La diatriba continua que se presenta en la tensión que plantea San Pablo al contraponer la fe y las obras, sigue siendo para los cristianos un tema pendiente de resolver. Para San Pablo la cosa está muy clara. Una vida de fidelidad a Dios no puede estar sustentada simplemente en el cumplimiento exterior de reglas, en la fidelidad a la ley, en la realización de obras, pues todo ello corre el riesgo de enmascarar lo que se puede estar viviendo realmente en el interior del hombre, llegando a ser posible incluso la absoluta falta de concordancia entre lo que se hace y lo que se cree. La ley por sí misma no sería, de esta manera, la que asegure la pureza de la confesión, por cuanto fácilmente puede ser objeto de engaño, presentando a la vista de todos una bondad que no existe en el corazón. Quien sustenta su vida de fe en lo externo puede incluso llegar a pensar, hasta sin mala intención, que una fe así vivida es suficiente para ser "bueno". Así quizás lo ha aprendido y ha recibido equivocadamente la idea de que ello es suficiente para ser un buen hombre de fe. Son muchos los cristianos que han llegado a esa conclusión, al extremo de no sentir implicación mutua entre un compromiso vital que los impulse a avanzar en una exigencia cordial de vida y la realización exterior que descubra lo que se vive dentro. Es muy frecuente encontrarse con cristianos que aseguran ser buenos hombres de fe porque de vez en cuando rezan, o van a la misa ocasionalmente, o alguna vez han dado una limosna, o porque estudiaron en un colegio de curas o de monjas, sin que haya una clara manifestación de fe vital. Esos actos ocasionales, según ellos, serían suficientes para demostrar al mundo que son hombres o mujeres de fe. Realmente la vida queda totalmente desconectada de lo que debe ser una fe verdadera, al punto de que en lo cotidiano llegarán incluso a realizar sin ningún pudor actos que son evidentemente contrarios a la fe. Aquellos actos ocasionales de fe vendrían a ser como una especie de exculpación que los justificaría del todo, incluso llegarían a ser casi como un justificante de su mala vida. No importaría nada de lo malo que se hace, con tal de que se pague una especie de "peaje" moral. La deshonestidad en el trabajo quedaría borrada por un buen padrenuestro. La infidelidad con el cónyuge se cancelaría con una buena limosna. La irresponsabilidad en el cumplimiento de las tareas laborales que corresponden se borraría con la asistencia a un sentido funeral. Un acto bueno ocasional daría carta blanca para seguir en una vida sin compromiso de purificación. Es la debacle de la vida de fe que quedaría al arbitrio de actos externos que no implican de ninguna manera al sujeto. Precisamente contra eso es que reaccionaba San Pablo en la vida de las comunidades.
Por ello, él sale al paso de todo lo que huela a justificación externa, sin implicación del corazón: "Cuantos viven de las obras de la ley están bajo maldición, porque está escrito: 'Maldito quien no se mantenga en todo lo escrito en el libro de la ley, cumpliéndolo'. Que en el ámbito de la ley nadie es justificado resulta evidente, pues 'el justo por la fe vivirá'; en cambio, la ley no procede de la fe, sino que 'quien los cumpla vivirá por ellos'". Una cosa sería, entonces, la experiencia de vida sustentada en la fe auténtica, aquella que implica a todo el ser y le da forma y contenido a todo lo que se vive, que un cumplimiento externo que no necesariamente descubre un compromiso vital. Por ello, el modelo que coloca San Pablo es el de Abraham, hombre de fe que no se puso a hacer cálculos de lo que tendría que hacer para agradar a Dios, sino que, sin ni siquiera contar con una certeza absoluta incluso sobre quién lo convocaba, se abandonó al extremo en su voluntad y comenzó a andar en la ruta que le indicaba. Fue una fe radical que lo impulsó a seguir sin oponer ninguna resistencia al Dios que lo quería para Él y que lo convencía de que ese era el sentido que debía dar a su vida, por encima incluso de sus propias y probablemente muy justas conveniencias. Dios vino con su