viernes, 5 de junio de 2020

El Amor es la Verdad de Dios que más convence

LECTURAS DEL VIERNES IX DEL T. ORDINARIO 9 DE JUNIO (VERDE ...

En el raciocinio de los hombres que estudian lo divino y se quieren adentrar en el mundo espiritual, profundizando en él para comprenderlo mejor, entran en pugna dos sabidurías distintas. Una es la sabiduría racional, la del entendimiento humano, la que busca poder dar explicación con argumentaciones sólidas a la verdad sobre Dios. La otra es la sabiduría divina, la que se eleva sobre el razonamiento cerebral, sin despreciarlo, pero que va más allá, pues en su punto más alto hace entender que el razonamiento lógico no es suficiente para dar explicación a esa verdad, sino que hace necesaria una virtud elevada para sucumbir ante lo inexplicable racionalmente, que es la humildad. En ocasiones la verdad sobre Dios no es racionalizable, aunque sí puede ser razonable. No es racionalizable lo que no se puede seguir con argumentos consecutivos hasta llegar a la demostración irrefutable de la verdad que se desea conocer. Es razonable lo que es lógico que exista en el ser aun cuando no se pueda explicar. Lo infinito de Dios, por ejemplo, es razonable, pues Él es el creador, el todopoderoso, el preexistente, el providente, pero no es racionalizable, pues nuestra mente humana, con toda su capacidad de razonamiento y de argumentación, es incapaz de abarcar lo que es infinito, lo que no tiene medida. Tenemos derecho a querer profundizar en la comprensión de esa verdad de Dios, pero debemos también en su momento ser humildes en la aceptación de ella aunque no la podamos demostrar con argumentos sólidos, por muy profundos que sean. Quien usa de la virtud de la humildad, se hace sólido en la fe, por cuanto acepta lo que es razonable por encima de su propia satisfacción en la acuciosidad científica. Da paso a lo que no puede demostrar y acepta como verdad aun aquello que no puede argumentar, basándose ya no en su propia capacidad sino en la confianza en Aquel que se está revelando, que no es más que la confianza en su amor y en su deseo de bien. La experiencia del amor que se tiene al comprender en lo profundo del corazón que ese que se revela es quien quiere lo mejor para él, que luchará hasta la extenuación total por tenerlo a su lado, que ha entregado a su propio Hijo a quien ama infinitamente por amor a aquel a quien quiere rescatar, hace que la convicción no sea por la razón sino por el corazón. Aquel que lo ama tan intensamente no puede engañarlo al revelarse en lo que es. Por el contrario, quien no es humilde y basa su comprensión solo en lo que pueda demostrar, terminará siendo increyente, y la imposibilidad de demostración científica será su mejor baza para afirmar la inexistencia de Dios.

Nos movemos entonces entre dos maneras de comprender la verdad divina. Una es la de la seguridad y otra es la de la certeza. La de la seguridad es la del método científico, que acepta como verdad solo lo que se pueda demostrar en la experimentación y la argumentación racional. La de la certeza es la de la que habiendo hecho uso de los métodos "humanos", entiende que se llega a un punto en que esa capacidad racional no es suficiente, pues la verdad va más allá de esos confines y encuentra necesario otro fundamento para basar su aceptación. Es la aceptación por fe. Siendo distintas, no son opuestas, sino complementarias. Quien termina en la increencia ha cometido el gravísimo error de contraponer ambas maneras de comprensión. Concluye erradamente que lo que no es racionalizable no es razonable y por lo tanto no es verdad. El hombre de fe trata de racionalizar hasta donde le es permitido por su capacidad, pero no desecha la verdad no racionalizable si aun así sigue siendo razonable. La fe lo impulsa a la confianza de aceptar lo que está oculto y ha sido revelado, fundándose en un argumento de amor, que da base sólida a la verdad, pues ese amor da solidez de autoridad suprema en el nivel del corazón. Se comprende así el conocido dicho popular: "El corazón tiene razones que la razón no comprende". Esta sabiduría divina no es solo la que se basa en la razón humana, pues no proviene de ella, sino que se eleva sobre ella y lleva al hombre a alturas superiores e inusitadas, por encima de sí mismo y adentrándolo en el misterio divino en una experiencia casi de arrebato espiritual. Es la experiencia de la santidad. Por ello, en las Escrituras a la santidad se le llama también sabiduría. El sabio no sería entonces solo quien mucho conoce y explica, sino quien por mucho conocer vive mejor la verdad. Para la mentalidad escriturística la sabiduría nunca está desconectada de la vivencia. El hombre de la Biblia no es parcelado diferenciadamente entre la mente y el corazón, sino que es un todo integrado. El hombre es mente y a la vez corazón. Por lo tanto, a la par que conoce, vive. El hombre no conoce para no vivir y dejar solo en la mente. Conoce para llevar a la mente la idea que debe necesariamente ser vivida en el corazón convertida en fuego. La sabiduría tiene que ver con el "sabor" que se debe dar a la vida. El sabio en la Biblia es el que posee el "sabor" de Dios, porque lo ha probado viviéndolo en su corazón y porque hace que los que tiene alrededor lleguen también a saborearlo.

