sábado, 3 de octubre de 2020

Sin Dios, nuestros logros terminan en nada

 Miradas al cielo: « ALEGRAOS DE QUE VUESTROS NOMBRES ESTÉN ESCRITOS EN LOS  CIELOS »

Una de las grandes inquietudes de los hombres, sobre todo de aquellos que disciernen sobre su estancia en el mundo y el objetivo que ella tiene, es la búsqueda de la ruta para alcanzar la felicidad. La casi totalidad de los hombres tiene muy claro que el fin de la vida es ser felices. Los que conocen el origen divino de su existencia afirman rotundamente que Dios los ha creado y los ha colocado en el centro del universo con el único fin de que alcancen la felicidad. Confiesan, de esta manera, que la razón última de su existencia, que es el amor de Dios, no puede pretender otra cosa que la procura de la felicidad de su criatura. Para ello lo ha puesto como criatura primera y predilecta, para ello le ha dado el dominio sobre todo lo creado, para ello se ha comprometido con su providencia amorosa y todopoderosa a procurarle los bienes necesarios. Y para ello lo ha enaltecido con los bienes superlativos, prerrogativa únicamente suya, de la inteligencia y la voluntad. La felicidad, así comprendida, no sería entonces solo como una "inyección" que Dios inocula al hombre, sin que haya un concurso activo de éste. Esa felicidad será el resultado de la conjugación entre la acción de Dios y la acción del hombre. La felicidad mejor valorada y que elevará realmente al hombre no será la que solo se reciba, sino la que, unida a la donación amorosa de Dios se "confabula" para hacer sentir que es también producto de la propia procura. La "inyección" de felicidad, sí, hace feliz, por supuesto. Pero esa "inyección", cuando se une al logro de la felicidad por el esfuerzo personal, da una sensación de mayor satisfacción y de capacidad personal para avanzar en ella. Los hombres, en efecto, tenemos "derecho" a ser felices. Para ello existimos. Para ello nos ha creado Dios. La dificultad se presenta cuando colocamos esa finalidad como derecho inalienable, sin convivencia posible con otra realidad que se le oponga, como es la del dolor o el sufrimiento, que vendría a trastocar ese derecho inalienable y llega a ser de tal manera destructivo, que influye hasta llegar a hacer perder el sentido de la vida. O cuando colocamos la fuente de la felicidad desvinculada totalmente de la única fuente original posible, que es el mismo Dios, y encaminamos nuestra vida a procurarla sin conexión al amor y haciéndola depender de lo que nosotros mismos podamos ir logrando, creyendo que ella se encontrará solo en el disfrute de lo material y de lo pasajero, haciéndolo incluso depender de la mayor posesión de bienes, del mayor disfrute posible de prerrogativas personales y de placeres, del egoísmo exacerbado que verá en los otros solo competidores o por el contrario herramientas de las cuales echar mano para la búsqueda de la finalidad que se persigue.

