La vida humana está íntimamente marcada por la experiencia de comunidad. No existe la posibilidad en el hombre de desarrollar su vida en la absoluta individualidad. Ninguno de nosotros se da a sí mismo la vida. En la mayor pequeñez de nuestra posibilidad de existencia necesitamos de un padre y de una madre que nos den esa posibilidad. El primer momento de nuestra existencia es una explosión vital en la cual no tenemos nosotros ningún concurso. Ni nos damos la vida, ni tenemos ninguna implicación en ello. Existimos incluso por encima de nuestra propia voluntad de existencia. No hemos sido consultados sobre nuestro deseo de existir o no. Alguno incluso podría sentir algo de rebeldía ante eso, pues lo han hecho existir sin contar con su asentimiento. Ante ello, podemos asumir dos actitudes opuestas. La primera, una rebeldía como estilo vital mediante el cual seremos unos continuos insatisfechos, inconformes de nuestro propio ser y opuestos eternamente a quien llegue a ser la causa de nuestra existencia. O la segunda, asumir la existencia que poseemos y que nos ha sido donada, como una posibilidad que nos enaltece, por cuanto sin ella ni siquiera tendríamos la conciencia de haber podido existir y nos hubiéramos quedado eternamente en la no existencia. Al fin y al cabo ella sería una concesión que no merecíamos pues ni siquiera existíamos, y llegaría a ser la posibilidad de crecimiento y de disfrute de sus regalos sin haber tenido ningún papel previo. Podemos disfrutar de una vida que no tenía razón para ser nuestra, podemos crecer en humanidad, podemos desarrollar acciones en favor propio y de los demás. Podemos hacer de la vida que hemos recibido gratuitamente una ocasión insuperable para hacerla mejor, para gozar, para disfrutar de todo lo que la misma vida nos ofrece. Es la elevación que podemos alcanzar en algo que ni siquiera estaba en nuestras manos si no hubiéramos llegado a existir. Esta segunda actitud es, con mucho, muy superior en calidad que la sola rebeldía. Si a esto le añadimos que en la base de todo hay una razón superior, infinitamente valiosa, que está en el ser del cual ha surgido todo, esa existencia nuestra adquiere un tinte que la llena no solo de una razón de existencia, sino que le da una coloración, un gusto, una belleza insuperable. Esa razón es el amor. El amor pasa a ser no solo razón de existencia, sino asiento para lo bello que se adquiere al vivir, para la recepción de miles de bendiciones, para la posibilidad de esforzarse en hacer una vida feliz para sí y para todos, para el progreso material y espiritual de la propia existencia y de la de todos los hermanos. Porque llegamos a existir enriquecidos por la razón suprema del amor, la vida se embellece, se llena de luz y calor, de abre a perspectivas superiores. Y todo se da gracias a que existimos. Si no existiéramos ni siquiera tendríamos idea de todo lo hermoso que perdemos. La vida vale la pena vivirla, aun cuando no hayamos sido nosotros los que nos la hayamos dado.
En esa existencia que nos ha sido donada, en la cual no hemos tenido ningún concierto, está una marca indeleble que la hace aún más hermosa y más atrayente. Hemos sido colocados junto a otros hombres que han recibido exactamente el mismo regalo que nosotros. Nadie ha recibido más que otros. Se nos ha dado la misma vida terrena, se nos ha regalado la misma vida divina, hemos recibido las mismas cualidades de inteligencia y voluntad, se nos ha donado la misma libertad, nuestro corazón ha sido llenado de la misma capacidad de amar. Lo lógico es que seamos capaces de vivir la misma belleza de vida de la que todos somos beneficiarios. Pero lamentablemente la realidad es distinta. Aquella rebeldía que pudieron haber llegado a sentir aquellos insatisfechos de existir, la han trasladado a hacer de su existencia un lugar de insatisfacción para todos, procurando en vez de la experiencia gozosa de la vida, algo de lo que sentir pesar, dolor, sufrimiento, daño. Aquel signo esencial de vida comunitaria que favoreciera a todos, se llega a convertir más bien en predicamento doloroso para los que estén a su alrededor. Es la pérdida total de la posibilidad de disfrutar razonablemente de lo que ya se tiene, para pasar a impedir absurdamente el propio gozo y la propia alegría, con el daño consecuente para todos los demás que estén a su lado. Esa rebeldía es una negación a sí mismo de lo bello que pueden vivir y a lo que tienen derecho por ser parte de la misma humanidad que ha sido favorecida con ello. Lo más razonable es procurar que esos tales que así viven, sean atraídos a la bondad y a la belleza de la vida. Esa deberá ser la tarea de quienes sí se han enriquecido del amor recibido, llevándolo a la altura del amor superior que implica la fraternidad, la experiencia de salvación de Jesús, la unidad armónica y totalmente compensadora del amor de Dios y de los hermanos. Así lo anima a vivir San Pablo: "Les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados. Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellévense mutuamente con amor, esforzándose en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que han sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos". La unidad llega a ser el tesoro de los que existen sin concurso de sí mismos. La belleza de la vida no se la dan a sí mismos al existir, pero sí la pueden asumir como estilo de vida, al hacerse conscientes de venir de Dios y de vivir para los hermanos.