Las argumentaciones racionales, sin duda, conquistan. Pero en la fe deben ir siempre acompañadas por la invitación a la vivencia. Por eso Jesús en sus intervenciones fue capaz de arrastrar a muchos. Argumentaba y ponía en las manos de sus oyentes la decisión de fe. Sus argumentos eran atractivos, pero sobrepasaban lo simplemente racional y se remontaban hacia la fe. Quienes se dejaban conquistar, experimentaban el gozo de la verdad: "Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto". No los conquistaba el razonamiento, sino la verdad en sí misma. Lo que explicaba Jesús, siendo fundado en la verdad, no estaba totalmente desarrollado como argumento y se mantenía aún en la penumbra de lo humanamente incomprensible. Pero era de tal manera razonable y tenía tanta fuerza, que pasaba a ser irrefutable en la fe: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: 'Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies'. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" Evidentemente Jesús está hablando de sí mismo. Y esto iba aclarando en la mente de los oyentes su figura y preparaba su aceptación como el Mesías esperado. Es la búsqueda de la aceptación por certeza más que por seguridad. Así mismo Pablo, cuando escribe a Timoteo, basa su argumento en su propia vivencia personal, que es la mejor argumentación por encima de razonamientos profundos. E invita a Timoteo a vivir esa sabiduría superior que le dará solidez absoluta, más que su entendimiento humano. Le señala la necesidad de beber de la fuente de la revelación que tiene en las Sagradas Escrituras: "Ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena". Esa sabiduría debe desembocar en la vivencia de la perfección y de la realización de obras buenas. No desprecia el razonamiento, pues con ellas se enseña, se arguye, se corrige, se educa; pero sí va más allá, pues basado en ella se es perfecto y se llega a ser alguien que se siente bien realizando buenas obras. Así debemos todos apuntar a usar nuestra capacidad racional como lo que es: una bendición de Dios, un don con el cual nos ha enriquecido, haciéndonos semejantes a sí mismo, para acercarnos a Él, nunca para alejarnos de Él. Pero también a dar lugar al corazón que encontrará razones vivenciales más elevadas que nos harán verdaderamente sabios, pues nos acercarán a la verdad más profunda, sólida y atractiva de Dios, que es la de su inmenso amor, que quiere que sea nuestro.

2 comentarios:

  1. Como bien lo dice ésta reflexión, usemos nuestra capacidad racional,como una bendición de Dios, un don con el cual nos ha enrriquecido para acercarnos a él, como el Señor que guiará nuestras vidas a través de la fe. Amén

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  2. Como bien lo dice ésta reflexión, usemos nuestra capacidad racional,como una bendición de Dios, un don con el cual nos ha enrriquecido para acercarnos a él, como el Señor que guiará nuestras vidas a través de la fe. Amén

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