miércoles, 21 de octubre de 2020

Somos responsables no solo de nuestra propia salvación, sino de la de nuestros hermanos

 Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (12, 32-48) - El Diario

El mundo es una realidad extraordinariamente rica. Surgido de la mano del Creador, ha sido colocado para el servicio del hombre, puesto en el centro y por encima de todo por la voluntad amorosa de Dios, convirtiéndose para él no solo en el lugar donde desarrollará su vida, sino en la tarea encomendada por el mismo Señor para su dominio, su disfrute y, más allá, para hacerlo cada vez mejor estancia para sí mismo y para todos. Habiendo sido un don de Dios, ha llegado a ser, por esa misma voluntad divina, la tarea más importante que debe llevar adelante en su periplo terreno. El mundo es, así, regalo y misión, don y tarea del hombre. Por su acción logrará que cada criatura llegue a ser un aliado suyo para avanzar en su cualidad humana, disfrutando de todos los beneficios que puede extraer de él, haciendo que las cosas estén legítimamente a su servicio, procurando que los bienes sean cada vez mayores y de mejor calidad, logrando con su obra cumplir con aquel primero de los mandatos divinos: "Dominen la tierra y sométanla", dejándose conducir por el amor y siguiendo la indicación clara de quien es el Providente primero de todo. Pero esto no se refiere solo a una vida personal sin incidencia comunitaria, pues el disfrute de todo lo que existe apunta a una condición esencial que el mismo hombre posee desde el inicio, que es su cualidad fraterna. El hombre no ha sido creado solo, sino en comunidad. Y todo lo que realice en su vida personal tendrá una repercusión directa en los demás hombres que con él conviven. Su acción afectará indefectiblemente la vida de la comunidad, de los suyos y de todos. Su responsabilidad no se circunscribe solo entonces a lo suyo, sino que apunta y se inscribe en una responsabilidad social clarísima que lo convoca y lo llama a responder. El mundo, por su obra, deberá ser mejor no solo para sí mismo, sino para todos, y por ello, jamás dejará de tener una responsabilidad directa y e inmediata en el bienestar de todos. No puede desentenderse de ello. Y la responsabilidad no acaba en la procura de un mundo mejor en cuanto lugar de vida terrenal, sino que esa responsabilidad se inscribe también en un aspecto trascendente en cuanto el hombre debe asumir que su realidad no acaba con el tiempo que pasa sino que se eleva a una condición atemporal que no será ya medida por el tiempo pasajero, sino que se medirá por lo que ya no tiene fin y que sobrepasa lo conocido y lo concedido materialmente. En esa realidad pasajera que es sobrepasada por la eternidad también cada hombre tiene una responsabilidad. No debe buscar solo un mundo mejor, sino que debe también procurar que en ese mundo todos valoren lo que viene en el futuro que no se acabará. Y esa será también tarea que lo ocupe. Allí habrá también responsabilidades diversas que deberán ser asumidas por cada uno a los que les corresponda y que serán tareas esenciales a cumplir.

Lo pasajero es, sin duda, una responsabilidad directa de cada hombre. A ello se suma la realidad que trasciende en la que también cada uno tiene un lugar esencial activo. Pero en esa procura de lo trascendente hay una sutilidad propia que debe ser tenida en cuenta con seriedad. En la convocatoria a unirse a la obra divina, el Señor puede comprometer de manera diversa a cada uno. Siendo todos beneficiarios de su amor y de su salvación, que es a lo que tiende aquello trascendente que sobrepasa lo simplemente material, puede haber actores y responsabilidades diversas. Así lo entendió muy bien San Pablo: "Ustedes han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de ustedes, los gentiles ... A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo; e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los principados y potestades celestes conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en Él". En la tarea secular de los hombres, algunos, como San Pablo, no han sido llamados solo para procurar en la realidad temporal el bien del mundo y de procurarlo para todos, sino que se les ha encomendado una tarea extra, más sublime en cuanto trasciende lo temporal, revelándole a los hombres cuál es el fin que tendrá todo, y que irá mucho más allá de lo que desaparecerá, pues será lo que perdurará para siempre. Así, habiendo sido beneficiados cada uno por la obra de salvación, ellos son elegidos para ser anunciadores de esa salvación para los demás. Esos beneficiados serán beneficiadores para todos los otros. En el mundo habrá quienes lleven los beneficios, habiéndolos recibidos previamente, y quienes serán solo beneficiarios de ellos, pues aquellos habrán asumido seriamente el haber sido elegidos para hacer llegar la salvación a los hermanos. Y lo deben asumir como tarea propia a la cual no podrán negarse, pues Dios mismo les ha colocado esa responsabilidad en las manos: "Ay de mí si no predico el Evangelio", ha dicho San Pablo. Si procurar un mundo mejor para todos es tarea primordial para cada hombre, procurando además que todos sean beneficiarios de lo que cada uno hace no solo para sí, sino para todos, la realidad de la tarea no termina con la procura del bien material, sino que se eleva a lo que trascenderá a lo pasajero y apuntará a lo eterno. Y en ello, algunos tienen una responsabilidad crucial.