La exclusión de Dios en el avance de la búsqueda de la felicidad construye hombres inhumanos, pues éstos se mirarán más a sí mismos, se colocarán como el centro de todo y llegarán a creer que cada uno es más importante que cualquiera, incluso más que Dios y, por supuesto, mucho más que todos los demás hombres. Es la debacle de la humanidad. Cuando se llega a ese punto no habrá freno a las pretensiones personales, llegando incluso a presentarlas como grandes logros para todos, cuando en realidad no buscan otra cosa sino la autocomplacencia en la que se le rinda pleitesía al propio hombre. Es exactamente el itinerario que siguen los grandes promotores de las ofensas a la vida, del feminismo a ultranza, del derecho a decidir, de la ideología de género, de la rebelión ante todo lo institucional, de la globalización del pensamiento, de la promoción de la diversidad de comprensión sobre la familia, de la eliminación de libertades culturales o religiosas... La presentación que se hace de dichas ideas y conductas se hace con el revestimiento disfrazado de grandes logros para la humanidad, pues promoverían el bienestar del hombre y su libertad, cuando en realidad están encaminadas a ir anestesiando las conciencias y a ir esclavizando a cada hombre para que lleguen al punto de pensar que les están haciendo un gran bien y favoreciéndolo para el alcance de su enaltecimiento como hombres. La exclusión de Dios deviene en la tragedia de la humanidad. Cuando Dios no está presente, el hombre no sólo se desvincula de su origen, sino que se hace cada vez menos hombre. La única manera de hacerse más hombres es hacerse más divinos. Solo con la conexión con Aquél que es la causa de la vida y la fuente del amor y de todo bien, podrá el hombre ser quien debe ser. No se trata de anular al hombre para que no llegue a ser lo que debe ser, sino de que esa confabulación Dios-hombre debe entenderse como esencial para la existencia de una verdadera humanidad. Lo que quiere Dios y lo que puede lograr el hombre son la combinación fabulosa para la verdadera y auténtica felicidad. Fue la conclusión a la que llegó Job, luego de la diatriba con sus amigos, cuando tuvo que reconocer el absurdo de la ausencia de Dios para lograr su exaltación: "Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible. Dijiste: '¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla?' Es cierto, hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza". La ausencia de Dios solo conduce al absurdo y a la debacle del hombre.

Por ello, la ruta de la felicidad no se encontrará nunca en la sola pretensión humana. Los grandes logros de la humanidad, con todo lo lícitos y grandiosos que pueden llegar a ser, no deben servir para ensoberbecer al hombre ni para hacerlo creer autosuficiente para llegar a la felicidad solo procurada por su único esfuerzo. No son esos los logros que lo enaltecen. Junto a ellos está la satisfacción de la unión con la voluntad divina, que lo quiere al servicio de su amor y al servicio de los hermanos, lo cual apuntará, finalmente, a la plena felicidad, la que alcanzará en la unión definitiva con el Dios del amor que lo ha puesto en la dirección correcta y lo ha llenado de las capacidades necesarias para hacerse a sí mismo mejor hombre y para procurar que el mundo sea mejor para todos los hermanos. Por eso Jesús invita a los discípulos a huir de la autocomplacencia: "Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren: les he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada les hará daño alguno. Sin embargo, no estén alegres porque se les someten los espíritus; estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo". Ningún logro humano, ni siquiera los alcanzados por los que Dios posibilite, podrán enaltecer más al hombre que la meta de la felicidad plena a la que está llamado. El gozo de Jesús será comprendido cuando los hombres entendamos qué es lo que persigue al entregarnos su amor: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". La soberbia que excluye a Dios nos deja en la postración total. No es lo que quiere Jesús. Él quiere para nosotros lo mejor. Nos rescata para la vida, y quiere que esa vida la desarrollemos en la presencia de Dios y en la unión sencilla y humilde con Él, que será la única vía posible para nuestra plenitud. Nuestra exaltación será una realidad total solo en la experiencia del amor que quiere lo mejor para nosotros. Nuestra bienaventuranza no estará jamás en los grandes logros que alcancemos con nuestras capacidades, lícitos y deseables, pero que estén extrañados de la presencia divina, sino en esos logros alcanzados con la conciencia de que son posibles solo con la presencia actuante y amorosa de Dios en nuestra vida: "¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron". La plenitud no es un logro nuestro. Es un regalo amoroso de nuestro Dios que nos asocia a Él para que la alcancemos.

4 comentarios:

  1. Es como dice la escritura, Jesús quiere para nosotros una mejor vida que la desarrollemos en la presencia sencilla y humilde con Dios, que sea lo decisivo , estar cerca y ser reconocido como hijo de Dios.

    ResponderBorrar
  2. Concédenos Señor, ser sencillos para buscar el camino q nos lleve a ti☺️

    ResponderBorrar
  3. Que nuestros logros tengan tu sello Señor 🙏

    ResponderBorrar
  4. Señor, que mi única PREOCUPACIÓN sea el que mi nombre esté escrito en el libro de la vida eterna... Amén...🙏🙌

    ResponderBorrar