sábado, 24 de octubre de 2020

Somos la higuera de la cual Dios espera fruto, y Jesús nos ayuda a darlo

 III Domingo de Cuaresma (ciclo C) | Archidiócesis de Sevilla

Los hombres no podemos pasar por la vida sin dejar trascendencia. No hemos sido colocados en nuestra historia simplemente para vegetar, esperando el transcurrir del tiempo como un eterno repetirse, un momento tras otro, sin que haya de nuestra parte una intencionalidad de enriquecimiento personal o comunitario, dando muestras de las capacidades que poseemos, que han sido donadas a nosotros no para que fueran riquezas solo personales sino para que tuvieran una explícita consecuencia para todos. La tarea del hombre en este sentido puede ser considerada de las más sublimes, por cuanto el Creador ha puesto en sus manos la más alta, que es la de elevar lo creado a la condición de servidor de Dios, en lo que a cada criatura corresponda. Sin duda, el hombre posee la más alta de las responsabilidades por cuanto el mismo Dios puso en él la tarea primordial de hacer del mundo su lugar de habitación, en lo cual debe írsele la vida entera, hasta alcanzarlo plenamente. El mundo ha sido creado por Dios en una autonomía de acción, en la que cada una de las criaturas debía cumplir el programa que le correspondía. En la armonía de lo creado está, por lo tanto, que cada uno cumpla su parte. El bienestar en general consiste en que todos asuman su parte y la cumplan perfectamente. Así fue establecido, y es ese el deseo de Dios. Cada ser creado debe hacer su parte perfectamente, y al hacerlo así, el mundo sigue avanzando hacia donde debe dirigirse. Si se diera el caso de que alguna de las criaturas se negara a hacer lo que le corresponde, sucedería una debacle total y el mundo pasaría a ser una cosa distinta de lo que debe ser en su origen. No es eso lo que está en el plan original de Dios. El avance del mundo hacia Dios, que es la meta final hacia la cual se dirige todo, se dará solo en la medida en que el mundo asuma el diseño original y se encamine fielmente hacia Él. Podríamos decir que, en general, todo lo creado ha cumplido con ese plan divino. Excepto uno de ellos. Solo el hombre ha sido capaz de atreverse a ponerse en una tesitura diversa a la que Dios deseaba. Su capacidad de libertad y su cualidad de inteligencia y de voluntad, han jugado un papel de rebeldía en la finalidad última que persigue Dios para todo. Todos los demás seres cumplen perfectamente con lo que Dios ha establecido. Solo el hombre es capaz de oponerse y colocarse en una circunstancia diferente. Esas capacidades que fueron donadas por Dios con el objeto de que fueran el mejor apoyo que tendría el hombre para hacer avanzar el mundo hacia su Creador, fueron asumidas para el fin contrario. La soberbia humana sirvió para desvirtuar la armonía total, con la pretensión malsana de desbancar a Dios y ponerse a sí mismo en el centro y en el primer lugar. Con ello atrajo ilegítimamente a los demás seres creados y los puso también a ellos, sin culpa individual, en contra de Dios.

En eso consistió el pecado. Y fue eso lo que atrajo al mundo la debacle. Al empezar a servir todo al mismo hombre, desplazando a Dios que era la meta final, el mismo mundo quedó desvirtuado y se rebajó a lo mínimo, perdiendo el gozo de la espera de la eternidad para sí mismo. Por ello se hizo necesario el gesto de rescate que realizó el mismo que había creado todo. Esa acción concordaba perfectamente con la finalidad original. Si todo era suyo y todo se tenía que dirigir hacia Él, Él mismo diseñaría el plan para lograr su cometido. No se iba a quedar de brazos cruzados. Y lo logró con Jesús, su Hijo enviado que haría que todo retomara la normalidad, no sin antes cumplir la obra inmensa de su entrega, que era la única forma de arrebatar al mal lo que hasta ese momento había logrado. Luego de lograrlo tocada la tarea de sostenerlo en su bondad. Y para ello, paradójicamente contaría con aquel que en su origen había sido causa de que todo se hubiera perdido. La lealtad de Dios es infinita y la demuestra poniendo en las manos del que todo lo había destruido la tarea de consolidación del orden nuevo que su redención había retomado. La motivación de Dios no es otra que la del amor. De no ser así, la solución más sencilla y a la mano hubiera sido la de hacer desaparecer todo lo que ya había dado muestras de no servir. Pero porque amaba al hombre y amada por él a todo lo que había creado, lo rehace y lo restablece. Es la actuación del Hijo de Dios representado en el viñador de la parábola, que detiene la mano del dueño de la viña, que es Dios, cansado de buscar infructuosamente frutos en la higuera: "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: 'Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?' Pero el viñador respondió: 'Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar'". Jesús es el viñador que detiene la mano del Padre que con toda lógica se cansa de esperar frutos. Jesús es quien intercede y está dispuesto a seguir dando oportunidades. El amor no se cansa. Y sabe que ese amor también hará su parte cuando es atraído con las manos suaves que lo quieren a su lado. Jesús no hará lo más fácil, que es desistir. Ya lo demostró muriendo en la cruz. Y está siempre dispuesto a dar nuevas oportunidades, hasta que el amor haga reaccionar. Característica del amor es la insistencia. Y no va a ser Jesús quien dejará de insistir. Le hemos costado mucho. Y no renunciará nunca a su amor por nosotros.

Esa es la obra del rescate que ha realizado Jesús. Es una obra inusitada que descubre lo alto del lugar en el que nos ha colocado, por lo cual nunca desistirá del empeño de tenernos. La obra creadora del Padre fue una obra grandiosa. El hecho de que existiera en un momento del inicio de la historia temporal todo lo que surgió de sus manos, colocando en medio de todo al hombre, fue un momento inédito. único, crucial en la vida del mismo Dios, por cuanto empezó a surgir todo lo que no era Él. Pero el paso subsiguiente, realizado por Jesús en la segunda creación, en la que se dio el rescate de todo lo existente, que había perdido su esencia por culpa de la misma criatura, fue infinitamente superior por cuanto implicaba casi hacerse la vista gorda ante el mal procurado y restablecerlo todo desde ese mismo corazón que lo había traicionado. Y aún así, el amor quiso hacerlo de esa manera: "Dice la Escritura: 'Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres'. Decir 'subió' supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo. Y Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud". Es el punto más alto de la creación. Lo que había sido perdido por el pecado es ahora rescatado por el amor a aquellos que lo habían destruido todo. Es el colmo del amor y del favor. Y ese es ahora nuestro compromiso. No podemos permanecer impávidos ante las más grandes demostraciones de amor: "Hagamos crecer todas las cosas hacia Él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor". Es la experiencia del amor lo que importa. Es el amor el que debe prevalecer sobre todo.

1 comentario:

  1. La invitación que nos hace Jesús es a la conversión por amor, de ahí , nos cuenta la parábola de la higuera que no da frutos. Que frutos espera Dios de nosotros?

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