martes, 20 de octubre de 2020

Hemos sido creados para ser salvados, para vivir la salvación eterna

 Catholic.net - ¡Estad en vela no sabes el día ni la hora!

La historia de la salvación tiene su momento culminante en la venida de Jesús. Habiendo sido diseñada por Dios desde el momento en que decidió que viniera a la existencia todo lo creado, comenzó su desarrollo con los pasos que se fueron dando desde la presencia del hombre en el mundo. Podríamos decir que desde que Dios insufló en las narices del hombre el hálito de vida, donándole su propia vida, es decir, su Gracia, de modo que la vida del hombre llegó a ser no solo la natural que Dios había establecido originalmente -"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"-, sino que lo llevó a la altura que era solo prerrogativa suya, haciéndolo participar de su naturaleza divina, regalándole su propia vida, la altura del hombre llegó a ser insuperable. Ninguna de las otras criaturas había llegado a tan grande calidad vital. Se podría afirmar que el hombre fue creado y sostenido por Dios, por su propio don de amor, en la posibilidad de ser salvado. El hombre fue creado para ser salvado. No podía ser de otra manera, por cuanto la existencia del hombre no tenía otra razón que la vida en el mismo Dios Creador. No tendría sentido en Dios haber creado todo para el hombre, colocándolo en el centro de todo, para el disfrute de todo, regalándole absolutamente todo lo que necesitaba, incluso su propia vida, para que luego su existencia se perdiera en la nada en que se pierde todo lo demás. No es razonable en el amor de Dios que el hombre terminara su existencia en la nada total. La gesta creadora que Dios ha emprendido tiene una razón absolutamente lógica en el amor, que es la de la vida. El hombre existe para la vida, no para la muerte o para la desaparición. En toda esa historia de amor Dios fue dando pasos para que los hombres fueran comprendiendo su dignidad infinita. Por eso todas las acciones de Dios en el Antiguo Testamento no son otra cosa sino la confirmación de esta voluntad salvífica. Al final, Dios quiere que los hombres nos incorporemos definitivamente a su vida. No será una experiencia única la de la vida terrena, sino que apunta a la experiencia vital que no tendrá fin, y se encamina hasta la eternidad en su amor. Todo lo que se refiere a la elección de su pueblo, a la presencia en esa historia de los grandes personajes, a las acciones grandiosas y épicas ante los otros pueblos, dejan muy en claro que la presencia de Dios busca encaminar al hombre elegido hacia la vivencia radical y eterna en su Gracia.Y hay algo que también se suma a la intención divina: Dios no quiere que esa sea una prerrogativa solo de unos pocos, sino que pertenezca a todos los hombres. Todos han sido creados, todos han sido favorecidos por su amor, y a todos los quiere llevar a la plenitud de la vida en la eternidad.

Aun cuando esa historia se desarrolla concretamente en un ámbito específico, bajo una característica única y englobante, que le da una forma incluso nacional en el pueblo elegido, esa salvación que Dios quiere que sea para todos debe poder llegar a toda la humanidad. La obra de Jesús no podía circunscribirse a un pueblo único, pequeño, casi insignificante. La dadivosidad de Dios no podía quedar reducida a lo mínimo. La obra de Jesús tenía suficiente entidad para ser de todos y para alcanzar a todos, los de entonces y los de todos los tiempos. El amor de Dios no podía quedar circunscrito a unos cuantos y rechazar a los demás que eran infinitamente más que ellos. No es razonable un amor discriminatorio en Dios que favorezca a unos muy pocos y rechace a la inmensidad de los hombres que conforman la humanidad. Jesús deja claro que, aun cuando Dios utilizó al pueblo elegido para revelar su amor salvador y estableció incluso un protocolo casi nacional para el desarrollo original de su obra salvadora, esa redención que Él vino a realizar no hacía ninguna discriminación. Aun cuando los otros pueblos no hubieran recibido esa revelación, ni hubieran conocido al Dios Creador y sustentador previamente, Jesús dejaba claro que ninguno de ellos quedaba fuera de ese amor salvador. También los hombres de esos pueblos desconocedores de Dios eran objetos de la salvación amorosa del Señor que los había creado también a ellos. El pueblo de Israel debía cumplir los protocolos que Yahvé había establecido. Ellos debían ser fieles a lo que Él quería que fuera asumido. Pero los otros pueblos, desconocedores de esa historia de salvación, no tenían esa obligación. Sí asumían la que era razonable: Conocer a Dios, aceptar su amor, mantener su fidelidad a lo que era su voluntad, dejarse amar por el Dios que se hacía presente en Jesús, reconocer la necesidad de ser perdonados por cuya razón Jesús muere en la cruz, ser convocados a vivir unidos al Salvador y a caminar siempre en su presencia, dejarse integrar en esa comunidad de amor que es la Iglesia de Cristo, vivir la fraternidad que es característica primordial de los discípulos de Jesús, y ser dóciles a la conducción que Dios hace para llevarlos a la salvación eterna. Todo lo anterior a Cristo, por desconocerlo, no entra en sus obligaciones. Pero la obra de Jesús, que sí comienzan a conocer, sí debe ser profundizada y aceptada, para ser vivida y dejarse llevar a esa salvación que Él quiere para todos: "Entonces ustedes vivían sin Cristo: extranjeros a la ciudadanía de Israel, ajenos a las alianzas y sus promesas, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que un tiempo estaban lejos están cerca por la sangre de Cristo. Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces". Ya no hay separación, sino una unión absoluta, hecha posible por el amor.

