martes, 17 de septiembre de 2019

Mi vida se inicia cada segundo

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La nueva creación que trae Jesús es novedad en todo. Todo lo que entra en el ámbito de esa renovación adquiere un tinte de novedad tal, que es un inicio absoluto. Jesús hace nuevo todo: "He aquí que hago nuevas todas las cosas". Hay una nueva relación con Dios, una nueva relación con los hermanos, una nueva relación con las cosas. Hay, incluso una nueva relación con las experiencias personales que se pueden vivir. La relación con Jesús es tan fluida, su presencia en la vida personal de quien se ha dejado renovar por Él es tan viva y eficaz, que la misma vida adquiere un tinte dramáticamente nuevo. Es una relación de libertad y de paz, de concordia y de serenidad sin parangón. No es una relación culpabilizante, en la que se está continuamente censurado o perseguido, sino confiado en el amor y la benevolencia. La libertad de la que se disfruta es de tal magnitud que no hay necesidad de buscar compensaciones fuera de la relación con Él. La armonía que se respira es absolutamente compensatoria.

En esa relación nueva con Dios el hombre experimenta esa cercanía que sana y cura, que libera y da la paz. Que da la vida y que eleva a la altura del amor divino. No existe la sensación de abandono o de olvido, pues Dios está con su presencia y su providencia ocupándose de todo. "Ni un solo cabello de sus cabezas perecerá". "Hasta los cabellos de sus cabezas están contados. Ustedes valen mucho más que los pájaros del cielo". Dios mismo es el aval, Él es quien asegura la sensación de solidez basada en la certeza de su amor y su ocupación por los amados. Y no es una seguridad basada en la ausencia de las experiencias dolorosas, que siempre estarán entre las posibilidades de futuro. Es la certeza de que en medio de esas tormentas, siempre estará la mano tendida del que nos ama más de lo que jamás podremos amarnos nosotros mismos. La novedad es la del amor. Y en el amor, el dolor también es una realidad posible.

Por eso, nuestra confianza, al abandonarnos en la realidad de ese amor nuevo, puede esperar siempre lo mejor. No entran, por tanto, la desesperación, la angustia, la ansiedad, la incertidumbre. Se basa en la misma confianza que tiene el niño que confía radicalmente en su padre que lo lanza al aire, y sonríe porque sabe que no lo dejará caer jamás. No hay temor en el amor ni en la confianza. Hay certeza de apoyo y de rescate. Hay un futuro luminoso, pues quedan eliminadas las penumbras y los temores de un futuro incierto. En el futuro de los hombres nuevos está siempre el amor que espera, que protege, que provee, que perdona, que salva. Si hay algo seguro en el futuro de los redimidos es la mano amorosa del Dios que no permitirá que se pierda ni uno solo de sus hijos y que luchará contra el mismo hombre rebelde que lo rechace. Solo quien se obstine en mantenerse lejos y de espaldas al amor, se lo perderá. Pero ese amor del Señor estará siempre disponible para él. Bastará que se acerque y se voltee hacia Dios, para que el amor se derrame sobre él.

La experiencia de la ternura divina se agudiza aun más con quien vive el dolor intenso. Él quiere ser la compensación absoluta ante el dolor profundo. Quien sufre en carne propia una situación profundamente dolorosa, siente en su corazón un deseo irrefrenable de consuelo y de serenidad. Aparentemente nada puede amainar el desasosiego. Solo un poder superior podría aliviar el desconsuelo. Y es allí entonces donde entra el amor infinito y benevolente del Dios que no quiere el sufrimiento sin sentido del hombre. A la viuda de Naín, que sufría desconsolada por la muerte de su hijo, se le acerca Jesús. "No llores". ¿Cómo no llorar ante la pérdida del único ser amado que le quedaba? La razón de su vida había desaparecido con la muerte de su hijo. Para él vivía y ya no existía razón para seguir viviendo. Jesús pasa a abrirle una nueva perspectiva. Con Él nada está perdido. Todo lo contrario. Él da un nuevo inicio a la existencia. Le da un color y un aire nuevos. En Jesús la vida, con toda su carga, del signo que sea, tiene una nueva perspectiva. El amor y la confianza hacen emprender de nuevo el camino, con la recuperación de las ganas que se habían perdido.

"Dijo Jesús: 'Joven, yo te lo mando: levántate.'" Le devuelve a la madre la razón de su vida. Le da una nueva razón para seguir adelante con el ánimo en alto. Jesús nunca permitirá que ninguno de los que Él ha hecho nuevos pierdan el sentido de su vida. No hay razón suficiente para caerse. Existe la razón última y definitiva para tener siempre la alegría y la esperanza para seguir adelante, a pesar de todos los escollos. Es el amor. Es la providencia. Es la fuerza favorable del Dios que nos ha renovado y que hace que de nuestro corazón surja el susurro sentido e íntimo del agradecimiento: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo." Es el Mesías esperado, el anunciado por generaciones. El que ha venido a salvarnos y a llenarnos del amor infinito del Dios que nos quiere suyos. El que ha venido a visitarnos para quedarse entre nosotros y asegurarnos un presente de amor providente y un futuro de amor eterno.

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