martes, 13 de octubre de 2020

Nada debe dañar la libertad que nos regala Jesús

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Hay verdades que son de perogrullo, que dan la impresión de ser simplemente expresiones absurdas que no tendría sentido repetir y a veces ni siquiera enunciar, pues o son demasiado evidentes, por lo que no vale la pena gastar esfuerzos en declararlas, o por el contrario, son tan incomprensibles que nadie, por más de que se les busque aclarar, podrá asimilarlas. Aún así, en el lenguaje bíblico no es infrecuente encontrar este tipo de expresiones que persiguen un objetivo muy claro: insistir en una verdad que debe ser inobjetable, en la que no haya ninguna duda sobre lo que se quiere transmitir. El uso hiperbólico del lenguaje tiene, en este caso, un objetivo didáctico que fundamente sólidamente la verdad y no dé pie nunca a equívocos. En esta línea nos encontramos la respuesta que da Yhavé a Moisés al preguntarle su nombre: "Yo soy el que soy". Esta autodefinición de Dios tiene variados fines. Por un lado, la tautología es un recurso que apunta a la comprensión de Dios como el único ser que se autosustenta, el único que tiene el ser en sí mismo, que no tiene ni origen ni final sino solo en sí mismo, que por ello es el único ser que no necesita de otro para existir. "Yo soy el que soy" quiere decir que, en definitiva, es realmente el único Ser, del cual todos los demás seres surgen por una voluntad expresa suya, lo que sería entonces una concesión amorosa de sí mismo, dejando su impronta esencial en todo lo que no es Él, lo cual es finalmente un movimiento de amor y de condescendencia único, infinito y eterno. "Yo soy el que soy" es, además, una autoconfesión que busca que sea no solo propia sino de todos los seres pensantes, para que concluyan que es el único ser absolutamente necesario, por lo que sin Él no hay ninguna posibilidad de existencia en nada ni en nadie más. Solo quien existe en sí mismo puede con propiedad dar la vida y sostener en ella todo lo que por su voluntad existe, por lo que es incuestionable la necesidad de aceptarlo como tal. Cuando se comprende y se acepta esta verdad radical, todas las criaturas pueden asumir su vida como lo que es, una donación graciosa, gratuita, desinteresada, sostenida en el amor y por el amor, dirigida a avanzar pacífica y armónicamente hacia su plenitud que no podrá ser otra distinta que la que se logre con la unión plena de quien es la causa de la propia existencia y la llegada a la meta de la convivencia inmutable con Él, para quien ha hecho que existan todos los seres. Esta perogrullada divina tiene, en sí misma, un razón muy lógica.

Siguiendo el ejemplo divino, en la revelación se ha echado mano al mismo estilo de discurso para dejar claras algunas verdades que son irrefutables, cuya comprensión es fundamental para poder vivir con solidez la propia fe. San Pablo le dice a los Gálatas: "Para vivir en libertad nos ha liberado Cristo". La obra de Jesús, enviado por el Padre para restablecer al hombre a su condición original de libertad plena, destruida por su obcecación en el mal y en el pecado, que lo llevó incluso a probar la mayor desgracia contra su propia libertad como es la muerte, fue una obra de liberación propia y radicalmente. No era posible restituir al hombre a su condición original de hijo de Dios, hermano de los demás, si no se emprendía la obra de recuperación de su libertad. La esclavitud del pecado hace imposible la elevación del hombre a su condición de criatura predilecta del Dios de amor. Quien es esclavo ha perdido lo más esencial que lo caracteriza como hombre, que es su propia libertad, es decir su propio deseo de erigirse en dueño de sí, de sus actos, de su camino de plenificación, dejando su libertad al arbitrio de lo que decidan sus pasiones, sus tendencias desbocadas, sus conveniencias muchas veces malsanas, su egoísmo exacerbado que se enseñorea en la vanidad y en la búsqueda de la satisfacción de las solas conveniencias personales. La libertad perdida tiene como marca identificadora el alejamiento de Dios, de su amor, y como consecuencia, del amor a los que son como él. Por ello no está fuera de lugar usar la perogrullada de la libertad como la ha usado San Pablo. La finalidad última de la obra de Jesús es la recuperación de la libertad. Por eso conviene insistir en que "para vivir en libertad nos liberó Cristo". No tiene sentido preocuparse en otra cosa sino en la búsqueda de esa libertad que se había perdido, en recuperarla para ser verdaderamente hombres, y en mantenerla en sí cuando se logra tener de nuevo. El cristiano es el hombre que ha sido hecho libre de nuevo por Jesús y que vive y lucha por mantenerse libre en ese amor que ha sido el regalo más hermoso que ha recibido en toda su existencia. Todo lo que vaya en desmedro de la libertad alcanzada por Jesús para nosotros debe ser rechazado y descartado, a riesgo de que seamos de nuevo subyugados por la esclavitud que nos haría otra vez menos hombres y nos alejaría de lo que debemos ser en Dios. Por ello, la insistencia de San Pablo: "Manténganse, pues, firmes, y no dejen que vuelvan a someterlos a yugos de esclavitud". Lo que ha alcanzado Jesús para nosotros es nuestra libertad total, la que nos quita de encima el yugo del pecado, e incluso el yugo de las exigencias de la ley que nos atan al pecado, y nos coloca en la libertad de la fe y del amor en Dios: "Nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor". Son la fe y el amor las razones últimas de la libertad de los cristianos.

