miércoles, 17 de junio de 2020

"Obras son amores y no buenas razones"

Pin en Evangelio del día

El sistema premio-castigo es tan antiguo como los hombres. Es natural que los hombres persigamos ser reconocidos en las cosas que hacemos, sobre todo si consideramos que ha sido necesario un gran esfuerzo para lograrlo. De cierta manera nuestro progreso general, en lo humano, en lo familiar, en lo profesional, tendrá una mayor motivación si el premio que se persigue es más grande. Los niños aprenden a responder a las indicaciones de sus padres cuando les son ofrecidos premios por su esfuerzo. Los jóvenes también persiguen el obtener ganancias por el esfuerzo que hacen en su hogar o en su instituto educativo. El joven ya maduro se pone como meta un título académico o el logro de un buen trabajo, y en la persecución de esa meta, que sería su premio, colocan un esfuerzo superior. El buen profesional busca como reconocimiento su promoción a puestos de mayor categoría en el desarrollo de sus labores. El artista busca superarse cada vez más y se enorgullece cuando su obra es reconocida y obtiene premios en su campo. Los esposos se alegran cuando son reconocidos por su cónyuge en los esfuerzos que hacen por hacer de la vida matrimonial un lugar mejor, cuando logran mejores ingresos para cubrir los gastos domésticos, cuando van mejorando la calidad de vida de la familia, cuando es reconocida una buena comida que hayan cocinado. Los padres viven la alegría de los logros de sus hijos, de su buena conducta, de sus avances académicos, de sus buenas relaciones con los otros compañeros, y entienden que es un reconocimiento tácito a la formación que han ido recibiendo en casa. Los amigos buscan ser colocados en puestos privilegiados por sus camaradas al ser más simpáticos, al lograr hacer más agradable el tiempo compartido, al lograr sembrar en los otros no solo el disfrute vano de lo superficial, que en algunos momentos puede resultar lo indicado, sino que apuntan a una amistad más auténtica pues buscan sembrar también valores y virtudes, principios de vida sólidos que se vayan atesorando para una vida futura con mayor sentido. Si nos detenemos solo en estas consideraciones para la vida cotidiana de cualquier persona humana, el reconocimiento que recibamos en estos campos nos animará a seguir haciendo el esfuerzo por hacer mejor cada vez más nuestras realidades.

Ese sistema premio-castigo puede lograr que el mundo sea un mejor lugar para todos. Sin duda, todos necesitamos, en cierto modo, el ser reconocidos para tener mayor ilusión en el esfuerzo por ser mejores. La dificultad se presenta cuando desvirtuamos esta realidad inobjetable en el hombre y buscamos solo nuestro provecho personal en ella. Hay quien solo lo hace por apariencia, y persigue reconocimientos única y exclusivamente para alimentar su ego, haciendo que los otros casi caigan de rodillas a sus pies. Los manipulan y aparentan ser buenos con algunas acciones aisladas, cuando en realidad ellas están muy alejadas de la bondad de la que deben estar revestidas. Son los engañadores de oficio que hacen que los demás los admiren por un disfraz que no representa la realidad de lo que en verdad hay en ellos. Lamentablemente esta conducta se ha enquistado en nuestra realidad cotidiana y son muchos los que se aprovechan de la inocencia de tantos y obtienen un prestigio basado en la mentira y en la manipulación. La política, el mundo artístico, la publicidad basan muchos de sus logros en esta desleal actuación. Por otro lado, existen también los que, sin toda la malicia del caso anterior, se crean la necesidad de ese reconocimiento para basar en él sus buenas actuaciones, y cuando no existe, no encuentran motivación para seguir actuando bien. Hacen depender el hacer buenas cosas y el esforzarse en ser mejores solo en el ser reconocidos. Cuando no hay ese reconocimiento consideran que no deben seguir actuando con buenas maneras y persiguiendo la excelencia. Se contentarían así con las actuaciones mediocres o de regular calidad, pues no valdría la pena seguir esforzándose en ser mejores, ya que nadie los reconoce. Con ello, se estaría promoviendo el mundo de la mediocridad, pues solo se estaría realizando un  esfuerzo mínimo para llegar a cumplir con lo propio solo a regañadientes. Es un mundo gris en el que la buena calidad no existiría y en el que estaría ausente también la excelencia. Quienes así piensan y actúan olvidan que ese mundo mejor será una ganancia también para ellos mismos, por lo que el esfuerzo mayor en lograr más altas metas sería un beneficio igualmente para sí mismo. Pero en este sistema premio-castigo debemos también tener una óptica superior, que es a la que nos invita Jesús. Si en lo humano el reconocimiento puede resultar algo positivo si lo mantenemos en ese nivel de bondad como acicate para sentirnos animados a hacer obras buenas, en lo espiritual debemos tener una óptica superior, mucho más elevada.

Jesús nos dice que ese reconocimiento humano no nos debe importar nada cuando se trata de las obras espirituales. Que no debemos basar la búsqueda de la santidad, del crecimiento interior, de una cercanía a Dios y a los hermanos desde el amor, en el reconocimiento que podamos obtener de los otros. Es lógico que así sea, pues no es de ellos que obtendremos la salvación, ya que ella es solo don de Dios. No es el reconocimiento por nuestras obras que podamos obtener de los hermanos lo que nos abrirá las puertas del cielo, sino que es el reconocimiento en la intimidad del corazón que nos puede hacer Dios el que lo hará. "Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tienen recompensa de su Padre celestial". Quien se contenta con el reconocimiento de los demás, y realiza obras buenas solo para ser visto por ellos, pierde toda la riqueza que esas buenas obras pueden significar. Se queda en lo horizontal, sin permitir que ellas tengan trascendencia futura. En la limosna, en la oración y en el ayuno, las mejores obras espirituales que podemos realizar para acercarnos a Dios y a los hermanos, la calidad no podrá depender de la incidencia que tenga a la vista de los demás, sino de la que tenga en el mismísimo Dios: "Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará". Esas obras no pueden servir de ostentación delante de los otros, sino que deben ser ofrecidas a Dios desde la humildad, en lo escondido del corazón. La caridad con el hermano, la relación con Dios y el ofrecimiento de los propios esfuerzos y sacrificios a Él, solo deben quedar en la íntima relación entre el hombre y Dios. Si son publicitados con bombos y platillos pierden todo lo que de bondad puedan representar para el mismo sujeto. Dios no quiere que seamos "buenos" como una manera únicamente de publicitarnos ante los demás. La bondad de vida no es una apariencia que debemos representar al mundo como si fuera una obra de teatro en la que la representación no estaría sustentada en la verdad. Esa bondad de vida debe ser una realidad que esté inobjetablemente presente delante de Dios y que logrará para quien la vive el premio final: "Siervo bueno y fiel, entra a gozar de la dicha de tu Señor". Es este el reconocimiento más deseado para quien es bueno de raíz, y no únicamente cuando está siendo visto. Esto lo logra solo quien vive transparentemente delante de Dios y sabe que su vida está toda ella siempre presente delante de Él. Sabe bien que a Dios no lo puede engañar y por ello su bondad es el movimiento natural de su ser y es lo que ofrece desde sus manos limpias al Dios del amor.

1 comentario:

  1. Cumplir normas y preceptos sólo porque esta mandado, no nos sirve,agradable a Dios, es el que quita el hambre del pobre,sin ser visto.

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