sábado, 7 de septiembre de 2019

Los fariseos son una cosa seria

Resultado de imagen para El Hijo del hombre es señor del sábado

Pareciera que los fariseos solo estaban pendientes de lo que hacía Jesús para criticarlo. Estaban al acecho de todas sus acciones para querer dejarlo mal. Lo cierto es que de algún modo, aunque fuera con una mala intención evidente, eran también "seguidores fieles" de Jesús. Al igual que los apóstoles, iban siguiendo los pasos de Jesús y estaban siendo ellos también testigos de todas las maravillas que Jesús realizaba y de todas las palabras que pronunciaba. El efecto que esas acciones de Cristo producía en sus otros seguidores era de maravilla, de convencimiento. ¡Hasta el demonio llegó a reconocer a Jesús como el Hijo de Dios! En cambio, en ellos el efecto era al revés. Se convencían cada vez más de que Jesús era un estorbo para sus pretensiones de dominio sobre los fieles judíos y se obcecaban cada vez más en su oposición a Él. Es muy triste comprobar que nada de lo que Jesús hacía los convencía, los atraía, los conquistaba.

Podemos llegar a pensar que seguramente nuestra reacción habría sido distinta. Que si nosotros hubiéramos sido testigos de todas esas maravillas que realizaba Jesús, habríamos caído a sus pies de rodillas conquistados totalmente. Seguramente añoramos haber sido testigos de todo eso para tener una fe más sólida y gritarlo a los cuatro vientos para convencer y conquistar más personas para que siguieran a Jesús. Compadeceríamos a los fariseos por su dureza de corazón ante las evidencias de que Jesús era el Mesías Redentor, el enviado por el Padre para la salvación del mundo, el Hijo de Dios esperado y añorado por el pueblo para su liberación. Criticaríamos la obcecación de estos personajes pues con ello perdían la posibilidad de vivir la mayor felicidad posible al saberse ante aquel esperado de las naciones que hacía que ya hubiera llegado la plenitud de los tiempos...

Pero habría que pensar en serio si esto hubiera sido así realmente. La raza de los fariseos no ha sido erradicada de entre nosotros de ninguna manera. Aún hay quienes incluso con las mayores evidencias del amor de Dios y de sus exigencias hacia nosotros, nos empeñamos en mantener una actitud crítica, quizás no hecha racionalmente, sino sobre todo demostrada en nuestras prácticas diarias. ¡Cuántas veces criticamos a los hermanos que están a nuestro alrededor por sus conductas erróneas, erigiéndonos nosotros mismos como los ejemplares casi perfectos! Hacemos lo del fariseo que agradecía a Dios por no ser como aquel pobre publicano que reconocía su pecado con humildad delante de Dios, sino que era observador de la ley y pagaba el diezmo con regularidad. ¡Cuántas veces miramos por encima del hombro a "los pobres pecadores" que no van a misa y, cuando van, ni siquiera saben las respuestas que corresponde dar en cada paso de la liturgia! Ponemos el énfasis en la forma y en el cumplimento externo, más que en la misericordia y en el amor a esos hermanos que deberían estar más cerca de nuestro Dios. ¡Cuántas veces cumplimos estrictamente con las obligaciones de oración y de misa dominical pero en nuestra casa, con nuestros vecinos, con nuestros amigos, nos comportamos como los peores paganos, tratándolos mal, no dándoles el amor que nos exigen! ¡Cuántas veces, después de haber asistido fielmente a las celebraciones en la Iglesia, cuando salimos a la calle nos encontramos con indigentes, con pobres, con malolientes, con enfermos y sentimos desprecio por tenerlos cerca! 

Nuestro fariseísmo es ciertamente mucho más dañino que el de los contemporáneos de Jesús. En ese tiempo de Jesús al menos estaba el mismo Cristo para enfrentarlos y ponerlos en evidencia. Y estaban los mismos apóstoles que lo seguían entusiasmados y convencidos, dejándose guiar por las exigencias del amor que Él pregonaba. Hoy nuestro fariseísmo es indolente, es inhumano, es despiadado. Ante la indolencia y la falta de humanidad de aquellos fariseos, Jesús manifestaba concretamente su amor y su misericordia por aquellos a los que ellos despreciaban perdonando, sanando, devolviendo la vista, expulsando demonios... Él mismo proveía lo que ellos demandaban: amor y salvación. Hoy, casi no hay quienes salgan a dar la cara por esos despreciados, quedando en su postración adoloridos y abandonados, añorantes de amor.

La verdadera "casta religiosa" es la que tras el encuentro con Jesús, quedan maravillados con su persona, con su mensaje, con sus portentos. Es la que no mira su propia conveniencia o la posibilidad de sacar siempre un provecho personal, aunque sea religioso. Es la que se deja cortejar por el Dios del amor y conquistar por su amor misericordioso, entendiendo que ese amor no es solo para él, sino que ese mismo amor lo quiere instrumento suyo para hacerlo llegar a todos, principalmente a aquellos que tienen más lejana esa posibilidad de vivirlo y de sentirlo cercano. La Madre Santa Teresa de Calcuta, cuando le preguntaron si la movía la conversión a Jesús de los despreciados del mundo a los que ella atendía con tanta delicadeza, respondió: "No. Me mueve el querer que ellos sientan, aunque sea al final de sus vidas, que alguien los amó antes de morir".

4 comentarios:

  1. Hermoso mensaje padre dios siempre nospide ser humilde y querer a todos nuestros hermano.

    ResponderBorrar
  2. Las personas más difíciles de amar, usualmente son quienes más lo necesitan. Pero es más fácil mirar para un lado 😔

    ResponderBorrar
  3. Que Dios nos de cada día un corazón más humilde...

    ResponderBorrar
  4. Que Dios nos ayude a ser coherente con nuestra fe. La misma que nos lleve amar a los más pobres.

    ResponderBorrar