viernes, 20 de septiembre de 2019

Soy más libre si soy lo que debo ser

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Entre los ataques más recalcitrantes contra el cristianismo está el de ser una religión machista. Esto se ha agudizado más en nuestros tiempo, cuando una ideología de género totalizante se ha ido imponiendo tiránicamente, por encima de consideraciones tan objetivas como las científicas que basan sus conclusiones no en prejuicios mentales, religiosos o afectivos, sino en afirmaciones irrefutables por el mismo método científico. Según el itinerario de muestra de esta ideología, bastaría con "sentir" que se es algo, para serlo, sin importar si las muestras objetivas afirman una cosa diferente. De esta manera, sería tiránico o dictatorial oponerse razonablemente a lo que dicta el "sentir", pues se entraría en el terreno de la fobia o la intolerancia. Así, si alguien "siente" que es un dálmata, habría que comprarle su casita de perro, sacarlo a pasear al parque y alimentarlo con Dog Chow, para respetar su poder de decisión. Es una locura que se impone en aras de esa supuesta libertad y del supuesto respeto a la persona. Hay que preguntarse si esto es verdadera libertad o si es un capricho o un desencaje total del concepto correcto de libertad. Según la inteligencia más rancia, la libertad es aquello que me permite y me facilita ser más lo que debo ser, deslastrándome de lo que me impide llegar a esa meta. No sería, por lo tanto, violar la libertad impedir que la persona llegue a ser lo que no debe ser. Por el contrario, es un apoyo y un sustento para la misma libertad.

La libertad del hombre consiste en avanzar hacia la plenitud de su propia humanización. No lo es tomar caminos distintos que lo llevarían a ser cada vez menos hombre. No lo sería si en el uso de su supuesta libertad, se permite odiar más, ser más egoísta, pisotear cada vez más los derechos y las libertades de los demás, desentenderse de las necesidades de los más desposeídos, esclavizar más, humillar más. Esta sería la ruta de la deshumanización. Ser plenamente hombre es hacer totalmente lo contrario a eso. La libertad apunta a la búsqueda del bien. Nunca del mal. Quien escoge ese camino del mal no se está haciendo más libre. Se está haciendo más esclavo de sí mismo, de sus caprichos, de sus propios ídolos. Y les estaría sirviendo, cada vez más alejado de lo que debe ser.

En ese sentido, Jesús marca muy bien la aceptación del otro como una muestra de su respeto a lo que verdaderamente es, y como una invitación realmente sentida a ser cada vez más lo que se debe ser. Por eso, su aceptación de la mujer es clara. La trata con la mayor dignidad y nos invita a todos, con su actitud, al respeto y a la admiración de lo que ella es. A ellas mismas las invita a ser más mujeres, siendo cada vez más personas, más femeninas, respetándose a sí mismas y dándose ellas mismas el lugar que les corresponde en todo el entramado social y religioso. Cuando se encuentra con la samaritana al borde del pozo de Jacob le recrimina el pisoteo que ella misma hace de su dignidad: "Has tenido cinco maridos y el que tienes ahora tampoco es tu marido". Es una llamada de atención para que se respete a sí misma y deje de ser el "instrumento" de placer y de satisfacción de los "machos". Así mismo, en el entrañable encuentro con la mujer adúltera, hace su defensa de la manera más inesperada, colocándola a ella al mismo nivel de dignidad de quienes pretendían erigirse en sus verdugos: "Quien esté libre de pecados, que tire la primera piedra". Y, al dejar en evidencia a sus acusadores y quedarse cara a cara con ella, le demuestra su amor profundo y le perdona su pecado -"Yo tampoco te condeno"-, no sin dejar de conminarla a darse su puesto y a mantenerse en la dignidad de lo que debe ser como mujer -"Vete, y no peques más-".

Es la libertad y la dignidad superior de quien se sabe a los pies de Cristo, cada uno en lo que es. El hombre, como hombre. La mujer, como mujer. A todos nos invita a avanzar hacia la plenitud. A la mujer pecadora la ama, reconociéndole el amor profundo que ella tiene por Él. "Porque ha demostrado tanto amor, sus muchos pecados quedan perdonados... Mujer, vete en paz". Nunca invita a ser lo que no se es. Al hombre jamás lo invita a dejar de serlo para ser mejor. A la mujer nunca la invita a dejar de serlo para ser mejor. Su invitación es a ser cada vez más lo que se es, para avanzar hacia la plenitud. Esa es la verdadera realización de la humanidad. Dios no creó a nadie para que se convirtiera en otra cosa y así llegara a su supuesta plenitud. La plenitud la alcanzaremos siendo cada vez más lo que somos, sin los obstáculos que impedirían que lo alcanzáramos.

Así, la mujer queda plenamente reivindicada ante Jesús. Como todos los seres humanos. Por eso, se sentían cómodas con Él, quien las había aceptado y defendido como eran. Y Él mismo se sentía cómodo con ellas. "Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes". Eran compañeras de camino y sostenes en su itinerario. La más importante, su propia madre, María, elegida por Dios para ser el vientre que lo recibiera, puerta de entrada del cielo a la tierra, alcanzando con ella el zenit de la humanidad en su humanidad sencilla y humilde, convirtiéndose así en "el orgullo de nuestra raza". Nos invita, así, Jesús a valorar a la mujer por lo que es y por todo lo que nos regala con su ser: su feminidad, su delicadeza, su ternura, su amor, su detallismo, su maternidad, su dignidad.

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