jueves, 27 de marzo de 2014

Aprender a escuchar a Dios

Dios nos habla siempre. A veces extrañamos su voz, quisiéramos que se oyera retumbando en los cielos para decirnos las cosas. Cuando queremos tener claridad en el camino a seguir, lo daríamos todo porque se nos apareciera de alguna manera y dirigiera su palabra para indicarnos por dónde debemos ir... Llegamos a pensar que nuestros antepasados fueron mil veces más afortunados que nosotros, pues Dos se dirigía a ellos en conversaciones animadas... Adán y Eva recibían la visita del Padre Creador todas las tardes, para pasar un rato paseando con ellos y conversando de lo humano y lo divino... Abraham escuchó la voz de Dios que lo invitó a dejarlo todo y que lo siguiera a la tierra que Él le indicaría. Moisés escuchaba continuamente la voz de Dios, al extremo que se quedó un largo tiempo en el monte conversando con Él, tanto, que los israelitas en el desierto pensaron que los había abandonado y por eso se hicieron un ídolo de oro y plata... Los profetas eran la voz de Dios, que les decía lo que tenían que decir, es decir, eran como los altavoces para el pueblo de la voz de Dios que ellos oían... Tobías convivió en su viaje con el Ángel Rafael, que era voz de Dios que se comunicaba con él y le indicaba su camino y su suerte... María recibió al Ángel, por el cual le habló Dios en la intimidad para decirle que era la elegida para ser la Madre del Redentor... José escuchó al voz de Dios que le decía que no repudiara a su mujer, pues el Hijo que llevaba en el vientre era fruto del Espíritu Santo... Son infinidades los ejemplos de personajes de la Biblia a los que Dios habla...

Si es así, ¿por qué Dios hoy no nos habla como lo hizo con aquellos? ¿Qué tenían ellos de especial, que merecían que Dios se dirigiera a ellos directamente, y que no tenemos nosotros, que no somos dignos de que lo haga con nosotros? ¿O la pregunta que debemos hacer es otra? ¿Es que Dios, en verdad, ya no nos habla? ¿O es que nos habla de otras maneras diversas? Lo que sucede es que Dios se dirige a nosotros de maneras distintas a aquellas... Lo que debemos pensar es que somos nosotros los que no estamos prestos a escuchar su voz... La experiencias de diálogo que nos relatan las Escrituras, según muchísimos entendidos, no eran conversaciones tal como nosotros las conocemos, sino que eran "locuciones", experiencias místicas en las que, como dice Pablo, "con gemidos inefables", Dios se dirigía a ellos. Aquellos personajes eran elevados a un nivel superior, en el que podían entrar en contacto con Dios. Para poder hacerlo, hay que estar por encima de lo que normalmente estamos...

Nuestra vida, a fuerza de haberse materializado al extremo, ha perdido la capacidad de esa elevación. Nos hemos hecho cada vez más horizontales, sustentando nuestra vida cada vez más en lo material, en lo pasajero. Y por eso hemos perdido la capacidad de ponernos en contacto sencillo, directo, sin obstáculos, con el Dios del Amor. Para entrar en esa misma dinámica divina y tener la capacidad de entrar en contacto con Él, debemos ser cada vez más como Él. Sólo los iguales son capaces de entrar en una relación de amistad. Y los hombres hemos perdido la capacidad de llenarnos del amor necesario para amar como lo hace Dios y poder entrar en esa relación de intimidad que nos enriquece infinitamente. Por eso nos cuesta tanto entender lo que Dios nos dice día a día, momento a momento, a través de experiencias personales, signos que debemos discernir, palabras que nos hace llegar a través de cualquier persona a nuestro alrededor. No tenemos la delicadeza de espíritu necesaria para poder "escuchar a Dios".

Por eso nos suceden las cosas que nos suceden, como le pasaba a Israel cuando no escuchaba la voz de Dios: "Ésta fue la orden que di a los padres de ustedes: "Escuchen mi voz. Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo; caminen por el camino que les mando, para que les vaya bien." Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente". Dios nos quiere hablar, pero le damos la espalda. Se necesita estar prontos a la escucha, en primer lugar en la oración. No hacemos oración, y cuando la hacemos, atosigamos a Dios con nuestras palabras, con nuestras peticiones, con nuestras exigencias. No le damos la oportunidad de que hable Él y nos llene de su presencia... Y luego, estando con un espíritu sensible a los signos, a las manifestaciones cotidianas de la presencia divina que nos comunica su voluntad, que nos dirige su palabra a través de signos y acontecimientos, a través de personas diversas...

Se trata de que estemos también dispuestos a asumir la palabra delante de Él, pero para entrar en diálogo. No se trata de un monólogo en el que somos nosotros los únicos que nos oímos. Que nuestra palabra sea capaz de parecerse a la de Él. Y que se parezca tanto, que seamos capaces de reconocer la suya, porque es similar a la nuestra, cuando elevamos nuestro espíritu en el amor... Es lo que hacía Jesús al devolver el habla a los mudos. Lo hacía, no para que se convirtieran en parlanchines de primera, sino para que fueran capaces de entrar en contacto con su amor, amando y escuchando, siendo capaces también de descubrir lo que Dios quiere decir en cada momento... "Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo". Es el demonio el que ha logrado que no seamos capaces de dialogar con Jesús, con el Dios del amor... Dejemos que también a nosotros nos libere Jesús de ese demonio mudo, que nos inunda todo el ser y nos arrebata la capacidad de entrar en ese contacto de intimidad tan añorado, para poder escuchar realmente la voz de Dios que quiere siempre estar presente en nuestras vidas...

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