jueves, 29 de mayo de 2014

Sé que me amas, pero hazme sentir tu amor

El amor, en sí mismo, es altamente compensador. De otra forma, no se entendería que seamos capaces de colocarnos en segundo lugar en función del amor. Hasta Dios mismo lo hizo. El Verbo eterno de Dios, Dios mismo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, el primero, por lo tanto, de todos los seres existentes, se puso de último porque amó al hombre hasta el infinito... "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo..." Es lo que explica su sacrificio cruento y sufriente en la Pasión y la Muerte... En esa entrega definitiva, ¿sintió compensación el Verbo eterno? Respondo sin titubeos que sí. porque el fin era el rescate de la humanidad de la situación de tinieblas en la que se encontraba, porque la amaba inmensamente. Y su gesto lo logró. El hecho de haber cumplido su objetivo ya, en sí mismo, es altamente compensador. Pero por ser Dios, esa satisfacción tuvo que haberse multiplicado por el infinito que es Él... No es que Dios la necesitara para sentirse bien, pues Él es la compensación de todo, por lo cual, podríamos decir que Él vive en una compensación continua. Para Él basta ser el amor para vivir en una eterna satisfacción personal. No necesita de más. Pero eso no significa que no sienta compensación por las cosas logradas, sobre todo si tienen que ver con gestos de su amor...

Igualmente, la respuesta agradecida del hombre, que no lo engrandece en nada porque Él es ya infinito en sí mismo, le causa, sin duda, una satisfacción. Que le digamos con una vida transformada, con unas acciones de fidelidad que enmarquen todas nuestras obras, con unas actitudes y conductas que denoten nuestra renovación interior por el logro de la Redención en nosotros, es satisfactorio para Él. Quien ama, no ama para recibir amor, pero sí se siente satisfecho cuando lo recibe. El amor más puro, el verdadero, es el amor oblativo, el de donación, el que se da porque sí, sin más.El amor puro y real no ama para ser amado. Puede que esa respuesta llegue a existir, pero no es condición para amar. Cuando se ama para recibir amor, hay de por medio un amor interesado, que puede tender al egoísmo. Es el amor concupiscente, que sólo ama en cuanto hay una respuesta que satisfaga, y ama en cuanto el amado represente un bien recibido que se dona a quien lo ama... El amor más elevado es el de benevolencia, el de "querer bien", el de desear lo mejor para el amado, sin importar ni siquiera si intuye quién se lo está procurando... Pero, somos humanos, y nos movemos también en sensibilidades y afectos. Los hombres necesitamos sabernos amados, nos gusta que nos agradezcan, no como un reconocimiento absolutamente necesario para hacer el bien, sino hasta como una cuestión de cortesía...

Las esposas y las novias están continuamente preguntándole a sus maridos o novios si las aman. No porque no lo sepan sino porque para ellas es "sabroso" escucharlo. Es compensador saberse amado, y esa compensación aumenta cuando los gestos, las palabras, las acciones, lo hacen evidente. El componente afectivo en la convicción es importante. No basta simplemente que "se sepa", pues es muy importante "sentirlo", "que me lo digan"...

Así es nuestra fe. Ella tiene un doble componente que es esencial. Por un lado, el componente intelectual, el que se refiere a las ideas, que es fundamental, pues es la base de todo el entramado construido con las ideas que sustentan lo que creemos. El intelecto en la fe tiene una importancia de primer orden por cuanto sobre esas ideas bien sólidas y firmes se construirá todo el edificio de las acciones y los afectos que la fe tendrá como expresión exterior... Pero no puede quedarse sólo en lo intelectual o lo de razonamiento. Es tremendamente necesario que la componente afectiva destaque también, pues el sentimiento del amor apunta igualmente a lo espiritual. El espíritu se alimenta de ideas, pero se mueve por afectos. El saberse amados debe estar complementado por el sentirse amados. Eso lo hizo Jesús a la perfección. Los apóstoles sabían que Jesús se iría y por eso se sintieron tristes. Pero Jesús, que "los amó hasta el extremo", les dio la alegría de su presencia continua. Dejó la Eucaristía, con el fin de que los apóstoles y con ellos todos los cristianos sintiéramos el "los sigo amando hasta el extremo", por toda la eternidad...

No hay que echar en saco roto la exigencia del intercambio de afectos en la fe.No apuntemos sólo a las convicciones, que con ser importantísimas y esenciales, deben ser complementadas por los afectos. Es muy hermoso saberse amados, pero más hermoso aún saberlo y sentirlo. Por eso Jesús insiste a los apóstoles de la compensación que recibirán cuando Él envíe al Espíritu, y cuando Él mismo retorne como rey del universo: "Pues sí, les aseguro que llorarán y se lamentarán ustedes, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría"... Es decir, recibiremos la compensación plena. Jesús se va, pero se queda. Jesús se va, pero volverá. Y nos seguirá gritando con todas sus palabras y sus obras, que nos ama hasta el infinito. Y sentiremos la compensación plena que nos hará plenamente felices...

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