima a seguir adelante... El segundo, como consecuencia de su estar siempre en la presencia de Dios. Encontrar unos minutos de intimidad no es más que un efecto lógico de su vida delante de Dios. Todo lo hace en su presencia, siempre está consciente de esa presencia que lo acompaña. Y por eso no le cuesta nada tener esos momentos de encuentro en la soledad del corazón...

Nuestro error más grande es creer que para estar con Dios se necesita siempre la soledad, la intimidad, el silencio. No es falso que debemos buscar esos momentos para sentir lo sabroso del encuentro de amor con Dios en el que nos sentimos entrañablemente en sus manos. Eso, para una persona que añora estar con Dios, es un punto alto de su vivencia espiritual. Pero, la verdad es que muy pocos tienen esa posibilidad real en sus manos. Hay que procurarlo, pero no siempre será posible. Particularmente los laicos, es decir, el 99% de los cristianos, lo tiene, por decir lo menos, difícil. El día a día, con sus andares y venires cotidianos, con sus preocupaciones familiares, con sus ocupaciones laborales, con el necesario descanso en familia, dejan muy pocas posibilidades para lograr estos momentos de intimidad. Repito, habrá que procurárselos lo máximo posible, pero no siempre estarán a la mano. Por eso el Papa Pío XII afirmaba que los cristianos tienen  que ser "contemplativos en la acción", es decir, tener la sabiduría de lograr siempre una presencia animadora de Dios en su vida cotidiana, que los haga vivir la riqueza de ese encuentro en todo lo que hacen.

Los cristianos no somos "cristianos de horario", como si hubiera durante el día momentos específicos en los que nos ponemos delante de Dios, y otros en los cuales ya no estamos así, pues estamos "en otras cosas". Eso sería hacer de nuestra vida, que es una sola, varias vidas en una sola persona. No somos cristianos sólo cuando estamos orando, o cuando estamos en la Misa, o cuando recurrimos a algún sacramento, únicamente, dejando de serlo cuando estamos sentados a la mesa con la familia, o con los papeles del trabajo entre las manos, o cuando estamos en el carro manejando hacia la casa... O lo somos en toda ocasión o, en realidad, no los somos nunca. El cristiano "de ocasión" no existe. La vivencia de la fe no es como un traje que nos ponemos o nos quitamos según la ocasión, a conveniencia... Somos cristianos en la Misa, en la mesa, en la oficina, en el parque, en el baile, en el descanso, en las diversiones... No somos dos personas distintas. Somos siempre una sola y única persona...

Al entender las cosas así, nos hacemos realmente hombres espirituales, que están siempre en la presencia de Dios, dando testimonio de su fe, que impregna y le da color a todo lo que hace. Es dejarse reconocer, incluso, hasta por la manera cómo se agarran las herramientas... Quizá es exagerar, pero es una manera de decir que se debe rezumar nuestra fe en toda circunstancia y en toda ocasión... No entenderlo y hacerlo así, es hacerse merecedor del reproche de Dios: "¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Tu piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora". Dios constata con dolor que inician el día en su presencia, pero que ya esa presencia se diluye en su transcurso... No es so lo que Dios quiere. Él quiere hombres y mujeres que vivan siempre en su presencia, que se enriquezcan de Él en los momentos de intimidad que tengan, pero que también ganen riquezas en cada acción del día que realizan ante su amor, en su presencia... Entonces, y sólo entonces, podrán ser considerados realmente "hombres espirituales", no porque oran mucho, sino porque están mucho en la presencia de Dios, haciendo der toda la vida una oración dedicada al amor de Dios...

Cristo alaba la actitud del Publicano, no porque oraba mucho, sino porque lo hacía con la máxima humildad, reconociéndose indigno del amor de Dios y abandonándose en su misericordia. Esa oración realizada en la intimidad del corazón no era más que el resumen de su actitud de vida, colocándose delante de Dios con toda sencillez de espíritu, del cual extraía toda la fuerza y la ilusión para tratar de ser mejor en cada momento y acto de su vida. El Publicano no era jactancioso como el Fariseo. Era humilde, se sabía necesitado de Dios y de su amor, y por eso no dejaba un solo momento de ponerse delante de Él para que fuera Él quien le diera el color hermoso que necesitaba su vida. Por eso Jesús dijo: "Les digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Fue a su casa justificado, con la presencia de Dios en su corazón. Ese Dios que impregnaba con su presencia, en su casa y en todo lo que hacía, toda su vida... Ese sí era un hombre espiritual. No de una espiritualidad "de operativo", sino de una espiritualidad estable, de encuentro y de presencia continua, de intimidad sabrosa en todo con el Dios del amor...

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