Atarse a las prescripciones de la ley, como lo hacían los fariseos, no tenía como finalidad ser virtuosos, sino someter a ella. Ni siquiera ellos mismos estaban dispuestos a asumirlo como práctica de la propia virtud. Fijarse en el cumplimiento de la ley no tenía como finalidad la promoción de la virtud, mucho menos de la libertad. Era sencillamente una vigilancia superficial de lo estricto. Ni siquiera tenía como finalidad la búsqueda de la fidelidad a Dios, pues no tenía como meta el acercamiento a Dios, a su amor, a los hermanos. Con ello se erigían en los "sensores" de Dios, de un dios en el que ellos mismos no creían pues no estaban dispuestos a aceptar a ese Dios del cual habían recibido su existencia. Ese dios para ellos no era el que merecía su confesión, su servicio, su disponibilidad, sino el dios al cual manipulaban a su antojo, por el cual sometían a los sencillos mediante el miedo y la amenaza. No estaban motivados de ninguna manera por aquella libertad que traía Jesús, sino por la promoción de la esclavitud a ese dios que existía solo en su conveniencia personal para mantener sus privilegios. Por ello Jesús les echa en cara la ilegitimidad de sus actuaciones: "Ustedes, los fariseos, limpian por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosan de rapiña y maldad. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Con todo, den limosna de lo que hay dentro, y lo tendrán limpio todo". La libertad de Jesús es la libertad del amor, la que eleva al hombre, la que no lo ata a motivaciones de conveniencias, sino la que lo libera en el seguimiento fiel al Dios del amor, el que anima a la plenitud, el que anima a la verdad, el que anima a la fraternidad. No es el Dios que se queda en la acentuación de las convenciones, sino el que anima a tener en cuenta al hombre como centro de todo, sin el cual nada de lo que existe tiene sentido. Por el hombre, por su amor, Dios fue capaz de salir de sí. El que se definió a sí mismo como "Yo soy el que soy", siendo en sí mismo suficiente, amándose a sí mismo plenamente, decidió salir de sí y hacerlo existir todo, entre ello al hombre, para que viviera su misma libertad. Ese Dios no va a permitir que su propia criatura vaya a ser la que dañe su fin, que es el disfrute pleno de su libertad, para lo que envió a su propio Hijo. Por ello tiene sentido aquello en lo que insiste San Pablo: "Para vivir en libertad nos liberó Cristo". Mucho le ha costado a Dios nuestra existencia, y mucho le ha costado hacernos recuperar por la obra de Jesús la libertad perdida, para permitir que la perdamos nuevamente por la obra inescrupulosa de unos cuantos que quieran mantener al hombre esclavo de sí y de sus intereses malsanos.

4 comentarios:

  1. Padre Santo, que nuestra intención no sea impresionar a los hombres, sino sensillamente agradarte😉

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  2. En esta enseñanza nos indica Jesús que lo más importante de nosotros está dentro.Pide una Purificación lo mismo de conversión o arrepentimiento que se manifiesta hacia afuera, en el dar de lo nuestro.

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  3. En esta enseñanza nos indica Jesús que lo más importante de nosotros está dentro.Pide una Purificación lo mismo de conversión o arrepentimiento que se manifiesta hacia afuera, en el dar de lo nuestro.

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  4. En esta enseñanza nos indica Jesús que lo más importante de nosotros está dentro.Pide una Purificación lo mismo de conversión o arrepentimiento que se manifiesta hacia afuera, en el dar de lo nuestro.

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