lunes, 1 de junio de 2020

Qué hermoso es tener una Madre como María

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En la teología cristiana, la figura de la Virgen María ha ido agigantándose cada vez más, adquiriendo la importancia que tiene en la historia de la salvación, que ha ido siendo aceptada incluso por aquellos que la adversaban más enconadamente. Bien es sabido que la Palabra de Dios es tremendamente simbólica y figurativa, por lo cual en ella se debe siempre saber escudriñar pues es un tesoro inacabable del cual siempre se pueden obtener riquezas inmensas. Un equipo teológico interconfesional conformado por católicos, ortodoxos y protestantes, miembros todos de iglesias históricas, que ha sido creado para profundizar en estas verdades conflictivas de la fe, y que entre ellas ha estudiado la figura de María en la historia de la salvación, presente incluso de modo profético en las Escrituras del Antiguo Testamento, ha concluido que no se puede negar el papel preponderante de la Virgen en esa historia, y que ha estado presente prácticamente desde el inicio, cuando fue anunciada la verdad de la Redención en el protoevangelio (primer evangelio): "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza, cuando tú la hieras en el talón". Esa descendencia de la mujer es Jesús, quien aplastará la cabeza de la serpiente. Y esa mujer, evidentemente, es María. Elegida desde la eternidad para hacer posible el paso más gigantesco que puede haber dado la historia de la humanidad, cuando recibe entre sus actores a Dios mismo, encarnado en su vientre gracias a su absoluta disponibilidad, fue cubierta por ese amor misericordioso e infinito de Dios que la eligió para ser la Madre de su Hijo. Su figura es la del Arca de la Alianza que contuvo siempre la Palabra de Dios en su interior durante todos los avatares de Israel, el pueblo elegido. María es la Nueva Arca de la Alianza pues contiene a quien es la Palabra, el Verbo eterno de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Así como aquella Arca del Antiguo Testamento fue construida con el material más noble y puro y como fue preservada pues no podía ser abierta sino solo por el Sumo Sacerdote, también María, al ser cumplimiento de aquella antigua figura, fue hecha con material noble y puro y solo fue "invadida" por Dios mismo, figurado por el Sumo Sacerdote. De allí que se puede concluir con absoluta certeza de fe que María fue preservada del pecado, pues es impropio de Dios habitar en un sitio impuro, y también, como el Arca, se mantuvo siempre virgen, inviolada, entrando en Ella solo Dios. Por eso, además, es la Madre de Dios, pues desde su seno, el hombre que era Dios vio la luz del mundo. Toda mujer que da a luz es madre, por lo tanto, la mujer que da a luz al hombre que es Dios, es la Madre de Dios.

María es, en efecto, la Madre de Jesús, Dios hecho hombre. Es quien con su Sí maravilloso hace posible que el cielo irrumpa en la tierra: "Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla en mí según tu palabra". Por eso la llamamos Puerta del Cielo. No es un personaje divino. Es necesario siempre evitar la divinización de la criatura. Aun cuando Ella es personaje fundamental en esta historia de salvación, no es causa de redención ni de salvación. Ese es el papel que le corresponde a su Hijo. Ella facilita las cosas cuando se pone en plena disponibilidad en las manos del Creador. Su intervención es instrumental, pero es en esa instrumentalidad un elemento activo y voluntario en toda la historia, que utiliza Dios para llevar adelante su obra redentora. Por eso mismo es perfecta intercesora, pues su instrumentalidad no es de ninguna manera pura pasividad. Lo vemos claro cuando acude en apoyo a su prima Isabel a la que tiende la mano ya como aquella que es portadora de Dios: "Cómo es que viene a mí la Madre de mi Señor". O como cuando en las Bodas de Caná intercede por los jóvenes esposos que pasan por el apuro del agotamiento del vino de la fiesta y se acerca a Jesús para presentarle la necesidad por la que están pasando: "No tienen vino... Hagan lo que Él les diga". Esa maternidad de María es, sin duda, maternidad de amor, que está siempre pendiente de las necesidades de los que están cubiertos por el amor de su Hijo y que los viene a salvar y a ayudar y consolar en sus situaciones diversas. Al dar a luz a su Hijo, da a luz, en cierta manera, a todos los que estarán unidos esencialmente a Él, en ese cuerpo místico que será su Iglesia, la continuadora de su obra salvadora en la historia. Así lo afirma San Pablo: "Él es también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; y Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él tenga en todo la primacía". Cuando María da a luz a la cabeza, da a luz a todo el cuerpo. Por ello, María, por ser la Madre de Cristo, es Madre de todo su cuerpo, es decir, es Madre de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Esta maternidad de María no es una afirmación caprichosa de la teología cristiana, sino una consecuencia completamente lógica de toda la reflexión que se ha podido hacer sobre su figura, que no ha sido siempre muy serena, pero que se ha ido aclarando sólidamente. Existe un libro con un título muy sugerente, que denota todos los tumbos que ha ido dando la mariología como ciencia cristiana: "Nuestra Señora de los Herejes". En la búsqueda de aclarar teológicamente la figura de Jesús, la reflexión sobre el papel de María está también paralelamente siempre sobre el tapete. Y así como los teólogos de la historia han cometido graves errores en la consideración de la figura de Jesús, han arrastrado también a María en esas reflexiones. Hoy, con la bendición y la iluminación de Dios, esas consideraciones han ido mejor encaminadas y podemos decir que tenemos una idea clara sobre quién es Jesús y quién es María.

