Existe una idea generalizada entre los cristianos de que la vida de fe es solo vida de armonía total, de paz y serenidad inmutables. Muchos afirman que aceptar a Jesús, vivir junto a Él, seguir su voluntad, hacer caso a sus indicaciones de vida, es ya un seguro de total armonía en la propia vida. No es que sea falso creerlo, sino que hay que saber ubicar correctamente dicha afirmación, por cuanto, siendo verdad, es necesario matizarla justamente. Si quien afirma esto considera que la experiencia personal de unión con Jesús es una especie de seguro contra las dificultades en la vida, no lo ha entendido bien. Para muchos Jesús no solo sería el Redentor, el Dios que se ha hecho hombre, el enviado del Padre para rescatarnos del mal, de la muerte y del pecado, sino que sería una especie de talismán protector, algo así como un elemento mágico que lograría excluir de nosotros toda posibilidad de problema, de dolor, de enfermedad, de sufrimiento. Incluso llegan a a afirmar que basta con unirse a Cristo para que desaparezcan milagrosamente todas las dificultades, los desasosiegos, los sufrimientos, los malestares, los dolores, las enfermedades. Es muy loable, sin duda, que alguien coloque su fe en estas expresiones maravillosas. Está claro que no hay una negación inmediata es que esta posibilidad se dé en la realidad. Pero también es cierto que estas actuaciones de Dios son más bien las extraordinarias, pues Él prefiere actuar de otra manera. Dios no está atado a una forma de actuación particular. Nada le impide la posibilidad de actuar siempre de manera portentosa. Él es Dios y puede hacer lo que le plazca, pues es todopoderoso e infinitamente libre. Pero habiendo sido esa su manera de actuar ordinariamente, desde que decidió colocar al hombre en el medio de toda la existencia, y habiéndolo llenado y capacitado con sus propias cualidades y prerrogativas, ha puesto en él también el mando de la realización, incluso del alcance de la bondad material de las cosas y la lucha contra la maldad y contra el poder de lo negativo. Esta actuación contra el mal es originalmente una acción divina. Pero desde que el hombre ha sido capacitado por Dios, habiendo surgido y habiendo sido enriquecido desde el amor con todas las cualidades necesarias, Dios mismo ha puesto en sus manos la capacidad para la lucha contra el mal. Los hombres fuimos colocados en el mundo y favorecidos por Dios con todas nuestras cualidades no solo para hacer del mundo un lugar mejor para todos, favoreciendo el alcance y el disfrute del bien común para todos, sino para que tuviéramos la fortaleza necesaria para enfrentar el mal que se haría presente por nuestra propia torpeza que llegaría a alejarnos del amor. La raíz del mal está en nosotros mismos, cuando preferimos atender a las incidias demoníacas y ponernos a su servicio, en vez de seguir viviendo en la armonía original que Dios había diseñado para nosotros. Pero el amor de Dios no nos ha dejado abandonados en esa lucha y nos ha capacitado para vencer con su amor y su poder, que pondremos en acción oportunamente y confiados en Él.