propuesta a trastocar toda la serenidad de la vida que tenía entre manos Abraham, pero él aceptó y siguió su voluntad en la convicción total de que de esa manera su vida adquiría su plenitud absoluta pues estaba en las manos de quien había entendido era la razón final de la vida. Por eso Abraham se convierte en el padre de nuestra fe y en el modelo perfecto de hombre que por encima de la ley había colocado su entrega a Dios. La consecuencia de esta entrega es la experiencia sublime de la libertad delante de Dios. La ley obliga a seguir unos cánones estrictos fuera de los cuales no se puede vivir sin correr el riesgo de dar al traste con la experiencia personal de lo externo. La fe, por el contrario, solo exige el abandono, por el cual ya no hay una exigencia de cumplimientos externos sino solo la de dejarse llevar y conducir, como lo hizo Abraham, lo que implicará la propia plenitud. La ley te obliga a procurar mantenerte en la ruta de la fidelidad para obtener el beneficio. La fe te da el beneficio siempre, bastando para ello simplemente dejarte abandonado en las manos del dador de todos los bienes. La ley te hace correr el riesgo de perder el beneficio, pues estarías atado al peligro del pecado. La fe te libera del pecado por lo que nunca perderás el beneficio. Es una ley de libertad, que es la que nos logra Jesús con su entrega a la muerte: "Para vivir en libertad nos liberó Cristo".
Evidentemente esta radicalidad de la vivencia de la fe no exime de las obras. No se debe entender erróneamente que quien vive de la fe no debe manifestar su misma fe a través de las obras de la fe. Lo que sí debe quedar claro es la primacía que tiene cada paso. No son las obras lo primero. Lo primero es la fe. Y las obras serán consecuencia de la fe que se vive. Quiere decir que las obras no surgirán, nunca podrán surgir legítimamente, de corazones que no vivan fielmente la fe. Serán simplemente como obras de teatro que no denoten el compromiso de una vida. "De la abundancia del corazón habla la boca", quiere decir que tendrá sentido para la fe solo lo que surja desde la misma fe que viva interiormente cada uno. Del resto, todo será solo representación externa. Por eso, en el encuentro de Jesús con los fariseos que lo criticaban, dejó muy claro qué había en la raíz de toda su conducta: una unión radical con el Padre, lo que daba sustento a todo lo que hacía: "Ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes". La plenitud de la obra de Jesús estaba en el haber sido enviado por el Padre y vivir solo para Él, lo que le daba toda la legitimidad y la credibilidad. Su obra hacía presente a Dios, anunciaba la llegada del Reino a los hombres. Era la llegada de la plenitud. De allí que fuera el mayor regalo que recibía la humanidad: "Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama". La fe busca la unión con Jesús, para recoger con Él y no recibir sorpresas desagradables que nos excluyan de la salvación. Estar con Jesús va más allá del simple cumplimiento de gestos y acciones, pues ellos serán solo indicativos externos de lo que se esté viviendo dentro. La fe se eleva por encima del cumplimiento de la ley que puede no implicar al sujeto. Es de alguna manera dar pie para actuar gracias a la fuerza de Belzebú, que solo intenta que el hombre se contente con acciones externas que no impliquen su ser, y que enmascaren actitudes interiores que desdicen en lo más profundo y esencial lo que es la verdadera fe. Por ello, ocuparnos de las obras de la ley será lícito únicamente cuando hayamos dado nuestro asentimiento a lo que debe ser nuestra fe, como abandono radical a Dios, a su amor y a su voluntad.
Ayudemos a cuidar los bienes espirituales, como nuestro mayor tesoro🤗
ResponderBorrarPara vivir en Libertad, nos liberó Cristo.Pidamos a la Virgen Maria nos ayude a vivir la palabra día a día, superando muestras incoherencias y debilidades.
ResponderBorrarPara vivir en Libertad, nos liberó Cristo.Pidamos a la Virgen Maria nos ayude a vivir la palabra día a día, superando muestras incoherencias y debilidades.
ResponderBorrar