lunes, 12 de octubre de 2020

María cumple perfectamente la encomienda de Jesús. Es nuestra Madre de amor

 María no es mediadora con Dios - Protestante Digital

La figura de María en la historia de la salvación tiene una centralidad indiscutida. No existe en ninguna mente razonable un argumento sólido para despreciarla, de no ser el de aquellos que apuntan a una desvinculación total de todo lo que "huela" a católico, que más que apuntar a la negación de Ella como figura central, apuntan al desprecio de lo que es la confesión de fe en el catolicismo. De allí que sus argumentaciones van desde el desprecio de la institución de los sacramentos, incluyendo la Eucaristía, que quedaría reducida a un simple gesto litúrgico sin presencia real del Cuerpo y la Sangre de Jesús y sería como un superficial acto de memoria ceremonial; pasaría por la negación del acto institucional de la figura del Papado sobre Pedro, quien sería la "piedra sobre la que edificaré mi Iglesia", en palabras del mismo Jesús; avanzaría al desprecio del episcopado y del sacerdocio ministerial como instituciones estables; descalificarían totalmente el acercamiento a las figuras emblemáticas de la fe que representarían algunos cristianos fieles a los que se recordaría con afecto y veneración y a los que se acudiría como modelos y patronos. María entraría en todo el "paquete" de negación que sería el empeño de desvinculación para dar sustento a las propias ideas con argumentaciones forzadas con el fin de presentarse como los que defienden la fe verdadera contra aquellos que la han contaminado desde el principio, que seríamos nosotros. Estos contenidos generales de fe no se los ha dado a la Iglesia ninguna mente privilegiada ni nadie que pretendiera controlar la vida y la acción de aquella Iglesia naciente, sino que han sido fruto de la misma revelación de Dios en Jesús, que fue siendo preparada desde el Antiguo Testamento y llegó a su punto culminante con la irrupción del Hijo de Dios en el mundo en carne humana. Todo lo que vive la Iglesia es lo que ha querido Jesús que viviera, y que ha colocado en las manos de los apóstoles, en primer lugar, como las columnas de la Iglesia que Él mismo quiso dejar establecidos, y de todos a los que los mismos apóstoles fueron transmitiendo la verdad y fueron dejando como legado inmutable por ser la voluntad manifiesta de Cristo. Una fe auténtica no podrá jamás basarse en la negación frontal de lo que quiso y estableció Jesús. Todo lo que vaya en esa línea será siempre ilegítimo y movido simplemente por intereses espúreos que apuntarán sencillamente a la búsqueda de apoyos interesados en restar adeptos al catolicismo y en embaucar a los más débiles e ignorantes de los fundamentos de la verdadera fe.

