sábado, 21 de septiembre de 2019

Soy pecador y Jesús me quiere con Él

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En la mentalidad de la gente hay una idea muy arraigada: Solo los santos son tomados en cuenta por Jesús y solo ellos son los convocados para ser suyos. Solo los que están a su servicio exclusivo, como los sacerdotes y las religiosas, son santos. Ellos tienen el privilegio casi único de ser escuchados y atendidos por Cristo. Mucha gente se acerca a los sacerdotes y a las religiosas y, con la mayor naturalidad, le dicen: "Le pido, Padre (o hermana), a usted que está más cerca de Dios y es más escuchado por Él, que ore por mí, que ore por esta necesidad que tengo". Da la impresión de que quien pide esto tuviera una especie de barrera que le impide comunicarse con Dios por no ser sacerdote o religiosa, por no ser "santo". Jesús, así, daría preponderancia y privilegios a esos "santos" de la mentalidad popular. Existe una idea de separación total concebida de manera incorrecta. Una vez le dije a una persona: "Pero usted también puede hacerlo. Usted es Iglesia igual que yo", a lo que me respondió: "¡No! Yo soy bautizado. ¡Usted es Iglesia!" Una concepción errada que nos colocaba en bandos casi opuestos.

Pero cuando uno escudriña en el Evangelio y va extrayendo de él la correcta concepción de Jesús, se va dando cuenta de lo que hay en su mente y en su corazón. A los que lo criticaban por la elección que había hecho de Mateo, publicano y, por lo tanto, pecador público, y de los peores, pues era un judío que había traicionado a su pueblo colocándose al servicio del imperio romano invasor como cobrador de impuestos -"¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?"-, el mismo Jesús les responde: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'misericordia quiero y no sacrificios': que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Jesús entiende su misión como la llamada a los que están más lejos, no a los que están más cerca. A estos ya no necesita llamarlos porque ya están con Él. Él ha venido a rescatar a los que estaban perdidos. La parábola del pastor que va en busca de la oveja perdida, dejando las otras noventa y nueve seguras en el redil, es perfectamente ilustrativa. Quizá hoy haya que hacerle una corrección de forma, aunque el fondo sea el mismo. Hoy el pastor iría a buscar a las noventa y nueve que están fuera, perdidas, dejando una sola segura en el redil. La proporción ha cambiado radicalmente.

El Papa Francisco ha dicho cosas maravillosas al respecto, en la comprensión correcta de lo que es la intención de Jesús. Nos ha invitado a "hacer ruido" en el mundo para atraer a los que han caído en la sordera del pecado, a los guías los ha conminado a "tener olor a oveja" por el contacto cercano y paternal con los rebaños que les han sido encomendados y a los que deben servir. Ha dicho que prefiere "una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades", pues ella debe saber "adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos". Es lo que hizo Jesús que, por cumplir con esta misión primaria en su interés, llegó a sufrir el peor accidente que se puede sufrir, como lo es la propia muerte por parte de quienes no comprendían esa manera de actuar.

La misión de Jesús implica el abandono de la propia seguridad. Quien se quiere implicar en ella como su socio no puede pretender aislarse de esta consecuencia. "No es el discípulo más que su maestro". Como tampoco puede pretender ser perfecto para ser convocado. Jesús llama al hombre normal, al de a pie, al del día a día. Si no fuera así, seríamos muchísimos los que no podríamos unirnos a Él. Lo mejor de todo es que, porque Jesús no ha venido "a llamar a los justos, sino a los pecadores", puedo sentirme llamado yo y puedes sentirte llamado tú. No nos llama por ser santos, sino para que lo seamos. No nos llama por ser perfectos, sino para que avancemos en la perfección a la que nos invita. Por eso Pablo escribiendo a los efesios, les recuerda cuál es el itinerario que se debe seguir al ser elegidos por Jesús: "Les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados. Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellévense mutuamente con amor; esfuércense en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz".

Nadie, por lo tanto, debe sentirse excluido del llamado de Jesús. Nadie debe sentirse excluido de ser parte de la Iglesia. Nadie debe sentirse indigno como para ni siquiera poder dirigirse a Dios. Jesús nos abre su corazón a todos, especialmente a los que se consideran menos, pues es por ellos por lo que ha venido al mundo. Es a los excluidos, a los lejanos, a los menos santos, a los que Él acerca su corazón para que oigan que late por amor a ellos. El amor de Jesús, que ya está en el corazón de los justos, pugna por salir de Él para derramarse también con más fuerza y unción en el corazón de los más endurecidos. Añora que cada corazón que no lo posee, se deje invadir por su amor, y en la experiencia de ese amor sublime, claudique y se entregue a Él.

1 comentario:

  1. Gracias Señor! Por amarnos tanto que a pesar de nuestros pecados siempre te preocupas para que estemos contigo.

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