sábado, 10 de mayo de 2014

¿También tú quieres abandonar a Jesús?

Para los apóstoles, el Nombre de Cristo era su tesoro. Y cuando se dice el Nombre, se dice todo lo de Jesús: su persona, su mensaje, sus obras, su vida entera. Su Pasión, Muerte y Resurrección, como momentos culminantes de la obra redentora que vino a realizar, eran las perlas preciosas de sus posesiones... Para ellos, Jesús pasó a ser el centro de sus vidas, y todo lo que se refería a vivir en su amor y en la obediencia a su mandato de darlo a conocer llegó a ser la razón de sus vidas. No entendían ellos ya la vida de otra manera que sirviendo a Jesús y a su causa de salvación del mundo. Su vida, estrictamente hablando, ya no les pertenecía, sino que le pertenecía a Jesús. Así lo habían decidido ellos mismos y así lo estaban cumpliendo al pie de la letra...

Las obras de los apóstoles, luego de la ascensión del Señor, demuestran claramente que ellos no entendían su accionar sino como una extensión de lo que inició Jesús. Por los caminos que andaban ya no eran ellos los que andaban, sino que era Jesús. Tan profundamente lo entendieron así, que San Pablo llega a decir: "Vivo yo, mas ya no soy yo. Es Cristo quien vive en mí". Jesús era el que les daba la vida, las fuerzas, la ilusión. Era Jesús el que actuaba desde ellos en favor de la salvación de los hermanos. Se cuidaban muy bien de pretender ser ellos los protagonistas, pues estaban muy claros en establecer firmemente que la acción era la de Jesús. Pedro, en sus andanzas maravillosas lo decía expresamente... "No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar", le dice al paralítico apostado pidiendo limosna en la puerta Hermosa del Templo. Era el nombre de Jesús, es decir, el mismo Jesús, el que hacía los portentos. De ninguna manera eran ellos mismos. Ellos no hacían más que ser portadores de la virtud de Cristo que actuaba en favor de los hombres... Esa conciencia de ser instrumentos del Señor hacía verdaderas maravillas: "Pedro recorría el país y bajó a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla. Pedro le dijo: 'Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y haz la cama'. Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Saron, y se convirtieron al Señor". Se sabían instrumentos y no hacían más que lo que el mismo Jesús les inspiraba, sin tomar nunca ellos la iniciativa. Habían puesto su libertad en las manos de Jesús. Nunca antes fueron más libres que cuando se dieron plenamente a Cristo y a los hermanos... Haberse puesto libremente en sus manos no destruyó su libertad, sino que la potenció. Los hizo más libres que nunca... "Para vivir en libertad nos ha liberado Cristo", sentenció San Pablo... Y es que la propia libertad puesta en las manos del gran Libertador, de Jesús, es la libertad mayor...

Esta libertad es la que da el Espíritu de Dios. Excelente y absoluta, por la cual todo seguidor de Cristo se abandona completamente en Él. "Si ustedes se dejan guiar por el Espíritu, no está bajo el dominio de la ley". Y ese camino del Espíritu es el de la absoluta libertad que invita siempre a hacer el bien. La libertad jamás será conducida por el Espíritu por caminos escabrosos, sino por los caminos raudos del amor... Y en el amor está la libertad plena... Ante la propuesta de Jesús cada uno debe tomar su propia decisión, sabiendo que en la docilidad ante las sugestiones del Espíritu está la mayor libertad y por consecuencia, el mayor beneficio para sí y para los hermanos. Esa libertad sugerirá siempre el camino correcto. Puede ser incluso que en algún momento no se termine de comprender lo que se debe hacer. No es extraño que esto suceda. En muchos acontecimientos humanos la perplejidad se hace presente. Con mayor razón es auspiciable en las cosas del Espíritu, que es superior a nuestra inteligencia. En estos casos, nuestro discernimiento debe conducirnos por el camino más seguro, el de la experiencia, el que nos dice que el Espíritu siempre ha hecho lo bueno en favor de nosotros y que jamás nos conducirá a despeñaderos indeseables...

Fue lo que hicieron los apóstoles en uno de los momentos más álgidos del seguimiento de Jesús. En el discurso del Pan de Vida, en el que Cristo se dirigía a ellos en palabras misteriosas, la mente de ellos no daba para comprender totalmente lo que estaba diciendo. Y ante el reto de Jesús: "¿Esto los hace vacilar?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen", que produjo lo que los escrituristas llaman "la crisis de Cafarnaúm", en la que muchos de los seguidores de Jesús se decidieron a abandonarlo, al quedar prácticamente sólo los apóstoles, Jesús les preguntó directamente a ellos: "¿También ustedes quieren marcharse?", a lo que Pedro, con sabiduría y seguramente inspirado por ese Espíritu que les daba el mejor discernimiento, respondió: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios"... La libertad, fruto de la inspiración del Espíritu y ese discernimiento en el que no es necesaria la comprensión absoluta sino el abandono en la convicción de que lo de Jesús es lo mejor, le hizo tomar la mejor decisión: seguir con Jesús. Y con él, los demás. Y así fue realmente libre. El abandono en las manos de Jesús les hizo ser verdaderamente libres, no tener ninguna atadura que les impidiera seguirle con exclusividad, y así alcanzar su verdadera felicidad y su salvación. Y hacerse instrumentos de salvación para todos los hermanos en el futuro...

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