Ella, en el momento culminante de la obra redentora de su Hijo, cuando cumple ya la encomienda del Padre, está a los pies de la cruz de Jesús. "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena". No podía la Madre dejar de estar con su Hijo en el momento de mayor dolor y de mayor densidad de salvación. Si estuvo presente en el inicio de toda la obra, tenía que estar también presente en el momento de su culminación. Presencia la muerte de su Hijo, dolorosa para Ella en extremo, como le había sido profetizado: "A ti, una espada te atravesará el corazón". Podemos imaginarnos el dolor de la Madre que presencia la agonía y la muerte de su Hijo. Y luego recibe Ella en primer lugar el baño de aquella sangre y agua que surge de aquel corazón traspasado por la lanza del soldado, que es signo de estar traspasado de amor hasta el derramamiento de la sangre: "Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua". Esa sangre y agua son signo de la gracia que Jesús derrama sobre el mundo. Es otro momento de la constitución de la Iglesia también allí, pues ella es instrumento y canal de la gracia para todos los hombres. Y en ese momento no podía dejar de estar presente María. Desde la cruz, su Hijo Jesús, confirma esa maternidad espiritual sobre todos los hombres, representados en Juan, el discípulo amado: "Dijo a su madre: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo'. Luego, dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu madre'". No la deja a Ella sola, ni nos deja a nosotros, todos los hombres de la historia, solos. Nos regala a su propia Madre. Es el regalo más entrañable que hemos podido recibir en toda nuestra existencia. Ella vive luego la alegría inmensa de la resurrección, por lo cual se asienta mejor en su conciencia de que su Hijo se erigía en el verdadero Mesías Redentor, que no podía ser vencido ni por la muerte ni por la oscuridad. Y luego de aquella inmensa alegría vivida por la victoria de su Hijo, junto al grupo de apóstoles obedece a su Hijo en la espera del envío del Espíritu Santificador. "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos". Ella se unía a todos en la espera del regalo hermoso de Jesús. Y al estar presente en el momento glorioso del nacimiento oficial de la Iglesia, pues recibe allí a su alma, el Espíritu Santo, en Pentecostés se oficializa también la maternidad de María, como Madre de la Iglesia. Ella es Madre de la Iglesia por haber dado a luz a su cabeza, por haber sido donada por Jesús como Madre de cada hombre de la historia, por haber recibido el baño de la sangre y del agua signos de los sacramentos de la Iglesia, y por haber estado presente en el día de Pentecostés en la venida del Espíritu Santo, cuando la Iglesia es ya presentada formalmente al mundo como la continuadora y consolidadora de la obra de redención de los hombres. María es nuestra Madre, es Madre tuya y mía. Es el corazón femenino de Dios que, al ser la Madre del Amor Hermoso, Jesús, se hace cargo de ti y de mí, y nos toma de su mano maternal, suave y amorosa, y nos lleva siempre a la presencia de su Hijo para que recibamos todos su amor.

2 comentarios:

  1. Solo un corazón que ama inmensamente puede hablar de las maravillas de esta criatura excepcional, mujer sinigual que escogió el Padre para encarnar a su Hijo, el Predilecto en su vientre. Primer Sagrario del Amado. Gracias Padre por regalarnos a esta amorosa Madre, y no dejar como dice Papa Francisco a la Iglesia huérfana. Sta María Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de todos nosotros, ruega por nosotros y llévamos de tu mano a Jesús. Amen amén y amen!!!!

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  2. Como bien sabemos, Jesús nos deja a María su madre, Madre de la Iglesia quien estuvo con el, desde su nacimiento hasta su muerte,deja lo más querido como Madre nuestra. Maria,madre de la Iglesia, ruega por nosotros!!

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