domingo, 18 de octubre de 2020

No manipulemos la verdad y sirvamos siempre con amor

 Al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios | InfoVaticana

La búsqueda de prerrogativas personales será siempre un movimiento en quien busque sus propias conveniencias. Llegará al extremo de querer manipular siempre a su favor todas las convenciones. Los discípulos del demonio, insidioso por naturaleza, no cejarán nunca en su empeño de querer poner a su favor incluso las normas positivas, adaptándolas de tal manera que, dando la apariencia de justos, podrán sacar siempre buen partido para sí mismos. Es la conducta de quienes siempre buscarán la trampa en todo lo que hacen para sacar los mejores réditos. Será la conducta del empresario que justificará siempre el menor pago de impuestos con la excusa de que el estado se aprovecha de los contribuyentes y no justifica con sus obras lo que se le aporta; o la de quien tenderá siempre a ser injusto en el pago de los sueldos y salarios aduciendo que el empleado nunca se merece ni necesita más de lo que se le da; o la del estudiante que no se aplica bien en sus estudios argumentando que la vida no puede ser solo estudiar; o la del cónyuge que se permite siempre una aventura extramarital pues afirma que eso redundará en una mejor actitud en la entrega del propio hogar pues lo llena de frescura; o la de los empleados que no se entregan de lleno al cumplimiento de sus responsabilidades pues no se sentirían justamente remunerados. Las argumentaciones para justificar su poco compromiso pueden llegar a ser miles. Lo cierto es que en ese maremágnum de criterios injustos sufre todo el mundo, incluso los mismos que los esgrimen. La sociedad es un entramado común en el que cada uno tiene una responsabilidad personal y que se beneficia de lo que cada uno aporta. Hasta la tarea que nos pueda parecer más insignificante tiene una importancia crucial pues se suma a los aportes que corresponden a cada actor, y sin él faltará siempre algo que alguien tuvo que haber hecho y no hizo. La principal convención que debe existir es la de la asunción personal de las responsabilidades específicas individuales. Si cada uno asume su parte, todos serán beneficiados. Por el contrario, si alguno se decide a no hacer su parte, eso se echará en falta. Y no es simplemente que alguien no cumpla, buscando quizás que nadie más se entere. Aquello se echará en falta porque lo que correspondía hacer no se hizo. En la tarea social no es posible desentenderse, como tampoco lo es la pretensión de la búsqueda de los solos beneficios personales, pues en la tarea que Dios ha  encomendado a todos, la búsqueda del bien común es crucial, por lo que perseguir solo beneficios individuales es una grave herida al compromiso general de procurar un mundo mejor para todos. Ningún hombre es una isla que dejará de ser afectado por todo lo que le suceda alrededor. Igualmente ninguno dejará de sumar beneficios a los demás con las tareas que lleve adelante.

