viernes, 16 de octubre de 2020

Dios nos crea, nos sostiene y nos da en herencia su propia vida eterna

 Catholic.net -

Por Dios obtenemos todos los beneficios. La dadivosidad del Señor es infinita y no habrá jamás nada que nos negará, por cuanto su compromiso con nosotros desde que nos llamó a la existencia fue procurar a cada uno todo lo que necesitáramos para la vida. De alguna manera podríamos entender que es una obligación asumida gratamente por Él. Estrictamente hablando, nada de lo que existe fuera de Dios tiene un argumento de necesidad. El único necesario es Él mismo, por lo que la existencia de todo se explica únicamente en su voluntad infinitamente libre y poderosa. El universo entero ha venido a la existencia en el uso de esa libertad absoluta que Él posee y que es la única explicación razonable que puede tener. Existe en Dios la autosuficiencia total. Nada de lo que existe necesitaba existir en esa eternidad esencial que Él vive, por cuanto Él se autosustenta, vive en la plena satisfacción personal, se ama a sí mismo de manera plena y absoluta, y convive de modo incondicional en sí mismo. Debemos asumir entonces que, si nada de lo que existe es en absoluto necesario, ni siquiera nosotros mismos, los hombres, somos necesarios en la existencia. Comprender esto es fundamental para poder entender a Dios y para poder entendernos a nosotros mismos. Asumir esto podría llegar a hacernos sentir frustrados por cuanto podríamos concluir que hay una inconsistencia que no termina de dejarnos satisfechos pues no seríamos tan importantes como nos asumimos nosotros mismos. Ese sentido de frustración nos llenaría de desilusión pues deshace la mentalidad de ser muy importantes, los que estamos en el centro de todo lo que existe, de que todo ello es para nuestra vida y que estando en el centro de todo podemos aprovecharlo para usarlo a nuestro antojo para nuestro beneficio. Se inscribe todo en un cierto sentido de vanidad y de soberbia en el que toda esa existencia gira alrededor de nosotros y nada tiene sentido si no está hecho en función del mismo hombre. En cierto modo, no hay una falta de razón en estas consideraciones. Solo que debe darse un paso previo a ellas, que es el de reconocer que nuestra existencia no nos la hemos dado nosotros mismos, sino que ha sido motivada única y exclusivamente por una razón de amor que ha hecho que Dios salga de sí mismo y se embarque en una aventura que es también absolutamente novedosa para Él y que lo "obliga" a asumirla como su responsabilidad amorosa. En ese sentido, Dios, eterno e infinito, lo es también en la asunción de su responsabilidad. Habernos hecho existir lo ha comprometido a Él a mantenernos en la existencia y procurar para todos nosotros los bienes que necesitamos.

Cuando Dios nos ha llamado a la existencia ha hecho su movimiento de amor crucial hacia fuera. Si nada de lo que existe es necesario, tampoco los hombres lo somos. Pero su amor lo quiso asumir como necesario. Desde que existimos, ya en su mentalidad no puede desentenderse de nosotros, por lo cual ha quedado comprometido y, habiéndolo hecho todo en función de nosotros, pues nos puso en el centro del universo y lo dejó todo en nuestras manos, continuamente lo hará todo para favorecernos y lo establecerá todo para nuestro beneficio. El amor es lo que lo mueve a ello, por cuanto es al hombre el único de todos los seres de la creación a los que Él ama por sí mismo. Por ello, en el extremo de ese amor total, llegará incluso a la reparación del daño con el que el mismo hombre se va a perjudicar, alejándose del amor del Creador, exacerbando su soberbia a extremos inusitados. Esa donación de los beneficios de Dios a los hombres no se refiere solo a los materiales, que son los que requiere el hombre para su subsistencia física, sino que van a apuntar también a lo que se refiere a los que puede obtener para su existencia superior, referida más estrictamente a su identificación con la naturaleza espiritual propia del mismo Dios que lo ha elevado a su misma condición eterna. Dios provee en su amor a todo lo que el hombre necesita materialmente, pero va más allá, pues su criatura predilecta está llamada a algo más que a la simple existencia material y Él la llama a una existencia superior, que es la más similar a su propia existencia eterna, en la vida que nunca se acaba. El amor lo sigue impulsando a ello: "En Cristo hemos heredado también los hijos de Israel, los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el  Mesías. En Él también ustedes, después de haber escuchado la palabra de la verdad —el evangelio de su salvación—, creyendo en Él han sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria". El compromiso de Dios con el hombre, habiéndolo hecho existir por su voluntad amorosa, sin concurso de la voluntad humana para ello, es asumido con la mayor responsabilidad ya no solo para procurar su beneficio material en las cosas que se acaban, sino en la apertura a las puertas de la eternidad, que es sola prerrogativa divina.

Dios, por supuesto, es responsable. Y no iba a dejar su propia obra en la indigencia, como si todo solo dependiera de lo que él hiciera. Es cierto que Dios lo ha creado con la impronta grandiosa de su libertad, que es participación de la misma libertad infinita que Él posee naturalmente, y que lo ha enriquecido con las capacidades que ningún otro ser de la creación posee, como son la inteligencia y la voluntad por las cuales se asemeja definitivamente a su Creador. Pero al ser Padre amoroso y responsable no solo lo ha enriquecido con estas características, sino que se compromete con Él en los grandes momentos en los que deberá manifestar su capacidad de libertad y de crecimiento humanos que lo hacen ya no solo criatura, sino hijo amado de Dios: "¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de la cabeza de ustedes están contados. No tengan miedo: ustedes valen más que muchos pájaros". La vida de los hombres, regalada por el amor divino, tendrá sus momentos de dificultades, en los cuales los mismos hombres deberán manifestar su confianza en quien lo ha creado y en quien lo sostiene en la misma existencia. Si hay extrema confianza en su amor creador y sustentador, debe haberlo también en ese amor que se pone a favor de su criatura, en medio de los embates y de las dificultades, ante quien quiera hacer daño o perjudicar a quien es de Dios. Ser de Dios no es solo hacerse consciente del origen de la existencia, sino que va más allá, a la razón de la confianza en su amor y en la convicción de que jamás nos dejará solos y saldrá siempre a nuestro favor en medio de cualquier refriega: "Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digan en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digan al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. A ustedes les digo, amigos míos: no tengan miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Les voy a enseñar a quién tienen que temer: teman al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la 'gehenna'. A ese tienen que temer, se lo digo yo". El Dios que nos ha hecho existir no nos deja desangelados. Nos ha creado por amor, nos sostiene por amor, provee los beneficios para nosotros porque nos ama, y finalmente está con nosotros en cada momento, en nuestra defensa ante el mal y en el regalo maravilloso de la herencia más grande que nos puede corresponder, que es la eternidad feliz en Él, la meta final con las que nos favorecerá y con la que nuestra vida alcanzará la mayor plenitud en su regalo de amor interminable.

1 comentario:

  1. Ser de Dios es entender que el jamás nos dejara solos, por nosotros llegó a morir en una Cruz para redimir nuestros pecados.

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