viernes, 2 de octubre de 2020

Tenemos un ángel que nos guía y nos protege

 Los ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial »

Una de las hermosas tradiciones de nuestra fe que casi todos hemos recibido de nuestros abuelos y nuestros padres es la de la presencia de los ángeles que nos acompañan, nos guían, nos iluminan y nos protegen. Seguramente tenemos en nuestros recuerdos mejor atesorados las veces cuando éramos conducidos a dormir a nuestras camas y nuestros padres nos invitaban a tener un contacto con los ángeles antes de dormir y a dirigirnos a ellos, particularmente a nuestro Ángel de la Guarda, a quien nos dirigíamos con aquella oración que todos tenemos aún en nuestra mente: "Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me perdería. Hasta que amanezca en los brazos de Jesús, José y María. Amén". Está en el recuerdo de nuestra infancia y puede ser que haya sido de alguna manera una baza para el fortalecimiento de nuestra fe desde esas edades primeras. Esta identificación de la unión de nuestra vida de infancia con los ángeles custodios pudo haber venido al traste cuando ya nos hicimos grandes, pues quizá llegamos a considerarla ya superada en nuestra madurez y habernos mantenido en ella se hubiera podido entender como una falta de crecimiento, por infantil e inmadura. Lamentablemente nuestra pretendida madurez humana pudo habernos hecho una mala jugada haciendo que no solo perdiéramos esa frescura infantil tan entrañable, sino que llegáramos incluso a alejarnos de nuestra conciencia de hijos amados, siempre bien guardados en el corazón amoroso de nuestro Padre Dios. Para Él siempre seremos sus hijos amados, al punto que las imágenes más delicadas que nos expresan esa cercanía de su corazón hacia nosotros son las extraídas de esa relación de ternura de los padres y las madres con sus hijos pequeños: "¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!" ... "¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Pues, aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré! Te llevo esculpido en las palmas de mis manos". La unión entrañable de Dios con nosotros jamás estará desconectada de esa imagen del padre que ama con ternura infinita a sus hijos. Por ello, la madurez humana no debe hacernos perder nunca la conciencia de hijos amados, acunados en los brazos amorosos y poderosos de nuestro Padre. Y si eso implica dar rienda suelta a esa experiencia filial cariñosa, entrañable, cercana, familiar, debemos luchar por vivirla con intensidad de modo que nuestra relación con Dios, apoyada en la cercanía de quienes nos la hacen posible, se mantenga siempre viva.

Esa fe en la que hemos crecido nos enseña que los ángeles forman parte de esa creación espiritual, también surgida de las manos poderosas de Dios, que son parte de ese mundo invisible que escapa a nuestros sentidos, pero que están realmente presentes en el universo, como criaturas que tienen una tarea que llevar adelante. El mismo Jesús lo afirma concretamente cuando se refiere a los niños: "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial". Los ángeles son esos seres que acompañan a cada niño y que están además en la eterna presencia de Dios en continua adoración. No significa que su presencia solo está asegurada para la infancia, sino que es una presencia continua para cada hombre, en la que no solo están al servicio suyo para acompañarlo, para iluminarlo, para guiarlo y para protegerlo, sino para servirle incluso de conexión con Dios. El ángel sería, en cierto modo, un puente que une al hombre con Dios, cuando esa presencia se hace consciente y el hombre permite que el ángel cumpla en él su tarea. La Angelología (la disciplina teológica que estudia la doctrina sobre los ángeles), llega incluso a afirmar que Dios a cada realidad humana le ha fijado la protección y el patrocinio de un ángel, llegando a afirmar que las naciones, las ciudades, las instituciones humanas, poseen cada una su ángel protector. Durante toda la historia de la espiritualidad nos encontramos con grandes personajes que promueven la unión a los ángeles del país, de la ciudad, de las instituciones. Esto estaría de acuerdo con la idea del Dios providente que se ocupa del hombre y de todas las cosas que tienen que ver con él y con el desarrollo de su vida. Una corriente materialista, incluso laicista, que ha ido invadiendo cada vez más la espiritualidad cristiana, ha ido haciendo caer en el desprecio a esta espiritualidad que acentúa la infancia espiritual. Solo lo tangible tiene sentido que forme parte del desarrollo actual de la fe, por lo que estas ideas espiritualistas que tienen rancio sabor, deben ir siendo abandonadas. Lo ideal, por supuesto, no sería en ningún modo su desprecio y mucho menos su supresión, sino buscar la manera de rescatarlas para reincorporarlas al bagaje cristiano. Toca discernir cuál sería el camino para que el materialismo no tiranice también las mentes de los cristianos y nos haga sucumbir a la invitación injusta de suprimir la existencia de este mundo espiritual que puede dar mucha riqueza a nuestro tesoro de la fe.

