jueves, 18 de junio de 2020

Un Padre que nos ama y que quiere que lo amemos en Él y en los hermanos

Por qué el Padrenuestro es la oración más poderosa?

La oración es el alimento del alma. Mantener un contacto de intimidad con Dios, en el encuentro solitario de los dos corazones, es una necesidad absoluta para todo el que quiera ser auténtico discípulo de Jesús, miembro de una Iglesia que avanza hacia la santidad, hermano de todos los que con él caminan en la misma búsqueda del Padre Dios. Y es una necesidad pues es lo que manifestará externamente la vida que se posee. De la oración surge el deseo de esa vida que se recibirá por sus canales naturales que son los sacramentos, y de ella se recibe también el alimento que la sostiene y la hace cada vez más sólida. Quien mantiene una vida de oración activa, teniendo ese encuentro sabroso, íntimo, constante, absolutamente compensador, es una persona que hace que crezca la gracia que posee y es capaz de transmitirla. Orar no es perder tiempo. Orar es ganarlo, pues todo el tiempo que se invierte en la oración está recompensado con una vida más plena a nivel personal, colmada de gozo interior, consciente de que las cargas van siendo compartidas con Aquel que se ofrece a ser alivio y fortaleza en el camino, teniendo clara la meta hacia la que se dirigen todos los esfuerzos, lleno de la ilusión de saber que en el camino vivirá el gozo de poder convivirla con los hermanos y que en ese final del camino hay un estado de alegría sin fin y una compensación en el amor que no tiene igual en ninguna realidad de la tierra. Y es ganarlo, además, pues se adquiere la conciencia plena de no vivir en una situación de individualidad absoluta, egocéntrica, ya que la oración nos conecta con todos los demás que son también hijos de Dios, nos hace partícipes de su misma vida, por lo cual lo asumimos como tarea y responsabilidad propia, y nos sentimos lanzados a vivir en solidaridad y fraternidad con todos ellos pues sabemos que es Dios mismo, en esa oración comprometedora, el que está poniendo esas vidas en nuestras manos. Ciertamente, la oración tiene una compensación personal inmensa, pues es "el encuentro de dos corazones que se aman", a decir de Santa Teresa de Ávila, pero tiene un complemento comunitario que la hace tener un sentido agregado, que se añade al del encuentro íntimo, ya que en la oración del cristiano tiene cabida toda la realidad que él vive, y por eso en ella se hacen presentes también todos los hermanos y las circunstancias que cada uno de ellos vive.

Cuando Jesús invita a orar a los discípulos les pide, y en ellos nos pide a todos los cristianos, a que no gastemos muchas palabras: "Cuando recen, no usen muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No sean como ellos, pues su Padre sabe lo que les hace falta antes de que lo pidan". Nos invita a no pensar que a Dios le gusta nuestro palabrerío. Lo que a Dios le gusta es nuestro encuentro con Él en la intimidad y en el que damos cabida al silencio en el cual le ofrecemos la oportunidad de dirigirse a nosotros. El mucho hablar nuestro puede tener como consecuencia el impedir que Dios nos hable. Teniendo Él el deseo de entrar en contacto con nosotros, le obstaculizamos esa intención cuando llenamos todo el espacio nosotros con nuestras palabras muchas veces vanas. La oración es un intercambio y nosotros, lamentablemente, lo convertimos frecuentemente en un monólogo. En ella estamos presentes solo nosotros. Tenemos con frecuencia la tentación de colocar a Dios tan lejos de nosotros, incluso en nuestra oración, que ella se convierte casi en un encuentro con nosotros mismos. Decimos cosas que nos gustaría escuchar a nosotros, sin pensar en Dios. Es casi una representación teatral en la que solamente buscamos quedar bien. Así, la oración llega a ser simplemente una búsqueda de justificación y de satisfacción personal. Para que la oración sea transparente y fructífera debemos dejar de ser lo que queremos representar y ser nosotros mismos delante de Dios. Al fin y al cabo Él sabe bien lo que somos cada uno. Y lo sabe mejor que nosotros. Y para facilitarnos ese camino, Jesús mismo nos ofrece una oración que nos pone en el camino de lo que debe ser: "Ustedes oren así: 'Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal'”. Las dos palabras iniciales son la condensación de toda la oración. Dios es Padre y es nuestro, es decir, tiene que ver directamente con la vida de cada hombre, pues es la razón de la existencia de cada uno y de su subsistencia y posee como Padre una relación de amor con sus hijos que hace que el intercambio con Él sea totalmente entrañable. Podría decirse que esa relación es tan íntima como la que describe San Pablo, en la que entramos en contacto con Dios llamándolo Abbà, que es un diminutivo cariñoso hebreo (papá, papi, papaíto), que usa el niño con su padre. Y es nuestro, no solo mío, lo que nos lanza a la vida de la comunidad que quiere Jesús que vivamos con conciencia sólida.