En esta misma insistencia se coloca Jesús, que lo ha hecho todo para que nuestra vida sea lo mejor para nosotros. Él es el Dios que ha estado a nuestro lado desde que existimos. También de sus manos hemos surgido. La intención divina al habernos hecho existir no perseguía otra cosa que nuestra felicidad. Si existimos por un decreto eterno de amor por nosotros, en Él está muy lejos la perspectiva que haya en nosotros solo rebeldía por habernos hecho existir. No es razonable que en vez de vivir la alegría, de disfrutar de todas las bellezas, de aprovechar de todos los beneficios y bondades, nos coloquemos en una tesitura absolutamente contraria que nos haga perder toda la bondad de nuestra propia existencia, aderezada por la existencia de todos nuestros hermanos. Es un sinsentido absurdo encerrarse en la lamentación de una existencia no deseada ni pedida, perdiendo con ello todo lo que de bello y beneficioso puede tener existir sin concurso propio, comprendiéndolo más bien como un regalo inmerecido infinito de amor que nos enaltece y que nos coloca en una altura insospechada pues nos une al que es más que todo lo que existe y que nos da más de lo que nada podrá darnos jamás. Por eso, hasta por una simple razón de conveniencia personal, apuntando a la obtención de los mayores beneficios, debemos hacer caso de la invitación que nos hace el mismo Jesús: "Cuando ustedes ven subir una nube por el poniente, dicen enseguida: 'Va a caer un aguacero', y así sucede. Cuando sopla el sur dicen: 'Va a hacer bochorno', y sucede. Hipócritas: saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no saben interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no saben juzgar ustedes mismos lo que es justo?". Ser expertos en discernir los fenómenos naturales nos hace ciertamente muy inteligentes. Es una riqueza que el mismo Dios ha puesto en nosotros. Pero Él ha colocado en nosotros aptitudes más elevadas, por cuanto nos ha colocado en la capacidad de discernir la realidad espiritual, aquella que tiene que ver no solo con las grandes realidades terrenales, sino con las que apuntan a nuestra elevación mayor y llevan a la verdadera plenitud humana. Son las que apuntan a la verdadera belleza, a la real promoción humana, que va más allá de lo simplemente material y nos introduce en la realidad espiritual cuya primera riqueza es la del amor de Dios y el amor a los hermanos. Esa es nuestra verdadera riqueza. Lo otro es la capacidad que nos da Dios para seguirlo. Lo primero es el amor. Sin eso, se pierde toda la belleza. Y es a la que debemos apuntar para vivir en nosotros, con Dios y con los hermanos.
Amado Señor, aumenta nuestra Fe, para no qedarnos en lo superficial de la vida😊
ResponderBorrarNuestra verdadera riqueza es el amor a Dios y a nuestros hermanos también la capacidad de la cual nos provee para seguirlo..
ResponderBorrarNuestra verdadera riqueza es el amor a Dios y a nuestros hermanos también la capacidad de la cual nos provee para seguirlo..
ResponderBorrarNuestra verdadera riqueza es el amor a Dios y a nuestros hermanos también la capacidad de la cual nos provee para seguirlo..
ResponderBorrarque nuestra existencia Señor sea siempre agradecimiento y alabanza a tu gran amor que le da sentido. Que no nos desgastemos en lamentaciones inútiles que nos nubla la mirada para ver tu Misericordia y perdón. Que solo tengamos la alegría de compartirte con los hermanos. Amen, asi sea.
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