jueves, 25 de junio de 2020

Para vivir sólidos en la felicidad, no echar a Dios de la propia vida

Entrará en el reino del cielo, quien cumpla la voluntad de mi ...

Una de las peores experiencias que podemos vivir los hombres es la de la pérdida del sustento de la propia vida, de aquello que nos ha hecho felices, de todo lo que le ha dado sentido y nos ha motivado y hecho sentir satisfechos. Es una experiencia que aumenta su sinsabor si nos llegamos a percatar de que todo lo hemos perdido por falta de vigilancia y de cuidado, por haber creído que todo se sustentaba en sí mismo y que era inamovible e inmutable, por lo cual nunca nos preocupamos de atenderlo, de sostenerlo, de cuidarlo, de regarlo como el jardín que requiere del agua para mantenerse lozano. Una experiencia así vivida, que nos deja en la inopia total y en el vacío cruel, requerirá del acopio de todas las fuerzas personales para empezar desde cero nuevamente, para reconstruir nuestro ser y dar de nuevo un sentido a la propia vida. Esta experiencia terrible se puede equiparar a la que vivió el pueblo de Israel que, habiendo sido elegido por Yahvé para derramar en él todo su amor y su poder desde el mismo inicio de su existencia, elegido de entre otros pueblos más numerosos y poderosos y llevado a Egipto para salvarlos de morir de hambre y de sed en el desierto, liberado luego de la esclavitud en la que cayó víctima del Faraón y sus conciudadanos, acompañado en ese caminar de tantos años de nuevo en el desierto por señales y portentos maravillosos, hasta hacerlo entrar triunfante en aquella tierra prometida "que mana leche y miel", en la cual comenzó una vida de idilio total, de felicidad, en la que colocaron como centro vital la presencia de Dios en el Templo, pero que, a fuerza de no vivirla como ilusión renovada día a día, dieron paso a un "acostumbramiento" paralizante y contaminante, permitiendo que aquel orgullo por tener en medio de todos la presencia de ese Dios que había demostrado su preferencia por ellos, fuera envenenado incluso llegando a ser sustituido por dioses e ídolos de otros pueblos de alrededor, poniendo su confianza absurdamente en aquellos que habían sido construidos por sus propias manos, fue echado del corazón de Dios que permitió en consecuencia que los reinos de alrededor se cebaran en ellos y fueran echados de aquella tierra que era su gala y su orgullo. Israel, por descuidar su relación con Dios, perdió lo que le daba sustento a su experiencia como pueblo y fue dispersado, llegando a ser casi nada.

El signo rotundo de esa caída de Israel en la desgracia es el de la caída del Templo y el desvalijamiento de su tesoro. Así, vemos como Nabudoconosor "se llevó de allí todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio real y deshizo todos los objetos de oro que había fabricado Salomón, rey de Israel, para el santuario del Señor, según la palabra del Señor". Israel, después de haber sentido la felicidad plena de ser el pueblo de Dios, de haber disfrutado de las mieles de esa tierra bendita que Él les había regalado, lo pierde todo como se pierde la arena del mar entre los dedos. Y todo por su propia responsabilidad al no cuidar de ese regalo de Dios y no haber sido fieles a ese amor que siempre les había demostrado. Israel es desterrado de la tierra prometida y deportado a Babilonia, ciudad que es el signo de la muerte y de la frustración total de su vida como pueblo de Dios. Lo ha perdido todo. Tiene que iniciar así un proceso de aprendizaje en el cual comprenda que Dios no es un "talismán", una especie de "cosa" que asegura, solo por estar ahí, la solidez de la vida del pueblo. Dios es un ser vivo que debe ser aceptado, honrado, obedecido, pues es el que marca las pautas a seguir para poder vivir realmente en la felicidad y en el camino de sosiego y de esperanza, que terminará en una dicha definitiva que nunca acabará, y con el que se puede tener, y se debe tener, una relación personal que es totalmente compensadora y entrañable, pues se basa en el amor que Él quiere derramar y que sabe que es la plenitud del hombre. No es como un trofeo del que se muestra vanidosos una posesión dominante, sino que es, sin duda, el orgullo que se tiene y que llena plenamente, pero para el cual se debe decidir vivir. Es necesario llevarlo a ser el primero de todos los intereses, alrededor del cual girarán todos los demás intereses de la vida. Lo que no cuadre con ese orgullo debe ser desechado totalmente, pues nada debe venir a dañar esa relación con Dios. Ella no puede ser simplemente como un disfraz que se coloca cuando se quiere sacar provecho de la relación o como un barniz que se usa para pintar y tapar lo que en realidad está sucio y manchado. Dios no puede ocupar un espacio instrumental del que se echa mano cuando hace falta y que se desecha cuando ya no sirve a los intereses particulares. Ese mismo estilo que vivió Israel en su relación con un dios instrumental, lamentablemente lo viven muchísimos hombres para los que Dios no llega a ser sino simplemente un talismán de la suerte del que echan mano cuando lo necesitan, pero al que abandonan en el rincón más escondido de sus vidas cuando sienten que ya no les hace falta. Al final, el punto de llegada podrá llegar a ser el mismo de Israel. Las fuerzas de Babilonia, las del mal, invadirán al hombre y lo llevarán al desfiladero y al abismo. Perderán absolutamente toda la alegría y todo el sentido de la vida.

Jesús pone sobre aviso al hombre. No puede dejar de advertirlo, por cuanto ese no es el final que Dios ha pensado para la humanidad. Si el mal se llegara a enseñorear sobre el hombre no será porque Dios se haya hecho ausente de su vida, o porque no pretenda convertirse en su sólido sustento, o porque no se ofrezca como la consolidación total de la felicidad. Será porque el mismo hombre lo habrá hecho ausente de su vida. Quizá cuando el mismo hombre se percate de ese sinsentido que ha cometido, será ya tarde, como lo dice Jesús: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". Dios no puede ser "un instrumento de salvación". No se puede tener con Él una relación simplemente de conveniencia. "Aquel día muchos dirán: 'Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?' Entonces yo les declararé: 'Nunca los he conocido. Aléjense de mí, los que obran la iniquidad'". La relación con Dios debe ser una relación vital. Él debe ser el sustento sólido de la vida de cada uno: "El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca". No puede ser una relación inestable, mutable, totalmente dependiente del viento del momento, que es el equivalente del que, por el contrario, ha construido su casa, es decir, su vida, sobre arenas movedizas que no dan ninguna solidez. Debemos aprovechar el que aún estamos a tiempo y el que tenemos a un Dios que es infinita bondad y misericordia, para retornar a la vida con Él. No permitamos que llegue el momento en que Babilonia nos invada y nos saque de la tierra prometida que es la relación de amor con Dios, o que llegue el momento en que seamos desconocidos por ese amor. Que nuestra experiencia jamás sea la de la felicidad perdida o la de la frustración total, la de la ausencia definitiva de Dios. Que aprovechemos a ese Dios que tiende la mano a cada uno y lo atrae con los hilos del amor que ofrece para que esa experiencia de felicidad no se pierda jamás y nos haga caer en la peor sensación de frustración que podremos vivir y, peor aún, que ésta llegue a ser definitiva.

2 comentarios:

  1. Debemos aprender que la relación con Dios no es una conveniencia,porque él rechaza al que su comportamiento no es coherente con su fe...

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  2. Debemos aprender que la relación con Dios no es una conveniencia,porque él rechaza al que su comportamiento no es coherente con su fe...

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