El proceso de formación de los cristianos se conoce como "catecumenado". El catecúmeno es el cristiano que ha iniciado ese proceso para conocer y vivir la fe en Cristo, su persona, su mensaje y su obra. Es un proceso de "formación", que no se reduce solo a lo doctrinal sino que apunta al "ir tomando forma" mediante el conocimiento de lo que es Jesús para ajustarnos a Él. En nuestra fe cristiana el conocimiento que vamos poseyendo apunta a que vayamos tomando la forma de Cristo. Nos formamos para con-formarnos a Jesús, es decir, para ir adquiriendo para nosotros mismos la forma de Cristo y vivir cada vez más como Él vivió. De este modo, el catecumenado es un proceso de conversión mediante el conocimiento de lo que es Jesús para asimilar su conducta y su pensamiento y hacerlos propios, actuando y pensando como Él, hasta llegar a la identificación plena con Él, como lo logró San Pablo: "Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí". En general, el proceso de catecumenado alcanza su culminación con el bautismo. El adulto que inicia su formación llega a un punto culminante en su proceso cuando ya se le considera apto para recibir el bautismo. No es el fin de su proceso, por cuanto podríamos decir que éste no termina nunca. El bautismo certifica que se ha alcanzado un grado de cierta madurez que capacita para empezar a formar parte de la Iglesia y a conformarse como parte activa de ella. En el bautismo de los niños esta responsabilidad la asumen los padres y los padrinos en nombre del niño, por lo cual se pide que, en general, padres y padrinos sean hombres y mujeres de fe que puedan en su momento dar testimonio de ella ante sus hijos y ahijados. El bautismo abre el camino de la experiencia de fe que vive el catecúmeno. Es el inicio de su maduración en la cual se pide que empiece a dar verdadero testimonio de la fe que ha ido adquiriendo. Es el regalo que da el mismo Jesús a aquel que cree y lo acepta como su Salvador, reconociendo su obra redentora en la que se ha entregado para alcanzar el perdón de los pecados y ha recuperado la posibilidad de entrar en el cielo a vivir la felicidad eterna como hijo de Dios. Es el fin que persigue el mandato misionero que ha dado Jesús a los apóstoles antes de ascender a los cielos para colocarse de nuevo a la derecha del Padre: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará".
Ese proceso de catecumenado está perfectamente representado en el encuentro del Diácono Felipe con el eunuco etíope. Felipe, perseguido como todos los cristianos con el furor que se desató después del martirio de Esteban, y que iba de camino a causa de la dispersión de todos los cristianos que huían de dicha persecución, se encuentra con este alto dignatario etíope, prosélito del judaísmo, pero que nunca podría llegar a ser auténtico judío pues era extranjero y además mutilado, dos condiciones que le imposibilitaban su pertenencia al judaísmo, por lo cual nunca pasaría de ser prosélito, es decir, cercano. Es un encuentro procurado por el Espíritu de Dios para lograr la adhesión de este hombre a la fe. Se presentan acá ciertos rasgos similares del encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús, tomando las justas distancias entre ambos acontecimientos. Aquellos dos discípulos estaban viviendo la frustración y la desilusión. El eunuco está viviendo la perplejidad por no comprender lo que iba leyendo: "¿Cómo voy a entenderlo si nadie me guía?" Jesús le abre la mente y el corazón a los caminantes de Emaús, quienes lo aceptan en su manifestación como resucitado. Felipe le hace entender las Escrituras al etíope, quien se entusiasma con el mensaje de salvación de Cristo y se decide con determinación firme a ser su discípulo, pidiendo ser bautizado: "Llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: 'Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?'" El fin de ambos acontecimientos es de felicidad, pues el encuentro con el Jesús que ha salido a su encuentro los llena de esperanza y de gozo ante la salvación que ofrece el resucitado a todos. El eunuco es bautizado y Felipe es arrebatado de su presencia. Los dos peregrinos de Emaús, después de reconocer a Jesús, también son privados de su presencia repentinamente. Ya poseían al Jesús que los salvaba en sus mentes y en sus corazones, por lo que su presencia física no era necesaria. Al igual que el eunuco, que había comprendido las Escrituras con la explicación de Felipe y había sido bautizado, ya estaba viviendo la salvación prometida por Cristo por lo que no necesitaba del acompañamiento de Felipe que le había servido de anunciador: "Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe". Él, rechazado radicalmente por el judaísmo, es aceptado en la fe cristiana que le abre las puertas de la salvación. Cristo no es, por lo tanto, solo para un grupo de privilegiados, sino para todo el que abra su corazón para aceptarlo y se convierta a su amor. Es para todo el que se integra en el grupo de catecúmenos y avanza, madurando cada vez más en su fe, aceptando a Jesús como su Salvador y deseando asimilarse cada vez más a Él.