Por encima de todo estará siempre el deseo eterno de Dios de tenernos a su lado, ahora y para toda la eternidad. No hay nada que distraiga a Dios de esa finalidad con la cual nos ha creado. Ciertamente Dios ha puesto a nuestro favor todo lo creado. Nos llenó de las cualidades con las que nos enriqueció para proveernos de todo lo que necesitáramos para vivir, puso en nuestras manos todas las cosas, nos hizo un pueblo solidario y fraterno para que no viviéramos en la soledad absurda y llena de riesgos. Pero por encima de todo nos llenó de su propia vida para que viviéramos siempre en su presencia, haciéndonos partícipes de su naturaleza divina que nos haría dignos de estar en la eternidad junto a Él. Nosotros podemos vivir en la plena conciencia de ello, haciéndonos merecedores hoy y para toda la eternidad de esa condición de salvados. Pero también, lamentablemente, podemos cometer el absurdo de pensar que no necesitamos de nada de eso y que somos autosuficientes. Solo quien quiere despreciar esa salvación eterna prometida lo hace. Y tristemente son muchos los que se atreven a ello. Por eso Jesús nos pone sobreaviso ante ello: "Tengan ceñida su cintura y encendidas las lámparas. Ustedes estén como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos". Todo lo que ha sido establecido en la historia de la salvación, sea lo que fue relevado por Yhavé en el Antiguo Testamento para el pueblo de Israel, sea lo que apenas fue conocido por los extranjeros por la presencia de Jesús, y que fue llevado a cabo por Él en su entrega a la cruz, por la entrega de su cuerpo a la muerte y el derramamiento de su sangre salvadora, absolutamente todo, está diseñado como gesta salvadora. Todos fuimos creados para la salvación. Todos fuimos creados para ser salvados. Pero todos estamos llamados a manifestar nuestro deseo de ser salvados. La salvación no es una acción automática en la que no tengamos ninguna responsabilidad. Todos debemos empeñarnos en hacernos dignos, pues aun cuando esa salvación será siempre una donación amorosa de Dios, debemos manifestar que la deseamos y que deseamos ser salvados para entrar en esa eternidad que será plenitud en el amor y en la felicidad que no se acaban. Dios nos quiere con Él. Pero nos quiere con plena conciencia de lo que estamos obteniendo. Nuestra vida aquí y ahora no es otra cosa que la construcción que vamos haciendo cada uno de nuestro futuro de eternidad. Es una eternidad de plenitud que ya tenemos asegurada, pero que debemos hacerla realidad por nuestra añoranza de futuro en el amor de Dios.

3 comentarios:

  1. Amado Dios, recibimos la energía espiritual que mueva nuestro corazón, y que nos mantenga en vigilante espera☺️

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  2. La perseverancia fiel y mantenida en el amor a Dios, ahí encuentra el ser humano su realización y su felicidad.

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  3. La perseverancia fiel y mantenida en el amor a Dios, ahí encuentra el ser humano su realización y su felicidad.

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