miércoles, 7 de mayo de 2014

"No hay mal que por bien no venga..."

El Evangelio va a ser siempre perseguido. Jesús vaticinó a quienes lo predicaran que serían perseguidos, maltratados, vejados. "Bienaventurados serán ustedes cuando los persigan por causa de mi nombre", dijo Jesús. Incluso, llegó a decir que aquellos que mataran a uno que anunciaba el Evangelio, llegarían a pensar que estaban haciendo algo bueno. A ese extremo llegará la persecución. Y hemos sido testigos de eso. Desde el inicio de la evangelización los cristianos han sido execrados, martirizados, asesinados. Paradójicamente, eso no ha amilanado a ninguno de los anunciadores de Jesús. Al contrario, la persecución ha servido para confirmar que se está en el camino correcto, pues es lo que estaba anunciado... La fe de los que eran perseguidos por el nombre de Cristo, lejos de debilitarse, se fortalece. El colocarse en la misma posición de Jesús, que sufrió su pasión y su muerte a causa del mensaje de salvación, es más bien una dignidad, un honor. El evangelizador debe tener, así, como meta, el asimilarse de tal manera y hasta tal punto al Jesús que vino a salvar al mudo, que mientras más sufra vejaciones, más será su reflejo... La conciencia de que sólo con la sangre se logra la redención se hace más firme, y por lo tanto, más motivadora... Es, realmente, impresionante...

¡Cuántos hombres y cuántas mujeres durante toda la historia han comprendido esto perfectamente! Han asumido su propia pasión personal como parte integral de su misión apostólica. Lejos de producirse una reducción en el ánimo y hasta en el número de los anunciadores, el testimonio de asimilación plena a la persona de Jesús, incluso en el sufrimiento, más bien ha producido un fortalecimiento y una aumento del número de los apóstoles. Ya lo dijo en aquellos tiempos de persecución terrible el gran Tertuliano: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos". Y esa semilla seguía siendo sembrada y regada con más sangre...

Nuestros días no son distintos. Los últimos Papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han afirmado que nuestro mundo de hoy es mundo de mártires. Que estos tiempos son de una persecución similar o mayor que la de los tiempos del Coliseo Romano, donde matar cristianos era un espectáculo que se ofrecía al pueblo para que se divirtiera viendo cómo corría su sangre. Hoy, en muchos países los cristianos son martirizados, perseguidos, execrados socialmente, excluidos de todo derecho... Comunidades enteras son exterminadas por el delito de ser cristianas. Personas son puestas presas porque no abdican de su fe. Sólo poseer una Biblia o un Evangelio es causa suficiente para encarcelar de por vida a alguien. Nuestro mundo occidental muchas veces no tiene conciencia de lo terrible que lo pasan nuestros hermanos cristianos de la otra parte del mundo...

Pero lo grande está en que lo viven con gozo. Su signo es la alegría y la esperanza. De ninguna manera se amilanan ante la experiencia de persecución y de execración... Para ellos esa es su gala y su orgullo. Las heridas, lejos de ser dolorosas, son los estigmas que le han dejado su fidelidad, y se sienten orgullosos de ellas pues así se han asimilado al Jesús que ha sufrido su pasión por amor... Y más aún, Esa misma persecución ha servido a expandir el anuncio, ha hecho que el nombre de Cristo sea más conocido, que la obra de la salvación se extienda a más hombres y mujeres. Ha sucedido lo mismo que sucedió en aquella Iglesia naciente que era sometida a persecución y dolor: "Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo el Evangelio". Dios, experto en sacar cosas buenas de lo malo que hace el hombre, no se iba a dejar ganar la mano. El hecho de que los cristianos fueran perseguidos y excluidos, hacía que su palabra de amor y de salvación fuera conocido por muchos más. Se cumplía así lo que había ordenado Jesús: "Prediquen el Evangelio a toda la creación".

La fe cristiana para ellos no era para un disfrute personalista, individualista, egoísta... Siendo ellos los beneficiarios personales, sabían que su vivencia sería más intensa y profunda, y que incluso su propia salvación estaba en la capacidad que demostraran de hacer a más hombres y mujeres partícipes del amor salvador de Jesús... Para ellos Jesús era el centro de todo y querían que lo fuera para todos. No existía otra razón de vida que Jesús, su amor, su salvación. Apuntar a conseguir la vida eterna junto a Él, para estar ante el Padre del Amor, era toda su motivación principal. Sabían muy bien que Jesús tenía que ser el centro de sus vidas y que debían procurar que lo fuera para los demás hermanos..."Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed", había dicho. Y ellos pretendían que lo fuera para todos... Sabían muy bien que Él había venido a salvar no a condenar, que toda su obra la había llevado adelante para salvar al mundo, no para condenarlo. Que tenía como tarea el no perder a ninguno, y a eso había que colaborar: "Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día"... Los cristianos, perseguidos o no, tienen la misma tarea de Jesús: Salvar a todos los hermanos, procurar que ninguno se pierda, hacer de todos miembros de la comunidad de salvados que disfruten de la vida eterna junto a Dios y su amor... Lo dijo y había que llevarlo a cumplimiento: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día..."

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