En el proceso del catecumenado, lo hemos dicho, el bautismo es un punto culminante, pero no el final. Se debe seguir avanzando en él, por cuanto no es otra cosa que un llamado a apuntar a la perfección en la vida de la fe. El catecumenado hace posible responder al menos en la intención a la llamada de Jesús: "Sean perfectos como es perfecto el Padre del cielo". La perfección del cristiano es la asunción de la vida de Cristo en sí mismo. Es la vivencia del amor en plenitud, tal como la vivió Jesús que por ese amor entregó su vida por todos. San Pablo resume lo que debe vivir el cristiano de una manera magistral: "Amar es cumplir la ley entera", es decir, "la perfección de la ley es el amor". La vida de Dios y, por lo tanto, la vida de Jesús, Dios hecho hombre, es la vida del amor. Él es la fuente del amor, pues esa es su esencia profunda e identificadora. No hay realidad que defina mejor lo que Dios es. Por eso, el cristiano apunta a vivir el amor tal como lo vivió Jesús. Se debe mostrar en su entrega a Dios, poniendo toda su vida en sus manos, y en la entrega por los hermanos. "Nadie tiene amor más grande que quien entrega su vida por los hermanos". La asimilación a Jesús, la con-formación que procura el catecumenado debe apuntar a identificarse esencialmente con ese Dios amor. Debe procurarse vivir la misma vida divina. Y esto lo facilita Jesús con otro paso culminante que cumple el catecúmeno en su proceso: El de la participación en la Eucaristía, la comunión. Comer a Jesús para tener su vida plena en uno. Se trata en primer lugar de crecer en la fe, no como solo conocimiento de doctrinas, sino como experiencia de vida: "En verdad, en verdad les digo: el que cree tiene vida eterna". La vida eterna viene por la fe en Jesús. Pero va más allá. No es solo la fe, sino acercarse a Él para alimentarse de Él: "Yo soy el pan de la vida. Los padres de ustedes comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo". La entrega de Jesús está significada en su entrega como pan que alimenta para la vida eterna. Alimentarse de Jesús es procurarse la vida eterna. Y asimilar aquello que nos alimenta nos hace adquirir sus cualidades. El proceso de catecumenado nos lleva a aceptar a Jesús como alimento para que nos dé la vida eterna y nos asimilemos cada vez más a Él. Para que tengamos sus cualidades y vivamos en el amor que Él es. Comer a Jesús nos hace iguales a Él. Es el punto más alto en nuestro proceso de catecumenado, que no debe terminar nunca, hasta que nos hagamos uno con Él.
Gracias por tu gran Amor Padre. Gracias porque si te lo pedimos tu nos acercas a Jesús, para que al comer de su carne y beber de su sangre alcancemos la vida eterna. No mires nuestros pecados sino la Fe de ti Iglesia...Tu siempre .cumples tus promesas Señor. No nos abandones. Perdóname ser.tan pedigueña, pero te pido por los méritos de tu Hijo, que tengas piedad del mundo y aleja esta pandemia. Te lo pedimos desde nuestro miseria....Amen amen...
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