martes, 2 de junio de 2020

El mundo es de Dios y Él lo ha puesto en nuestras manos

Al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios ...

La Iglesia ha sido enviada por Jesús al mundo entero a anunciar la buena nueva del amor salvador de Dios. Ese amor no ha querido dejar al hombre sumido en la oscuridad del abismo en el que había caído por su propia culpa al dejarse robar el corazón por el demonio, seducido por la idea de hacerse "como dioses". "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". El mandato es inapelable y clarísimo. No hay realidad que quede fuera de esta tarea encomendada a la Iglesia. Cuando Dios en el sexto día de la creación "vio que todo era muy bueno", estaba satisfecho, pues todo estaba en el orden que Él había pensado y diseñado. El pecado trastocó ese orden y lo subvirtió totalmente, dejando a Dios en un puesto completamente subordinado. Para Dios ya todo había dejado de ser bueno, y por ello emprende una tarea titánica en la historia de la salvación para recuperar el orden perdido, y lograr que de nuevo todo sea "muy bueno". El mundo pertenece a Dios, pues de sus manos ha salido. Pero Dios en su amor y su providencia infinitos lo ha colocado en las manos del hombre: "Dios los bendijo, diciéndoles: 'Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra'". El hombre es hecho, así, por Dios, propietario-administrador de todo lo que ha sido creado. El mundo es una realidad que está en las manos de los hombres. Dios confía en él para que todo pueda ser conducido a la plenitud. Con ser una realidad totalmente acabada, pues salió así de las manos del Creador, el hombre ha sido capacitado por Dios para que lo haga servir mejor al mismo hombre. Él ha sido responsabilizado, de esta manera, de seguir haciendo avanzar el mundo hacia su perfección y su plenitud, logrando con su labor que todos sean beneficiarios del progreso y del orden deseado por Dios y confiado para su logro en las manos de cada hombre de la historia. Cada uno, en este sentido, tiene un compromiso: hacer del mundo un lugar mejor en el que todos tengan cabida y encaminarlo hacia el desarrollo y el progreso para el beneficio de todos. No pasamos por el mundo para simplemente ocupar un espacio en él, sino para dejar nuestra huella en el aporte que hagamos para su progreso y el beneficio de nuestros hermanos. En esto Dios es absolutamente respetuoso, pues no puede contradecirse a sí mismo. En la historia de la humanidad, todos los logros que ha habido y también todas las equivocaciones que se han cometido, se han dado por ese respeto reverente de Dios a la libertad humana que Él mismo ha promovido.

Dios nos ha enriquecido a cada uno con esa libertad que es reflejo de la que Él posee. Nuestra inteligencia y nuestra voluntad son las capacidades divinas que Dios ha copiado para nuestro ser, haciéndonos tener la misma capacidad suya de creación. Nos hace co-creadores con Él, no porque hagamos surgir algo de la nada, sino porque nos ha capacitado para que conduzcamos su creación hacia la plenitud y hacia el mejor servicio a los hermanos. Lo creado, siendo todo "muy bueno", se hace aún mejor con la obra del hombre que se asocia con Dios. Cuando se da con la ruta del orden deseado por Dios, se logra que el mundo sea un lugar siempre mejor, donde se viva la unión con su Creador, la solidaridad fraterna en el amor, el servicio de todas las cosas para su progreso. Por el contrario, cuando el empeño es seguir rutas diversas a las deseadas por Dios se logra que el mundo sea un lugar hostil para el mismo hombre, desterrando a Dios de todo, expulsando al otro de la propia capacidad de amor, colocándose él mismo en el centro en un arrebato de soberbia que hace del hermano simplemente una cosa de la cual aprovecharse para el beneficio propio. Lo hemos visto repetido muchísimas veces en la historia. Los regímenes y las ideologías que los sustentan, creados por el hombre en su capacidad de inventiva que tiene origen divino, han servido diversamente para beneficio suyo o para su destrucción. Y vemos cómo Dios es respetuoso, pues no puede negarse a sí mismo violentando la libertad que Él mismo ha donado al hombre. Dios bendice todos los esfuerzos que se hacen para avanzar en el bien común. Pero no lo hace cuando los esfuerzos son contrarios, dañando al mismo hombre. Aún así, da su beneficio respetando la subversión del orden que se ha querido establecer y dando la oportunidad de que se hagan esfuerzos para restablecer ese orden que se haya perdido. Él sigue llenando de su gracia a los hombres, iluminando sus mentes y fortaleciendo sus voluntades, pero es cada uno, en su infinita libertad, el que decide si las pone en práctica o no. El amor de Dios es en esto, también infinito. A muchos nos encantaría que Dios revirtiera el orden malo que se promueve y milagrosamente hiciera que todo cambiara, pero hay mayor milagro y mayor amor en respetar lo que Él mismo ha donado al hombre con su infinita capacidad de creatividad en la libertad. Seguramente, si llegáramos a ser capaces de colocarnos en los criterios que hay en la mente divina, Dios querría tomar el control de todo, y lo podría hacer pues es todopoderoso, pero logra el milagro de contenerse para respetar la justa autonomía que Él mismo ha deseado para la humanidad en su dominio del mundo.