Los cristianos de hoy, aquellos que conocen a Jesús y luchan por ser fieles a Él, no son, de este modo, solo beneficiarios de la obra de amor de Dios. Asumiendo la doble responsabilidad que tiene todo hombre desde el origen, es decir, el compromiso de procurar un mundo mejor para sí y para todos, y el de recibir los beneficios del amor y de la salvación que ha regalado Jesús para cada hombre y mujer de la historia, deben también hacer orbitar su vida alrededor del compromiso al que son llamados, por haber sido beneficiados en el amor que los convoca a la eternidad y elegidos para ser causa de beneficios para sus hermanos. Su responsabilidad no es solo lograr un mundo mejor para todos, ni siquiera asumir como propia la salvación que trajo Jesús, sino que apunta a algo más sublime y que lo eleva en su misma dignidad, pues lo conecta a la obra más elevada que puede llevar entre manos, como es la procura de la salvación de los demás. Así lo sentencia Jesús delante de los discípulos: "¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes". El cumplimiento de su responsabilidad es la mejor manera de asegurarse su propia entrada al gozo de la eternidad. El cristiano que lo asume así ha asegurado no solo la salvación de los suyos, lo cual lo hace un fiel cumplidor de la tarea encomendada, sino que obtiene como consecuencia para sí mismo el mayor beneficio del amor eterno. Por el contrario, el cristiano que se cree solo beneficiario y considera que no tiene ninguna responsabilidad en la salvación de los otros, arriesga incluso su propia salvación: "Si aquel criado dijere para sus adentros: 'Mi señor tarda en llegar', y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles". Ninguno está exento de su compromiso. No podemos creernos solo beneficiarios, pues todos tenemos un compromiso con los hermanos delante de Dios. A todos el Señor nos ha llenado de su amor, nos ha convocado a ser suyos, nos convoca a ser obreros de su reino para el beneficio de todos. Pero a todos también nos eleva la responsabilidad no solo a lo que pasa y se acaba, sino a lo eterno, a lo trascendente, a lo que es el regalo final que quiere Jesús que disfrutemos todos, por el cual se entregó y murió por nosotros: "El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá". Somos todos responsables y todos estamos llamados a responder, a riesgo de que al final seamos excluidos.

4 comentarios:

  1. Hermoso mensaje Monseñor.
    Al amar a Dios con mis acciones, con mi fe, con mi humildad, mi entorno directo que es: mi familia y mis seres queridos, reciben sin yo proponérmelo un modelo que puede influenciar en su amor a Dios...

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  2. El hombre no ha sido creado para vivir solo sino en comunidad,debe ser protagonista de la espera del reino y de su construcción desde ahora, como lo quiere el Señor.

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  3. El hombre no ha sido creado para vivir solo sino en comunidad,debe ser protagonista de la espera del reino y de su construcción desde ahora, como lo quiere el Señor.

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  4. El hombre no ha sido creado para vivir solo sino en comunidad,debe ser protagonista de la espera del reino y de su construcción desde ahora, como lo quiere el Señor.

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