En efecto, es interesante que Jesús no nos enseñe la oración con el singular de la primera persona, sino con el plural, siendo como es, una oración que nos invita a hacer en la intimidad del corazón. Existiendo cada uno de nosotros, sin duda, individualmente en la presencia de Dios y en su corazón, Él quiere que nuestra expresión, cada vez que nos dirigimos a Él, sea en la plena conciencia de que formamos parte de una gran comunidad que conformamos todos los que somos hijos suyos. No pedimos, por lo tanto, cosas para el disfrute personal, lo que nos puede llevar a encerrarnos en nosotros mismos, sino cosas para todos, lo que hace que nuestra conciencia de comunidad sea cada vez más sólida. En la oración del Padre nuestro no hay una sola vez una referencia a lo singular. Siempre es a lo plural. Las siete peticiones que se hacen son para todos, no para uno solo. Jesús quiere que nuestra oración esté siempre sustentada en lo único que le da solidez, que es el amor. No está sustentada en la conveniencia, en la búsqueda de prerrogativas, en la satisfacción personal y egoísta, en la huida del mundo, en la persecución de quedar en una bella figura delante de Dios. Nada de eso tiene sentido en la relación con Dios y más bien hace repugnante la oración dirigida a Él de esa manera. Solo el amor lo explica. Cuando Jesús nos enseña a orar quiere en primer lugar que vivamos el amor desde el cual vamos a hacer nuestra oración. Que sintamos el inmenso amor que Dios nos tiene, por lo cual lo llamamos con toda propiedad Padre. Que tengamos plena conciencia de que existimos por un gesto infinito de amor suyo y de que nos mantenemos en esta vida porque su providencia sigue estando siempre dirigida por ese inmenso amor hacia nosotros. De que nos ama con amor de Padre. Y que respondamos desde lo más profundo de nuestra convicción y de nuestro corazón también con amor. Un amor que nos conecta a Él como al niño con su papá, por lo cual se abandona en él y pone su absoluta confianza en sus manos, sabiendo claramente que su papá jamás le hará daño y siempre querrá lo mejor para él. Y un amor que debe estar siempre también conectado con los demás, porque es Padre nuestro, no solo mío, por lo que, al amarlos Dios con el mismo amor con el que me ama a mí, estoy yo también llamado a amarlos con el mismo corazón y con la misma intensidad. Jesús quiere que tengamos la perfecta vivencia del amor. Del que Dios me tiene a mí, del que yo le tengo a Él y del que yo le tengo a mis hermanos. El Padre nuestro es una oración que me llama a la plenitud. A no quedarme en las exigencias menores, sino en las mayores que me llaman a dar lo mejor de mí a Dios y a mis hermanos, para recibir de Él y de ellos lo mejor que me pueden dar, que es también su amor infinito.

4 comentarios:

  1. Bonita reflexión, Dios nos conoce y sabe como somos, aún así nos cubre con su amor.

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  2. Bonita reflexión, Dios nos conoce y sabe como somos, aún así nos cubre con su amor.

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