Cuando Jesús es conminado a dar respuesta a los fariseos que le tienden la trampa y le preguntan por el impuesto a pagar, Él tiene este diálogo con ellos: "Le dijeron: ... ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?' Adivinando su hipocresía, les replicó: '¿Por qué me tientan? Tráiganme un denario, que lo vea'. Se lo trajeron. Y Él les preguntó: '¿De quién es esta imagen y esta inscripción?' Le contestaron: 'Del César'. Jesús les replicó: 'Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'". Jesús confirma, de esta manera, esa autonomía entre ambos órdenes que Dios ha establecido. Él ha colocado todo el mundo en las manos de los hombres (representados en el "César"), y respetará reverentemente este decreto suyo: "Llenen la tierra y sométanla". Él lo ha creado todo y todo lo ha puesto bajo el dominio del hombre. Mal puede arrebatar de sus manos lo que en su infinita sabiduría y poder ha determinado. Pero también Él sigue siendo providente en extremo y por ello confía radicalmente en que el hombre pueda dejarse seducir también por la eterna sabiduría que lo hará conducirse por rutas cada vez mejores y plenificantes. Así lo entendió San Pedro: "Esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia, por eso, queridos míos, mientras esperan estos acontecimientos, procuren que Dios los encuentre en paz con Él, intachables e irreprochables, y consideren que la paciencia de nuestro Señor es nuestra salvación". En esa justa autonomía entre el orden divino y el humano querida y establecida por Él, Dios espera de nosotros siempre nuestro aporte para el bien. Su gracia estará siempre activa, pues nos seguirá inspirando y dando nueva vida continuamente. El Espíritu Santo sigue estando presente entre nosotros, siendo nuestra fuerza y nuestra ilusión. Y Dios siempre estará a la espera de que hagamos correctamente nuestra parte. Si Él se percata de que la hacemos y conducimos al mundo hacia la plenitud, haciéndolo a Él cada vez más presente, promoviendo una fraternidad universal en la que cada hombre sea importante y una solidaridad en la que pongamos al hermano necesitado en el primer lugar, haciendo que todo en el mundo sirva para el progreso y el desarrollo de cada hermano, nunca nos faltará su fortaleza. Nos consolará y nos aliviará en nuestras penas y en nuestros esfuerzos y nos enriquecerá con la ilusión y la esperanza de la eternidad feliz hacia la que estaríamos conduciendo al mundo entero, en la que se logrará definitivamente que Él sea "todo en todos". Mientras tanto, nos corresponde seguir trabajando con denuedo, respetando el doble orden, el divino y el humano, pero apuntando a esa eternidad en la que solo el orden divino prevalecerá. Dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

1 comentario:

  1. La enseñanza de Jesús, que se deja ver en el escrito, es respetar el doble orden, lo divino y lo humano. Nos quiere dejar muy claro que el único absoluto es Dios. "Solo Dios basta" Amen...

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