miércoles, 28 de octubre de 2020

Elegidos para los hermanos en el amor del Padre y en el amor de Jesús

 28 oct. 2017 San Simón y San Judas Tadeo - dominicos

La elección de los apóstoles para Jesús fue un momento clave de su acción pública. Pensar en un Jesús, que es Hijo de Dios, que es el enviando del Padre para llevar adelante una obra tan radical de rescate y de renovación, que hará la mayor demostración de amor y de poder jamás cumplida en la historia humana, que asumirá sobre sus espaldas por amor al hombre la acción de mayor dolor y sufrimiento a su favor, llevando todo esto adelante con la prerrogativa de ser Dios, todopoderoso y amoroso, haría pensar que no necesitaba de un apoyo extra fuera de lo que Él mismo podía realizar. Estrictamente hablando eso es cierto. Jesús es el Dios que todo lo puede y que en su obrar no tendría necesidad de más nada para cumplir su misión. Se bastaba a sí mismo para anunciar la llegada del Reino, para hacer la invitación a todos a seguirle y a aceptar su mensaje, para realizar los portentos que descubrieran el Dios que era e, incluso, para asumir la muerte humana con la que llevaba a culminación su tarea. En el colmo de esa afirmación de su suficiencia, Jesús no necesitaba de nada ni de nadie ni siquiera para aparecer en el mundo en carne humana, pues Él es el que lo posibilita todo, de quien surge todo, quien da el ser a todo. Hubiera podido aparecer en medio de los hombres portentosamente e iniciar su tarea con las más grandes maravillas que obnubilarían a todos y los convencerían inmediatamente de quién era. Pero en la experiencia del amor divino, habiendo realizado previamente su elección del hombre como su predilecto, habiéndolo bendecido con sus regalos maravillosos, dándole el mando sobre lo creado y encomendándole hacer un mundo mejor para todos, no era razonable que actuara sin contar con aquél al que había favorecido tanto. Su tarea, sí, era la conquista del hombre que se había alejado y su restitución total, colocándolo de nuevo en su lugar emblemático de origen, viviendo en el amor infinito que había recibido al principio. Pero esa misma condición de preferido sobre todo lo creado llamaba a una actuación distinta a la que podía ser entendida como apabullante de su parte. El amor al hombre lo llamaba a hacer entender ese amor, a que fuera recibido de nuevo como regalo de privilegio, a vivirlo como don maravilloso. No iba a ser, por lo tanto, solo una obra de imposición poderosa, sino la que implicaba su comprensión como don de amor en el que se contaba con el amado para que fuera vivida con la mayor intensidad y con el mayor compromiso. Un amor impuesto no compromete ni convence. El amor donado, teniendo el concurso del amado, siendo recibido con un corazón implicado y convencido, es mucho más sutil y comprometido. Por eso se entiende que habiendo podido hacer por sí mismo todo, lo quiso hacer implicando a sus amados para que vivieran intensamente ese amor concreto.

Por otro lado, en Jesús hay una condición esencial que jamás puede ser dejada a un lado. Él es igualmente Hijo. Es el Padre el que lo ha enviado a cumplir esa misión de salvación y Él la ha aceptado con responsabilidad. Siendo Dios, su encomienda es subordinada a la voluntad del Padre. Él es el Hijo amado eternamente que conducirá la obra de rescate: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Por ser el Hijo de Dios, Dios Él mismo, mantiene una unión esencial, eterna e infaltable, con el Padre, por lo cual, en cierta manera, hace buena constantemente la concordia con la cual nunca dejan de vivir Ellos eternamente. Cuando toca iniciar la obra de anuncio de la llegada del Reino al mundo, con la firme decisión por amor de integrar a algunos hombres a su tarea inmensa de rescate, realiza el gesto de intimidad con Dios que nos descubre quién sigue siendo Jesús y cuánto aprecia esa unión divina que vive esencialmente: "Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios". Es impresionante y sobrecogedor contemplar al Hijo de Dios orando. Podríamos pensar que al ser el Él mismo Dios no necesita de hacer esta oración, pues su presencia delante del Padre es continua. Jesús nunca deja de estar en la presencia de Dios. Su unión como Santísima Trinidad es eterna. No hay un solo instante en el que Jesús no esté delante del Padre. Son muchas las ocasiones en el Evangelio en el que nos encontramos a Jesús en ese contacto de intimidad con el Padre. Es como el deseo que sostiene eternamente de vivir en ese amor que es esencial en ellos y que jamás dejará de vivirse de la manera más entrañable e íntima. Y lo vive aquí, especialmente en el momento en que va a dar su paso adelante al inicio de la tarea final de rescate del hombre. Jesús quiere elegir a aquellos que lo van a acompañar en su obra de salvación, pero quiere que el Padre esté presente emblemáticamente, pues es el momento central de su obra, y no quiere que el Padre se mantenga alejado del punto más importante de la historia de la humanidad: "Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor". Estaba presente el Padre en ese momento esencial. Él era el Hijo amado eternamente, enviado para salvar a las criaturas amadas, había convocado a esos que serían los suyos, y quería que estuvieran también cada uno en las manos del Padre, donde ya estaba Él eternamente.

Sobre ellos, elegidos en el amor, descansaría en el futuro llevar adelante a todos la noticia de la obra amorosa del Padre, cumplida por Jesús, que había aceptado la encomienda. La llevó a cumplimiento perfectamente desde el inicio cuando comenzó a transitar todos los caminos con el anuncio de la llegada del Reino, con sus mensajes de renovación, de fraternidad, de perdón, de solidaridad, con los portentos maravillosos en favor de los atormentados y atribulados, con la liberación de esclavitudes. Y en cada uno de esos pasos estaban cada uno de los elegidos, que posteriormente serán una bendición para todos los hombres que recibirán la inmensa cantidad de regalos de Dios a través de la obra de Jesús. Ellos serán instrumento para la salvación de todos los amados. Son amados en primer lugar y podríamos decir preferentemente pues han sido elegidos para ser instrumentos del amor. Esos elegidos se convierten, por voluntad directa del Hijo de Dios, en adalides de la salvación para todos. Sabiendo que el único Salvador es Jesús, que el único origen de todo es el mismo Padre que lo ha enviado, se colocan en la mejor disposición posible para poder hacer llegar a la salvación a todos los hermanos, amados ellos infinitamente por Dios: "Ya no son extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios. Están edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por Él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por Él también ustedes entran con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu". Los apóstoles han sido elegidos y enviados para hacer llegar la salvación a todos. Pero cada uno de los que hemos recibido su anuncio, somos a la vez hechos también anunciadores. Ninguno de nosotros, en este sentido, deja de ser también apóstol. Así como Jesús oró toda la noche al Padre al elegirlos para ser suyos, así ora también por nosotros para que seamos suyos, y nos convirtamos en sus apóstoles para hacer llegar la salvación a todos nuestros hermanos. No dejamos de tener nuestra responsabilidad concreta en la obra de Jesús. Como apóstoles amados por Él y por el Padre.

1 comentario:

  1. Amado Señor, queremos aprender de ti, que nos enseñastes lo hermoso que es Servir y Orar🤗

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