martes, 4 de marzo de 2014

Ser santos es lo normal

La vocación a la Santidad es universal. La invitación que hace Jesús a "ser santos como el Padre celestial es santo", no discrimina a nadie. De nuevo, Pedro, haciéndose eco de la llamada de Jesús, repite lo que ya había dicho también Yahvé en las indicaciones que ponía al pueblo de Israel al que llamaba a la fidelidad: "El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: 'Seréis santos, porque yo soy santo'." Son dos consideraciones las que hay que tener para poder responder a la llamada a la santidad: Por un lado, la justificación, y por el otro, la magnitud...

Dios justifica su llamada a la santidad "porque yo soy santo". Podríamos decir que Dios coloca su esencia como condición por la cual responder afirmativamente a la santidad a la que Él llama. En un proceso de razonamiento lógico, es natural que así sea, por cuanto la creación que Dios realiza, en referencia al hombre es: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"... Y esto incluye su santidad esencial. Dios crea al hombre "igual" a Él. Lo hace libre, lo hace capaz de amar, lo hace capaz de razonar, de discernir, de decidir, dándole la inteligencia y la voluntad... Pero también, como Él, lo hace en condición de santidad. Es el sello por el cual Dios hace al hombre suyo, dejando bien claro cuál es su origen. Todas las capacidades del hombre las tiene por concesión amorosa de su Creador. Ninguna de ellas le viene por propia iniciativa. No es capaz el hombre de añadir nada bueno a su condición de criatura, pues si así fuera, sería superior a Dios. Lo bueno del hombre no es por sí mismo, sino que es fruto de lo que él pone a funcionar en orden a lo que Dios quiere. Si llega a ser mejor es porque ha potenciado lo que el mismo Dios le ha regalado... Y al contrario también, tristemente para él... Cuando el hombre, en uso de su libertad, prerrogativa que Dios mismo le ha donado, se decide por el camino del mal, se opone a su esencia y destruye lo que Dios ha construido para él... Puede llegar a usar mal de su capacidad de razonar y de decidir, alejándose de Dios, dando coces contra el aguijón y destruyendo en sí mismo la santidad original en la que debería vivir... Es el pecado, oponerse al camino que Dios traza al llamar a la santidad para parecerse más a Él...

Jesús, además, coloca la magnitud a la que está llamado el hombre en su camino a la santidad: "Sean santos como el Padre celestial es santo". No se trata de obtener exactamente la medida de la santidad de Dios, sino de obtenerla en la medida en que la humanidad pueda llegar al máximo que le pueda permitir esa naturaleza. "Así como Dios es santo en su divinidad, sean ustedes santos en su humanidad", sería una traducción aceptable de la llamada de Jesús. No nos pediría Él algo que no va de acuerdo a nuestra misma naturaleza. Si lo hiciera, nos estaría poniendo una meta inalcanzable, lo cual no cuadra bien con su justicia infinita... Por eso, nuestra condición de santidad es "análoga" a la condición de santidad de Dios. En este sentido, Dios quiere que demos rienda suelta a lo que nos hace santos: al amor, a la verdadera libertad, a la justicia, a la siembra de los valores y de los principios en nuestra realidad cotidiana. La santidad, de esta manera, debe ser vivida como una condición de vida normal, y no extraordinaria, como lamentablemente muchos piensan. La santidad debería ser el estilo de vida "normal", pues en esa condición hemos sido creados. Nos hemos hecho a la idea de que la santidad es sólo para los héroes, cuando debería ser lo contrario. Los "héroes", en cuanto a la fuerza que deben hacer contra sí mismos, son los que se deciden a ir en contra de lo que debería ser normal. Serían héroes negativos, pues alcanzan las metas más bajas que deberían evitar al máximo... Ya lo decía la Beata Madre Teresa de Calcuta: "La santidad no es el privilegio de unos cuantos, sino la sencilla obligación de todos"...

En ese camino de santidad Dios nos pone muchos caminos. El primero y más ordinario es el de la consagración del mundo, con sus realidades cotidianas, viviendo el día a día en la presencia de Dios. Es el de los laicos que deben avanzar por el tráfago diario y mantener con su esfuerzo, a veces titánico, su fidelidad a Dios. Es la búsqueda incesante de mantenerse como amigos íntimos del Señor, a pesar de que haya fuerzas que lo quieran alejar de Él. Es sentir que ese Dios que los llama no los deja solos en ese caminar, sino que va allí, con ellos, dándole la mano para que no desfallezcan, llenándolos de la ilusión y de la alegría de avanzar firmemente en medio de los obstáculos que el mal siempre colocará, viviendo la satisfacción no sólo de vencer, sino de saberse en las manos de Dios, que es lo que más vale la pena en la vida...

El otro camino, mucho menos transitado, es el de la consagración absoluta y exclusiva al trabajo por el Reino de Dios en el mundo. El que dice Pedro que han hecho ellos: "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido." No es superior ni mejor ni más fácil o más difícil que el de los laicos. Es distinto. Tiene también sus exigencias, algunas iguales, otras distintas. Pero es solamente otro camino diverso por el cual responder a la llamada a la santidad. No debe pensarse que uno sea mejor y otro peor. Simplemente son rutas diversas con la misma meta: la de la santidad, la del amor a Dios, la del servicio a los hermanos, la de la justicia y de la paz... Dios mismo lo ha colocado como posibilidad a los dos, por lo tanto, al surgir de su corazón de amor, ambos son igual de buenos... La respuesta de Jesús a Pedro es tremenda: "Les aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros." Esa realidad de vida eterna no está reservada sólo para quienes se consagran a Dios. Es realidad para todos, pues todos somos llamados a la salvación. Sólo que en este camino de consagración las condiciones serán las que Jesús refiere... Persecución, incomprensión, pobreza, soledad... Todo compensado por la elección del camino que llena, que es el del servicio exclusivo a su amor y al amor de los hermanos, que dará un rédito del ciento por uno...

Dios no hizo el camino de la santidad "fácil" ni en una sola ruta posible. En su infinito amor por nosotros nos puso varias posibilidades, para que en nuestra libertad seamos capaces de escoger, de elegir, la que más se adaptara a nuestra condición personal. El único fin es el de llegar al cielo, a la salvación plena, a la felicidad total junto a Dios. Basta que en el camino que elijamos nos hagamos servidores de Dios y de los demás dando rienda suelta al amor, y haciéndonos por ello santos en el caminar...

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