jueves, 1 de octubre de 2020

Sin Dios no es posible la felicidad

 Catholic.net - Lectio Divina del Sábado 9 de diciembre de 2017

Hay un mundo que espera la acción de los cristianos. No lo espera porque sea consciente de su necesidad, sino porque va sintiendo la añoranza de algo mejor, de algo que le está faltando y que se hace cada vez más ausente. El hombre camina él mismo hacia su debacle y se empeña en seguir avanzando hacia el abismo, creyendo aún que ese es el camino correcto. Lo percibimos en la cantidad de acciones que se van llevando adelante en las que se busca, no sin una última motivación que puede ser buena, la exaltación del hombre sobra todas las cosas. Al fin y al cabo, eso fue lo que determinó Dios al crearnos: "Dominen la tierra y sométanla". Él puso en las manos del hombre todo lo que creó, en el entendido de que había sido creado para él, para que estuviera por encima de todo, para que lo encaminara todo a su plenitud, para que se sirviera de ello para su subsistencia, para que extrajera de lo creado todo lo que necesitara para vivir. Pero al mismo tiempo, quiso dejar establecido que Él nunca podría faltar en esa relación de la criatura con lo creado. De alguna manera lo clarificó cuando en medio de todo dejó el árbol del bien y del mal que sería solo suyo y sobre el cual solo Él iba a tener derechos. En la aceptación de esa condición y en la vivencia pacífica de esa realidad que dejaba clara la superioridad del Creador, se basada la total armonía que estaba destinada a vivir el hombre. Cuando esto se violentó, se dio la debacle humana. La exclusión de la superioridad divina dio al traste con la armonía original. La pretensión humana, que sobrepasó lo deseado por Dios, dejándolo a un lado, hizo que todo lo que estaba en un orden ideal, el deseado por Dios, se trastocara y se volviera contra el mismo hombre. La clave estaba en la comprensión de que la ausencia de Dios y la consecuente exaltación del hombre no favorecía al hombre, sino que lo colocaba en una situación de indigencia absoluta. Mientras el hombre no termine de comprender que su situación no es mejor porque le falta lo más importante, lo esencial, que es Dios mismo, y se empeñe en avanzar inconscientemente sin percatarse de ello, seguirá encaminándose hacia el abismo de su propia debacle. En la medida en que el hombre coloque obstáculos a su propio pozo de vida que le perturben la llegada al origen de su fuente que es Dios, sus brazos estarán cada vez más impedidos de llegar a su origen para poder gozar del agua de la vida. Él mismo, en su afán de goce que, sin duda, puede ser motivado por el razonable deseo de vivir mejor, se ha hecho ciego e incapaz de descubrir que jamás habrá alegría si no la extrae de la única fuente posible, es decir, del mismo Dios del amor y de la felicidad del que ha surgido.

