sábado, 27 de junio de 2020

La misericordia de Dios es nuestro mayor tesoro

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Para Israel la experiencia del abandono de Dios como consecuencia del previo abandono que ellos mismos habían hecho de Él tuvo efectos devastadores. La alianza que el Señor había firmado con ellos tenía una base única sobre la cual estaba su fundamento sólido: "Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios". Todo lo que surgiera de esta premisa estaba bien. Mas todo lo que la negara y se alejara de ella estaba mal. Cuando Israel empieza a permitir que se contaminara su fe y fuera atraído por dioses extranjeros, ídolos que aquellos pueblos se habían construido, buscando darse gustos y placeres como los que vivían aquellos extraños y sustentándose en el supuesto poder de esos ídolos de madera y de metal, le dan la espalda al único Dios verdadero y lo expulsan incluso de su propio corazón. No es Dios el que se hace ausente o el que envía la tragedia sobre el pueblo que termina siendo subyugado por esos reinos poderosos que anteriormente habían sido vencidos por el poder infinito de Dios, que era movido por el amor eterno que sentía por aquel pueblo que Él mismo se había elegido para sí. Todo lo que empieza a vivir Israel en su debacle no es sino consecuencia del abandono del verdadero Dios que ellos habían promovido y del regalo que habían hecho de sí mismos en los brazos débiles de esos ídolos que eran dioses inexistentes. Dios no se aleja. Es Israel el que lo aleja y le da la espalda. Por ello empieza a vivir su peor desgracia, después de haber vivido la mayor de las alegrías, pues disfrutaban del cumplimiento de aquella promesa de felicidad eterna que se les había hecho desde el corazón amoroso de Dios, habitando en aquella tierra que se había llegado a convertir en signo de la estancia en el centro mismo del corazón de Dios, lugar por excelencia de felicidad, serenidad y armonía. La torpeza del corazón del hombre insatisfecho que siempre quiere y busca más, los hace transitar por rutas de perdición y de dolor. En vez de confiar en la palabra de Aquel que les había demostrado tanto amor y que les había dejado bien claro que estaba a su favor y que estando a su lado nada los podría perturbar y podrían vivir en una felicidad inmutable, con tal de que siguieran siendo su pueblo y de que lo tuvieran a Él como su único Dios, confiaron más en sí mismos y prefirieron supuestas felicidades ofrecidas por otros. La oscuridad se abatió sobre ellos.

Es emblemático de esto que para describir la terrible desgracia en la que se sume Israel llega incluso a escribirse una especia de diario, de autobiografía, en el que se relatan los sinsabores por los que va pasando. El Libro de las Lamentaciones, atribuido al profeta Jeremías, es el compendio del inmenso dolor y del sufrimiento que vive Israel, alejado de Dios y de la tierra de promisión, cuando está viviendo expulsado de ella y al arbitrio de aquellos poderes ante los que se vio obligado a sucumbir. Es una mirada que se echa sobre el tránsito desde la plena felicidad a la mayor de las desgracias. Es un relato que exprime totalmente con la máxima de las añoranzas, los recuerdos del tiempo pasado en el que vivían el idilio con Dios y gozaban de su favor y por ello se habían erigido en el pueblo vencedor de todos sus enemigos, y los compara con la caída estrepitosa en la que se encuentran por haber abandonado al Dios que les había demostrado todo su amor. Es la lamentación mayor por cuanto es el reconocimiento de la propia culpa, sin ninguna posibilidad de encontrar algún otro responsable de la suerte que viven. En este escrito se hace una especie de examen de conciencia en el cual se asume absolutamente toda la responsabilidad. Allí Israel se coloca de nuevo delante de Dios con el espíritu abatido y derrotado, y lo descubre delante de Dios, buscando su perdón. Habiendo perdido todo lo que lo hacía feliz y reconociendo que todo ha sido por su propia torpeza, no les queda otra que recurrir al único que puede ayudarlos y hacer salir de la desgracia. "Sus corazones claman al Señor. Muralla de la hija de Sion, ¡derrama como un torrente tus lágrimas día y noche; no te des tregua, no descansen tus ojos! Levántate, grita en la noche, al relevo de la guardia; derrama como agua tu corazón en presencia del Señor; levanta tus manos hacia Él por la vida de tus niños, que desfallecen de hambre por las esquinas de las calles". La voz del que llora delante de Dios su desgracia y que invita a todos a hacer lo mismo, es la voz de todo el pueblo. Todos asumen su culpa y se ponen humillados delante de Dios reconociéndola y demostrando que quieren volver a ese camino de fidelidad, haciendo buena la premisa de la alianza con Dios: "Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios". Quieren, y así lo expresan del todo claramente, ser de nuevo el pueblo de Dios y hacer a Dios de nuevo su único Dios. Lo que han perdido y que quieren recuperar es, con mucho, infinitamente deseable y por ello lo quieren vivir de nuevo.

