domingo, 11 de octubre de 2020

El Padre nos invita a vivir con gozo el banquete de nuestra propia boda

 El Reino de los cielos se compara a un rey que celebra la boda de su hijo”

La imagen de las Bodas es una imagen muy entrañable en la comunicación de Dios con los hombres. Son innumerables las veces en las que Él hecha mano de ella para explicar cómo desea que sea su relación con la humanidad. Prácticamente desde el inicio de su revelación a los hombres, utiliza este acontecimiento natural de la vida humana para poner un parangón de su encuentro con los hombres. Él es el esposo y el pueblo es la esposa. La suya es una relación esponsal en la que ambas partes realizan un pacto de amor, que tendrá como aditamento la fidelidad, la exclusividad, la mutua pertenencia: "Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios". El uso de los términos que describen esta unión es claramente matrimonial. La unión de la humanidad con Dios es una "Alianza", un "Pacto", un "Matrimonio", una "Unión Conyugal". El matrimonio, lo sabemos bien, es una realidad totalmente natural, deseada por Dios desde el principio del tiempo de existencia de los hombres, que se basa en la diversidad de los sexos, en el amor mutuo y exclusivo de los cónyuges, en la tarea de procreación para la existencia de los otros seres. El hombre, Adán, desde ese mismo inicio, fue favorecido por Dios para que no quedara solo sino que recibiera la complementación de un ser similar a él, que le sirviera de compañera de vida y llenara esa vida suya de la alegría de la convivencia: "No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda adecuada". En ese momento, el hombre sintió que la existencia de la mujer, de Eva, llegaba para hacerlo completo: "Ahora sí... Esta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos". Era "otro yo" el que estaba ante él, que venía a darle un sentido distinto a lo que había recibido hasta ahora. Todos los otros seres de la creación, habiendo surgido de las manos del Creador, representaban sin duda una riqueza para él, por cuanto venían para llenar la existencia de todo aquello que no era él, y para servirle de apoyo para el desarrollo mejor de su vida, atendiendo al mandato original de Dios: "Llenen la tierra y sométanla". Pero ninguno de esos seres distintos a él iban a ser su complemento ideal, su compañero de lucha, su conviviente, quien vendría a compartir las mismas inquietudes y a emprender las mismas luchas comunes, quien recibiría su experiencia del amor personal, y quien sería quien iba a hacer posible la perpetuación de la propia raza y de la propia naturaleza mediante la procreación de otros iguales a él. El matrimonio es así, la manera perfecta en la que los hombres desarrollarían su existencia y darían pie para aquel dominio de todas las cosas que Dios había puesto en sus manos. Es, de alguna manera, la forma ideal en la que el hombre se hace "imagen y semejanza" de Dios, pues Él en sí mismo es comunidad de amor y de convivencia perfecta. Por ello, para Dios se convierte también en la mejor forma y la más a la mano para describir la relación que Él quiere tener con la humanidad.

En esta relación que Dios quiere tener con los hombres, reflejada perfectamente en la celebración del banquete de bodas del hijo del Rey, la invitación es para todos. Nadie está excluido. El gozo del Rey es total y quiere compartirlo con todos, sin dejar a nadie por fuera. Solo será posible quedarse ausente por la negativa de los mismos invitados al banquete de bodas. El Rey, que es Dios, vive la emoción del acontecimiento más importante en la vida de su Hijo, que es su matrimonio definitivo con la humanidad. Como en el matrimonio humano, el momento determinante se verifica cuando cada uno de los cónyuges coloca toda la vida en las manos del otro, el Hijo va a llevar adelante el mismo gesto, abandonando en las manos de la humanidad su propia vida, en el gesto más determinante de su amor, entregando todo su ser para la vida de la humanidad. El esposo se entrega completamente a la esposa. El Padre ha preparado con ilusión ese gran momento con la celebración del banquete, que es el festejo de la alegría compartida con todos, y no quiere que nadie quede fuera de ese momento crucial y emblemático. No es un "derecho" de los invitados, sino un gesto de amor y de alegría que lleva adelante el gran Señor de la casa. El gran banquete es el gran regalo del Padre a la humanidad que, en definitiva, es también la gran homenajeada. La humanidad es la esposa en la boda y es a la vez la primera invitada. No existe para el Padre una mayor ilusión que la de que la humanidad acepte la propuesta de matrimonio y a la vez la invitación a la celebración del gran banquete que lo festeja. Por ello, la desilusión y la frustración son mayúsculas cuando los invitados comienzan a declinar la invitación: "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: 'Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Vengan a la boda'. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: 'La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Vayan ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encuentren, llámenlos a la boda'". Merecer estar en el banquete significa acoger con entusiasmo la invitación del Rey, dejarse invadir con la alegría de la celebración de la boda, asumir que es la boda del Hijo del Padre que será el mayor beneficio que se vivirá no solo por poder disfrutar del gran banquete sino por ser a la vez los llamados a ser los primeros favorecidos pues conforman esa humanidad que llegará a ser la esposa amada del Hijo del Padre.

La alegría es mayúscula cuando somos considerados dignos de estar presentes en el gran banquete. Pero más aún cuando entendemos que aquel banquete es el que ha sido preparado para festejar nuestra propia boda. Dios se alegra cuando aceptamos estar presentes en el gran banquete: "Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo —lo ha dicho el Señor—. Aquel día se dirá: 'Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor'". Será la gran celebración de la vida, en la que triunfará el amor de Dios sobre todos los males y nos llevará a todos a vivir de la opulencia de sus manjares de vida. Esa que nos da Dios por ser la humanidad su esposa amada, a la que favorecerá por encima de todo, cuya alegría no quedará en ningún momento frustrada. La celebración de la boda llenará todo de sentido pleno y producirá la alegría mayúscula que no podrá ser despreciada en ningún momento, pues ser los agraciados del amor de Dios compensa absolutamente todo lo demás. Nada habrá que pueda frustrar el gozo que se experimente al saberse los bendecidos por el amor y los invitados a vivir la alegría sin fin: "Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, ustedes hicieron bien en compartir mis tribulaciones. En pago, mi Dios proveerá a todas sus necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén". No hay frustración en quien se sabe amado. Ninguna de las experiencias personales podrá jamás deshacer la alegría de ser llamados para celebrar la boda del Hijo que se entrega por amor radical a quienes ama. El esposo jamás dejará de amar a su esposa, la humanidad. El Padre jamás dejará de invitar a todos para que celebren la boda feliz de su Hijo. Somos los invitados los que nos podremos negar alguna vez a asistir a nuestra propia boda. La humanidad es la que puede dejar frustrada la intención del Padre que lo ha preparado todo para festejarnos y seguir haciéndonos los seres más felices en sus manos.

3 comentarios:

  1. Ayúdanos Señor a elevar nuestro corazón hacia ti☺️

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  2. Todo lo puedo en aquel que me conforta, todos tenemos lugar en el banquete del reíno; a la gratuidad de Dios corresponde la responsabilidad de cada persona a ello se refiere la alusión de la parábola con el traje inadecuado.

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  3. Todo lo puedo en aquel que me conforta, todos tenemos lugar en el banquete del reíno; a la gratuidad de Dios corresponde la responsabilidad de cada persona a ello se refiere la alusión de la parábola con el traje inadecuado.

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