De allí que la presencia de los cristianos se hace cada vez más urgente. Nosotros somos los que conocemos realmente cuál es el itinerario que se debe seguir para alcanzar la auténtica felicidad. Por un lado, es necesario que vivamos con cada vez mayor solidez esta convicción. Si no es así, se nos hará imposible ser creíbles. Por el contrario, si traicionamos lo que sabemos, nuestra verdad de fe que debe ser inconmovible se convertirá en un boomerang que nos arrasará a nosotros mismos y nos hundirá junto a todos los que se supone deberíamos colaborar en rescatar. En efecto, se necesita tener la convicción, aun en medio de la realidad que se presenta en ocasiones muy dura, de que el Señor está en medio de todo sosteniéndonos. Impresiona muchísimo cómo esta convicción de fe la vivió en grado extremo Job, asediado incluso por sus amigos que lo impulsaban a despreciar al Dios que le había hecho vivir su mayor desgracia: "¡Piedad, piedad, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios! ¿Por qué me persiguen como Dios y no se hartan de escarnecerme? ¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y con plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que mi redentor vive y que al fin se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios. Yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán. ¡Tal ansia me consume por dentro!" En medio de la mayor desgracia, jamás se atrevió a alzar su voz contra Dios. La certeza de Job bastaba no para querer explicar y comprender todo lo que vivía, pero sí para confiar en el Dios de cuya existencia no duda un ápice y de cuya bondad está absolutamente convencido, que lo hará llegar a su presencia en su momento, recibiendo el regalo de su visión eterna y totalmente gratificante. Cada cristiano está llamado a ser un Job, a vivir la certeza absoluta del amor, a veces oculto y misterioso, pero jamás ausente, y a hacer de todos los demás un Job que comprenda que la única felicidad posible no se agota en el disfrute de las bondades de la vida, sino en la confianza absoluta en el Dios del amor, por encima de todo. La exclusiva y excluyente promoción humana, que ha llevado al hombre a colocarse en el centro de todo con exclusión de Dios, lo ha hecho probar de todo: aborto, eutanasia, libertad sexual, ideología de género, esclavitud, corrupción, drogadicción, narcotráfico, tiranía, terrorismo, asesinato, tortura, hostigamiento, exclusión política y racial, explotación humana, burla a los derechos humanos... Todo ha sido probado, y todo se ha comprobado ser insuficiente, pues en todo se ha excluido a Dios. Urge hacer presente de nuevo a Dios y confiar en Él como única fuente legítima de la felicidad.

Jesús lanza su reto a todos. Nadie más lo va a poder lograr sino solo aquellos que la poseen. Hay que vivirlo con intensidad para poder darlo. Nadie da de lo que no tiene: "La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Pónganse en camino! Miren que los envío como corderos en medio de lobo". La mies es ese mundo que camina equivocadamente buscando las rutas de la felicidad y tocando las puertas de esa superexaltación del hombre que termina en su propia destrucción mientras no esté bien fundada. No podemos asistir como simples espectadores mientras el mundo se encamina al precipicio. Debemos presentarle nuestra verdad, la Verdad única, que es la de Jesús, desde nuestra convicción profunda de que no hay otra y demostrándolo en la confianza radical que tenemos en quien sabemos es la única razón del gozo humano. Por eso, Él nos invita a hacerlo desde ese gesto extremo de confianza en Él: "No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saluden a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan primero: 'Paz a esta casa'. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos su paz; si no, volverá a ustedes. Quédense en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No anden cambiando de casa. Si entran en una ciudad y los reciben, coman lo que les pongan, curen a los enfermos que haya en ella, y díganles: 'El reino de Dios ha llegado a ustedes'. Pero si entran en una ciudad y no los reciben, saliendo a sus plazas, digan: 'Hasta el polvo de su ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre ustedes. De todos modos, sepan que el reino de Dios ha llegado'. Les digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad". La felicidad, está claro, no puede el hombre seguir buscándola obstinadamente en lo que ya está demostrado que solo le crea desasosiego y ansiedad. Por mucho que el hombre se empeñe en seguir por ese camino no la va a encontrar. Es por ello que vive en una continua añoranza de algo más, que él mismo no se puede explicar. Se lo podemos explicar nosotros, que sabemos quién es la fuente de la plenitud y que mientras siga ausente en la búsqueda como meta a alcanzar, siempre dejará el vacío de lo que no se alcanza. Solo Jesús es la respuesta a las añoranzas más profundas del hombre. Solo Él nos asegura una vida fraterna constructiva y con sentido. Solo en Él hallaremos la base para una felicidad estable y duradera, no dependiente de acciones externas sino de convicciones profundas. Solo esperando en Él podremos traer sosiego a nuestro ser en medio de las situaciones inexplicables de dolor que podemos experimentar. Porque Él es el Dios que nos ha puesto en el mundo para ser felices y ha establecido que esa felicidad, por su amor, está siempre dispuesto a donárnosla para nuestra plenitud.

2 comentarios:

  1. Gracias Padre Santo, de poder dialogar contigo en oración😉

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  2. Sólo Jesús nos asegura una vida fraterna,constructiva y con sentido, solo con él hallaremos la base para la felicidad, rogando en nuestras actividades misioneras.

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