Esa sensación de vacío es exactamente la misma que vive todo el que ha experimentado el inmenso amor que Dios le tiene y que ha gozado de su favor, en la nostalgia de su pérdida total por haberle dado la espalda. No se trata solo de favores materiales en los que se obtengan beneficios crematísticos. Estos pueden también darse. Pero va mucho más allá, pues se trata de vivir en el amor de Dios en cualquier circunstancia. La bendición de Dios va mucho más allá del simple progreso material, pues apunta a la riqueza del corazón y del espíritu. La cercanía de Dios, la experiencia de su amor, la sensación de plenitud que se tiene cuando se deja que entre en el corazón propio para que habite en él y llene todos sus rincones, va mucho más allá del simplemente estar bien materialmente. Existen quienes teniendo todo lo material resuelto viven en el vacío total pues no tienen a Dios. "Quien a Dios tiene nada le falta", decía Santa Teresa. "Si tienes a Dios lo tienes todo", repiten otros. Es cierto que hay circunstancias materiales en las que se puede experimentar una especie de abandono de Dios. Pero hay que saber darle el sentido de la riqueza espiritual que compensa y abre caminos. En la apariencia de la pérdida total de la vida que experimentó Jesús, fue cuando haciendo acopio de su total confianza en el Padre, puso en sus manos su espíritu: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Esa es la mayor riqueza que podemos vivir. Por eso tiene mucho sentido lo que nos invita a vivir San Pablo: "Den gracias a Dios en toda ocasión". En toda ocasión, es decir, en las buenas y en las malas. Lo que nos quiere decir es que pongamos siempre nuestras vidas en las manos del único que nunca nos va a fallar. No es que sea el que nos va a resolver nuestros problemas, sino que es quien nos va a sostener, nos va a consolar y nos va a llenar de fuerzas en cualquier circunstancia que vivamos. Es saber experimentar aquella misma confianza que tuvo el centurión romano que se acercó con determinación a Jesús: "'Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho'. Le contestó: 'Voy yo a curarlo'. Pero el centurión le replicó: 'Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano... Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: 'En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe'". De lo que se trata, por lo tanto, es de que entremos en el reconocimiento de nuestra responsabilidad cuando nos alejamos de Dios, nos lamentemos con profundo dolor de nuestras infidelidades y de que nos pongamos en su presencia confiados en el infinito amor que siempre nos ha demostrado. Así escucharemos de los labios de Cristo lo que escuchó el centurión: "Vete; que te suceda según has creído".

2 comentarios:

  1. Señor alimentanos con tu misericordia, fortalece nuestra Fe, sobre todo en estos tiempos de pandemias cuando sentimos que nuestras fuerzas o nuestro dinero no son nada. Tú palabra Señor, basta para sanarnos.

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  2. Tiene mucho sentido lo que nos invita a vivir San Pablo " den gracias a Dios en toda ocasión "sea bueno o malo lo que nos esté pasando, porqué quien recibe el evangelio se pone a su servicio y al de los demás...

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