San Pablo ponía claramente esta realidad en la mente de los primeros cristianos, por cuanto se debía evitar esta mentalidad mágica de acción portentosa continua de parte de Dios. Él es generoso y poderoso, utilizando siempre su accionar en favor de cada hombre salvado. Pero los hombres seguimos en el mundo sufriendo los embates de nuestro propio pecado, por lo cual la ausencia de dificultades no es una posibilidad real actualmente. Lo que sí es posible, siendo una realidad total, es la presencia de Dios que está y estará siempre en el mundo a nuestro favor. Él no puede eliminar el mal de raíz por cuanto ese mal no tiene su origen en Él, ni Él es su causante. El mal tiene su origen en la misma libertad humana que ha sido regalo de Dios a los hombres, y Él, en definitiva, no se le puede oponer, pues implicaría eliminar un don con el cual nos ha favorecido desde el inicio. Hemos sido los hombres los que hemos procurado desvirtuar esa libertad que es don del amor. Así afirma San Pablo: "Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que les conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en su hombre interior; que Cristo habite por la fe en sus corazones; que el amor sea su raíz y su cimiento; de modo que así, con todos los santos, logren ustedes abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegarán a su plenitud, según la plenitud total de Dios". La libertad donada apunta por lo tanto, no solo a procurar los bienes de subsistencia material pasajera, ni siquiera solo a la procura de los bienes espirituales que nos llevarán paulatinamente a la asunción de nuestra meta final en la eternidad, sino que se inscribe también en la procura de los medios necesarios para emprender la lucha contra el dolor y el sufrimiento, contra las dificultades y los males que se presenten, ante los cuales deberemos hacer frente y que no dejarán de estar en nuestras vidas. Si algo tiene Jesús es una honestidad sin tacha, con la que jamás dejará de ponernos en la realidad. No nos engaña ni nos miente acerca de lo que viviremos, pero tampoco nos niega que estará presente como apoyo infaltable: "En el mundo sufrirán tribulaciones; pero no teman, Yo he vencido al mundo" ... "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". La presencia del mal, del dolor, de la enfermedad, del pecado y de la muerte, habiendo sido causadas por la obcecación del hombre que fue engañado por el demonio, y siendo una realidad actual en su vida, no lo ha dejado totalmente desvalido. El hombre sigue siendo el preferido de Dios y sigue contando con su amor y su poder. Y jamás será abandonado por ese amor original y comprometido. Por eso, los embates del mal podrán ser combatidos con las mismas armas que Dios ha colocado en manos del hombre, y en última estancia por el mismo poder amoroso de Dios.
El mal podrá estar enseñoreado en el mundo con ocasión de la lucha que emprenda el demonio, al cual se unirán los que se conviertan en sus servidores. Y será sin duda una lucha cruenta en la que estarán enfrentados los que sean de Cristo contra los que lo rechacen y se nieguen a ser suyos. Incluso será una lucha en ocasiones tremendamente dolorosa por cuanto se verá el enfrentamiento de los más cercanos a nosotros y de los que menos nos imaginemos, contra el mismo amor. Es la posibilidad que debe ser considerada posible hoy y siempre, hasta que se dé la victoria final del bien, que se dará sin duda. Pero en el ínterin hay que asumirla. Es por ello que en nuestra vida actual no podemos engañarnos pensando que se dará actualmente la utopía deseable de la armonía total, la ausencia de tristezas o de desavenencias. Una cosa es que vivamos el gozo de sabernos de Jesús, de estar en su amor, de saber que avanzamos hacia la plenitud de su amor por ser de Él, y otra muy distinta es asumir la realidad del conflicto en medio de la experiencia de fidelidad a Él. Ser de Jesús no nos da la seguridad de la ausencia de conflictos. Pero sí nos da la certeza de saber que estamos haciendo lo correcto y de estar viviendo en la compensación total de su amor. Nos asegura que nuestro final es el de la felicidad que entonces sí será definitiva: "He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra". Nuestro bautismo en Jesús nos hará definitivamente suyos. La victoria final será nuestra. De eso no hay ninguna duda. Pero el camino será arduo. El engaño podrá venir cuando el malo nos quiera convencer de que todo dolor desaparecerá sirviéndole a él, cuando la realidad será que así alcanzaremos la derrota más estruendosa, pues nos colocará en la realidad más apabullante de dolor, ya que será la ausencia total del amor, de la paz final, de la armonía universal que será una realidad cuando Cristo sea todo en todos, y estaremos viviendo la totalidad de la paz posible en la libertad absoluta de Dios y de sus hijos.
Amado Señor, t pedimos el Don de la caridad para poder vivir en Amor apasionado, y asi poder vivir la Paz en la tierra☺️
ResponderBorrarDe verdad.que en la tristeza y en la tribulaciones y enfermedad, es tan duro aceptarlas y hasta a veces nos atrevemos a pensar que el Señor nos abandonó. Por eso es importantísimo que oremos y además de agradecer.por lo bue no que también nos pasa, le supliquemos que nos de más Fe, para combatir el mal y esperar como dice el artículo la plenitud del Amor. Amen que así sea.
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Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo,fueron sus palabras y al final siempre triunfa el bien....
ResponderBorrarYo estaré con ustedes hasta el fin del mundo,fueron sus palabras y al final siempre triunfa el bien....
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