Hace algunos años se creó una Comisión interdisplicinaria conformada por teólogos católicos y protestantes que se propusieron como meta desentrañar, en base a las Sagradas Escrituras, la verdad cruda sobre dos temas principales que atraían las mayores disputas y desencuentros entre ambos cristianismos. Uno era el tema de la figura de San Pedro y su elección para ser la piedra sobre la que se edificaría la Iglesia, es decir, sobre la institución del Papado como surgida de la misma voluntad de Jesús; y el otro era la figura de la Virgen María como la elegida para ser la Mujer que prestaría su vientre para la entrada de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad al mundo, con lo cual se llevaría a cabo la obra más grande de re-creación del universo por la Redención que iba a llevar adelante Jesús. Las conclusiones de esta Comisión, sin que llegaran a ser definitivas y determinantes, afirmaron que la doctrina enseñaba por el catolicismo concordaba perfectamente con todo lo que fue revelado y que no había argumentos suficientemente razonables para negarlos. Fue un estudio totalmente objetivo, sin apasionamientos ni apabullamientos, que concluyó lo que era natural concluir por cuanto tenía como fuente única la misma Escritura. En este sentido, María, al dar su asentimiento a la propuesta que le hacía Dios a través del Ángel Gabriel sería la Mujer anunciada desde antiguo, madre del "descendiente que pisará la cabeza de la serpiente" y que será el mismo Dios que irrumpirá en el mundo gracias a su disponibilidad absoluta, por lo cual no habrá ninguna duda de que Ella es con propiedad la Madre de Dios, en concordancia con todo lo que ha sido revelado. El Arcángel Gabriel le anuncia a la Virgen que Aquel al que dará a luz "será llamado Hijo del Altísimo"; su prima Isabel la alaba diciendo que es "la Madre de mi Señor". Ambos nominativos, Hijo del Altísimo y Señor, son clarísimamente definitorios de la divinidad de quien está en el vientre de María, por lo cual no se puede negar sin un interés malsano e inconfesable, que María sea realmente con toda propiedad llamada Madre de Dios. Toda mujer que da a luz es madre. Y en el caso de María, Ella da a luz al Hijo de Dios, a la segunda persona de la Santísima Trinidad, al Verbo Eterno "que se hizo carne y habitó entre nosotros", a Dios mismo, por lo que es de toda lógica llamarla "Madre de Dios". Y esa Madre, además, por voluntad expresa de su mismo Hijo, afirmada desde la Cruz, pasó a ser nuestra Madre: "Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu Madre". Ella no solo se ocupó se dar a luz al Hijo de Dios, de criarlo y de acompañarlo en su vida terrena, sino que sigue teniendo en la historia la tarea de Madre de todos los hombres que le encomendó Jesús.

Así la encontramos ejerciendo su maternidad desde el mismo inicio de la historia de la Iglesia: "Después de que Jesús fue levantado al cielo, los apóstoles volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos". No tiene sentido nombrar expresamente a María junto a los apóstoles, si su papel no fuera central y esencial en esa historia. Para todos tenía que quedar claro que la Madre de Dios cumplía fielmente la tarea de Madre de todos que le había encomendado su Hijo. Igualmente es claro el objetivo que persigue el Evangelista San Lucas, llamado "Evangelista de la Virgen", cuando en el entusiasmo desbordante de aquella mujer del pueblo no tiene otra forma de alabar y agradar a Jesús que alabando la figura de su Madre: "En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: 'Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron'". Es el reconocimiento sencillo que hace la gente más humilde del pueblo. No es para San Lucas un simple relato de algo que pasó en la vida de Jesús. El Evangelista no es un simple relator de sucesos, pues llega a ser un teólogo que en cada paso que va describiendo va dejando clara una intencionalidad. Además del entusiasmo real que despierta Jesús en la gente y en la expresión sin ambages del reconocimiento de su Madre, San Lucas quiere que los cristianos seamos capaces de hacer el mismo reconocimiento de la Madre de Jesús que hace aquella mujer sencilla. Pero también sabiamente Lucas pone en labios de Jesús ya no solo la alabanza a su Madre física, sino la de la Mujer que va más allá del gesto corporal de servicio a Dios, y apunta a lo más puro y alto: "Pero Él dijo: 'Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen'". María escuchó esa Palabra dirigida claramente a Ella, la cumplió a la perfección, tanto, que la hizo carne en su vientre. Y fue más allá. Escuchó la palabra de su Hijo encomendándole a cada cristiano desde su Cruz, y desde entonces la cumple y seguirá cumpliendo por toda la historia. Es nuestra Madre. La que nos ama como amó a su Hijo y la que cumple la encomienda amorosa de Jesús y lo hará siempre hasta el fin.

3 comentarios:

  1. Somos esclavos de nuestro orgullo y vanidad, debemos decir Cristo me liberó😊

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  2. Lo que nos enseña la escritura,es que el honor supremo de una mujer y de todo el pueblo de Dios, ya no es la maternidad, sino la existencia creyente en Dios ,que implica escuchar y guardar lo escuchado.

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  3. Que Maria, Madre de Dios y madre nuestra, nos enseñe a.abrir nuestros corazones para aceptar y hacer la voluntad de Dios

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