Hay que hacer buenas las palabras que expresamos en el Credo de nuestra fe, en el que afirmamos creer "en un solo Dios ... creador de todo lo visible y lo invisible". Los ángeles son parte de ese mundo invisible que está ahí también para nosotros. Siguen teniendo un papel importante en el desarrollo de nuestra historia de salvación, por cuanto siguen siendo acompañantes de Dios y de sus enviados, pues estando eternamente en la presencia de Dios y en continua adoración a su figura, nos hacen presente ese espíritu de unión con el Señor para que también nosotros podamos unirnos a ellos adquiriendo en nosotros ese gusto por el encuentro continuo con Dios y su amor. Cuando confiamos en su presencia en nuestras vidas, experimentamos de manera maravillosa sus inspiraciones que nos iluminan en la toma de decisiones, nos facilitan las relaciones humanas, nos ponen sobre aviso en los peligros, nos inspiran las mejores rutas, nos fortalecen en las luchas espirituales y morales. Son innumerables las posibilidades de actuación y con ello de beneficios que podemos disfrutar. El camino de una renovación espiritual del hombre de hoy, hijo de un mundo que es heredero y deudor de ese materialismo que aleja de lo espiritual, no puede nunca avanzar por el desprecio del mundo espiritual e invisible de nuestra fe. El tesoro de la fe no se mide por la actualidad que tenga o por la moda imperante. Se debe medir por lo que de contenido de verdad haya en él y lo que de beneficioso pueda tener para cada cristiano. Nada de lo que Dios mismo ha colocado en nuestras manos como riqueza de fe puede ser despreciado y mucho menos desechado, por cuanto cada cosa tiene su sentido y llena de sentido la existencia. Hay que luchar para que en ese retorno espiritual que se está dando en nuestro mundo, que es una especie de convencimiento de que el hombre no tiene todas las respuestas siempre a la mano, se puedan retomar esas experiencias que pudieron haber llegado a ser consideradas pueriles, pero que han demostrado ser una tremenda riqueza que sostuvo y puede seguir sosteniendo la fe de tantos, tal como sostuvo la nuestra cuando nos conectó inocentemente con la presencia de esos seres angelicales que tienen que ver con nosotros y que hicieron que nuestra vida en esos años infantiles se enriqueciera con una sensación de que no nos faltaría nunca su protección y su guía, que nos daban una sensación sólida de firmeza y esperanza. Así se cumple la promesa del Señor: "Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado. Respétalo y obedécelo. No te rebeles, porque lleva mi nombre y no perdonará tus rebeliones. Si lo obedeces fielmente y haces lo que yo digo, tus enemigos serán mis enemigos, y tus adversarios serán mis adversarios. Mi ángel irá por delante". No nos miente Dios ni nos puede engañar. Su promesa es eterna, pues "los dones de Dios son irrevocables".

2 comentarios:

  1. Seamos como los niños para estar totalmente abiertos para escuchar a Dios😉

    ResponderBorrar
  2. Jesús les enseñó a sus seguidores,hacerse como niños y exhorta a sus discípulos "Cuidense de despreciar los,porque ellos son predilectos de Dios!

    ResponderBorrar