No es nueva esta pretensión. Querer manipular incluso la ley para ponerla a favor de uno, lograr las artimañas que logren disfrazar de justo lo que siempre será injusto, procurar favorecer siempre lo propio incluso por encima del daño que se le pueda infligir a terceros, serán siempre trampas, aunque estén revestidas de justicia. La malignidad es aún mayor cuando el argumento se basa en lo injusto que se disfraza de justo. Nuestra condición fraterna nos impide este tipo de acciones. "No es bueno que el hombre esté solo", sentenció el Creador desde el inicio. A Caín lo conminó a dar razón de Abel: "¿Dónde está tu hermano?" Dios nos hizo seres esencialmente sociales, es decir, no solo viviendo juntos, unos al lado de los otros, sino unidos, en una unidad cordial en la que todos nos hacemos responsables unos de otros. No era bueno que el hombre estuviera solo no únicamente para que tuviera compañía, sino para que fuera responsable del otro y avanzaran unidos en la procura del bien que los beneficiaría a todos. La debacle de la humanidad se da cuando el hombre no entiende que su bien es el bien de todos y que el bien de todos es el bien propio. La insidia del demonio ha llegado al extremo de desvincularnos de los demás, haciéndonos egoístas, vanidosos, materialistas, convenciéndonos de que nuestra promoción humana debe apuntar solo a alcanzar los mayores estándares de vida como si ello fuera el objetivo último de nuestras vidas. La verdad es que todo eso desaparecerá y no quedará en la persona individual nada de los inmensos logros que alcance. Esto no significa que no debemos procurar siempre lo mejor, tratando de ser mejores siempre en todo lo que hacemos, sino que lo debemos hacer apuntando a ese bien común del cual todos somos responsables, y en la búsqueda de los beneficios mayores para todos. Por ello hay que huir siempre de esa pretensión de manipulación de lo común, como fue la intención de los que se enfrentaban a Jesús para hacerlo caer en el ridículo: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?" Los fariseos y los herodianos, al servicio de las insidias demoníacas, se ponían en la línea de la manipulación de la justicia, con esa apariencia de bondad, que no buscaba otra cosa que simplemente apuntar a su propio beneficio y a desacreditar la obra de anuncio de la verdadera justicia que había emprendido Jesús. La respuesta de Jesús es meridianamente clara: "'Hipócritas, ¿por qué me tientan? Enséñenme la moneda del impuesto'. Le presentaron un denario. Él les preguntó: '¿De quién son esta imagen y esta inscripción?' Le respondieron: 'Del César'. Entonces les replicó: 'Pues den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'". La preocupación de los fariseos distaba mucho de la justicia, pero Cristo los pone completamente en evidencia.

No puede haber en nosotros, entonces, una desvinculación de lo que deber ser nuestra vida, que engloba lo actual y lo que esperamos. Jamás podrá darse una auténtica fidelidad a Dios sin asumir la globalidad de nuestra experiencia humana, en la que está imbricada tan estrechamente la preocupación por lo social con la esperanza de eternidad que nos mueve. Nunca se dará una auténtica vida humana y cristiana si se aísla la implicación de lo ordinario con lo trascendente. Nunca una vida cristiana puede quedarse solo en la contemplación de lo que se presentará en la eternidad, sin tener en cuenta esencialmente lo que la mueve en lo cotidiano. Más aún, se puede afirmar que aquello eterno será positivo solo si ya se ha vivido la fraternidad positivamente aquí y ahora. Por eso San Pablo les insiste a los cristianos de las diversas comunidades la necesidad de no perder esa perspectiva unitaria y doble: "Sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de la fe de ustedes, el esfuerzo de su amor y la firmeza de su esperanza en Jesucristo nuestro Señor". Son cualidades que han sido demostradas ya en la vida ordinaria. La fe, el amor y la esperanza que viven la demuestran ya en lo que viven en la realidad diaria. No las esperan demostrar solo en la eternidad futura, sino que ya la hacen palpable en lo que intercambian comúnmente. La experiencia de la fe no es algo que se circunscribe al ámbito privado o que se queda a la espera de surgir en la eternidad futura, sino que surge espontáneamente en todo el ámbito de la vida, demostrando ser real en el intercambio vivo del día a día. Es una donación del mismo Dios, que llega a los discípulos por medio de sus enviados, para que sea patrimonio de todos los que quieran avanzar en la vida divina: "Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que Él los ha elegido, pues cuando les anuncié nuestro evangelio, no fue solo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción". Una donación de amor para que se viva con mayor intensidad el mismo amor. Es ese el Dios que nos ha creado para ser suyos, para vivir según su designio. Y que nos convoca para que en todo demos señales ciertas de asumir nuestra responsabilidad en el mundo, no desentendiéndonos de nuestra realidad, sino asumiéndola lo más radicalmente posible, de modo que en nuestro obrar demostremos siempre que asumimos de quién somos y hacia dónde  tendemos: "Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título de honor, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo el cinturón, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro". Nuestra responsabilidad es total. No se agota en lo de aquí ni tampoco apunta solo a la eternidad. Somos de Dios siempre y no habrá en nuestra existencia momento en que no lo seamos.

2 comentarios:

  1. Lo que Dios quiere es vuestro Amor, corazón y Fidelidad😉

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  2. La búsqueda del bien común, es una tarea encomendada por Jesús a todos los cristianos para procurar un mundo mejor para todos.

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